Putinismo, la última seudomorfosis de Rusia

Reseña crítica de la obra de Walter Laqueur,Putinism:Russia and its Future with the West.St. Martin’s Press, New York, 2015. 271 págs.
La Rusia enigmática ha sido objeto de curiosidad y perplejidad para los observadores de Occidente a lo largo de casi medio milenio, desde el primer viaje de mercaderes ingleses a Moscú en el siglo XVI. Esta curiosidad y perplejidad ha tenido muchas dimensiones y tintes diferentes, desde el asombro y la admiración hasta el desdén y el miedo. Pero lo cierto es que para bien o para mal, Rusia es «diferente», infinitamente mucho más diferente que, por ejemplo, España, el país de Occidente que siempre ha tenido mayor fama de «diferente.»
Después del colapso de la Unión Soviética en 1991, un conocido politólogo americano declaró «el fin de la historia», con la inevitabilidad de que todos los países importantes se volvieran liberales y democráticos (o sea, «occidentales»). Pero no ha sido así. Después de una época caótica en los años noventa del siglo anterior, Rusia viene sido dirigida en la década y media de este siglo veintiuno por Vladimir Putin, que administra lo que se puede llamar una «autocracia electoral», y ha recuperado a lo menos una parte de la fuerza militar e influencia internacional que el país tenía antaño. En los últimos años ha habido toda clase de especulaciones sobre las «verdaderas intenciones» de Putin, sus objetivos a largo plazo, y la medida en que estos puedan suponer un nuevo peligro a Occidente.
De entre todos los analistas y expertos en la Historia Contemporánea de Rusia, nadie hay más capacitado en la actualidad que el historiador Walter Laqueur. Con 94 años, es prácticamente el último de una generación de extraordinarios emigrantes judíos alemanes de la Segunda Guerra Mundial. Nacido en Breslau (actual Wroclaw polaca) en 1921, consiguió emigrar a Israel en 1938, donde aprendió el ruso de otros refugiados. Tras la guerra hizo una carrera brillante, primero como periodista, y después como historiador. Laqueur es el autor de la ue sigue siendo la mejor historia del sionismo en un solo tomo. Sus muchos libros tratan principalmente de dos temas: la historia de Rusia y la historia contemporánea del oeste de Europa, aunque también ha publicado estudios fundamentales sobre el fascismo. Hace unos años publicó The Last Days of Europe. Epitaph for an Old Continent (2007), que mereció la siguiente sentencia de Niall Ferguson: «The preeminent historian of postwar Europe has become the prophet of its decline and fall.»
El primer libro de Laqueur sobre Rusia fue Russia and Germany: A Century of Conflict (1965), una historia innovadora de las relaciones entre los dos países y de su historia comparada. Sus libros sobre el mundo soviético han sido obras claves: Fate of the Revolution: Interpretations of Soviet History from 1917 to the Present (1987), Stalin: The Glasnost Revelations (1990) y The Dream that Failed: Reflections on the Soviet Union (1994). Aún más innovador fue Black Hundred: The Rise of the Extreme Right in Russia (1993), que estudió los orígenes y la historia de la extrema derecha y su reaparición después del comunismo.
En el primer capítulo de su reciente obra Putinism ofrece una introducción histórica a la Rusia contemporánea, analizando los enormes cambios que tuvieron lugar bajo Gorbachov y Yeltsin (1985-99), antes de abordar el siglo presente bajo Putin. Y más adelante presenta un análisis de las élites, primero de los «oligarcas», que se hicieron con una muy gran parte de la riqueza y recursos de Rusia durante la rápida liquidación del comunismo, mientras la tierra de la supuesta igualdad para todos se convirtió en el país de una pequeña oligarquía que dominaba una gran proporción de los ingresos nacionales.
En la reconstrucción del poder central bajo Putin, los oligarcas económicos han tenido que ceder el lugar dominante a los silóviki (los «poderosos»), los hombres fuertes del Estado nuevo. Mijail Jodorkovsky, el más rico de todos, fue encarcelado durante algunos años al ser condenado en dos procesos, y otros han huído al extranjero. Laqueur calcula que los antiguos oligarcas han perdido al menos un cuarto de su riqueza, que ha pasado a manos de la nueva élite. Con todo, «more billionaires reside now in Moscow than in any other city in the world» y «the 110 richest Russians own about 35 percent of the country’s GNP (as established by the Crédit Suisse research department).» En Moscú existe hoy una de las concentraciones de riqueza más estrecha y desproporcionada del mundo. China, por ejemplo, tiene una economía total cuatro veces más grande, pero pocos más billonarios. Putin no cuestiona esa situación, pero exige que no haya el menor intento de convertir la riqueza privada en poder político, que es un monopolio del gobierno.
Bajo Yeltsin parecía a veces que el poder estatal ruso sufría un eclipse total, y el gran objetivo de Putin, que asumió el poder el último día de 1999, ha sido restaurarlo y concentrarlo en sus propias manos, Como antiguo oficial del KGB, ha dependido especialmente de los antiguos agentes del KGB, y así «the proportion of erstwhile KGB agents in Putin’s inner circle has been estimated at about one-third, in the upper ranks probably higher.» En la década de 1990, en que casi todas las instituciones y la moralidad habían colapsado, creían que eran casi los únicos de quienes se podía depender, los únicos fiables.
Putin nació en 1952, y relativamente joven llegó a la cúspide del poder. No es un neocomunista o neoestalinista, aunque haya afirmado que «la desaparición de la Unión Soviética fue el mayor desastre de nuestra época.» Es ante todo un nacionalista ruso y un imperialista ruso, y así su ideología personal se ha convertido en una especie de «rusismo». Entiende que la forma política de nuestra época es el parlamentarismo, y ha mantenido un sistema de elecciones de partidos, pero todo bajo el control del gobierno. La relativa prosperidad de los años en los que el precio del crudo estuvo alto, permitió la recuperación de las haciendas de muchos rusos ordinarios, como también hizo posible el aumento y la regularidad en el pago de las pensiones, que es muy importante para millones de rusos. Esto es naturalmente muy popular, y la restauración del poder internacional ruso lo es también. Pero lo cierto es que no hay mucha sociedad civil en Rusia -poco más que en 1917-, y las posibilidades de una verdadera democracia nunca han sido muy altas. Por ello, Putin recibe un apoyo fuerte en todos los sondeos nacionales de opinión política. En un país dirigido durante más de medio siglo por líderes viejos, más bien decrépitos, le ha favorecido no ser viejo y hasta cierto punto atlético. Laqueur concluye tajantemente: «Most Russians have come to believe that democracy is what happened in their country between 1990 and 2000, and they do not want any more of it.»
El resultado ha sido un giro de 180 grados, una realidad al revés, y el país que pretendió ser el más revolucionario del mundo, ha llegado a ser actualmente el más tradicionalista de Europa. La Iglesia Ortodoxa juega un papel importante en este esquema, y a Putin le gusta presentarse como el campeón de los valores del cristianismo—muy diferente del Occidente secular y relativista. En Rusia, la Iglesia siempre se ha identificado con el poder, y el ochenta por ciento de la sociedad afirma que tiene una opinión favorable de ella, aunque pocos asisten regularmente a las ceremonias ordoxas.
La ideología dominante es una mezcla de doctrinas del nacionalismo, con cierta tendencia al misticismo. En la historia de Rusia se han dado diversas formas de paranoia, siempre importantes en la vida rusa, y Laqueur define la «conspirología» como un factor importante en la vida emcional y en la vida política también. Como siempre, hay una tendencia a imaginar que el mundo exterior es antitético, y un culto de Stalin—no como comunista sino como creador de una gran Rusia fuerte—ha crecido. (No se toma en consideración que bajo su dominio desaparecieron hasta 40 milliones de personas, entre las purgas y la guerra.)
Laqueur dedica la segunda mitad del libro a los problemas principales de esta sociedad. Un dilema notorio es la cuestión demográfica. Actualmente la Federación Rusa tiene poco más que 140 millones de habitantes en un territorio inmenso, el más grande del globo, y su tasa de natalidad es baja. La salud de los rusos ha mejorado algo desde la caída del comunismo, y actualmente el promedio de vida entre varones es de 65 años, mientras que al final de la Unión Soviética era tan sólo de 59, mientrsa que el de las mujeres es algo más normal y llega a los 76 años. El factor más negativo en la salud de los hombres sigue siendo el alcoholismo, verdadera plaga nacional. Putin ha introducido nuevos incentivos y pagos para aumentar el número de nacimientos, y en esto se ha logrado algún progreso, pero la cifra de mujeres jóvenes en los próximos años será más baja y la perspectiva a largo plazo no es muy halagüeña.
La Federación Rusa, con la República Rusa su sector más grande, es un Estado mutinacional y hasta cierto punto multicultural, como heredera de la mayor parte del antiguo imperio zarista y de la URSS. Tiene aproximadamente un centenar de grupos étnicos e idiomas diferentes. Hay más que veinte millones de musulmanes en la Federación Rusa, y su número crece con relativa rapidez, mientras la demografía de los propios rusos está en declive. Putin tiene su propio problema con el yihadismo y el terrorismo (y el nacionalismo étnico) en Chechenia y los territorios colindantes. Por el momento está bajo control, pero es un factor importante en la política exterior también. El temor al islamismo y a un separatismo islámico está muy presente.
La discusión de la «ideología rusa» actual es uno de los aspectos más importantes del libro de Laqueur, que desarrolla en un capítulo de 25 páginas. El colapso del comunismo ha dejado más problemas en Rusia que en cualquier otro país ex-comunista, y probablemente no hay otro país en el mundo en el que la cuestión de la «identidad nacional» preocupe más. Las ganadoras en esta competición han sido diversas formas de doctrinas nacionalistas, con muchos elementos de neotradicionalismo. Y con una fuerte «manía persecutoria».
La última parte de la obra la dedica Laqueur a la discusión de los problemas futuros, que son considerables. Rusia tiene problemas en todas sus fronteras. En 2014 su doctrina oficial de defensa declaró a Estados Unidos y a la OTAN como los enemigos principales, pero Putin desea ensanchar su influencia no tanto hacia el oeste sino hacia el sur. La cuestión del islamismo hace algo inciertas las fronteras en el centro de Asia, mientras China puede llegar a ser un problema en el porvenir. Además en 2015, con la caída del precio del petróleo, la economía ha experimentado una reducción de 3,4 por ciento en la producción doméstica, cayendo casi el mismo porcentaje en el que la economía de España ha crecido. Con todo, hay poca disidencia política. La juventud está caracterizado por la apatía y un patriotismo pasivo.
El libro de Laqueur afronta un análisis detallado de todas estas cuestiones, así como de otras más también. Como todas sus obras, está escrito de manera ágil y se lee con fluidez, en un lenguaje muy asequible. Es la mejor guía que tenemos, al menos por el momento, sobre la Rusia contemporánea y sus problemas.
Oswald Spengler afirmó en La decadencia de Occidente, que la clave de la historia rusa está en el fenómeno de la «seudomorfosis», esto es, la adopción en varias épocas de modelos diferentes de formas políticas y sociales, que cambian bastante las estructuras rusas sin lograr una transformación total, una verdadera metamorfosis. La antigua Rusia fue una seudomorfosis de Bizancio, aunque en su caso logró una cultura única autóctona y fue probablemente la más auténtica y genuina de todas las Rusias. El imperio de Pedro el Grande asumió un modelo diferente, tratando de combinar aspectos formales y tecnológicos de Occidente con la cultura rusa, una seudomorfosis que duró un siglo y medio. El modelo zarista de liberalización y reformas de tipo occidental a lo largo de sesenta años antes de 1917, intentó lograr una transformación mucho más completa. Conoció éxitos importantes, y sin la Primera Guerra Mundial es posible que hubiera alcanzado el éxito, pero falló quedándose en otra seudomorfosis superada.
La revolución soviética prometía aún más, un cambio total, un nuevo modelo de utopismo para el mundo entero. Pero dependía de la tradición rusa de violencia autocrática y colectivismo de siervos, y con los años perdió el fervor revolucionario y se «rusificó» más y más, acabando como la seudomorfosis que registró el mayor fracaso de todas. El putinismo es la seudomórfosis más reciente. Se ha reimpuesto el «rusismo», y por el momento es estable, pero es muy probable que a largo plazo sufra el mismo destino de las seudomorfosis anteriores.

Acerca de Stanley G. Payne

Stanley G. Payne es catedrático emérito de Historia en la Universidad de Wisconsin-Madison (USA). Ha publicado más de treinta libros sobre Historia de España y Europa contemporánea. Entre otros; "El colapso de la República", "La Europa revolucionaria", "El camino al 18 de Julio", "Las guerras civiles que marcaron el siglo XX" y "En defensa de España" (Premio Espasa 2017). En el otoño de 2014 ha publicado "Franco, a Personal and Political Biography" (Wisconsin Press), Estados Unidos y una edición más extensa en español (Espasa), junto al historiador Jesús Palacios. Es miembro de la American Academy of Arts and Sciences y correspondiente de las RR. AA. de Historia y Ciencias Morales y Políticas de España. Ha sido codirector del Journal of Contemporary History durante más de 15 años y es Presidente de Honor de la Sociedad de Estudios Contemporáneos (SEC) Kosmos-Polis y miembro del Consejo Editorial de la revista www.kosmos-polis.com. En 2019 la Fundación Consejo España-EEUU le distinguió con el galardón Bernardo de Gálvez.