Vladimir Putin ha obtenido el 87,28% de los votos en las elecciones presidenciales una vez escrutado el 100% de los votos emitidos, de acuerdo a los datos publicados por la Comisión Electoral Central de Rusia. En segundo lugar, y a una gran distancia, ha quedado el candidato del Partido Comunista, Nikolái Jaritónov, quién del 15% en las pasadas elecciones ha bajado al 4,31% de los sugragios; después el candidato del partido Gente Nueva, Vladislav Davankov, con el 3,85%, y en cuarto lugar el candidato del Partido Liberal Democrático, Leonid Slutski, con el 3,20%.
El resultado es sin duda el mayor triunfo histórico cosechado por Putin en unas elecciones. Ello se ha debido a dos elementos principales; de un lado, la cohesión en la unidad que la sociedad rusa ha estrechado en torno a Putin, y de otro, las permanentes amenazas que desde los Estados Unidos, la UE e Inglaterra se han cernido sobre Rusia desde el colapso de la Unión Soviética en 1991, y que están teniendo su máxima expresión en el conflicto desatado en Ucrania.
Los dirigentes y las élites que desde Occidente están preconizando el Gran Reemplazo en Europa, se han apresurado a calificar las elecciones y su resultado de gran farsa. Estos dirigentes y élites son quienes desean una Rusia debilitada, empobrecida y dividida. Sin embargo, los dirigentes del resto del mundo que se está conformando en la multipolaridad han felicitado a Putin por su extraordinaria victoria.
Así, mientras que unos lo califican de farsa y se niegan a rconocer una realidad que los ciega, los observadores de las diferentes misiones internacionales; Comunidad de Estados Independientes (CEI), Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) y la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), han calificado los comicios de libres y limpios. Con el resultado de las elecciones en Rusia ocurre algo parecido al espectador que está viendo una misma película en dos pantallas diferentes y por canales de distribución distintos.
Pero no hay que engañarse. El problema principal no solo lo tienen los USA con Rusia, lo tiene principalmente Europa, lo tenemos los europeos, al actuar como región sumisa a los intereses de los norteamericanos y de Inglaterra. Si Europa hubiera practicado de forma real después de la Segunda Guerra Mundial, el concepto amigo-enemigo que Carl Schmitt desarrolló para la política y el estado, estaríamos en otra posición muy diferente a la actual. Pero la entrega y sumisión a los USA, como protectores de los europeos durante la Guerra Fría, se incrementó incluso tras el colapso de la Unión Soviética en 1991. Si entonces Europa se hubiera desprendido de la protección y tutela de los Estados Unidos y tendido puentes de amistad y buena vecindad con la nueva Rusia, la situación hoy sería probablemente muy distinta. Gorbachov, Yeltsin y Putin lo intentaron en los primeros años. Y fueron sinceros en sus planteamientos. Esa realpolitik, entonces más necesaria que nunca, fue despreciada por los gobernantes europeos, entregados ya como lacayos a los puros intereses norteamericanos. De ahí, la extrema debilidad actual de Europa, el continente que lo fue todo hasta hace un siglo y que el ‘liberalismo’ totalitario y radical del nuevo poder mundial, practicado por el estado profundo useño, ha convertido en títere suyo.
Pero todo está cambiando muy rápidamente. Y o Europa tiende puentes de entendimiento con Rusia o bajo la tenaza de los Estados Unidos será irremediablemente destruida en el gran reemplazo. La única nación de Europa que lo ha entendido es Hungría. Si Europa quiere sobrevivir, los europeos debemos acabar con las actuales élites a las que estamos sometidos.
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Por su notable interés, reproducimos a continuación el análisis que la escritora Helen Andrews, editora en The American Conservative, ha publicado en dicho medio sobre la victoria de Putin bajo el título:
Atrapado con Putin en el futuro previsible
Las elecciones del fin de semana no ofrecieron ni un rival creíble ni un sucesor creíble.
Vladimir Putin logró la victoria en las elecciones presidenciales rusas este fin de semana, recibiendo una mayor proporción de votos que en cualquiera de sus cuatro contiendas anteriores, alrededor del 88 por ciento. Esta elección deparó pocas sorpresas, pero se destacó por dos ausencias: un oponente creíble y un sucesor creíble.
La falta de oposición es fácil de explicar. Los observadores occidentales tienden a culpar a la represión de la disidencia por parte del Kremlin, pero la explicación más simple es que la mayoría de los rusos están contentos con la forma en que se gobierna el país actualmente. Una encuesta de Levada del mes pasado mostró que el 75 por ciento de los encuestados piensa que Rusia va en la dirección correcta.
Para desafiar seriamente a Putin se necesitarían dos cosas: una visión alternativa para Rusia y un individuo que la represente. Obviamente, la segunda mitad de esa ecuación es difícil en un país donde ser líder de la oposición conlleva serios riesgos personales, incluida la atención hostil de las autoridades. Pero también falta la primera parte. No es que exista una alternativa ideológica al putinismo que goce de un amplio apoyo entre el pueblo ruso y simplemente carezca de un político que la defienda. El liberalismo occidental se puso a prueba en la década de 1990 (al menos tal como los rusos entienden su historia reciente). El apetito por volver a intentarlo es nulo.
La falta de un sucesor es más difícil de explicar. Putin tiene 71 años. Probablemente esperaba entregar las riendas del poder en este momento de su carrera. Eso no ha sucedido.
Hay tres razones por las que no debemos anticipar que Putin indique un sucesor en el corto plazo. El primero es la guerra en curso en Ucrania. Se cree que una de las razones por las que Putin decidió invadir Ucrania cuando lo hizo fue que quería resolver el desafío actual a la seguridad rusa antes de entregar el poder. Consideró deshonroso cargar a su sucesor con un problema tan endiabladamente difícil y que empeoraba constantemente. O, para decirlo de otra manera, no quería que un problema tan formidable fuera manejado por un líder inexperto.
La segunda razón es el notorio fracaso de los esfuerzos pasados de Putin por nombrar un heredero aparente. Dmitry Medvedev, a quien Putin entregó la presidencia en 2008, fue una decepción en el cargo, al conceder demasiado a Occidente y al no defender adecuadamente los intereses de Rusia en el escenario internacional, al menos tal como Putin veía las cosas. Desde que dejó la presidencia, Medvedev ha sido un tipo diferente de decepción, virando demasiado hacia el extremo opuesto del espectro político y atrayendo burlas por sus pronunciamientos nacionalistas de línea dura
La última razón es la propia historia de Putin. Cuando fue elegido sucesor de Boris Yeltsin, fue en el último momento. Yeltsin había pasado por varios otros herederos potenciales a medida que se acercaba el final de su carrera, rechazando a cada uno de ellos uno por uno. Cuando anunció su dimisión en 1999, pocas personas sabían el nombre del hombre a quien entregó el poder. Por lo tanto, Putin tiene razones personales para pensar que un buen sucesor no necesita ser exhibido de antemano como un debutante para tener éxito en el cargo.
Así que nos quedaremos atrapados con Putin en el futuro previsible. Sin embargo, hay un lado positivo. Como se señaló anteriormente, la prioridad de Putin ahora es alcanzar una solución estable para la cuestión de Ucrania, una solución que se sienta cómodo entregándole al siguiente. Eso significa que no puede presionar a los ucranianos para que acepten un acuerdo de paz desigual. Los rusos probablemente podrían exigir un acuerdo de paz humillante dada su actual ventaja en el campo de batalla, pero Putin podría aceptar concesiones si esas concesiones prometieran conducir a un equilibrio duradero.
Los acuerdos de Minsk, que pusieron fin a la última guerra en Ucrania, fueron tratados por Estados Unidos y sus aliados como un patrón de espera para darnos tiempo a prepararnos para la próxima guerra. Si decidimos esta vez prepararnos para una paz duradera en lugar de mirar hacia la tercera ronda, podemos encontrar que Putin está dispuesto a cooperar en ese esfuerzo. Por otro lado, cuanto más tiempo sigamos sin resolver la situación de Ucrania, más tiempo estaremos atrapados con él.
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Texto original en inglés
Vladimir Putin cruised to victory in the Russian presidential elections this weekend, receiving a higher share of the vote than in any of his previous four contests, around 88 percent. This election held few surprises but was notable for two absences: a credible opponent and a credible successor.
The lack of opposition is easy to explain. Western observers tend to blame Kremlin suppression of dissent, but the simpler explanation is that the majority of Russians are happy with the way the country is governed at present. A Levada poll last month showed 75 percent of respondents think Russia is headed in the right direction.
Seriously challenging Putin would require two things: an alternative vision for Russia and an individual to represent it. Obviously the second half of that equation is difficult in a country where being an opposition leader carries serious personal risks, including hostile attention from authorities. But the first half is missing, too. It is not as if there is an ideological alternative to Putinism that enjoys widespread support among the Russian people and merely lacks a politician to champion it. Western liberalism was tried in the 1990s (at least as the Russians understand their recent history). The appetite for trying it again is nil.
The lack of a successor is harder to explain. Putin is 71 years old. He probably expected to be handing over the reins of power at this point in his career. That hasn’t happened.
There are three reasons why we should not anticipate that Putin will indicate a successor anytime soon. The first is the ongoing war in Ukraine. It is thought that one of the reasons Putin chose to invade Ukraine when he did was that he wanted to resolve that ongoing challenge to Russian security before handing over power. He considered it dishonorable to saddle his successor with such a fiendishly difficult and constantly worsening problem. Or, to put it another way, he did not want such a formidable problem to be handled by an untried leader.
The second reason is the conspicuous failure of Putin’s past efforts at naming an heir apparent. Dmitry Medvedev, to whom Putin handed over the presidency in 2008, was a disappointment in office, conceding too much to the West and failing to adequately defend Russia’s interests on the international stage, at least as Putin saw things. Since leaving the presidency, Medvedev has been a different kind of disappointment, veering too far to the opposite end of the political spectrum and attracting mockery for his hardline nationalist pronouncements.
The final reason is Putin’s own history. When he was chosen as Boris Yeltsin’s successor, it was at the very last minute. Yeltsin had cycled through several other potential heirs as the end of his career approached, rejecting each of them one by one. When he announced his resignation in 1999, few people knew the name of the man to whom he handed power. Putin therefore has personal reasons for thinking that a good successor does not need to be paraded in advance like a debutante in order to succeed in office.
So we are stuck with Putin for the foreseeable future. There is a silver lining, though. As noted above, Putin’s priority now is to reach a stable settlement of the Ukraine question, one that he feels comfortable handing over to the next guy. That means he may not press the Ukrainians to agree to a lopsided peace agreement. The Russians could probably demand a humiliating peace deal given their current battlefield advantage, but Putin might agree to concessions if those concessions promised to lead to an enduring equilibrium.
The Minsk agreements, which ended the last war in Ukraine, were treated by the U.S. and its allies as a holding pattern to give us time to prepare for the next war. If we decide this time to prepare for a lasting peace instead of looking ahead to round three, we may find that Putin is prepared to cooperate in that effort. On the other hand, the longer we keep the Ukraine situation unresolved, the longer we will be stuck with him.