…»Represión», «prohibición de la lengua», «nuestro país», «libertades nacionales», y más adelante habla de «EL BOMBARDEO DE BARCELONA QUE SE VIVE AÚN HOY EN DÍA COMO UN TRAUMA»… ante todo esto, debemos hacer algunas puntualizaciones. La primera es el olvido selectivo del hecho de que en 1706, cuando Barcelona fiel a Felipe V y recibiendo un bombardeo anglo-holandés con más de 6.000 proyectiles, Lezo se jugó la vida suministrando apoyo a los sitiados como luego detallamos. Teniendo presente que «Una nación que olvida, reinventa o borra su pasado, no tiene futuro» pongamos sobre la mesa la vida y obra de este español.
Blas de Lezo y Olavarrieta nació en la marinera Pasajes de las hidalgas tierras guipuzcoanas el 3 de febrero de 1689, falleciendo a los 52 años, el 7 de septiembre de 1741 tras penosa agonía. De ellos, pasó 40 años de servicio a España en Cartagena de Indias.
Tras su muerte, recibió a título póstumo el título de marqués de Ovieco. Este teniente general conocido como Patapalo, o más tarde como Mediohombre, por las muchas heridas sufridas a lo largo de su vida militar, y al que podemos considerar hoy uno de los mejores estrategas y tácticos de nuestra historia militar, y aunque sería muy difícil y posiblemente injusto hacer un rankign en esta materia, si podemos afirmar con rotundidad que fue uno de los que con muy poco pudo hacer mucho, un acicate para los momentos de crisis.
Blas de Lezo pertenecía a una familia con ilustres marinos entre sus antepasados, en un pueblo dedicado prácticamente en exclusiva a la mar. Se educó en un colegio de Francia y salió de él en 1701. En aquel entonces la armada francesa era aliada de la española en la Guerra de Sucesión por los Pactos de Familia, que acaba de comenzar tras la muerte de Carlos II sin descendencia. Dado que Luis XIV deseaba el mayor intercambio posible de oficiales entre los ejércitos y escuadras de España y Francia, Lezo se embarca a sus 12 años en la escuadra francesa, enrolándose como guardiamarina al servicio del conde de Toulouse, Luis Alejandro de Borbón, hijo de Luis XIV.
La Guerra de Sucesión Española enfrentaba a Felipe de Anjou, aspirante como Felipe V, apoyado por Francia y nombrado heredero por el rey español, con el Archiduque Carlos de Austria, candidato como Carlos III, apoyado por Inglaterra, ya que esta última temía el poderío que alcanzarían los Borbones en el continente. La escuadra francesa había salido de Tolón, y en Málaga se habían unido algunas galeras españolas mandadas por el conde de Fuencalada. Frente a Vélez-Málaga se produjo el 24 de agosto de 1704 la batalla naval más importante del conflicto. En dicho combate se enfrentaron 96 naves de guerra franco-españolas sumando un total de 3.577 cañones y 24.000 hombres y la flota anglo-holandesa, mandada por el almirante Rooke y compuesta por unas 60 naves con un total de 3.614 cañones y 23.000 hombres.
Blas de Lezo participó en aquella batalla batiéndose de manera ejemplar, hasta que una bala de cañón le destrozó la pierna izquierda, teniéndosela que amputar, sin anestesia, por debajo de la rodilla. Cuentan las crónicas que el muchacho no profirió un lamento durante la intervención. Debido al valor demostrado tanto en aquel trance como en el propio combate, es ascendido en 1704 a Alférez de Bajel de Alto Bordo por Luis XIV y se le ofrece ser asistente de cámara de la corte de Felipe V.
En la fuerza naval enemiga había un joven candidato a oficial que el destino le opondría en su trance final, se llamaba Edward Vernon.
Tras su recuperación y rechazo a quedar en la Corte, pues ambicionaba ser un gran comandante, en 1705 se embarca de nuevo prestando servicio en diferentes buques, tomando parte en las operaciones que tuvieron lugar para socorrer las plazas de Peñíscola y Palermo; en el ataque al navío inglés Resolution de 70 cañones, que terminó con la quema de éste, así como en el apresamiento de dos navíos enemigos que fueron conducidos a Pasajes y Bayona.Continúa patrullando el Mediterráneo, apresando numerosos barcos ingleses y realizando valientes maniobras con un arrojo inusitado.
En 1706 se le ordena abastecer a los sitiados de Barcelona al mando de una pequeña flotilla pues en ese momento Barcelona todavía era fiel a Felipe V, sufriendo la ciudad un intenso bombardeo austracista que selectivamente no recuerdan en la actualidad los antiespañoles y separatistas que están llevando España a la fractura ante la pasividad e irresponsabilidad de las máximas autoridades.
Demostrando una aguda inteligencia, realiza brillantemente su cometido, escapa una y otra vez del cerco que establecen los ingleses sobre la capital condal para evitar el aprovisionamiento. Para ello improvisa y deja a flote ardiendo paja húmeda con el fin de crear un densa nube de humo que ocultase los navíos españoles, pero además carga «sus cañones con unos casquetes de armazón delgada con material incendiario dentro, que, al ser disparados, prenden fuego a los buques británicos»… Los británicos se ven impotentes ante tal despliegue de ingenio.
Posteriormente se le destaca a la fortaleza de Santa Catalina de Tolón, donde toma contacto con la defensa desde tierra firme combatiendo contra las tropas del príncipe Eugenio de Saboya. En esta acción y tras el impacto de un cañonazo en la fortificación, una esquirla se le aloja en el ojo izquierdo, que explota en el acto, perdiendo así para siempre la visión en este ojo.
Tras una breve convalecencia es destinado al puerto de Rochefort, donde es ascendido a teniente de guardacostas en 1707. Allí realizará otra gran gesta rindiendo en 1710 una decena de barcos enemigos, el menor de 20 piezas. Por estas fechas tiene lugar el conocido combate con el Stanhope, de 70 cañones, mandado por John Combs, que le triplicaba en fuerzas. Se mantuvo un cañoneo mutuo hasta que las maniobras de Lezo dejaron al barco enemigo a distancia de abordaje, momento en el que ordenó lanzaran los garfios para llevarlo a cabo: «Cuando los ingleses vieron aquello, entraron en pánico».
El abordaje de los españoles era una temible maniobra ofensiva, que los ingleses temían particularmente: los navíos españoles cañoneaban de cerca, tras lo cual lanzaban garfios y abordaban el navío contrario, buscando el cuerpo a cuerpo, hasta la rendición del enemigo. De este modo, con tripulaciones muy inferiores en número, los navíos españoles lograban apresar otros con mucha mayor dotación y porte. Blas de Lezo se cubrió de gloria en tan fenomenal enfrentamiento, en el que incluso es herido, siendo ascendido a capitán de fragata.
En 1712 pasa a servir bajo las órdenes de Andrés de Pes. Este afamado almirante quedó maravillado ante la valía de Lezo y emitió varios escritos que le valieron su ascenso a capitán de navío un año más tarde. Posteriormente participó en el asedio de Barcelona al mando del Campanella, de 70 cañones, que no le perdonan los separatistas en su torcida interpretación de la historia. En aquel 11 de septiembre de 1714, al acercarse con demasiado ímpetu a sus defensas, recibe un balazo de mosquete en el antebrazo derecho, perdiendo la movilidad en su antebrazo derecho hasta el fin de sus días. De esta manera con sólo 25 años tenemos al joven Blas de Lezo tuerto y cojo del lado izquierdo y manco del derecho, además de otras heridas sufridas.
En 1715, al mando de Nuestra Señora de Begoña, de 54 cañones, y ya repuesto de sus heridas, se dirige con una gran flota a reconquistar Mallorca, que se rinde sin un solo disparo.
Entonces llega su paso al Caribe cuando terminada la Guerra de Sucesión, para lo que se le confió el buque insignia Lanfranco. Un año después parte hacia La Habana escoltando a una flota de galeones, allí permanece hasta 1720, cuando se le asigna un nuevo navío y es integrado dentro de una escuadra hispano-francesa al mando de Bartolomé de Urdizu con el cometido de limpiar de corsarios y piratas los llamados mares del sur, que bañaban las costas del Virreinato del Perú. La escuadra estaba compuesta por parte española de cuatro buques de guerra y una fragata, y por parte francesa por dos navíos de línea. Sus primeras operaciones fueron contra los dos barcos, el Success y el Speed Well del corsario inglés John Clipperton, que logró evitarle y tras hacer algunas capturas huyó a Asia, donde fue apresado y muerto.En este ir y venir, su azarosa vida aún le permitió tener un hueco en su vida privada y el 5 de mayo de 1725 contrajo matrimonio en Lima con la dama criolla Josefa Pacheco Bustos de cuya unión tuvo dos hijos y una hija.
Del Pacífico regresó al Mediterráneo y en 1730 vuelve a España recibiendo el mando como jefe de la escuadra naval del Mediterráneo. Habiendo surgido diferencias con la república de Génova, España estaba resentida por la conducta genovesa por lo que el general Lezo, por orden superior, se personó en su puerto con seis navíos y exigió, como satisfacción, el pago de los dos millones de pesos pertenecientes a España que se hallaban retenidos en el banco de San Jorge, además de un homenaje a la bandera real de España. Mostrando el reloj a los comisionados de la ciudad, que buscaban el modo de eludir la cuestión del pago, fijó un plazo, transcurrido el cual la escuadra rompería el fuego contra la ciudad. Los dos millones de pesos recibidos fueron enviados por orden del rey en dos partes, medio millón para el infante don Carlos y el resto fue remitido a Alicante para sufragar los gastos de la expedición que se alistaba para la conquista de Orán.
En reconocimiento de sus servicios a Felipe V, éste le concede en 1731 como estandarte para su nave capitana la bandera morada con el escudo de armas real, las órdenes del Espíritu Santo y el Toisón de Oro alrededor y cuatro anclas en sus cantones.
En 1732, a bordo del Santiago participó en la exitosa expedición a Orán con 54 buques y 30.000 hombres en las que el general Cornejo era el jefe de la flota y en duque de Montemar de la fuerza terrestre, quedando rendida la ciudad, aunque si bien cuando se marchó, Bay Hassan logró reunir tropas y sitiarla. Lezo retornó en su socorro con seis navíos y 5.000 hombres, logrando ahuyentar al pirata argelino tras reñida lucha. No contento con esto, persiguió su nave capitana de 60 cañones, que se refugió en la bahía de Mostagán, hoy Mostaganem, baluarte defendido por dos castillos fortificados y 4.000 hombres. Ello no arredró a Lezo, que entró tras la nave argelina despreciando el fuego de los fuertes, incendiándola y causando además grave ruina a los castillos. Patrulló después durante meses por aquellos mares, impidiendo que los argelinos recibieran refuerzos desde Estambul, hasta que una epidemia lo forzó a regresar a la ciudad de Cádiz.
Con este currículo regresa a América a su último objetivo: Cartagena de Indias. El rey lo ascendió en 1734 a teniente general de la Armada. Regresó a América con los navíos Fuerte y Conquistador en 1737 como comandante general del apostadero de Cartagena de Indias, plaza que tendría que defender del conocido sitio de 1741 al que la sometió el almirante inglés Edward Vernon.La excusa de los ingleses para iniciar un conflicto con España fue el apresamiento de un barco corsario comandado por Robert Jenkins cerca de la costa de Florida por el capitán de guardacostas Juan León Fandiño que se apoderó del barco corsario tras comprobar que la carga no estaba registrada y dado que era un habitual en la práctica del contrabando cortó la oreja de su capitán al tiempo que le decía, según el testimonio del inglés: «Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve.»
A la sazón, el tráfico de ultramar español se veía constantemente entorpecido e interrumpido por los piratas ingleses. Curiosamente esa oreja estuvo guardaba en una caja durante ocho años pues la guerra no estallaría hasta el 23 de octubre de 1739 tras su comparecencia ante la Cámara de los Lores, donde Jenkins denunció el caso esgrimiendo la oreja en la mano, de ahí que los ingleses conozcan el conflicto como Guerra de la oreja de Jenkins.
Esta guerra también conocida como Guerra del Asiento (1739-1748) fue consecuencia de un gran plan estratégico, táctico y político de Inglaterra para segregar de la metrópoli española sus dominios en las Indias Occidentales.Por una parte se intentaba cortar el flujo naval en el Atlántico actuando tanto sobre las naves que llegaban de América e intentaban acceder a los puertos españoles como sobre las que intentaban partir para allá.
A continuación se actuaría sobre los puertos del Caribe acompañando con a serie de acciones desde el Pacífico por la fuerza liderada por Anson.
En el Caribe hubo seis acciones, de ellas las dos primeras se produjeron por sorpresa, días antes de la declaración de guerra inglesa, aunque las autoridades españolas ya estaban prevenidas. Así se produjeron los ataques a la Guaira (1739), La Habana (1739), Portobelo (1739), primer ataque a Cartagena del 13 al 20 de marzo de 1740, ataque al castillo de San Lorenzo el Real de Chagres, del 22 al 24 de marzo de 1740, y el segundo ataque a Cartagena de 3 de mayo de 1740.
Vernon estaba envalentonado tras el saqueo de la mal guarnecida plaza de Portobelo, y el inglés desafió a Lezo, a lo que el marino español contestó:
Si hubiera estado yo en Portobelo, no hubiera su Merced insultado impunemente las plazas del Rey mi Señor, porque el ánimo que faltó a los de Portobelo me hubiera sobrado para contener su cobardía.
La flota inglesa, la agrupación naval de guerra más grande que hasta entonces había surcado los mares, 2.000 cañones dispuestos en 186 barcos, entre navíos de guerra, fragatas, brulotes y buques de transporte, y 23.600 combatientes entre marinos, soldados y esclavos negros macheteros de Jamaica, más 4.000 reclutas de Virginia bajo las órdenes de Lawrence Washington, hermanastro del futuro libertador Georges Washington, superaba en más de 60 navíos a la gran armada de Felipe II. Para hacerse idea del mérito estratégico de la victoria, baste decir que las defensas de Cartagena no pasaban de 3.000 hombres entre tropa regular, milicianos, 600 indios flecheros traídos del interior, más la marinería y tropa de desembarco de los seis únicos navíos de guerra de los que disponía la ciudad: Galicia, que era la nave capitana, San Felipe, San Carlos, África, Dragón y Conquistador. Blas de Lezo, sin embargo, contaba con la experiencia de 22 batallas con éxito absoluto aún a costa de su integridad física. El sitio de Cartagena de Indias fue una gran victoria con una enorme desproporción entre los dos bandos.
Tan colosal fue la derrota de los ingleses, que aseguró el dominio español de los mares durante más de medio siglo hasta que lo perdió en Trafalgar, cosa que la historia inglesa no reconoce. Humillados por la derrota, los ingleses ocultaron monedas y medallas grabadas con anterioridad para celebrar la victoria que nunca llegó y que arrogantemente Vernon había enviado apresuradamente a Londres anunciando su victoria cuando entraba en la bahía de Cartagena. Tan convencidos estaban de la derrota de Cartagena que pusieron en circulación acuñaciones que rezaban: «El orgullo español humillado por Vernon» en su anverso y Los héroes británicos tomaron Cartagena el 1 de abril de 1741» en su reverso.
Fue justo lo contrario: con sólo seis navíos, 2.830 hombres y mucha imaginación, Blas de Lezo derrotó a Vernon, que traía 180 navíos y casi 25.000 hombres, fue tal la derrota que el Rey de Inglaterra, Jorge II prohibió hablar de ella o que se escribieran crónicas alusivas al hecho, como si nunca hubiese ocurrido. Mientras en su retiro, el almirante Vernon se alejaba de la bahía con su armada destrozada le gritaba al viento una frase: God damn you, Lezo! (¡Que Dios te maldiga Lezo!). En respuesta escrita a Vernon, Blas de Lezo pronunció la inmortal frase:
Para venir a Cartagena es necesario que el rey de Inglaterra construya otra escuadra mayor, porque ésta sólo ha quedado para conducir carbón de Irlanda a Londres, lo cual les hubiera sido mejor que emprender una conquista que no pueden conseguir.
Muchos autores todavía mencionan de soslayo la derrota británica. Por ejemplo el «hispanista» Henry Kamen quien afirma: …en enero de 1741, Vernon reunió en Port Royal lo que algunos llamaron la más formidable armada que se vio en el Caribe. Esta flota totalizaba treinta buques de guerra y cien transportes con más de once mil soldados. La flota puso sitio a Cartagena en la primavera de 1741, pero se retiró ante el temor de que llegasen refuerzos para socorrer la ciudad (¿?).
Estas líneas nos producen cierto bochorno e indignación y deberían sonrojar a este eminente historiador. Recordemos que ningún historiador o cronista, ni siquiera contemporáneos de Vernon, estarían en absoluto de acuerdo con él, llegando a admitir que la retirada fue a causa de las muchas bajas a causa de las enfermedades y el mal entendimiento con el, a juicio de Vernon, inepto general Wentworth, aunque no mencionen la defensa española ni pronuncien la palabra derrota y obviando también el enfrentamiento personal entre Lezo y el virrey Eslava. Respecto a la flota de Vernon, siempre según fuentes británicas, contaba con no menos de 50 buques de guerra divididos en tres divisiones (29 navíos, 6 fragatas, 9 brulotes y bombardas, 1 bergantín, 3 balandras, 2 tender, en total) y los transportes de tropas y mercantes pasaban de 150, sin contar los buques que se añadieron a la escuadra durante el tiempo que duró el asedio a Cartagena, aumentando el número de navíos de línea en 36, sin contar el resto de buques. Las tropas enviadas en la escuadra pasaban de 9.000 hombres de infantería llegados de la metrópoli, que unidos a tropas de las colonias norteamericanas, de Jamaica y a los hombres de la escuadra, llegaban a 23.600. A esta escuadra habría que añadir la enviada al Pacífico bajo el mando de Anson. Según este mismo autor Kamen los británicos sólo pretendían humillar a España, puesto que ganaban más con el imperio español que apoderándose de él. Entonces podemos preguntarlos, ¿para qué semejante escuadra?. Los números encajan mal con esta falaz e interesada teoría.
En una biografía del almirante Carles Wager, ideólogo de la ruta de Anson se dice: Como era de esperar el asalto a Cartagena fracasaron principalmente porque las fuerzas sucumbieron mayormente a causa de las enfermedades tropicales.
Blas de Lezo falleció en Cartagena de Indias al contraer la peste, enfermedad generada por los cuerpos insepultos, casi todos ingleses, ocasionados por los sucesivos combates dado que la bahía interior se convirtió en un auténtico pudridero de cadáveres flotantes, más los centenares que quedaron sobre las laderas de San Felipe de Barajas.
El informe de John Pembroke sobre Cartagena 1741. Testigo presencial de los hechos escribió el libro: «True Account of Admiral Vernon’s conduit of Cartagena»:
«By honest count we lost 18,000 men dead, and according to a Spanish soldier we captured, they lost at most 200. Admiral One Leg with his excellent leadership and fire killed 9,000 of our men, General Fever killed a like number. When I last saw the harbor of Cartagena, its surface was gray with the rotting bodies of our men, who died so rapidly that we could not bury them. The poor, weak farmers from our North American colonies died four men in five».
«Mediante una justa contabilidad perdimos a 18.000 hombres, y según un soldado español que capturamos, ellos perdieron como mucho 200. El almirante «Una Pierna» (Lezo) con su excelente dirección y fuego causó baja a 9.000 de nuestros hombres, y las fiebres generalizadas mataron a un número similar. Cuando di mi último vistazo al puerto de Cartagena, su superficie era gris con los cuerpos en descomposición de nuestros hombres, que murieron tan rápidamente que no podíamos enterrarlos. Los pobres y débiles granjeros de nuestras colonias norteamericanas murieron cuatro de cada cinco».
Inglaterra calló sus pérdidas, se prohibió escribir partes oficiales sobre la batalla contra Cartagena. Con la estrella inglesa rumbo a su cénit e inmersa en sus guerras europeas, era inapropiado que un acontecimiento como éste pudiera hacer sombra.
También lógicamente ocultó las monedas y medallas conmemorativas de la victoria que no alcanzaron; enterró en el olvido su desmantelada armada, y no hubo ningún juicio en búsqueda de responsabilidades a su derrotado almirante.España, en cambio, olvidó a Lezo, y lo destituyó del mando de la plaza por las intrigas del virrey Eslava más interesado en su futuro político; con él, enterró en el olvido aquellas jornadas gloriosas en las que este marino, manco, tuerto y cojo, dio buena cuenta de otra Armada Invencible, esta vez británica.
La derrota fue la mayor humillación que nación alguna hubiese sufrido, particularmente por la superioridad de las fuerzas y las celebraciones anticipadas de la victoria, aunque cuando murió Vernon, se le enterró en el panteón de los héroes nacionales, la Abadía de Westminster, con una falaz leyenda que en su tumba reza: «He subdued Chagres, and at Carthagena conquered as far naval force could carry victory». Es decir: «SOMETIÓ A CHAGRES Y EN CARTAGENA CONQUISTÓ HASTA DONDE LA FUERZA NAVAL PUDO LLEVAR LA VICTORIA» (¿?).
Una causa esgrimida, muy extendida, sobre la derrota británica es la que se refiere a las desavenencias entre Vernon y Wentworth, pero muchos olvidan las discrepancias de opinión entre el virrey Sebastián de Eslava y Blas de Lezo. El altivo marino, acostumbrado a mandar sus barcos tuvo que poner a disposición del ejército sus cañones y tropas, pero aun de esta forma siguió mandando a la marinería, dejando en muchas ocasiones en ridículo al virrey con sus acertadas decisiones. También Eslava tenía enemistades con el gobernador don Melchor de Navarrete, que había sustituido por defunción del anterior don Pedro Hidalgo. La opinión que tenía Navarrete del virrey no tiene desperdicio: no es capaz de servir la vara de alcalde del pueblo más insignificante de España.
El pasado mes de febrero se cumplieron 325 años del nacimiento de este bravo marino que con su acción impidió se seccionara mediante una brecha central el Impero Español en dirección hacia el Virreinato del PerúBlas de Lezo, cojo, manco, tuerto y sitiado por una fuerza diez veces superior a la suya, nos demostró, con sencillez y humildad, que su espíritu indómito, la furia española, que tanto fascina a los ingleses permanecía intacto. Un espíritu fundado en valores como el amor a su patria y a su rey, la sencillez, la humildad, la paciencia, la perseverancia, el trabajo, el sacrificio y una vida de permanente acto de servicio a España. Una lección viva y permanente para cualquier español de cualquier época.
Mientras España no dé el paso de reconocimiento permanecerá como Blas de Lezo: manca, coja y tuerta, que es así como quieren dejarla los separatistas que desprecian a sus héroes ante el silencio de tantos.El reconocimiento a este héroe debe tener como broche, junto al merecido monumento, la localización de su tumba en la que España y la Corona deben de empeñarse hasta lograrlo.
La situación puede parecer perdida pero la esperanza es lo único que nos queda y es la llama que mantiene viva nuestra Nación Española, ahora empobrecida y con un sistema educativo más pobre y manipulado todavía, que hace que se den palos de ciego ante un olvido de la propia identidad que otros se apropian tratando de mutilar a España.Las situaciones difíciles son un buen momento para recuperar la visión de conjunto y ahí está Blas de Lezo que con un ojo, y sin una mano ni una pierna supo mantener su espíritu intacto hasta el final.
Loor y respeto a nuestros héroes.
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