Nacionalismo vasco. Nacimiento de Eta

El 31 de julio de 1959 nace ETA de una escisión de la rama juvenil del Partido Nacionalista Vasco. El surgimiento de Euskadi ta Askatusana (Patria Vasca y Libertad), es la consecuencia directa de un proceso de varios años de encuentros y desencuentros en el seno del nacionalismo vasco, que languidece mortecino en el exilio exterior, mientras que en el interior se debate en la inoperatividad y en la decadencia más acentuada. Un día antes, 30 de julio, las Cortes han aprobado la Ley de Orden Público, una readaptación de la ley de 1933 de la Segunda República. Su objeto es que todos los actos de sabotaje o considerados subversivos por el régimen, pasen a ser juzgados por tribunales civiles. Hasta ese instante eran vistos en consejo de guerra por tribunales militares, lo que supone de hecho una suavización en la represión. En esos días, Franco se decide finalmente a poner en marcha el proceso de estabilización de la peseta y la liberalización del comercio, decantándose por la depreciación de la moneda. De hecho han tenido que transcurrir casi dos años de análisis y dudas. En el camino se ha abierto un frontal enfrentamiento entre los dos ministros técnicos del Gobierno; Alberto Ullastres de Comercio y Mariano Navarro Rubio, titular de Hacienda. Ambos son del Opus Dei. Y sin embargo, han defendido dos concepciones de la política económica radicalmente distintas. El primero ha sido partidario de no devaluar y aguantar. Es lo que más agradaba a Franco, que se resistía a dejarse caer bajo el peso y el dictado de la economía liberal capitalista internacional. El segundo, Navarro Rubio, ha luchado hasta el convencimiento de que la realidad imponía el reajuste de la moneda y la política financiera en consonancia con los mercados internacionales. La situación era insostenible. Casi de quiebra del sistema. A España no le quedaba más opción que introducirse en el neocapitalismo y buscar una nueva paridad peseta dólar, hasta ese momento fijada en 40 pesetas por dólar. Con el Plan de Estabilización la peseta fija su nuevo cambio en 60 unidades por dólar, las importaciones se liberalizan, el capital extranjero tiene más facilidades para invertir en España, se reduce el gasto público y se elevan los impuestos indirectos.
La elección del 31 de julio para la fundación de ETA no es casual ni caprichosa. Es el día de San Ignacio, la misma fecha escogida sesenta y cuatro años atrás por Sabino Arana, el inventor del nacionalismo separatista vasco basado en el sentimentalismo emocional de un ruralismo pueril; en la pulsión del romanticismo más reaccionario de la fábula de la pureza de la raza vasca, sustentada en las teorías del racismo biológico de Gobineau y Chamberlain, muy en boga en el siglo XIX, y en los conceptos fundamentalistas del integrismo católico, de la idea de pueblo y de lengua, para fundar el Partido Nacionalista Vasco en su afán de alcanzar la arcadia visionaria y mesiánica de la independencia del País Vasco del resto de España.
Desde entonces el nacionalismo vasco ha pasado por muchas vicisitudes. Su fuerza y desarrollo principal la ha alcanzado en la Segunda República. Al grito de «¡Dios y Fueros!», arraiga en las clases medias y en el entorno rural un discurso ideológico soportado en la sangre y en la tierra, en el concepto de Dios y de las leyes antiguas (JEL), artífices de la nacionalidad, de la construcción de la nación «Euskadi», que es la patria de los vascos, seres inmaculados dotados de las máximas virtudes por la singularidad de su raza aria, superior a todas y de su peculiar lengua, el euskera, despreciando que tan propia y suya es el castellano. Con esta argamasa el nacionalismo vasco sufre frustrado el imaginario perpetuo latrocinio extranjero españolista. Su activismo es obsesivo en el desprecio hacia los de afuera y en la doctrina antiliberal. Al inicio de la República, una asamblea de alcaldes vascos han aprobado lo que se daría en llamar el «Estatuto de Estella», promovido por la Sociedad de Estudios Vascos, con el fin de establecer una república vasca federada en la república española, y en las elecciones de junio de 1931 el bloque republicano-socialista es derrotado por la coalición vasconavarra de integristas católicos, carlistas y nacionalistas. Sin embargo esta puntual alianza duraría muy poco. En junio de 1932 los navarros abandonarían el movimiento autonomista, rechazando el proyecto de estatuto bajo el principio de «¡Estatuto, No! ¡Fueros, Sí!» Con ello Navarra ponía punto final a su corta aventura nacionalista vasquista.

La polarización y la fragmentación en la política y en la sociedad de la República elevan la crispación hacia una progresiva radicalización. La sublevación militar de julio de 1936, derivada hacia la guerra civil, introduce al PNV en la espiral de su propia traumática encrucijada. En el País Vasco la guerra es más fratricida y desgarradora aún que en ningún otro lugar. Álava queda en el bando nacional, en tanto que Vizcaya y Guipúzcoa se dejan mecer desde el lado republicano por el interés soberano de sacar adelante su estatuto de autonomía. Al nacionalismo vasco le repugna la escalada de terror revolucionario del Frente Popular y en su seno hay sectores importantes que simpatizan con los sublevados, amén de compartir con ellos un rosario de identidades ideológicas y de religiosidad. Pero el sueño de la independencia vía estatutaria, como primer escalón, hace del oportunismo virtud. Y en septiembre de 1936 envía a las Cortes a José Antonio Aguirre y a Basterrechea, dos de sus hombres fuertes, con un envite personal a Prieto: «Si usted quiere que Euskadi resista las embestidas fascistas haga lo posible para que se nos otorgue el estatuto y únicamente así le aseguraremos que se resistirá.» El primero de octubre de 1936 unas Cortes diezmadas por la guerra y la confrontación otorgan el estatuto a Euskadi bajo la unidad de la nación española. Ese mismo día, Franco es proclamado en Burgos generalísimo de los ejércitos, jefe del Estado y Caudillo de España por el bando nacional.
El 7 de octubre de 1936 José Antonio Aguirre, ex alcalde de Guecho, es ungido presidente del Gobierno vasco bajo el roble de Guernica en una ceremonia trufada de liturgia nacionalista, mientras que a corta distancia, grupos más radicales encuadrados en torno al semanario Jagi-Jagi (antecedente histórico de ETA), vociferan «¡Estatuto No! ¡Independencia, Sí!». Una de las primeras medidas del nuevo Gobierno es decretar la anexión de Navarra, elevar sus competencias y dar rienda suelta a un autogobierno voraz sobrepasando con creces el marco estatutario. En el frente, el ejército vasco, los batallones de gudaris, están integrados en el Cuerpo del Ejército del Norte, aunque Aguirre no lo cree así, dando por hecho que esas tropas son el ejército propio del nacionalismo vasco y a su servicio exclusivo. Sin embargo, la aventura del Gobierno nacionalista es de corto vuelo. Apenas nueve meses. A mediados de junio, superado fácilmente el Cinturón de Hierro, Bilbao es tomado por las brigadas de Navarra. El Gobierno vasco, con Aguirre a la cabeza y unos desmoralizados batallones de gudaris, buscan amparo en Cantabria en medio de una sonoro bronca del Gobierno de la República que tilda a los nacionalistas vascos de desleales, en tanto que éstos se escudan en la falta de apoyo por no habérseles enviado la aviación republicana. La pérdida de Euskadi significa para los nacionalistas que ya no tienen tierra por la que luchar. Bilbao se ha abandonado intacto y la guerra carece de sentido alguno. Juan Ajuriaguerra, miembro del ejecutivo vasco, negocia por encargo de Aguirre, la entrega y rendición total de sus batallones con diplomáticos y fuerzas italianas que están en Santander. La defección del Gobierno vasco al rendirse a las fuerzas franquistas en Laredo y Santoña es total. Y la convicción de traición en el frente republicano absoluta.
Los grandes medios de los que dispone la cúpula gubernamental nacionalista, le permite organizar una estancia cómoda en la zona vascofrancesa, bajo el paraguas protector del Frente Popular francés. Iniciada la Segunda Guerra Mundial, José Antonio Aguirre y varios miembros de su gobierno exilado, se marchan a los Estados Unidos, una vez superados los coqueteos que han mantenido con los nazis hasta su declive militar. A éstos les aseguraban una leal colaboración caso de tener en cuenta su aspiraciones independentistas. En los Estado Unidos un Aguirre entusiasta y anticomunista, se hecha en manos del Departamento de Estado. Vive con la creencia de que Franco y su régimen será barrido tras la victoria aliada y él repuesto en el poder de una Euskadi libre. Pero Franco y su dictadura no cae y soporta los momentos más duros del embargo de combustibles y de materias primas, las condenas internacionales, la retirada de embajadores, su marginación de los nuevos escenarios diplomáticos, la declaración tripartita norteamericana, francesa e inglesa y la formación de un fantasmagórico gobierno republicano en el que Aguirre se vuelca. La guerra fría mueve los peones de la escena internacional y Franco sale reforzado por su visceral anticomunismo. El mismo que también alienta en el exilio del nacionalismo vasco. José Antonio Aguirre y sus colaboradores no desfallecen y acentúan sus convicciones antisoviéticas y pronorteamericanas, echándose en brazos de la CIA y otros servicios de inteligencia, cuya colaboración y entrega a lo largo de más de dos décadas, será digna del más puro y radical maccarthismo antiizquierdista.
Pero el optimismo de Aguirre y los suyos se abre a la desilusión. Tras varios años de entrega absoluta al Departamento de Estado y a la CIA, para quienes han trabajado como antenas entre las comunidades de vascos de Sudamérica, la realidad termina por confirmar que Estados Unidos les ha abandonado. No harán caer al dictador español ni lo descabalgaran del poder. Antes al contrario, llegan con él a un pacto bilateral de ayuda y defensa mutua. En septiembre de 1953 se sellan los acuerdos sobre las bases entre la Administración Truman y Franco. Es una bofetada más que el nacionalismo añade al desalojo en junio de 1951 del edificio de la Avenue Marceau, sede del gobierno vasco en París. Aquel día Aguirre lloraría de tristeza. El nacionalismo vasco se precipita por el camino de la depresión y de la pasividad. Su actividad se torna estéril e inane, descomponiéndose e incapaz de dar alguna respuesta válida para el tiempo presente. Todo lo había fiado a la carta americana y ahora Aguirre y su gobierno en el exilio se quedaba sin estrategia ni horizonte alguno. Con la moral por los suelos. La suya es una generación que había logrado alcanzar un estatuto y un autogobierno, que había hecho la guerra y la había perdido, como también la posguerra. Su fracaso era absoluto. Además, el desarrollo económico e industrial alcanzado en el País Vasco, privilegiado por el franquismo, está permitiendo que amplios sectores de la gran burguesía vasca emerjan enriqueciéndose y nutra de cuadros la política industrial del régimen autoritario. Todo ello gracias al orden social alcanzado tras los años de represión estable. Decenas de miles de inmigrantes castellanos acuden a las Provincias Vascongadas a la llamada de este desarrollismo. Franco y su régimen personal se encuentra con un apoyo sociológico notable, siendo ampliamente tolerado por grandes capas de la sociedad que colaboran abiertamente con él.

En el inicio de la década de los cincuenta no existe un sentimiento nacionalista vasco arraigado en el interior. Se impone un sentido de lo nacional, no un nacionalismo español que hostigue al nacionalismo vasquista, sino simplemente un concepto de nación. Es en ese marco cuando un grupo de jóvenes estudiantes de Filosofía, Historia, Economía, Derecho e Ingeniería de Vizcaya; Julen Madariaga, Irigoyen, José Manuel Aguirre Bilbao, José María Benito del Valle y Gainzarain, y de Guipúzcoa, Txillardegi, Larramendi y Albizu, entre otros, se unen en torno a la publicación EKIN (Hacer), al objeto de redescubrir las señas de identidad del nacionalismo vasco. Todos son estudiosos del fundador Sabino Arana y de la historia del País Vasco en clave nacionalista, además de tener muy acentuada su religiosidad católica, hasta el extremo de esperar en vigilia a que las agujas del reloj cambie el día, según expresa Federico Krutwig, autor de Vasconia y uno de los ideólogos y pensadores «etistas», como se les empezará a distinguir en sus comienzos. Estos jóvenes, procedentes de familias acomodadas y de buena posición, en las que sigue vibrando el aliento nacionalista, no quieren verificar que Euskadi, la patria de los vascos, se les está muriendo en las manos y se afanan en intentar revitalizar y regenerar la herencia aranista, manteniendo un profundo respeto hacia el gobierno vasco y la persona de Aguirre, quien desde su exilio parisino intenta reorganizar la base juvenil del partido EGI (Eusko Gaztedi) en el interior. Otras voces, como las del escultor Jorge Oteiza, que se reúne habitualmente con Agustín Ibarrola, Dionisio Blanco, Antonio Pericás y Luciano Rincón, clama por despertar el alma vasca: «Somos un pueblo en derrota, en lenta decadencia… Hace tiempo que nuestro motor espiritual se ha parado… No podemos seguir detenidos en este bache histórico».
En las filas de EGI están Iker Gallastegui, hijo del dirigente del grupo radical Jagi-Jagi de la República, Mikel Isasi, Borja Escauriaza, sobrino de José María de Areilza, Peru Jauria, Patxi Amézaga y los hermanos José Antonio y Txabi Echebarrieta, partidarios de acciones violentas. Su sentido nacionalismo es más de carácter folklórico y superficial. EKIN tiende hacia ellos impartiendo charlas y cursillos de formación, con lo que se va tejiendo una mutua corriente de atracción y colaboración, que es bien vista desde París por Aguirre y de forma muy crítica por Juan Ajuriaguerra (Aspe), el hombre fuerte del nacionalismo en el interior. Para Ajuriaguerra, estos chicos de EKIN son culturalistas, intelectuales, siniestros y después comunistas. Su actividad es solapada y circunscrita a círculos restringidos para lo que no se requiere grandes medios económicos. No obstante, Julen Madariaga mantiene contactos con diplomáticos norteamericanos y agentes de la CIA en Bilbao al objeto de conseguir que la CIA les financie, como está haciendo con la socialdemocracia europea. Pero la propuesta no es tenida en cuenta. En 1956 José María Benito del Valle y José María Aguirre intervienen en el Congreso Mundial Vasco que se celebra en París para relanzar el nacionalismo. La convergencia e identidad entre EKIN y EGI es total. No hay diferencias ideológicas ni sociales, crean un Comité de Acción Directa y ambos grupos se fusionan en el seno del Partido Nacionalista Vasco. Sin embargo, el reproche a la inoperatividad e ineficacia de la estrategia del PNV les va a llevar a la ruptura. En enero de 1958 Ajuriaguerra promueve la expulsión de José María Benito «por su espíritu de rebeldía e indisciplina». Los miembros de EKIN-EGI no lo aceptan e intentan que Aguirre la frene sin conseguirlo.
La escisión definitiva tiene lugar el 20 de mayo de 1958 en casa de José María Retolaza, hombre de Ajuriaguerra. Durante un año van a coexistir dos grupos casi con las mismas siglas: EKIN-EGI, por libre y EGI, bajo la disciplina del PNV, hasta que EKIN-EGI se decide a cambiar de marca y de registro. Txillardegi, estudioso del euskera, piensa en principio en el nombre de ATA (Aberri ta Askatasuna) Patria y Libertad, que es desechado para decidirse por ETA, una Euskadi libre e independiente en un estado vasco para un hombre libre. Las primeras pintadas y octavillas con los gritos de «¡Gora Euskadi!» «¡Gora ETA!» aparecen el 31 de julio de 1959. Muchos confunden ETA con el nombre de una marca de jabón. ETA surge no como una ruptura ideológica con el PNV, sino meramente estratégica. De hecho, y durante un tiempo, la nueva formación alienta la esperanza de que el PNV reconsidere sus métodos de acción. En principio es un medio de presión hacia la matriz de la casa madre. Pero Aguirre no es ya más que una figura decorativa y Ajuriaguerra desata sus iras hacia los etistas clamando por su aplastamiento y docilidad. Pese a ello ETA sigue tratando al PNV con todo respeto y amabilidad, así como a la figura de su presidente José Antonio Aguirre. A través de su boletín Zutik (En pie), se cuida de no herir la susceptibilidad del gobierno vasco y dedica un homenaje a la figura de Aguirre en su fallecimiento y a la de sucesor José María de Leizaola como nuevo Lendakari.

A diferencia del PNV, ETA se define como un movimiento. Su activismo inicial consiste en lanzar octavillas, colocar ikurriñas, pintadas y quema de alguna bandera española, hasta que las escisiones y los cambios en su cúpula, luego de varias asambleas, la orienten hacia la dinámica acción-represión que determinará su voluntad hacia el terrorismo más brutal, impregnado de un concepto revolucionario y del marxismo leninismo maoísta. Pero esta ETA fundacional es elitista, desdeña la acción de masas sobre los trabajadores y los obreros; es más, los ve con todo recelo y desprecio. Una invasión. La mayoría son inmigrantes, una fuente de españolismo y un peligro para la identidad cultural y étnica vascas. Y pese a que trata de distinguir entre el inmigrante que acude al País Vasco a mejorar su calidad de vida, de forma pacífica y a integrarse plenamente en su sociedad, no deja de ser un instrumento político que puede llevar a la extinción del pueblo vasco. De ahí que la solución que propone en la construcción del futuro estado vasco, pasa por el despido y la expulsión masiva de los inmigrantes. Una limpieza étnica.
ETA modifica el racismo biológico de Arana basado en la pureza de raza del vasco hacia un concepto étnico-cultural. Sigue pensando que el vasco es superior a los españoles, ocupantes extranjeros, y busca encerrarse en sí mismo reivindicando su nacionalismo sobre la negación del otro, lo español. La columna vertebral de su pensamiento es la lengua. El euskera se convierte en el motor principal, el factor determinante y simbólico de la identidad de lo vasco y de su comunidad nacional e histórica. Para ETA, Euskadi es una nación ocupada por una potencia extranjera, España (después lo será también Francia), que busca eliminar el euskera y desplazar a las élites autóctonas por otra burguesía foránea hasta borrar la memoria de lo vasco con la masiva inmigración obrera. La religión es otra de las cuestiones fundamentales para ETA. Sus fundadores son católicos acentuados, pero a diferencia del nacionalismo integrista sabiniano, se declara aconfesional ante el recelo y la repugnancia que siente por el apoyo que presta la jerarquía eclesiástica al régimen franquista. Ello no impedirá que goce de la protección y cobijo de muchas parroquias y centros religiosos y de que numerosos sacerdotes alienten las actividades de ETA e incluso lleguen a militar en sus filas, ya con las armas y la gomados en la mano. Después serán los obispos vascos quienes muestren su comprensión hacia las acciones terrorista etarras.
El regeneracionismo de ETA no le impide asumir los mitos del nacionalismo vasco: igualitarismo y nobleza de origen de los vascos, un país libre e independiente en la historia hasta la pérdida de los fueros y la invasión española y la ocupación actual de su territorio por dos potencias extranjeras; Francia y España. El mito igualitario genera en sus conciencias la Euskadi de un pueblo noble y democrático, amante de la libertad, que sufre la invasión española, causa de todos sus males y desgracias, por lo que la única solución factible es la recuperación plena de la libertad sacudiéndose el yugo de la opresión, hasta la independencia absoluta. La ruptura total y el distanciamiento estratégico entre ETA y el PNV se verificará después de la Primera Asamblea que tendrá lugar en la primavera de 1962. Pero no será hasta varios años después, tras la IV y V Asamblea, años 65 y 66, en los que ETA optará por las acciones terroristas, una vez desaparecidos de la organización sus fundadores. En la etapa fundacional, ETA no habla de la práctica y utilización de los métodos violentos para conseguir sus fines, aunque desde un principio la organización estructure una de sus ramas como «militar». La puesta en marcha de los atentados terroristas vendrá precedida de una consulta a varios sacerdotes.
(Tomo 19-1959. El franquismo año a año- El Mundo 2006)

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    Acerca de Jesús Palacios

    Jesús Palacios es periodista e historiador especializado en Historia Contemporánea. Ha sido profesor de Ciencia Política y es colaborador honorífico de la Facultad de Ciencias Políticas (UCM). Miembro del Consejo Editorial de la revista www.kosmospolis.com y autor de "Los papeles secretos de Franco", "La España totalitaria", "23-F: El golpe del Cesid", "Las cartas de Franco", "Franco y Juan Carlos. Del franquismo a la Monarquía" y "23-F, el Rey y su secreto". Es coautor junto con Stanley G. Payne de "Franco, mi padre" y "Franco, una biografía personal y política", con ediciones en (Wisconsin Press), Estados Unidos, (Espasa), España y China. El general Sabino Fernández Campo, que fuera jefe de la Casa de Su Majestad el Rey Juan Carlos I, ha afirmado que: “Jesús Palacios es un escritor importante, que proporciona a sus obras un extraordinario interés y que las fundamenta en una documentación rigurosa y casi siempre inédita hasta entonces”... “A Jesús Palacios le deberá la Historia de los últimos tiempos muchas aclaraciones que contribuirán a que en el futuro se tenga un concepto más exacto, más neutral y más independiente de lo sucedido en momentos decisivos de la vida de nuestro país.”