Tercios españoles. Batalla de Rocroi. Ferrer Dalmau

Sobre la Leyenda Negra

«Por leyenda negra entendemos el ambiente creado por los fantásticos relatos que acerca de nuestra patria han visto la luz pública en casi todos los países; las descripciones grotescas que se han hecho siempre con el carácter de los españoles como individuos y como colectividad; la negación o, por lo menos, la ignorancia sistemática de cuanto nos es favorable y honroso en las diversas manifestaciones de la cultura y del arte; las acusaciones que en todo tiempo se han lanzado contra España, fundándose para ello en hechos exagerados, mal interpretados o falsos en su totalidad, y, finalmente, la afirmación contenida en libros al parecer respetables y verídicos y muchas veces reproducida, comentada y ampliada en la prensa extranjera, de que nuestra patria constituye, desde el punto de vista de la tolerancia, de la cultura y del progreso político, una excepción lamentable dentro del grupos de las naciones europeas. En una palabra, entendemos por leyenda negra la leyenda de la España inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos lo mismo ahora que antes, dispuesta siempre a las represiones violentas; enemiga del progreso y de las innovaciones; o, en otros términos, la leyenda que habiendo empezado a difundirse en el siglo XVI, a raíz de la Reforma, no ha dejado de utilizarse en contra nuestra desde entonces, y más especialmente en momentos críticos de nuestra vida nacional.»

Con estas palabras definía Julián Juderías y Loyot (1877-1918) la Leyenda Negra, primero en su trabajo: «La Leyenda Negra y la verdad histórica», ganador del concurso convocado por la revista La Ilustración Española y Americana en 1913; y después en su célebre libro publicado en el año 1914[1], que sigue reeditándose periódicamente. Un siglo más tarde, con la expresión consolidada en el terreno historiográfico y ampliamente popularizada, se puede afirmar que es a través del prisma negrolegendario como gran parte de la sociedad española obtiene su visión de la Historia de España.

Por su parte, y paralelamente a su influencia efectiva, la propia Leyenda Negra constituye un tema historiográfico concreto, como el lector puede comprobar con tan solo cotejar el importante número de obras librescas, conferencias, artículos y congresos que tienen a este par de palabras incluidas en sus títulos.

Nuestra posición partirá del reconocimiento de la existencia de la Leyenda Negra, afirmación que, por extraño que parezca, no resulta evidente ni siquiera para historiadores que emplean la expresión incluso en el título de sus obras, para después negar su propia realidad. El mecanismo por el cual se llega a tan llamativo resultado, consiste en anegar la especie en el género, es decir, en disolver todas las especificaciones de la Leyenda Negra antiespañola en la inevitable propaganda negativa que siempre reciben las potencias políticas, máxime si estas son de escala mundial, por parte de sus adversarios.

Desde nuestras posiciones, comenzaremos por afirmar la existencia de la Leyenda Negra, insistiendo en las particularidades del caso español, que en absoluto puede equipararse con lo que coloquialmente se entiende como «leyenda negra». Así pues, no nos hallamos ante un simple conjunto de descalificaciones y calumnias que pueden ir dirigidas desde la individualidad de una persona al pluralismo de una sociedad política determinada. El caso español no tiene unos perfiles tan imprecisos, pues muestra una gran persistencia en el tiempo y se caracteriza por el empleo constante del mecanismo deformatorio denunciado por Juderías, al cual se unen flagrantes omisiones de hechos que pudieran compensar el habitual negativo juicio que sobre España se tiene en algunos ambientes incluso académicos. Son tales atributos los que permiten que todavía la Leyenda Negra encuentre nuevos cauces que trataremos de analizar en adelante.

Por todo ello, si comenzamos por circunscribir el alcance de la Leyenda Negra al caso español, se hace necesario responder, de forma obligatoriamente sumaria, a la compleja pregunta: «¿Qué es España?».

La España que opondremos a tal pregunta, lejos de identificarse con la «España eterna», aquella que se remonta a las tribus hostiles a la Hispania romana –llegando, en el límite, a incorporar a Atapuerca y su homo antecessor entendido como «primer español»-, será la que responde a un ortograma imperial cuyo origen podemos situar en los pequeños reinos norteños que resistieron el empuje islámico durante el siglo VIII.

Una España que habría conseguido anteriormente su unidad territorial como Hispania, es decir, a través de su integración en el Imperio romano; y que, durante el periodo visigótico –y ello a pesar de que Ortega lamentara la debilidad en estos «germanos alcoholizados de romanismo»[2]– verá cristalizar algunas de las bases de su identidad política[3]. Con este frágil punto de partida territorial y político, realimentado con la llegada de sucesivas oleadas de mozárabes provenientes de la zona musulmana; y un fuerte componente religioso que enseguida se distanció de la Roma papal, pronto los reinos astures sentarán las bases de un imperio católico universal que guiará su proceder futuro.

Son estos atributos propios del caso hispano, caracterizados por su redundancia, si tenemos en cuenta que «universal» es un concepto casi intercambiable con «católico», pues la palabra griega καθολικός –katholikós-, usada por Aristóteles, remite directamente a lo universal, en concreto a la tierra de la que da cuenta el prefijo κατά, «katá» –hacia abajo- y el adjetivo ὅλος hólos– «entero», los que nutrirán la Leyenda Negra, cuyos ataques se podrán referir, de forma más o menos directa, a esta condición de Imperio Católico que ha poseído la Historia de España, -«Vicarios de Dios son los reyes, cada uno en su reino, puestos sobre las gentes para mantenerlas en justicia», advierte Alfonso X en sus Partidas, cuyo lema –«por el Imperio hacia Dios»- ilustra el intento de universalización del que hemos hablado. A esta doble condición se  refería en 1525 Alfonso de Valdés (1490–1532) en su Relación de las nuevas de Italia tras la victoria sobre los franceses en Pavía:

«Paresce que Dios milagrosamente ha dado esta victoria al emperador, para que pueda, no solamente defender la christiandad y resistir a la potencia del turco, si ossare acometerla, mas assosegadas estas guerras ceviles, que assi se deven llamar, pues son entre christianos, yr a buscar los turcos y moros en sus tierras, y ensalzando nuestra sancta fe catholica, como sus pasados hizieron, cobrar el imperio de Constantinopla y la casa santa de Jerusalem que por nuestros pecados tiene ocupada. Para que como de muchos esta profetizado debajo de este christianissimo principe todo el mundo reciba nuestra sancta fe catholica. Y se cumplan las palabras de nuestro Redemptor: Fiet unum ovile et unus pastor

Si hemos hecho estas apreciaciones sobre la pregunta «¿Qué es España?», habremos de hacer algunas precisiones sobre el concepto de «imperio», que lejos de tener un sentido unívoco, debe ser matizado. Para ello acudiremos a la obra del filósofo español Gustavo Bueno[4] (Santo Domingo de la Calzada, 1924), quien discrimina entre imperios generadores e imperios depredadores, clasificación emparentada con la clásica distinción entre imperio civil e imperio heril que centró gran parte de los debates celebrados durante el despliegue hispano. La caracterización que hacemos del Imperio español como imperio generador queda demostrada en virtud de un objetivo plenamente cumplido una vez derrumbada tal estructura política. Así es: en la actualidad existe en el continente americano una veintena de naciones soberanas con importantes nexos culturales y políticos, con una gran implantación de las instituciones españolas, algo impensable en los imperios –depredadores- coetáneos al español: Inglaterra y Holanda principalmente.

El Imperio español, de aliento generador, se situará a la escala histórica de los imperios de Alejandro Magno o Roma y, como es lógico, no sólo tendrá que vérselas en su momento con adversarios que mostraban una hostilidad política con trasfondo religioso, como el Islam y los reinos acogidos a la Reforma, sino que, en su desplazamiento hacia Occidente, se encontrará con un nuevo continente, América, poblado por hombres ajenos a la pugna Cristiandad-Islam o la que enfrentaba a los reinos cristianos europeos. Un hallazgo que, como veremos, servirá en bandeja nuevos argumentos a la Leyenda, pues el llamado Nuevo Mundo, poblado por sociedades que todavía empleaban útiles de piedra y adoraban a dioses zoomorfos que exigían su tributo de sangre humana, atesoraba grandes cantidades de metales preciosos, pero también una importante y heterogénea población con distintos grados de desarrollo. Es en este contexto donde la Leyenda Negra, que había sentado sus bases en Europa cuestionando las características raciales y religiosas de los españoles, unidas a su crueldad, se amplificará incorporando nuevos argumentos: América, tal es la imagen que llega hasta nuestros días, será el escenario en el que los españoles, con la codicia como única sed, habría cometido todo tipo de actos bárbaros contra unas gentes indefensas.

Siempre desde estas coordenadas, a lo ocurrido en el otro lado del Atlántico se sumarán otros factores propios de España: el fanatismo, la intolerancia y el oscurantismo cuyo máximo símbolo era la Inquisición, obstáculo insalvable para que en ella penetren los aires de progreso que iban ligados a la reforma protestante.

Son estos algunos de los conocidos rasgos de la Leyenda Negra, cuya influencia es tan grande que envuelven ideológicamente toda una metodología de interpretación de la Historia de España construida sobre las que cabe denominar «cuestiones negrolegendarias» a las que vamos a dedicar este trabajo que no se detendrá en algunos temas clásicos de la Leyenda Negra -Inquisición, Antonio Pérez, Las Casas,…-, sino que trataremos de avanzar en las líneas que consideramos profundizaciones de tal Leyenda, líneas actuales como puedan ser el indigenismo o la islamofilia.

A desmontar muchas de estas deformaciones e interpretaciones, es lo que abordo en el ensayo Sobre la Leyenda Negra, manejando precisamente numerosos materiales librescos, pues si acabamos de hacer un breve esbozo de la ideología negrolegendaria, la tecnología que aportó la imprenta constituyó un instrumento decisivo para la propagación de la imagen negativa de España contra la que trabajó Juderías, siguiendo la estela de los que le precedieron y abriendo nuevos caminos a los que le sucedieron. No obstante, es obligado insistir en que no nos hallamos ante una «guerra de papel» o ante un asunto especulativo, pues la ideología negrolegendaria tiene un importante peso en la realidad política de todo aquello que tenga que ver con España.

 

[1] La primera edición del libro, titulado La leyenda negra y la verdad histórica. Contribución al estudio del concepto de España en Europa, de las causas de este concepto y de la tolerancia religiosa y política en los países civilizados, corrió a cargo de la Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Por nuestra parte, hemos empleado la edición que en 2007 hizo Atlas.

[2] José Ortega y Gasset, España invertebrada (1921).

[3] Pese a la negativa visión orteguiana en relación con los romanizados bárbaros, Fernando el Católico recurrió a ellos para enfatizar la labor de su reinado. Estas son sus palabras: «ha mas de 700 años que nunca la corona d´España estuvo tan acrecentada ni tan grande como ahora, asi en poniente como en levante, y todo después de Dios por mi obra y trabajo». Corría el año de 1514, Navarra había sido conquistada y Fernando de Aragón reinaba sobre el territorio unificado políticamente y, sobre todo, religiosamente, por Recaredo, tierras a las que se sumaban vastas posesiones extrapeninsulares.

[4] Para comprender el concepto de imperio generador, véase España frente a Europa (Alba Editorial, Barcelona 1999).

Acerca de Iván Vélez

Iván Vélez (Cuenca, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Colaborador habitual de la revista El Catoblepas, es autor, entre otros, de los libros: Gustavo Bueno. 60 visiones sobre su obra (VV. AA., Pentalfa Ediciones, Oviedo 2014), Podemos ¿Comunismo, populismo o socialfascismo? (Pentalfa Ediciones, Oviedo 2016), Sobre la Leyenda Negra (Ed. Encuentro, Madrid 2014, reedición ampliada, 2018) y El mito de Cortés (Ed. Encuentro, Madrid 2016). Asimismo, ha colaborado y colabora en El Basilisco, El Catoblepas, Ábaco, Folklore, Altamira, Kosmos-Polis, ABC, El Mundo, Libertad Digital, La Gaceta, y ha participado en diversos congresos y encuentros de Filosofía e Historia nacionales e internacionales.