Hace ya muchos años, muchísimos, era yo el delegado de curso de la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid. España comenzaba a establecer relaciones comerciales y diplomáticas con algunos de los países de la antigua URSS. Entre ellos, Polonia, Checoeslovaquia, Hungría y Yugoslavia. Todos ellos estaban aún bajo el yugo soviético y gobiernos de los diferentes partidos comunistas. No obstante las dificultades para viajar a esos países, ya que los pasaportes españoles lo prohibían expresamente, me dirigí al Director de la Escuela para que me avalara un escrito en el que pedía a la Delegación comercial de Rusia y Polonia que me permitieran viajar con pasaporte español. Asimismo, conseguí una pequeña beca o ayuda de la Fundación de la Banca López Quesada como «trabajo de investigación». Y al cabo de unos días recibí en la Escuela la respuesta con los permisos correspondientes para viajar. Y allí me fui con mi maleta llena de ilusiones por la experiencia que suponía para un joven aspirante a periodista.
En Polonia tuve ocasión de conectar con una Agrupación cultural que, en realidad, eso lo descubrí después, era un modo de camuflaje de estudiantes católicos que ayudaban al sindicalista Lech Wallesa. Me ayudaron a conocer el país en un viejo coche alquilado por mí. Y en uno de aquellos viajes les hablé de la División Azul que había luchado por aquellas tierras. Poco sabían de este episodio pero uno de ellos me dijo que preguntaría a su padre. Y efectivamente, a los dos días, fueron al hotel/pensión donde me hospedaba en Varsovia y me presentaron al padre. Hablamos en francés ya que había sido emigrante en Argelia y me dijo que recordaba perfectamente aquellos años de la guerra. Percibí su enojo contra los alemanes, sin embargo, me habló bien de los españoles divisionarios. Y me contó una historia de un primo suyo que vivía en Katowiche, una ciudad minera al sur de Polonia.
Los alemanes obligaban, según su primo, a los judíos a ir por la calzada de las calles, no por las aceras, iban con la estrella de David cosida a la espalda y de este modo estaban perfectamente identificados para cualquier medida represora. Cuando los divisionarios españoles, que llegaron a Katowice camino de Stalingrado, vieron este trato tan aberrante decidieron ir también por la calzada y mezclarse con los judíos para enfado de los alemanes que trataron inútilmente de obligar a los españoles a caminar por las aceras. Eso salvó a muchos de los disparos indiscriminados que hacían como forma de castigo a los judíos por la resistencia en el gueto de Varsovia y Cracovia. El buen recuerdo que los españoles dejaron allí quedaba en la memoria de los testigos aún vivos.
Conociendo esta historia, decidí proseguir siguiendo una ruta que me señaló en el mapa aquel polaco. Me fui con uno de aquellos estudiantes que hablaba algo de inglés y perfecto ruso en el coche alquilado, creo que costaba cuatro pesetas diarias el alquiler. Y comencé a viajar con mis permisos hacia la frontera de Lituania y de allí a la cercana Rusia. Tres días de viaje para localizar algún cementerio de los divisionarios españoles que, según me dijo el polaco, existían en esos lugares donde hubo batallas muy duras entre el ejército alemán y el ejército ruso con la intervención de la División Azul. Efectivamente, llegué a un pueblecito en medio de la estepa rusa, creo que se llamaba o se llama Paulovsk. Y allí había un pequeño cementerio con una cruz y el nombre de seis soldados de la División Azul.
Mi sorpresa fue enorme cuando vi bajo la modesta lapida de madera tallada a mano unas flores silvestres. No entendía aquel gesto que tanto me alegró y me acerqué al pequeño pueblo con el amigo polaco. Fuimos preguntando y nos señalaron una casa modesta. El polaco se presento y dijo que yo era un periodista español, en realidad era estudiante de último curso, pero eso dio importancia a la conversación que tuvieron en ruso. Me tradujo en su ingles elemental y entendí que ella siendo muy joven había conocido la generosidad y la nobleza de los soldados españoles cuando entraron en el pueblo. Que les daban parte de sus raciones de alimentos porque morían de hambre al estar cercados por las tropas. Aquellos voluntarios españoles evitaron que los alemanes le prendieran fuego al pueblo alojándose en algunas casas, quedando grabado su recuerdo para siempre en ese pueblo y los alrededores.
Le di las gracias y me dijo que fuera a la biblioteca de un pueblo cercano más grande y que preguntara por el diario de una joven que había vivido muy de cerca algunos hechos. Así lo hice, y viajamos unos cuarenta kilómetros hacia la frontera de Lituania y Rusia, que entonces no existía por ser el mismo territorio de la URSS. En la biblioteca me mostraron el diario de una joven llamada Lidia Osipowa y en el relataba lo que ocurría en ese territorio en pleno avance alemán. El polaco me lo tradujo y yo tomé unas notas que intentaré transcribir ahora: «25 de junio de 1.942. Circulan rumores que pronto llegaran los soldados españoles de la célebre División Azul». «25 de agosto de 1.942. Conocimos al intérprete de la División Azul, un tal Alexander Dosky, y el nos presentó a soldados españoles. Los españoles eran gentes de buen corazón, generosos y humanos, pero frustraron nuestras expectativas respecto a su aspecto físico. Creíamos eran bellos y apuestos, pero eran de pequeña estatura, algo desaliñados y pícaros, pero generosos y muy simpáticos. Las chicas bellas que convivían con los alemanes se pasaron a los españoles, y los españoles se mostraron generosos y corteses con los de la comarca, singularmente con las mujeres guapas.
Alemanes y españoles no congeniaban, ni en idearios ni en la actitud ante la población. Los españoles recibían dos raciones de suministro, una del Ejercito alemán y otra de España. Y cuando comían lo repartían entre la población. La población civil valoró el talante de los españoles y rápidamente se establecieron lazos de afecto, especialmente con los niños. Cuando los alemanes se movían en sus vehículos jamás consentían que nadie subiese a bordo. Cuando lo hacía los españoles sus vehículos se llenaban de jóvenes y niños que rodeaban a los soldados españoles. Los nombres comunes, Pedro, Jose, Antonio, Francisco, eran conocidos de todos y siempre andaban por las calles sin miedo a atentados, y junto a la población civil que les miraban con enorme afecto. Como anécdota, un joven lituano que vagabundeaba por las aldeas, un día robó un pan, estuvo a punto de ser fusilado pues el pan era de los suministros alemanes, le salvó la enérgica intervención de un capitán español. No los olvidaremos jamás».
Y en otra entrada decía: «8 de enero de 1.943. Algaradas entre los alemanes y los españoles. Estos habían golpeado a mujeres, los españoles comenzaron a agredir a todo alemán que encontraban; las peleas fueron auténticas. Como siempre, las acciones no procedían del mando, sino de simples soldados». Y otra más después de una terrible batalla: «15 de marzo de 1.943. los alemanes son valientes, así lo manda su Fhürer. Los españoles que yo conocí, carecían de instinto de conservación, en un ataque perdieron casi el 50% de los soldados, mientras el otro 50% seguía combatiendo y cantando. Esto lo vi yo con mis propios ojos y los alemanes se asombraban ante su resistencia y valor infinito.» Fue entonces cuando comprendí el sentido de aquellas flores junto a las tumbas de los soldados españoles en medio de la estepa rusa. Y me emocionó muchísimo.
Vuelvo a estas fechas. Ayer recibí de un compañero periodista que fue corresponsal en Moscú un mensaje acompañado de fotos donde me decía que en Rusia, en el cementerio de Pankowka-Novgorod, concretamente en la ciudad de Veliky, se han colocado una placas en homenaje a los soldados españoles de la División Azul. Se ha levantado un monumento de piedra como memorial, se ha tallado una gran cruz y debajo unas frases laudatorias y los nombres de todos ellos con un circulo de lápidas de piedra que rodean el monumento. Debajo, en el suelo, un conjunto floral y una corona con los colores de la bandera española. He enviado esta foto al Periódico para ver si se puede reproducir.
Y todo esto lo escribo por esas paradojas de la vida. Mi hijo vive en Madrid en una calle que llevaba el nombre de Caídos de la División Azul. El Ayuntamiento de Madrid ha decidido quitar ese nombre y sustituirlo por otro, ahora se llama Memorial 11 de marzo de 2004. Ya ven, amigos lectores, el nombre y recuerdo de aquellos jóvenes españoles no vale nada para esta alcaldesa y su equipo. En tanto que en Rusia, Lituania y Polonia los consideran y honran su memoria con el honor y la gloria de los héroes.