Palacio del Buen Retiro, sede del Museo del Ejército hasta la ampliación del Prado

La ampliación del Prado y sus daños colaterales: El Museo del Ejército

EL PROYECTO

José María Aznar protagonizaría una iniciativa contra el Patrimonio Nacional, nada más llegar a la Presidencia, de suma importancia. La operación conocida como la ampliación del Museo del Prado tendría dos damnificados: el barrio de los Jerónimos y el Museo del Ejército.

Dicha ampliación, fue presentada a la opinión pública como una necesidad de espacio para exponer las pinturas almacenadas en los sótanos de la pinacoteca. Una vez terminada, el entonces director, Zugaza, en un arranque de sinceridad, que bien podría haber tenido antes de iniciarse la misma, señaló que “no sabía que utilización dar a la antigua sede del Museo del Ejército”.

Los ladrillos del cubo de Moneo en los Jerónimos, se erigieron con una palmaria falta de sensibilidad artística y, lo que es peor aún, soslayando la ley del Patrimonio que protege el monumento. Tampoco se tuvo en cuenta la opinión mayoritariamente contraria de los vecinos del barrio, ni de arquitectos y urbanistas como, Foster o Lamela, que fueron ajenos al sustancioso negocio que supuso la obra para aquellos que estaban bien conectados con el Patronato del Prado.

En lugar de planificar un crecimiento armónico, sin dañar el entorno o a otros sectores de nuestra cultura, como hubiera sido ampliar por el subsuelo del jardín Botánico, de manera similar a como se amplió el museo de Bruselas o el Louvre. Sin embargo, se optó por la peor solución; la de  practicar el canibalismo artístico y laminar dos joyas de nuestro patrimonio. Todo ello sin reparar en gastos, para la mayor gloria y vanidad de unos políticos cuya incultura solo es superada por su incompetencia.

LA JUSTIFICACIÓN

A la falta de espacio expositivo para el Museo del Prado, era preciso presentar una razón constructiva que justificara el traslado del Museo del Ejército de su sede. La recuperación del Salón de Reinos, del palacio del Buen Retiro, fue la idea propuesta. Para ello, Aznar contó con la inestimable colaboración de dos prestigiosos hispanistas: J. Brown y J.H. Elliott.

Ambos, en un ejercicio de arqueología palaciega, y basándose en el relato del comerciante inglés Robert Bargrave, que lo visitó en el invierno de 1654-55, presentaron su dictamen sobre la hipótesis de la existencia de una balconada interior que circunvalaba todo el Salón, y permitía la celebración de obras teatrales, dándole así a la estancia una doble utilización: salón del trono por el día y corral de comedias por la noche, algo similar a “Belle de Jour”. Esta “recuperación” fue recibida de manera entusiasta por el Gobierno, con Miguel Ángel Cortés oficiando de ponente.

Existen numerosos elementos que permiten rechazar la hipótesis anterior:

. No es plausible que el salón del trono fuera utilizado como teatro, cuando sabemos de la existencia de una estancia ad hoc, el coliseo, a pocos metros y dentro del palacio: “los reyes se entretienen en el Buen Retiro oyendo las comedias en el coliseo” (Pellicer, Avisos históricos Semanario Erudito 1640).

. Tampoco era el Buen Retiro una construcción que tuviera falta de espacio, y esa doble utilización iba contra la etiqueta y protocolo de la Casa de Borgoña, si se tiene en cuenta el comportamiento de la época en esas representaciones: “en la cazuela de las mujeres han echado entre ellas ratones en cajas…y las damas se entretenían tirando huevos plateados llenos de agua de olor…” (Pellicer Op. Cit.)

. La existencia de una balconada hubiera reducido el Salón de Reinos en lugar de engrandecerlo, y la circulación de personas no hubiera sido posible a causa de la etiqueta (cubiertos ante el Rey solo los Grandes de España y por encima de él, nadie).

. Los cuadros de Zurbarán no cabrían en el espacio existente entre balcones y ventanas si se añade una balconada interna.

. “Los reyes estaban en la eminencia de las puertas” (Manuel Gallegos, Silva topográfica 1637), es decir, sobre las puertas y no junto a ellas como les colocan Brown y Elliott, para poder poner su balconada.

. Brown y Elliott justifican que Bargrave, en su relato, no haga mención de las pinturas del Salón, “porque en invierno estas solían sustituirse por tapices en los palacios españoles”. No obstante, si se continua con el relato “se ve que hay otra larga galería amueblada con gran copia de pinturas”. Por ello es difícil de aceptar, que siendo el principal motivo decorativo del Salón de Reinos los retratos reales, las pinturas de batalla y los trabajos de Hércules de Zurbarán; fueran sustituidos por tapices en invierno y no ocurriese lo mismo con otras estancias menos representativas del palacio. Sería renunciar la mitad del año al mensaje subliminal que se quería trasmitir a los embajadores y enviados extranjeros a través de las pinturas. Objetivo principal del Conde -Duque y como lo  realizó Velázquez  al decorar el Salón.

. Antonio Ponz, en su obra Viaje de España (1793), en la parte dedicada a los Reales Sitios no hace ninguna mención a la balconada, siendo por otra parte un relato pormenorizado y meticuloso de todo aquello que es reseñable en los diferentes palacios. Tampoco en Gallegos (1637), Conca (1797), Mesonero Romanos (1867), Elías Tormo (1912), Marañón (1940), y Pantorba (1955), encontramos la menor referencia a la balconada interior.

. El conde de Maule en su obra Viaje por España, Francia e Italia (1812), describe con detalle el Salón de Reinos en la época que lo visitó, 1812, se llamaba Sala de Cortes, al encontrarse entonces el Salón del Trono en el palacio de Oriente. No menciona ninguna balconada interior en dicho espacio, aunque más adelante, al hablar del teatro de palacio (coliseo) dice textualmente: “la platea es de bastante extensión, circuida de cinco órdenes de palco, con su balaustrada, dorados”. No es lógico que describa con todo detalle las balaustradas de un teatro, cuya existencia es normal, para pasar por alto “otra” en el antiguo Salón del Trono, cuya construcción hubiera sido completamente novedosa.

Todos estos autores reseñan meticulosamente el palacio del Buen Retiro, y sus testimonios, además de coincidir entre sí, coinciden también con las principales fuentes del siglo XVII que poseemos: Manuel Gallegos y J. Pellicer. Testimonios que están en consonancia con la costumbre en la construcción de los palacios en España y la etiqueta borgoñona de uso en la corte. En resumen, todas ellas son más fiables que el relato de un comerciante inglés, en el que se basan Brown y Elliott para sustentar su hipótesis. Lo más sorprendente, es que los elementos indicados estaban todos al alcance de estos autores si se hubieran molestado lo más mínimo en buscarlos.

La recuperación del Salón de Reinos supondría una inversión cuantiosa en un proyecto con escaso valor cultural, aunque sí curioso. Por un lado sería preciso trasladar varias pinturas desde el Museo del Prado: seis de Velázquez (los cinco reales y la rendición de Breda), los once de Zurbarán, dos de Leonardo, uno de Pereda, uno de Mayno, tres de Carducho, uno de Castello y uno de Cajés.

Todas las obras fueron pintadas para dar una impresión de conjunto, pues lo importante era el mensaje político, no su contemplación singular. Por ello, la parte inferior de los cuadros de batalla y de los trabajos de Hércules están por encima del dintel de las puertas. De colocarse la balconada propuesta por ambos autores, los cuadros bajan y su contemplación es acorde a nuestra época, pero no con la ideada por Velázquez en el siglo XVII. Aquí reside la curiosidad del proyecto, construyendo la balconada interna se logra la contemplación singular de las pinturas, aunque construyendo el Salón de Reinos que nunca existió.

UN POCO DE HISTORIA

El Museo del Ejército, a pesar de su denominación, no era propiedad del Ejército de Tierra, sino que como todos los museos nacionales su titularidad pertenece al pueblo español. Fue el primer museo nacional que se fundó en España en 1803. Ocupó unas estancias del palacio de Monteleón, colindante con el parque de Artillería.

Cinco años después, el 2 de mayo, los soldados allí destinados se unirían al pueblo de Madrid para enfrentarse a las tropas napoleónicas de ocupación. La mayor parte de ellos sucumbirían en el intento, los restantes serían fusilados al día siguiente en las tapias del Retiro. Este solo hecho le hace único. Es el único museo existente en el mundo que, con su personal y sus fondos, se ha enfrentado a un ejército invasor. No obstante, su importancia cultural no radica únicamente en este retazo de nuestra historia, sino en la calidad de los fondos que posee, más de 33.000.

En 1813 tuvo lugar la huida de España del rey José I, y en su equipaje trasladó a Francia el mayor expolio cometido contra nuestro patrimonio cultural de toda nuestra historia. Un año después, el Museo del Ejército sería instalado en el palacio de Buenavista, antigua residencia de Godoy. El general Espartero, después del abrazo de Vergara, decidió instalarse allí, y los fondos del museo se colocaron en la crujía norte del palacio del Buen Retiro. Era lo único que quedaba en pie, además del Casón y la iglesia de los Jerónimos, después del paso de los franceses por Madrid y de utilizar como cuadras para la caballería de Murat el palacio que el Conde–Duque ofreció a Felipe IV.

La formación, consolidación y crecimiento del Museo del Ejército tuvo lugar en el siglo XIX, el más difícil de nuestra historia y en las condiciones más adversas que imaginarse puedan. En cien años, España atravesaría por tres guerras civiles, cuatro abdicaciones, un derrocamiento, una república, dos instauraciones monárquicas, dos restauraciones borbónicas, siete constituciones, dos invasiones extranjeras, la pérdida del imperio americano y de oriente, una guerra con EEUU, cuatro regencias y numerosos pronunciamientos militares.

Todo ello supone un catálogo impresionante de inestabilidad política que obliga a rendir testimonio de admiración a todos aquellos que con su trabajo lo hicieron posible, y que fueron capaces de salvaguardar y legarnos un Patrimonio Histórico de incalculable valor. Por ello, su conservación y transmisión a las sucesivas generaciones nos corresponde, ineludiblemente, hoy a nosotros.

Al poseer este museo el carácter y contenido de la historia general de España, su sede natural es la capital de la nación. Además, existe otra razón, y es que llevaba en ella más de 200 años, y los museos no son circos para trasladarlos de ciudad en ciudad. Hasta la fecha, nadie ha dado una razón cultural que justificase su traslado. Había otras opciones para incrementar el espacio del museo del Prado, y el proyecto para la “recuperación” del Salón de Reinos, como he demostrado más arriba se sustentaba en una falsedad, eso sí, avalada por dos prestigiosos hispanistas a quienes el Consejo de Ministros condecoró con dos Grandes Cruces. Lo que cobraron lo desconozco. Por todo ello, creo que sería justo darle al señor Aznar el segundo puesto en la lista de expoliadores de nuestro Patrimonio Nacional, que hemos tenido a lo largo de nuestra historia, justo detrás del rey José I.

EL TRASLADO

Existe un aforismo que señala que el traslado de un museo equivale a la mitad de un incendio. Contemplando lo sucedido con la Tizona, con la colección Medinaceli, con la hoploteca y con la colección de artillería; no puede tildarse de exagerado el aforismo anterior.

Nadie ha dado una razón plausible de por qué sus fondos se llevaron a Toledo, ni de su ubicación en el Alcázar. El único dato que poseo es que el alcalde de Toledo en esa época era también compañero de estudios de Aznar (según pasan los años parece confirmarse que el que después sería Presidente del Gobierno, en su juventud iba con malas compañías).

El Alcázar de Toledo ya tenía su propio museo de historia militar, además del pequeño museo en torno al asedio que sufrió en los inicios de la última guerra civil.

La decisión del traslado es, en mi opinión, un error que presenta múltiples aspectos:

. El urbanístico. La obra de ampliación ha desvirtuado el espacio de la plaza de Zocodover. Toledo es patrimonio de la humanidad, concedido por la UNESCO, y al igual que en Madrid con el barrio de los Jerónimos, se ha vulnerado la legislación que protege a la ciudad de obras que no estén debidamente avaladas. Las autoridades municipales y autonómicas, de ambas ciudades, han prestado su colaboración entusiasta a estos dos desafueros.

. El arqueológico. Al removerse yacimientos celtas. romanos, visigodos, musulmanes y cristianos de una manera nada ortodoxa.

. La económica. Al situar a gran parte del museo en el subsuelo del Alcázar y pegado al cauce del Tajo, será necesario invertir una gran cantidad de recursos para conservar unos fondos, que en su mayor parte son metálicos o textiles. Una elección por encima del suelo y alejada del río hubiera sido más idónea.

. La política. Ubicar el principal museo de la historia de España en uno de los edificios más emblemáticos de uno de los bandos contendientes de la última guerra civil, todavía no superada, provocará rechazo. Un museo de historia debe aspirar a ser lugar de encuentro no de confrontación.

. La museológica. En su sede anterior, las piezas expuestas eran unas 27.000, en Toledo son 6.500 y los criterios expositivos no son didácticos sino estéticos.

Si se hubieran utilizado adecuadamente los mágnificos yacimientos arqueológicos encontrados en el Alcázar, podría haberse ideado un museo sobre la evolución cultural de la península ibérica, a partir de las diferentes técnicas de fortificación que poseían las civilizaciones que pasarón por Toledo. Ese museo de nueva planta y concepción, sí hubiera enriquecido el patrimonio toledano y nacional en lugar de deteriorarlo.

La salida del Museo del Ejército de Madrid, ha significado privar al eje Prado Recoletos de un patrimonio que tiene desde hace más de 200 años, y lo que es peor, dividir unas colecciones y perder unos fondos que son insustituibles. Además, su nueva ubicación causará un efecto negativo y perdurable sobre la percepción que algunos ciudadanos tienen de sus Fuerzas Armadas.

Acerca de Diego Camacho

Coronel de Infantería, diplomado en Operaciones Especiales. Licenciado en Políticas y profesor de Relaciones Internacionales.

Un comentario

  1. Lo conocí bien cuando se hallaba en su sitio, la capital. Y no soy de Madrid, sino de Navarra. Ahora lo he vuelto a ver. A la desaparición de la mayoría, en cantidad y calidad, de la colección, se suma lo inexacto cuando no sectario de sus paneles, que llegan a la ridiculez. Además provocó la desaparición del museo de la resistencia del Alcázar, que era lo que se pretendía a la vez que eliminar las piezas de la División Azul o el coche de Carrero que estaba en la sala de los magnicidios. Por si fuera poco, la famélica colección se muestra desordenada y confusa. El que era uno de los mejores museos militares del mundo es ahora una caquita. Gracias José María.