Educación y servicio militar en el franquismo

Veintiún años después de que José Mª Aznar anunciara la supresión del servicio militar obligatorio, que culminaría el 31 de diciembre de 2001, conviene recordar un aspecto que ha sido muy poco estudiado, pero que, sin duda, contribuyó a mejorar el bienestar de la sociedad española. Concretamente, el papel educador del ejército español durante los casi cuarenta años que van desde el final de la Guerra Civil hasta 1975, no sólo alfabetizando sino también instruyendo y dando una enseñanza de carácter profesional a sus reclutas durante el cumplimiento del Servicio Militar, tarea que permitió el acceso a la educación a grandes masas de población masculina.

De sobra es conocida la importancia de la educación para el progreso económico y social de un país, así como las trabas que supone contar con una mayoría de población analfabeta para alcanzar determinados niveles de bienestar. Históricamente, tanto la difusión como la universalización de la alfabetización han sido, causa y consecuencia, en una parte importante, de factores económicos: son necesarios ciertos niveles educativos para que se produzca un desarrollo económico, al mismo tiempo que el crecimiento económico posibilita un acceso a la educación de mayores sectores de población. Por el contario, la ausencia o escasez de educación es un obstáculo al crecimiento económico.

Tal y como expone Núñez , el proceso de transición de la alfabetización de una población, es decir el paso de una alfabetización restringida (menor del 30%) a la universalización (superior al 70%), fue un proceso que se inició en la Europa Occidental durante los siglos XVII y XVIII, mientras que en España comenzó a partir de la segunda mitad del siglo XIX y fue bruscamente interrumpido por la Guerra Civil. Trasladado a cifras, significa que mientras que en 1900 la tasa de analfabetismo de Inglaterra era sólo del 3%, en nuestro país se situaba en casi el 60% de la población y en 1930 aún era del 30%. Obviamente, esta falta de educación contribuyó al atraso generalizado de nuestro país y al finalizar la Guerra Civil, España presentaba un panorama desolador: a la destrucción originada por el conflicto se sumaba un atraso económico, social y cultural estructural. Si bien es verdad que durante los primeros cuarenta años del siglo XX se había avanzado mucho en cuanto a alfabetización de la población se refiere , aún existía casi un 20% de la población total y un 12% de población masculina totalmente analfabeta , según la información proporcionada por el Censo de la Población Española de 1940.

1. EL ANALFABETISMO ENTRE LOS RECLUTAS (1910-1975)

¿Se puede conocer cuáles eran las tasas de alfabetización de la población masculina con 21 años, edad a la cual comenzaba el Servicio Militar? Los Anuarios Estadísticos Militares, que comienzan a publicarse de manera continua desde 1960, dan información oficial de la alfabetización de los reclutas desde 1943. Con anterioridad, tan sólo disponemos datos para el periodo de 1912-1920 a través de la Estadística de Reclutamiento y Reemplazo, y de datos sueltos hasta 1929 extraídos de los Anuarios Estadísticos de España. Esta situación contrasta con la de nuestros vecinos europeos que disponen de este tipo de datos desde fechas muchísimo más tempranas .

Ante esta escasez de fuentes, no es de extrañar que no se hayan realizado muchos trabajos sobre el papel educativo del Ejército , aunque todos coinciden en destacar que el servicio militar ha sido un instrumento clave y eficaz para alfabetizar a la población masculina.

Este artículo pretende realizar un estudio sobre el papel alfabetizador del ejército español durante el periodo 1910-1975, recurriendo tanto a datos publicados como a la información proporcionada por las Hojas de Filiación de los reclutas, un formulario rellenado para cada individuo en el momento de su alistamiento, que normalmente y salvo excepciones, se realizaba en el año en el que el mozo cumplía veintiún años, donde se consignaba si el mozo sabía leer y escribir, además de aparecer su firma, lo que permite aproximarse a su calidad educativa. Aunque existe información para fechas anteriores, se ha escogido 1910 como fecha de inicio porque es en 1911 cuando el Servicio Militar se hace obligatorio y universal. Con anterioridad existían figuras como la Redención en metálico o la compra de sustitutos que implican una sobrerrepresentación de mozos de clases bajas y una infrarrepresentación de aquellos de clases más elevadas .El gráfico1 muestra la evolución del analfabetismo en España desde 1910 hasta 1975 a partir de diferentes fuentes. Todas y a pesar de sus diferencias coinciden en marcar un profundo descenso de los niveles de alfabetización. Partiendo de unas tasas que oscilan entre el 40 y el 45% de analfabetismo en 1910 se llega a 1975 con sólo un 3% de analfabetos, es decir la universalización de la alfabetización en la población masculina de 21 años.

2. ALFABETIZACIÓN EN EL SERVICIO MILITAR

«Recién salido de la Academia de Transformación, tomé el mando de una Compañía […] Aquella Unidad tenía ciento once hombres y setenta y nueve eran analfabetos totales. Me hice la promesa de enseñarles a leer y a escribir y lo conseguí.» De esta manera se expresaba el teniente de Infantería Eleuterio Torrelo en 1948 . Esta cita muestra la preocupación, que ya venía de antiguo , de los mandos militares por el problema del analfabetismo, que impedía que una gran parte de la tropa no fuera capaz de comprender el conjunto de conceptos básicos que todo soldado debía tener al finalizar su servicio militar: junto a los conocimientos prácticos de instrucción, manejos de armas, servicios de guardia, era necesario transmitir otros de carácter más teórico sobre el significado y naturaleza del Ejército, su función, las ordenanzas, etc.

Como hemos visto en el Gráfico 1, en 1939 entre el 15 y 20% de la tropa era analfabeta , cifras insostenibles para un país que tenía que reconstruirse. El Ministerio de Educación Nacional decidió emprender campañas de alfabetización utilizando al Ejército, quien ya llevaba tiempo realizando esta tarea y por lo tanto, gozaba de experiencia. La estrecha colaboración entre el Ministerio y el Ejército entre 1950 y 1962 ha sido calificada como el «primer resultado positivo (y prácticamente el único) de toda la política de formación primaria de Ruiz Jiménez» . Los datos muestran el elevado número de reclutas que eran alfabetizados, efecto aún mayor conforme avanzamos en el tiempo. Si en los primeros años (1943-1946), aprendieron casi el 80% de los reclutas analfabetos, a partir de 1947 la cifra se sitúa por encima del 90%, llegando en 1965 al 98%, lo que implica que a partir de la década de los 60 el analfabetismo había quedado erradicado en los cuarteles y por lo tanto en la población masculina mayor de veintiún años.

¿Se puede cuantificar la contribución a la sociedad de esta tarea de alfabetización realizada por el Ejército? Hasta ahora la única referencia disponible sobre el tema es el estudio de Quiroga que cifraba en un 5% la influencia del éste en la educación de la población masculina como media para el periodo 1920-1940, basándose en la comparación de las tasas de alfabetización de sus reclutas antes de incorporarse a filas con los datos proporcionados por los censos de población para un grupo de edad superior. La diferencia entre ambas tasas estaría dando una medida, aunque imperfecta, de la labor educativa del ejército, dado que es muy difícil que los individuos de más de veintiún años aprendieran a leer en otro lugar después de su servicio militar. Pero a partir de 1943 podemos cuantificar de manera exacta esta contribución que se cifra en torno al 3-4% para los primeros años, para a partir de 1947 ir disminuyendo, obviamente porque el porcentaje de reclutas analfabetos era cada año menor.

Por lo tanto, podemos concluir que la contribución del ejército al proceso de alfabetización durante el periodo 1939-1975 fue importante. Primero, porque consiguió alfabetizar a prácticamente la totalidad de los reclutas que ingresaron en filas; y segundo, porque esta tarea permitió elevar los niveles de alfabetización de los españoles varones en un porcentaje importante, especialmente al inicio del periodo, cifrado como media en un 4% , en fechas donde las condiciones económicas del país eran muy negativas.

3. EDUCACIÓN EN EL SERVICIO MILITAR

Como ya hemos visto, a partir de 1960 el analfabetismo desapareció en los cuarteles españoles. Pero el Ejército continuó con su labor de elevar el nivel de formación de sus reclutas. Desde 1958 comenzaron a impartirse las «Clases de Cultura General» y a partir del curso 1964-1965 a proporcionar Certificados de Enseñanza Primaria expedidos por el Ministerio de Educación Nacional, quien se había propuesto dotar de mayor efectividad la Campaña Nacional de Alfabetización y Promoción Cultural de Adultos, basada en la «necesidad urgente de nuestro tiempo acabar con el analfabetismo para que todo español posea la cultura elemental indispensable a una integración activa y eficaz en la comunidad nacional» . El punto de partida no era bueno ya que en 1960, España contaba todavía con aproximadamente un 25% de población masculina de veintiún años que carecía de estudios , es decir, que si no era totalmente analfabeta, no había concluido sus estudios primarios.

El Estado Mayor decidió en 1961 adecuar el currículo del Ministerio de Educación al ámbito de los cuarteles, prohibiendo disfrutar de permisos a aquellos reclutas «que carezcan del Certificado de estudios Primarios (CEP) o de Escolaridad mientras no hayan demostrado su aprovechamiento en los cursos o enseñanzas que se les den» y sufriendo «recargo de tiempo de servicio necesario hasta obtener el Certificado de Aprovechamiento en los cursos que a tal fin organicen los Ejércitos, que servirá a todos los efectos como Certificado de Escolaridad» . Para ello incorporó a partir de 1964 el denominado «Programa de Extensión Cultural» , por el que debían pasar todos los reclutas que carecieran del CEP. El primer punto del programa era clasificar a los reclutas y para ello todos los que no lo poseían debían realizar un examen de lectura, escritura y comprensión. Quienes superaban esta primera prueba, tenían que examinarse de cultura general, con el mismo nivel que el utilizado por los maestros civiles en las escuelas de adultos, y en el que se valoraban conocimientos de lectura y escritura atendiendo a ortografía, puntuación, redacción y caligrafía, cálculo y por último preguntas de cultura general como podían ser ¿Quién es Jesucristo?, ¿Qué es el petróleo y su utilización? ¿Qué es el Quijote? etc . El resultado de las pruebas permitía clasificar a los reclutas en tres categorías: analfabetos absolutos y relativos, con instrucción primaria incompleta y con instrucción primaria completa, pero sin titulación. Además y para reactivar aún más esta tarea, el ejército decidió la incorporación de reclutas con titulación de magisterio para realizar las enseñanzas a sus compañeros de filas sin educación elemental, con el premio de ascenso a cabos y quedando relevados de las otras tares típicamente desempeñadas por los reclutas.

Entre 1958 y 1964 cuando comienzan este tipo de tareas, los datos indican que a las «Clases de cultura general» asistieron como media el 9% de los reclutas incorporados cada año y desde 1964 hasta 1975 (aunque esta labor continuó hasta la extinción del Servicio Militar), el promedio de certificados de escolaridad obtenidos sobre el total de reclutas fue elevado, situándose en un 14%. Sin embargo, si excluimos de este cálculo a aquella parte de la población recluta que ya lo tenía, vemos que los resultados son más espectaculares. Calculando la población recluta analfabeta total y aquella que sólo sabía leer y escribir, vemos que el porcentaje que lo obtuvo fue del 39% para el conjunto del periodo, incrementándose éste conforme avanzamos en el tiempo, tal y como se aprecia en la Tabla 1.

TABLA 1. PORCENTAJE DE RECLUTAS QUE OBTUVIERON EL CERTIFICADO DE EDUCACIÓN PRIMARIA (1964-1975)

Los datos son abrumadores: que el 40% de los reclutas sin título elemental lo obtuviera mientras cumplía su servicio militar supone un ingente esfuerzo educativo desarrollado por el Ejército, que le hace situarse en primera línea dentro de los instrumentos educativos de los que disponía el Estado Español durante las décadas de los 60 y 70.

Por tanto, si los datos cifraban en un 5% la influencia del Ejército en la educación de la población masculina como media para el periodo 1920-1940 y de un 3-4% para los años 40 y 50, la contribución durante los años 60 y 70 fue como media de un 14%. Una cifra muy destacada. Además, esta contribución fue mayor en los primeros años (el cenit fue en 1967-68 con un 17%) y fue disminuyendo, obviamente porque el número de mozos que al incorporarse a filas tenía estudios primarios aumentaba cada año (si en 1964 eran el 52% en 1975 suponían el 63%). Además, este sistema de enseñanza basado principalmente en un profesorado también recluta era económicamente muy rentable para el Estado. Existen cálculos que cifran que esta labor educativa desempeñada por el Ejército permitió ahorrar al Ministerio de Educación unos 1.375 millones de pesetas de 1964 , lo que supondría, si la cifra es cierta, que estaríamos hablando actualmente de más de 265 millones de euros.

4. FORMACIÓN PROFESIONAL EN EL EJÉRCITO

Además de incrementar el nivel educativo general de la población recluta en la forma que hemos visto, el Ejército también contribuyó de otras maneras, en especial, formando profesionalmente a determinados reclutas. Esta preocupación por formar profesionalmente a los soldados data de antiguo y existen ejemplos de creación de escuelas de aprendices dentro de las fábricas militares desde 1850 . Asimismo, y aunque el mayor esfuerzo iba dirigido a cubrir las plantillas de estas instalaciones industriales, también existieron iniciativas para mejorar la formación agraria e industrial de los mozos. Martín Peinador exponía ya en 1093 que «[el soldado] conozca el arado moderno, símbolo de la nueva agricultura, y la existencia de máquinas que ahorran fuerzas humanas, dignas de emplearse en otros fines que el trabajo animal» .

Aunque la principal preocupación del Ejército fuera la de formar especialistas para cubrir sus necesidades, es verdad, que una vez acabado el Servicio Militar, los antiguos reclutas podían usar, y de hecho usaron, estos conocimientos en la vida civil. El ejemplo más conocido es el de los conductores de vehículos pesados (tipo camiones) que obtenían esta aptitud en la mili. Pero no es el único, los trabajadores de los Regimientos de Ferrocarriles eran la cantera de la que se nutría RENFE para adquirir su personal. Y lo mismo puede decirse de mecánicos, especialistas en telegrafía, en electricidad, etc.

Como sucedió con la labor educativa, no es hasta la década de los 60 cuando el Ejército oficialmente se involucró en la formación profesional de sus reclutas, enmarcándose en la campaña de formación profesional dirigida por la Gerencia Nacional de Promoción Profesional Obrera, organismo, que también fue creado dentro del marco del I Plan de Desarrollo de 1964. El Estado pretendía utilizar de nuevo la estructura del Ejército para formar a sus reclutas como obreros especializados, tanto agrícolas como industriales. El objetivo era bastante ambicioso: «transformar 1.132.000 peones en obreros especialistas de los sectores industrial y de servicios y de reconvertir 600.000 jornaleros del campo en tractoristas» . Las propias autoridades reconocían la deficiente formación profesional de los varones; en sus palabras:

«Tres cuartas partes de la población escolar sólo reciben enseñanza primaria. Tres cuartas partes de cada generación de españoles están condenados irremediablemente, si no hacemos nada para evitarlo, a la condición de peones o braceros. Tres cuartas partes de la población española viven marginados de la sociedad y forzados a sentirse permanentemente insolidarios con ella» .

Con anterioridad a 1965, fecha de inicio de los cursos de «Formación profesional Acelerada» para la tropa patrocinada por el Ministerio de Trabajo, el Ejército intentó formar profesionalmente a sus reclutas, pero no utilizando sus instalaciones y personal, sino desplazando a los soldados, una vez acabadas las tareas militares, hacia centros próximos a los acuartelamientos, como las Universidades Laborales o las Escuelas de Maestría Industrial, pero los resultados no fueron importantes, ya que accedió una parte muy pequeña de la población recluta . Era necesario cambiar el sistema, optándose por adecuar los talleres militares a la formación obrera. La oferta de estudios profesionales fue enorme, dividiéndose en nueve especialidades (electricidad, radio, automóviles, maquinaria, maquinaria agrícola, carpintería, fontanería, transmisiones y varios) que agrupaban a los cincuenta y dos tipos de formación (desde instaladores eléctricos a conductores y mecánicos, pasando por albañiles o canteros) . De hecho, ninguna de las especialidades tenía un carácter militar, sino que preparaban a los reclutas en profesiones que pudieran desempeñar una vez finalizado su servicio militar vinculadas principalmente al sector industrial y de servicios (especialmente en la construcción) , con un coste relativamente pequeño.

Los resultados una vez más fueron relevantes (Tabla 2); como media para el periodo 1965-1975, una quinta parte de los reclutas que cumplían el requisito indispensable de tener finalizada la enseñanza primaria, accedieron a ellos. Además, el número de alumnos fue aumentando conforme avanzamos en el tiempo y así de pocos más de 6.000 reclutas que se matricularon en 1965 pasaron a más del doble diez años más tarde . Y a tenor de los resultados, el método de enseñanza debía ser muy bueno ya que como media, el índice de aprobados fue del 87% sobre el total de presentados.

TABLA 2. FORMACIÓN PROFESIONAL ACELERADA: PRESENTADOS Y APROBADOS (1965-1975)

Si intentamos cuantificar la contribución del ejército a elevar el nivel de formación profesional de la población masculina, el dato se sitúa en el 7%, cifra más importante aún por referirse a la educación media. Algunos estudios sobre la contribución de los diferentes niveles de educación a mejorar la productividad de los individuos destacan el papel relevante de las enseñanzas medias y en especial de los aprendizajes, superior incluso al de los estudios universitarios .

5. CONCLUSIONES

El servicio militar cumplió una función social importante: a través de su incorporación al Ejército, miles de jóvenes salieron por primera vez de sus aldeas y caseríos, convivieron con los de otras regiones, aprendieron un oficio, se establecieron allí, se casaron, conocieron otras costumbres y en definitiva, con su convivencia enriquecieron y se enriquecieron. Pero no sólo eso, sino que para muchos reclutas ésta fue su vía de escape a una vida de miseria y analfabetismo. El servicio militar era casi con toda seguridad la última oportunidad que los varones españoles tenían de mejorar su educación. Con posterioridad a acabar la mili, las posibilidades de que aprendieran a leer y escribir, consiguieran su certificado de estudios primarios o se pusieran a estudiar un oficio seguramente eran mínimas. Por ello, el paso por el Ejército permitió a estos mozos que se incorporaban al mercado laboral hacerlo con una cualificación muy superior a la que habrían tenido sin haber hecho el servicio militar.

Los datos muestran que en 1939 el Ejército español se encontró con un porcentaje de reclutas analfabetos situado en el 15-20%; que a lo largo del periodo de estudio consiguió alfabetizar a prácticamente la totalidad de los reclutas que ingresaron en filas, labor que permitió elevar los niveles educativos de los españoles varones en un porcentaje importante, especialmente al inicio del periodo, cifrado como media en un 4%. Esta labor alfabetizadora se centró principalmente en las décadas 40 y 50 cuando el analfabetismo alcanzaba tasas verdaderamente preocupantes para un país que debía iniciar su despegue económico.

Habiendo alcanzado ya una alfabetización en 1960 que abarcaba a más del 90% de la población masculina de veintiún años, el Ejército centró sus esfuerzos educativos en conseguir que aquellos reclutas que no tenían unos estudios mínimos los alcanzaran durante su servicio militar, de tal manera que al finalizarlo pudieran acreditar estar en posesión del Certificado de Estudios Primarios. Los datos muestran que para el periodo 1964-1975, casi la mitad de los reclutas sin título elemental lo consiguió y que esta tarea permitió elevar el nivel de enseñanza primaria de la población masculina en un 14%.

Pero además el Ejército también se involucró en dar una formación práctica a sus reclutas, de tal forma que cuando acabaran sus obligaciones militares pudieran tener unos conocimientos que les permitieran conseguir mejores trabajos. Los datos muestran que para el periodo 1965-1975 una quinta parte de aquellos reclutas aptos para cursar la formación profesional accedieron a ella, lo que supuso una elevación del nivel de formación profesional de la población masculina en un 7%.

El ingente esfuerzo educativo mostrado por el Ejército durante el periodo franquista le hace merecedor de situarse en una posición destacada dentro de los organismos públicos y privados encargados de proveer este servicio, máxime en el periodo en el que se hizo, cuando España comenzaba a superar el atraso económico y social y por tanto era muy necesario contar con una mano de obra con una instrucción elemental que permitiera recorrer con éxito los primeros estadios del desarrollo económico.

[1]Para más información de este tema, pueden verse Quiroga, G. (1999), Yo aprendí a leer en la mili. El papel alfabetizador del Ejército Español. Ministerio de Defensa y Quiroga G. (2010), “Alfabetización, formación profesional y servicio militar: la labor educativa del ejército español (1939-1975)” en Puell, F. Fuerzas Armadas y política de Defensa durante el Franquismo. Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado. Pp. 479-502.

[1] Núnez, C.E. (1993), “Alfabetización y desarrollo económico en España: una visión a largo plazo” en Núñez, C.E. y Tortella G. (eds.) La maldición divina. Ignorancia y atraso económico en perspectiva histórica. Madrid, Alianza universidad. Pp. 223-236.

[2] Por alfabetización, se entiende la capacidad de leer y escribir así como comprender mensajes cortos y sencillos.

[3] Según los Censos de la Población Española, las tasas de alfabetización masculina habían pasado del 55% en 1900 al 61% en 1910, al 67% en 1920, al 80% en 1930 y al 88% en 1940.

[4] En el caso femenino, el porcentaje de analfabetismo se situaba en el 24% en 1940.

[5]En el caso de Francia, hay constancia del nivel educacional de sus reclutas desde 1827 y por los comentarios en los censos de población, parece que la labor desempeñada por las escuelas del ejército en el campo de la alfabetización era altamente satisfactoria. Prueba de ello es la frase citada por Furet y Ozouf en Reading and Writing: Literacy in France form Calvin to Jules Ferry, Cambridge, Cambridge University Press, 1982, (p. 257) al referirse a un maestro francés que decía “Mi padre aprendió a leer y escribir cuando estaba realizando el Servicio Militar, en 1868”. Pero Francia no es el único caso, los anuarios y revistas militares de países como Bélgica (cuya información sobre alfabetización de reclutas comienza en 1870), Alemania (en 1883), Inglaterra e Italia (en 1907) Suiza (en 1908), Dinamarca, Suecia, e incluso Japón, proporcionan este tipo de información.

[6] Podemos citar a Lorenzo Luzuriaga, El analfabetismo en España, J. Cosano, Madrid, 1919; Santos Gil Carretero y Fernando Rodriguez Garrido, “Causas y remedios del analfabetismo” en Ministerio de Educación Nacional (Ed.), Causas y Remedios del analfabetismo en España. Publicaciones de la Junta Nacional contra el Analfabetismo, Madrid, 1955, pp. 81-157 (p. 81-82); Ramón Navarro Sandalinas, La enseñanza primaria durante el franquismo (1936-1975), PPU, Barcelona, 1990; Pedro Luis Moreno Fernández “De la alfabetización a la educación de adultos” en Agustín Escolano (dir.) Leer y escribir en España: doscientos años de alfabetización. Fundación Sánchez Ruiperez, Madrid, 1992; Juan Carlos Losada Álvarez, “El Ejército, escuela, hogar y taller: la formación acelerada de mano de obra a través del servicio militar durante el franquismo tecnocrático”, Historia 16, 207, (1993), pp. 12-19; Gloria Quiroga Valle, “Height Evolution in Spain, 1893-1954: an analysis by regions and professions» en John Komlos and Joerg Baten (Eds.) Studies on the Biological Standard of Living in comparative Perspective. Stuttgart, Franz Steiner Verlag, 1998, pp. 359-383, op. cit, 1999; “Medidas antropométricas y condiciones de vida en la España del siglo XX”, Tesis Doctoral, Universidad de Alcalá, 2003a; y “Literacy, Education and Welfare in Spain, 1893-1954”, Paedagogica Historica. 39,5, 2003b, pp. 599-619; Fernando Redondo Díaz, “Instrucción de adultos en el Ejército”, Revista Española de Defensa, 156, 2001, pp. 56-62; y Fernando Puell de la Villa «Educación de adultos en el servicio militar español», Historia de la educación: Revista interuniversitaria, 20, 2001, pp. 307-331 y “La educación de adultos en el servicio militar», Revista de historia militar, 95, 2004, pp. 67-94.

[7] Como muestra de estas figuras, están las palabras de Valle-Inclán en su obra El marqués de Bradomin, “Un hijo tenía, luz de mis tristes ojos, amparo de mis años, y murió en el servicio del Rey, adonde fue por un rico”.

[8] Diferencias que son debidas a varias razones. La variable “Censo” se refiere a toda la población masculina sin distinción de edad; la variable “Hojas de Filiación” mide las respuestas dadas por los mozos a la pregunta “¿Sabe usted leer y escribir” mientras que la variable “Firmas” está midiendo el analfabetismo funcional y no el puro, es decir ser capaz no sólo de leer sino de comprender lo que se está leyendo. Así pues, mientras que en 1954 sólo el 7% de los reclutas permanecía analfabeto, el 27% eran considerados analfabetos funcionales; y por último, la variable “Anuarios militares”, cuyos valores se sitúan entre las dos anteriores nos indica que el Ejército debía realizar algún tipo de evaluación de todos los reclutas en el momento de incorporarse al Servicio Militar para valorar su grado de alfabetización, independientemente de la respuesta que hubiera dado el mozo en el momento de tallarse.

[9] Eleuterio Torrelo, “Carta a un Alférez de Milicias”,Revista de la Oficialidad de Complemento, Apéndice de la Revista Ejército, nº 53, 1948, pp. 17-20.

[10] Desde principios del siglo XIX, y más concretamente en 1844, ya existe una Reglamentación de escuelas de primeras letras para tropa y la primeros veinte años del siglo XX están salpicados de Leyes, Reglamentos y Reales Órdenes en los que se intenta reglamentar todo lo referente a la instrucción de los reclutas, destacando la gran labor social y los esfuerzos para cumplir la tarea. De hecho, tanto profesores como reclutas analfabetos podían llegar a estar exentos de tareas militares cotidianas para dedicarse a estos menesteres. Véase F. Puell, op.cit, 2001 y G. Quiroga, op. cit, 1999, Capítulo III.

[11] Esta cifra se obtiene de sumar al dato de las Hojas de Filiación, un 5% del analfabetismo funcional que el Ejército consideraba como tal.

[12] R. Navarro, op. cit., 164.

[13] G. Quiroga, op. cit., 1999.

[14] Obviamente, si hacemos un análisis regional las diferencias son notables y así hay zonas que experimentaron un aumento muy superior en sus niveles de alfabetización. Para más información, véase G.. Quiroga, op. cit., 1999, pp. 151 y ss.

[15] Cit. por F. Puell, op. cit., 2001, p. 6.

[16] Elaboración propia a partir de los datos de Clara Eugenia Núñez, “Educación” en Albert Carreras y Xavier Tafunel (coord.) Estadísticas históricas de España, Fundación BBVA, Bilbao, 2005, pp. 157-244 (p. 233).

[17] Decreto de 10 de agosto de 1963, art. 17. Colección Legislativa del Ejército (1963).

[18] F. Puell, op. cit., 2001, p. 8.

[19] La Prueba A consistía en leer y copiar un texto que el examinador había escrito en el encerado y escribir además los nombres de tres objetos cualesquiera que estuviera viendo y su diversión preferida. Instrucción 564-1 del Programa de Extensión Cultural Anexo II, Estado Mayor Central, Madrid, 1964.

[20] Concretamente y para todo el país en 1958 asistieron el 10% (unos 15.000 reclutas), en 1959 el 14%, en 1960 el 8%, en 1961 el 7%, en 1962, el 6% y en 1963 el 8%.

[21] J. C. Losada Álvarez, op. cit., p. 12.

[22] Puell, op. cit.,2001, p. 14 y ss.

[23] León Martín Peinador, El Ejército ha de ser el sostén, la Patria y escuela principal de la regeneración del País, en los conceptos agrícola e industrial. Imprenta Provincial, Segovia, 1903, p. 22.

[24] F. Puell, op. cit,, 2001, p. 15.

[25] Programa de Promoción Profesional Obrera: Planteamientos, Cámara de Comercio e Industria, Gerona, 1964, p. 22.

[26] A modo de ejemplo, en 1964 se presentaron en la Universidades Laborales (lo que implicaba que sólo se realizaron cursos en la 2ª, 4ª y 6ª Regiones Militares) 589 reclutas (0,4%) de los que aprobaron 532.

[27] Para más información sobre la oferta de estudios, véase el Anuario Estadístico Militar.

[28] Sólo una especialidad iba destinada al sector primario (Maquinaria Agrícola), centrada en la mecanización de las tareas del campo.

[29] El número máximo de alumnos se concentró en 1967 rozando casi los 15.000 mozos.

[30] Véase Gabriel Tortella, Gloria Quiroga, José Luis García Ruiz y José Mª Ortiz-Villajos, Educación, instituciones y empresa. Los determinantes del espíritu empresarial, Academia Europea de Ciencias y Artes, Madrid, 2008.

Acerca de Gloria Quiroga Valle

es doctora en Economía y profesora de Historia Económica en la Universidad Complutense de Madrid. Sus investigaciones se han centrado en la relación entre la estatura y la educación con los niveles de vida y más recientemente en los determinantes de la empresarialidad en la historia de España. Entre sus publicaciones destacan artículos en revistas científicas nacionales y extranjeras y libros como Yo aprendí a leer en la mili, que fue galardonado con el Premio Investigación Ejército 1998 o Entrepreneurship and growth: an international historical perspective con Gabriel Tortella .Ha sido profesora visitante en la Universidad de Harvard y editora de la Revista de Historia Económica.