La culminación de la Olimpiada de Río 2016, no sólo ha supuesto el fin de los Juegos Olímpicos, sino también, el fin del mandato de una presidenta democráticamente elegida. La Cámara Alta de la República Federativa de Brasil, halló culpable a Dilma Rousseff de utilizar fondos públicos para cubrir el déficit fiscal del Estado. El resultado fue contundente: 61 de los 81 senadores votaron a favor de su destitución.
Los festejos de los juegos, no lograron opacar el alto voltaje de la crisis política. El país de América Latina que mejor ha quedado en el medallero, ha obtenido su vigésima medalla en «salto a la presidencia» por parte de Michel Temer, antiguo compañero de gabinete de Rousseff, y principal denunciante en el delito de las «pedaladas fiscales» (utilización de fondos del Tesoro Nacional de Brasil y de los bancos estatales sin autorización del Congreso) contra la por entonces mandataria, quién quedó ratificado en la Presidencia de la República hasta el 1 de enero de 2019, fecha de la extinción del mandato.
Sin embargo «quien esté libre de pecado que tire la primera piedra», reza el Evangelio de San Juan. A la velocidad de la luz, y mientras la destitución de Dilma Rousseff se materializaba, comenzó a circular una grabación en la que meses atrás Temer daba como un hecho concreto el impeachment de la ex mandataria -mucho antes de que la Cámara de Diputados realizara la primera votación- y donde esbozaba su discurso de asunción presidencial.
Con todo, ésta no es la única polémica que circula sobre el actual presidente. Una catarata de denuncias por delaciones premiadas, solicitud de contribuciones millonarias a la empresa Petrobras para financiar la campaña política de su partido, desvío de fondos y corrupción, engrosan el obscuro y vergonzoso pedigrí del Jefe de Estado.
Sin ir más lejos, un ejecutivo de la constructora Odebrecht aseguró que en el año 2014 y a instancia de Temer, transfirió a su partido una suma superior a los tres millones de dólares. No obstante ello, la acusación más surrealista e irónica de todas, es la de manipulación de las cifras de las cuentas públicas, la misma conducta atípica que justificó el inicio de juicio político y posterior destitución de Rousseff. Aunque en un amplio intento de blindaje, inmunidad e impunidad, la denuncia contra el actual presidente se halla durmiendo el sueño de los justos en la Cámara de Diputados.Como es de prever, esto genera en la población un fenómeno de ofuscación, que conforma uno de esos episodios de ceguera que, cada vez con mayor frecuencia, salpican la historia interna de los países.
Si durante un tiempo prolongado observamos atentamente el péndulo construido por el físico francés León Foucault, descubrimos que su compás se percibe mejor en los polos que en las latitudes intermedias, donde el movimiento es más complejo. Como si fuera una radiografía perfecta de la mente humana y de su capacidad volitiva, este movimiento repetidamente polarizado resume despiadadamente cómo funciona el desequilibrio de los impulsos del poder.
En las últimas horas, el quinto país más grande del mundo emergió como una especie de salvaje holograma del péndulo de Foucault, acompasándose bruscamente contra la gobernabilidad y el respeto por las instituciones. En Brasil, cada día parece más alejada la posibilidad de conciliar posiciones centrales ya que las latitudes intermedias van difuminándose hasta casi volver invisible el equilibrio republicano.
En esta arena de poder y tras trece años de gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) -organización de izquierda que Luiz Inácio Lula da Silva fundó y por el cual Rousseff fue presidenta y Temer vicepresidente-, la asunción definitiva de Michel Temer significa un drástico giro hacia la derecha y un regreso a la ortodoxia económica y a las fuerzas políticas clásicas, representativas del pensamiento liberal dominante en Occidente.Tras más de quince años de gobiernos desarrollistas en América del Sur, el mapa político está cambiando drásticamente. Existe una clara tendencia a que regrese la derecha, con políticas más liberales, y el alejamiento de Temer, con el bloque progresista de América Latina, no se ha hecho esperar.
Este cambio de rumbo, afectará indudablemente al enfoque que hasta hoy se le daba al Mercosur, UNASUR y a las restantes comunidades políticas y económicas que aúnan a los países americanos, que, de ahora en adelante, deberán centrarse con mayor énfasis en lo económico y en el progreso regional.
Hace menos de cuatro años, Brasil era declarada la sexta mayor economía mundial, pero desde entonces se ha ido estancando. El aumento del déficit y de la deuda pública a niveles históricos, llevó a las agencias de calificación a reducir la nota de riesgo de Brasil en algunos escalones, y a incluirlo entre los países que no ofrecen garantía para los inversores.
Según palabras del propio Temer, es imprescindible darle un giro liberal a la ruleta económica y desestacionalizarla, maniobras que habían sido completamente desterradas allá por el año 2003, cuando Luiz Inácio Lula da Silva llego a la presidencia.
En medio de polémicos roces, tensiones, disputas y fuegos cruzados, la destitución de la presidenta Dilma Rousseff, convirtió a Lula da Silva en la cabeza más visible de la oposición en Brasil. Tras haber transformado al país en los trece años de gobierno, en la actualidad Lula Da Silva vuelve al ruedo (envuelto en acusaciones por escándalos de corrupción, que le salpicaron junto a numerosos dirigentes del PT) exigiendo la realización de elecciones anticipadas, que están previstas para 2018, y estudiando la posibilidad de presentarse como candidato a presidente.
Mientras tanto, Michel Temer ha sido ya recibido por su colega chino Xi Jiping, en la ciudad china de Hangzhou, donde se celebra la Cumbre del G-20, escenario de su primera aparición internacional, tras su ratificación como presidente, en un nuevo tiempo diplomático guiado hacia objetivos pragmáticos.
Conclusión
Emerge por los poros la necesidad de una mejora significativa en las capacidades de control y evaluación que fomente la participación ciudadana, la cultura política y la creación de un contexto de orientación de la ética pública.
El bienestar de un país exige competitividad global, la que depende de múltiples factores significativos entre los cuales las capacidades instaladas, el respeto por impartir y cumplir con las normas y la eficacia de las redes cobran un valor de resalto.
Si la magnitud organizativa del gobierno brasileño no es acompañada por un proyecto adecuado de reforma continua del régimen político, configurado por medidas tales como el mejoramiento de los procesos decisorios en la cúspide de los sistemas democráticos, la ingobernabilidad se volverá moneda corriente.
La decadencia política es el resultado de la mutación de regímenes democráticos, en gobiernos que no respetan la voluntad popular. En todo caso, la grandeza del gobierno está en proporción directa con sus deberes hacia la sociedad.
El equilibrio entre legalidad y finalidad en la conducta de un servidor público es poder consolidar la moralidad de los actos que de él emanan.
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