El Establishment GOP, sin embargo, no contribuyó a apoyar la candidatura de Cruz, y tras la retirada del triste y llorón Jeb Bush, Marco Rubio en Florida, y John Kasich en Ohio, fueron sus alternativas. Si la oligarquía política republicana no estaba dispuesta a tomar una «taza» de Cruz, iba a tener que tragarse otra doble de Trump, dado el sentimiento popular generalizado contra la corrupción de la clase o «casta» política.
Por tanto, el fenómeno Trump es en gran medida la consecuencia de los errores y cambalaches del Establishment GOP: la familia Bush y sus amigos donantes millonarios en Florida, los líderes en el Congreso Paul Ryan y Mitch McConnell (controlando ambas cámaras los republicanos, con un índice de aprobación bajísimo, en torno al 13 % de media durante toda la legislatura), incapaces de ejercer una oposición eficaz al presidente Obama, con zascandiles tipo John McCain, melifluos tipo Marco Rubio, o una combinación tipo Lindsey Graham, etc., y, finalmente, el último candidato presidencial del Establishment GOP e ilustre perdedor Mitt Romney (aunque entre los perdedores se lleva la palma John McCain, por su candidatura y todas las que ha apoyado sin éxito en dos décadas).
Cruz, miembro del Senado, representaba una voluntad reformista y originalista-constitucional, sin concesiones, desde dentro del propio sistema de partidos. Trump, empresario millonario, es la voz fuera del sistema, de los «outsiders» e independientes, probablemente una mayoría del electorado, a favor de un nuevo Partido Republicano y un nuevo estilo de la política. Esa es, en mi opinión, la esencia del «Trumpismo», como un tipo de populismo liberal-conservador, transversal y democrático, cuyos precedentes históricos quizás sean, en el siglo XX, Teddy Roosevelt y su programa de «New Nationalism», culminando en el partido Progresista («Bull Moose Party») durante 1912-14. Asimismo, la Revolución Reagan en los 80, con ramificaciones posteriores en el Reform Party de Ross Perot y Pat Buchanan en los años 90 (al que Donald Trump se adhirió temporalmente), y el reciente movimiento Tea Party desde 2009.
Trump, como candidato individual, ganó legítimamente las primarias de 2016 con más de 14 millones de votos republicanos (para hacernos una idea de las dimensiones: el mismo volumen aproximadamente de los votos totales del PP, PSOE y Ciudadanos en las elecciones españolas del 26-J; es decir, dos millones más de votos que todos los partidos de centro y derecha juntos en España: PP, Ciudadanos, PNV, CDC, CC, UPyD, Vox…). Pensar que 14 millones de americanos son «fascistas» o de «extrema derecha» indica extrema ignorancia de los Estados Unidos por parte de la mayoría de los analistas españoles. En la Convención Nacional Republicana de Cleveland en julio, Trump obtuvo sin problema la «nomination», aunque Cruz y otros perdedores se negaron a darle su aval («endorsement»).
Por ello, me sentí por primera vez decepcionado por la actitud del senador de Texas; creo que con su negativa -no cumpliendo su promesa de aceptar y apoyar al vencedor en las primarias del partido- posiblemente ha arruinado su propio futuro político presidencial.
Respecto a la candidatura republicana vencedora en esta primera fase de las elecciones, quizás convenga diferenciar entre el personaje Trump y el concomitante fenómeno populista del «Trumpismo», como recientemente ha sugerido Gerald F. Seib («Separating Donald Trump From Trumpism», The Wall Street Journal, August 9, 2016). Yo mismo subrayé la novedad del fenómeno populista conservador, pero democrático, en Estados Unidos (M. Pastor, «Trumpismo», La Crítica, mayo 2016), a partir de la aparición del término por vez primera al comienzo de las primarias (David Luhnow, «Latin America Worries About Trumpismo», The Wall Street Journal, New York, March 19-20. 2016), en un análisis un poco confuso citando a politólogos latinoamericanos -Castañeda, Krauze, Negrete, Naim, Montaner- y sugiriendo una comparación imposible, dada la diferencia de culturas políticas, con Perón o Chávez.
En mi análisis, destacaba la posible oportunidad de oponer el populismo democrático de Trump al populismo populismo autoritario de Putin, en un contexto mundial y europeo de creciente crisis de la democracia en la periferia de Occidente (Este de Europa, Norte de África y Oriente Medio, involuciones anti-democráticas y anti-occidentales recientes como la liderada por Erdogan en Turquía).
Trump puede ganar o perder en noviembre, pero el Trumpismo (con ese mismo nombre u otro), como movimiento populista americano, capitalista y democrático, anti-élites y anti-Establishment (diferente del populismo de izquierdas europeo, anti-capitalista y anti-democrático, estatista y partitocrático), difícilmente desaparecerá en los años venideros.
Desde que escribiera mi ensayo –sin que fuera la causa, por supuesto- he comprobado que el término «Trumpism» ha sido empleado con frecuencia en distintas publicaciones americanas y europeas (The Guardian, The New York Times, The Washington Post… en España, por ejemplo, con un deficiente conocimiento de la cultura política estadounidense, por José Carlos Díez, «Trumpismo», El País, Madrid, 12 de agosto de 2016).
Una prueba de inteligente sentido común por parte de Trump, ha sido su elección como compañero en la candidatura para vicepresidente de Mike Pence, gobernador de Indiana. Político experimentado en las labores legislativas del Congreso federal (amigo personal de Paul Ryan) y en las ejecutivas del gobierno estatal, aparte de una exitosa carrera profesional como periodista, es un conservador tradicional, simpatizante del Tea Party (de formación católica, pro-Life y contrario al matrimonio gay, últimamente ha evolucionado hacia una religiosidad evangélica). En política económica es defensor del libre comercio y la libertad de mercado, con notable éxito en sus políticas como gobernador, bajando los impuestos, equilibrando el presupuesto y reduciendo el desempleo.
Por el contrario, el elegido por Ms. Clinton, Tim Kaine, es un senador más bien gris de Virginia, que en la Convención Demócrata hizo el ridículo tratando de ser gracioso con una imitación mala de Trump y otras gracietas, como un pequeño discurso en español, que en Estados Unidos haría cualquier estudiante listillo de High School en el acto fin de curso. Presume de ser católico, pero ha apoyado firmemente el aborto y el matrimonio gay, contra la doctrina milenaria de la Iglesia. Afirma que en economía es partidario de las enseñanzas del Papa Francisco (¡Líbrenos Dios de su jesuitismo político-económico!, es decir, menos mercado, más Estado y «justicia social» anti-capitalistas, como Perón, Franco…o Mussolini).
En la elección del vicepresidente, Trump ha sabido compensar el excesivo Trumpismo con un político republicano más tradicional en sentido conservador económico y cultural, con sólidas conexiones en el Congreso.
Lo más grave, a mi juicio, no es la batalla partidista interna entre los republicanos (los liberal-conservadores ahora con Trump versus los liberales del Establishment tradicional de los Bush y confederados, que se resisten a desaparecer), sino una «guerra cultural» más sutil dentro del propio campo conservador entre los nacionalistas y los internacionalistas, entre los percibidos como «aislacionistas» y los «globalistas», entre «Trumpismo» y «Reaganismo», que ha tenido una reciente expresión en la polémica entre Sean Hannity (Cadena FOX) y Bret Stephens (The Wall Streeet Journal). Stephens en su columna Global View, ha sido muy duro con Hannity por defender incondicionalmente a Trump («Hannity´s Veneration of Ignorance», TWSJ, August 9, 2016). Creo que el columnista del Wall Street Journal no contextualiza adecuadamente las diferencias entre la época de Reagan y el presente. La reciprocidad por algunas naciones en el libre comercio mundial y la Guerra Fría que exigía la NATO ya no existen. Trump tiene razón en que hay que renegociar los tratados internacionales y reformar la NATO ante los nuevos desafíos.
Stephens cita como referentes conservadores clásicos a William F. Buckley Jr. e Irving Kristol, ambos inteligentemente pragmáticos a contra-corriente apoyando, según los casos, a Barry Goldwater, Richard Nixon y Ronald Reagan, pero sus herederos en National Review y Weekly Standard parecen más dogmáticos en su visión globalista (poco antes de morir Kristol comentó humorísticamente en una entrevista que su hijo Bill Kristol era muy inteligente, pero se había equivocado dos veces, apoyando a Dan Quayle y a Colin Powell, y esperaba que no se equivocara por tercera vez).
Mientras al lado de Hannity están algunos políticos y líderes de opinión como Newt Gingrich, Pat Buchanan, Mike Huckabee, Ann Coulter, Sarah Palin, Rudolf Giuliani, Benjamin Carson, Rush Limbaugh, etc. y un impresionante número de políticos convencionales: representantes y senadores en el Congreso, gobernadores estatales, etc. (ver una lista completa de personalidades en Wikipedia-List of Donald Trump presidential campaign endorsements, 2016), Stephens es en cierto modo la voz de conservadores y neoconservadores en la línea National Review y de Weekly Standard. El pragmático estratega y analista Karl Rove, y el presidente del Comité Nacional Republicano Reince Priebus, son casi únicos en sus roles de mediadores y conciliadores entre ambas partes.
En cierta ocasión un periodista le preguntó a Ronald Reagan si creía que un actor de Hollywood estaba capacitado para ser presidente, y la respuesta fue genial: «No puedo imaginar como presidente alguien que no sea un buen actor». Podríamos parafrasear una respuesta similar, ante las hipotéticas dudas de muchos de si un «showman» como Trump estuviera capacitado para el mimo cargo. Pero, además, a diferencia de un «organizador comunitario» como Obama, que llegó a la Casa Blanca prácticamente sin un sólido currículum político o profesional/empresarial, Trump tiene una larga y acreditada carrera de éxito en negocios diversos, nacionales e internacionales (inmobiliarias, construcción, hoteles de lujo, campos de golf, casinos, espectáculos, televisión…), y, por tanto, en la creación de empleo para cientos de miles de personas. Y su experiencia política desde la sociedad civil de negociar con los políticos, es muy superior a la que pudiera tener Obama y sus años de actividades radicales en la charca corrupta/Congo de Chicago (expresión ésta de su mentor ideológico, el comunista afroamericano Frank Marshall Davis).
La crítica vulgar y recurrente de las izquierdas de que el mogul neoyorquino no sabe economía es absurda e insostenible. A no ser que esos críticos se refieran, precisamente, a la economía… de izquierdas. Pero ignoran lo que todo liberal-conservador del siglo XXI sabe muy bien: que «economía de izquierdas» o «progresista» es un oxímoron, o como Friedrich Hayek definiera al socialismo: un error intelectual, un «Fatal Conceit».
A estos progres europeos, y a los españoles en particular, les recomendaría que se esforzaran en comprender la cultura política estadounidense, liberándose de los prejuicios ideológicos. Y para empezar, que intentaran analizar la mentalidad de Donald Trump en ese contexto. Una lectura básica inicial, clara y con sentido del humor, donde el capitalismo y el éxito económico no son estigmatizados, podría ser el librito de máximas y citas del célebre mogul y ahora candidato presidencial, plenas de sentido común y no exentas de cierto cándido maquiavelismo, recopiladas por Ken Lawrence, The World According to Trump (Kansas City, 2005). Algunos ejemplos:
«Words are cheap, results are what it´s all about.» (New York Post, 2004)»I think in bussiness (compared to politics) in a certain way –and this is going to sound a little strange- you´re probably a little bit more honest, if you want to know the truth.» (Capital Report, 2004)»I can tell right away if a guy is a winner or a loser just by the way he conducts himself on the course.» (Golf Magazine, 1993)»People either love me or they hate me.» (Miami Herald, 1995)»I´ve pobably been in more political fights that anyone my age» (Hartford Courant, 1994)»This country is essentially in huge debt. And who understands debt better than I?» (Saturday Today, 2000)»I see myself as a very honest guy stationed in a very corrupt world.» (Washington Times, 1995)»I can be very politically correct. I went to the Wharton School of Finance. I got very good mark. I know what tos say if I have to say it. Sometimes I choose tos say something just to get a result.» (CEO Wire, 2004)
El principal rival presente del Trumpismo es precisamente la Corrección Política, que gracias a los medios progresistas mayoritarios beneficia al Clintonismo (clan político o secta dentro del partido Demócrata, probablemente la mayor organización de corrupción y vulneración de las leyes que ha conocido la política americana desde La Cosa Nostra), que con una adecuada estrategia, y un periodismo más objetivo, podría fácilmente ser derrotado en unas elecciones limpias (la corrupción electoral de la maquinaria demócrata es otra vieja historia desde JFK). Sin embargo, el principal enemigo de Trump, si no aprende a morderse la lengua a veces («Sometimes a choose to say something…»), es él mismo. En cualquier caso, Trump puede ser derrotado, pero el Trumpismo, con ése u otro nombre, seguirá muy vivo en una sociedad civil golpeada por el estatismo e indignada por las políticas progresistas y anti-constitucionales.
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