Las elecciones tras el Brexit

Posiblemente los británicos, que a veces van llamando la atención con juergas irresponsables, aunque tengan el régimen parlamentario más antiguo, nos hicieron el favor de provocar una reflexión a la que no somos muy dados y mutar nuestros instintos viscerales por un flemático impulso conservador que ha destrozado las previsiones electorales que ofrecían los sondeos para el 26 J. No está mal, pues la democracia, más en un país tan latino y emocional como éste, necesita de un poso conservador.
Los británicos nos hicieron el favor de mostrarnos cómo la voluntad soberana del pueblo mediante la democracia directa, en un pueblo de tanta cultura política -el mito puede estar muy por encima de la realidad-, puede cometer los mayores disparates. Una reacción conservadora ha permitido en nuestro caso que el sistema no saltara definitivamente por los aires permitiendo que el bipartidismo prosiga ahí delante con un PSOE, por poco, como segunda fuerza. Si hubiera quedado la tercera tendríamos la confirmación del final del sistema de la Transición.Rajoy tiene que formar gobierno, le pese lo que les pese a socialistas y Ciudadanos, que tienen que facilitar el paso, pues nadie entendería, y menos aún en Ciudadanos, negar el acuerdo con el que ha aumentado su mayoría a pesar de los errores que cometiera tras las anteriores elecciones. El error de Rajoy, su «espantá» ante la investidura pasada, no podría justificar en el presente el necesario espíritu de consenso constitucional con el que Rivera nos sedujo en su reciente pasado y del que ha dependido su éxito.
Al PSOE le es obligado tranquilizarse en la oposición, preparar un congreso para su profunda reformulación -mejor de refundación-, porque la orfandad de discurso político que padece, sustituida por una fobia cainita hacia el PP -lo que hace con mayor rotundidad Podemos-, le está llevando elección tras elección a su liquidación. Si su nomenclatura al mando no sabe discernir que su problema no es de personas, sino de su vacía línea política, al socaire de toda moda ideológica ajena con vitola de progre, no saldrá de su actual decadencia. Pasar tranquilamente a la oposición debiera permitirle crear un discurso político propio, limitar su necesidad de poder, y evitar los disparates políticos que le han llevado paulatinamente a alejarse del terreno de juego marcado por la Constitución. Si es cosa de salirse de ese espacio Podemos lo hace mucho mejor.Sin embargo, el hecho de que no se haya producido el «sorpasso» no nos aleja definitivamente del final de la época constitucional del 78. Un PSOE sin giro hacia la política, es decir hacia el encuentro en el espacio constitucional, incapaz de acuerdo alguno con la derecha, sometido a un izquierdismo suicida, es otra forma menos evidente de arrojar a la historia la época más brillante de la política española que se haya conocido. Y Ciudadanos, que venía como fuerza para potenciar el encuentro institucional, que llamaba compatriota hasta al PP, parece haber probado rapidísimamente la fruta del sectarismo partidista del izquierdismo, y, por consiguiente, empieza a inhabilitarse para la política. Empieza a ser lo que es el PSOE, un partido con vocación de «sobrero».
Ciudadanos cometió dos grandes errores durante los meses que siguieron a las elecciones del 20 D. Uno fue realizar un pacto tan duradero con el PSOE -justificado por el abandono de Rajoy-, cuando Sánchez estaba interesado en la imposible misión de pactar con un Podemos empeñado en vencerle. Ciudadanos cabalgó demasiado a la vera de un socio desnortado, obsesionado exclusivamente con echar al PP del poder y salvar Pedro Sánchez su propia cabeza. Con este compadreo con el PSOE estaba mutando su anterior imagen, fundada en la perduración de la Constitución y la gobernabilidad, pues el PSOE no era el mejor compañero para seguir manifestando esa imagen de responsabilidad y de encuentro constitucional forjada en duro trabajo en Cataluña. Si en algún momento Ciudadanos pensó que el pacto con el PSOE facilitaría un tripartito con el PP, al tercer día esa ilusión parecía imposible, y por buena voluntad que manifestara hay que calificarlo de rotundo fracaso.

Su otro error fue el énfasis puritano de negar a Rajoy su posibilidad de gobernar debido a los escándalos de corrupción habidos en el PP. Es cierto que hay que denunciar la corrupción, pero Rivera se confunde. Ciudadanos no es una sala de un tribunal, ni siquiera un claustro de moralistas, es una formación política, y su misión es la gobernabilidad, no el mandar al ostracismo o la cárcel a nadie, aunque la canalla aplauda el gesto. A la hora de la verdad, y después de la lección que nos han brindado los británicos (John Carlin lo explica en un magnífico artículo), los ciudadanos han votado la estabilidad que era para lo que se creó Ciudadanos, y contradictoriamente la abandona cuando es más necesaria. En resumen: demasiado compadreo con el PSOE y excesiva condena a Rajoy por la corrupción, como si hubiera partido alguno libre de la misma. No hagamos populismo con este asqueroso fenómeno, pues es más grave la inestabilidad política que la propia corrupción, que se usa para evitar el compromiso de gobierno con la derecha. Para colmo, esa marea conservadora de última hora llegó a su propio y volátil electorado, decantó a gran parte de éste por la opción de responsabilidad, quizás sorprendida por las reticencias descubiertas en C’s de facilitar el gobierno al PP.
El exceso de expectativas es lo que ha llevado a Unidos Podemos a la frustración. Esperaban con el «sorpasso» cargarse el sistema, anulando a una de sus fuerzas fundamentales, pero lo ocurrido en Gran Bretaña les afectó también. Seguro que muchos frívolos e indignados votantes de clase media descubrieron allende el Canal que las cosas pueden ir a peor todavía, y que las decisiones en las urnas tienen profunda repercusión en la vida cotidiana y en el bolsillo. A Podemos, como todo movimiento doctrinario, le cuesta descubrir las razones por las que el electorado fluctúa, y el descenso de apoyo en Madrid pudiera ser el detalle que avise que empiezan a perder apoyo en los centros urbanos. En las clases medias se anuló el efecto estampida provocado por la indignación, al observar las consecuencias del «Brexit». Un millón de sus anteriores votantes no se despeñaron en el abismo votando a Podemos, se abstuvieron u optaron por los partidos del sistema.
Otro asunto es el resultado que ha tenido en Euskadi Podemos. Ahí el referente antisistema que era ETA, en el seno de una sociedad cuyos individuos han sido educados por el nacionalismo para el enfrentamiento desde su más tierna infancia, lo recoge Podemos y no Bildu, pues la formación nacionalista heredera de Batasuna no ha sabido explicar, porque no puede, su reciente compromiso con las vías pacíficas. De improviso llegó Podemos, esperanza de excarcelación para los presos de ETA, antisistema multicolor, que recoge todos los corpúsculos izquierdistas que HB capitalizaba, que comprende las razones que llevaron a ETA a mantener la lucha armada contra esta democracia, y deja empequeñecidos electoralmente a esos traidores que abandonaron a ETA para sobrevivir en la política. Con los resultados en Euskadi y Cataluña, Podemos tiende a convertirse en una fuerza del nacionalismo periférico, por muchos discursos patrióticos inspirados en políticos de la República o en bandos del general Vicente Rojo que oportunistamente recite Pablo Iglesias.
Enredados en el esperpento político.Lo que ocurrió tras las anteriores elecciones del 20-D, en la que descubrimos a tres partidos que dicen ser del sistema incapaces de llegar a un acuerdo de gobernabilidad, no sólo desprestigia al sistema, sino que pone en entredicho la utilidad social de dichos partidos y beneficia, sin duda alguna, a los que se le enfrentan desde el populismo o los nacionalismos. De haberlo aprovechado mejor, hubiera sido una gran ocasión para Pablo Iglesias, pero en su sobreactuación echó por tierra la imagen de su proyecto, porque los detentadores de la Constitución, a la hora de la verdad, no estaban prestigiándola. Pero Iglesias erró con su discurso disperso yendo a cuestiones muy particulares y contradictorias a la vez. El suyo debería haber sido: ‘Mirad, no sirven ni para sostener lo que inventaron, el sistema se hunde, nosotros somos la esperanza’.
En las democracias consolidadas del norte no entienden el colapso institucional español. El ministro holandés homónimo de Guindos, le preguntaba con toda ingenuidad por qué no se constituía un Gobierno del PP con los socialistas, y tras la sonrisa del político español se expresaba la enorme dificultad que esa solución tiene en una sociedad en la que la izquierda ha experimentado un enorme retroceso político.
Por el momento no están mejor las cosa en esta segunda vuelta. Pedro Sánchez amenaza con un referendo interno en el partido, la demagógica consulta a las bases después de quince años de izquierdismo desde que se fuera González, para que salga el rechazo a Rajoy, y él pueda seguir en Ferraz y en su escaño con su Dieciocho Brumario contra su comité federal. Y C’s en su empecinado rechazo a Rajoy, manifiesta una profunda contradicción que puede llevarle a un final semejante al que ha padecido UPyD, otra formación que surgió del movimiento cívico frente al nacionalismo, en este caso el vasco. Ambos partidos están entregando la referencia de estabilidad política al PP mientras ellos hacen mutis por el foro de la política española.
Ciudadanos no se creó para ser un movimiento para la estabilidad política en Cataluña, y ser un partido para la inestabilidad en toda España. Contradicción que le llevaría, como le llevó el error de UPyD de no contemplar las ansías de unidad con Ciudadanos que alentaba su electorado, a desaparecer en muy pocas fechas, tras un largo y duro proceso de asentamiento. La crítica de los «padres» fundadores de C’s al rechazo a Rajoy que hoy sostiene Rivera, calificándolo de inmoral y error político, puede estar reflejando el sentir de su electorado, preocupados ante la enajenación que un mínimo de poder ha podido causar en sectores de la jerarquía de C’s. Vean el error de UPyD, piensen en la volatilidad de un electorado que ha confiado en C’s , porque su prestigio se basaba en la sensatez política que alcanzó en Cataluña, y la posible pérdida de esta confianza se puede dar al introducirse en la política española. Y sería una pena que este proyecto liberal y constitucional fracasara por no entender que su función es política y no moral: más Max Weber y menos Calvino.

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    Acerca de Eduardo Uriarte Romero

    Eduardo (Teo) Uriarte Romero nació en Sevilla en 1945, trasladándose a Vitoria en 1953. Es doctor en periodismo por la Universidad del País Vasco. Militó en ETA en 1964, estando en busca y captura desde 1967. Fue condenado en el Proceso de Burgos en 1970 a dos penas de muerte. Amnistiado en 1977 formó parte del núcleo que constituyó Euskadiko Ezkerra (EE). Participó en el desmantelamiento de ETA pm, fue parlamentario vasco por EE en las dos primeras legislaturas y posteriormente concejal por el PSOE-PSE en el ayuntamiento de Bilbao, dónde finalizó su carrera política como teniente de alcalde. Posteriormente fue gerente de la Fundación para la Libertad. Periodista colaborador en diferentes publicaciones, ha escrito "La Insurrección de los vascos en 1833" (1978), sus memorias, Mirando Atrás (2002) y "Tiempos de Canallas" (2013). Ostenta la medalla al mérito Constitucional.