La política española, huérfana de teóricos y pensadores –el finado Onaindía, miembro del PSOE, manifestó en una conferencia a universitarios, ante la sorpresa del auditorio, que la única aportación teórica del socialismo español había sido la movida madrileña- derivó en malas prácticas, en el sectarismo y, tras él, en comportamientos corruptos. Porque los logros, que los ha habido, y muy importantes, ya se encargaba la desleal oposición de abatirlos en la estrategia de tierra quemada. Al final, lo que ha quedado destrozado ha sido el sistema en general y con él, como no podía ser menos, los viejos partidos que lo sostenían, malheridos, en proceso de refundación o en asumida liquidación. Porque la miserable dialéctica de debate entre ellos no ha dado lugar a la victoria de ninguno, sino a la derrota de ambos y a la aparición de nuevos actores. Y algunos de ellos con peligrosa vocación antidemocrática; bien las CUP, bien Podemos, bien nuevos nacionalismos, pues la convivencia democrática y la labor participativa en el impulso de gobernabilidad eran algo que previamente los otrora protagonistas de la Transición habían ido despreciando. Los de Podemos sólo tuvieron que seguir la estela de enfrentamiento creada por los viejos e irresponsables partidos y sumarse a la consideración fóbica hacia el PP generada por el PSOE.
La encuesta del CIS previa a la campaña del 26 J muestra la muy posible superación de los populistas al mismísimo PSOE, baluarte en tiempos pasados del sistema, que dejaría de ser la alternativa a un también debilitado PP. Han tenido que aparecer estos datos para que amanezca la reflexión en sus entornos. Un preocupado editorial de El País del siguiente día (10 de junio, y con un rotundo subtítulo), manifestaba claramente lo que el socialismo había estado ocultando a sus militantes y electores, que «Podemos es una fuerza antagónica al PSOE…», pero punto y seguido sigue engolfado en la errónea dialéctica que nos ha conducido a la actual situación: «Su éxito sólo beneficia al PP». Aseveración falsa porque perjudica a todo el sistema, incluido al PP, que es lo que debe preocupar a todo demócrata, incluido el periodismo democrático. Mediante esa lógica maniquea –lo peor que puede ocurrir es beneficiar al PP-, de la dialéctica de estos últimos años, los antisistema acabarán con el sistema. Y de seguir con ella, los retales del histórico partido de la izquierda acabarán reclutados por la alternativa ‘comunitarista’ y libertaria, si el infantil objetivo reside en perjudicar al PP.
Bajo la hegemonía de esa lógica de fobia hacia el partido de la derecha, cuando se trata del necesario adversario en el marco democrático –el compañero de viaje-, no es de extrañar que se produzca el efecto que parece sorprender al diario El País, consistente en que «… a ojos de un buen número de electores (ex-votantes del PSOE, abstencionistas o jóvenes que votan por primera vez), parecería que el PSOE y Unidos Podemos fueran dos partidos intercambiables o, incluso, sustituibles». Pues no, resulta de lo más coherente y nada extraño, ya que la estrategia de buenos y malos, mucho antes de que apareciera Podemos, la inauguró el PSOE, y la gente identifica como semejantes a los que coinciden en el erigido prejuicio fundamental: la fobia al PP.
Acto seguido, ante la desolación provocada por la encuesta le toca manifestar al diario citado, ya era hora, la diferencia entre una fuerza socialdemócrata, muy modificada en estos años recientes por ZP, y Podemos, mediante una declaración digna de un manifiesto: «Nada hay más lejos de la realidad: Unidos Podemos no representa una marca joven y algo más de izquierdas que el Partido Socialista, sino un contendiente directo en lo relativo a las ideas, las políticas y los valores que caracterizan a los socialdemócratas, enEspaña y en toda Europa. Por su manera de entender la democracia representativa, las políticas de igualdad, la economía de mercado, el proceso de integración europeo y el orden internacional, PSOE y Unidos Podemos son dos fuerzas antagónicas cuyo entendimiento, como vimos tras el 20-D, es imposible».
Declaración muy tardía, cuando muchos testigos de la Transición nos hemos alejado ya del socialismo aterrorizados por su deriva izquierdista. Su consecuencia ha acabado en lo actual, el surgimiento de un potente movimiento antisistema, que encuentra en una sociedad perturbada por la falta de condiciones de trabajo y bienestar, especialmente entre sus jóvenes, las condiciones para votar cualquier opción que por falsa que fuere castigue a los de «la casta», lugar donde ocupa sitio de honor el PSOE. Podemos es un voto de castigo no sólo contra el PP, no sólo contra nuestro marco político, sino muy especialmente, y como primer paso, contra el PSOE. Tan de castigo que votantes de HB, que votaban «lo que más daño les hace», se han pasado en Euskadi a Podemos.
Si mucha gente ha dejado de distinguir al PSOE de Podemos es porque desde hace tiempo el primero renunció de forma traumática a lo que era, protagonista de la misma Transición. Fue dejando de ser él mismo desenterrando todas las cuestiones que removían sísmicamente el sistema, desde una memoria histórica manipulada para el enfrentamiento, la culpabilización de todo al PP, una excesiva compresión hacia ETA, a cuyo sector político le dio una digna salida tras una larga negociación cuando ya estaba derrotada, una errática política autonómica, cuya primera víctima ha sido el PSC, y tras él el PS de Euskadi, y el abandono de cualquier proyecto político acomodándose en un confortable progresismo buenista, pletórico de aparente ética y nefasto en política. Todos los elementos ideológicos que han acabado, con mayor coherencia, radicalidad y credibilidad, acaparados por el populismo. Porque el auténtico hijo del zapaterismo, por mucho que su fundador aparezca en los mítines socialistas pidiendo el voto, es Podemos, que ha sabido llevar hasta la conclusión final los impulsos izquierdistas de éste. No sólo las condiciones económicas de la crisis favorecían la indignación de las masas y su deserción de un sistema cuyos representantes lo han mostrado corrupto, sino que la mitad del discurso del populismo emergente se lo había escrito un PSOE que hoy se siente desolado.
El abandono de su ser -como ha ocurrido a otras fuerzas que se fueron apartando del marco político como CiU- les alejaba de la tarea sustancial de todo partido democrático, la búsqueda de la convivencia y del bienestar. Esto se ha realizado a cambio de la mera supervivencia en el poder, comportamiento que ha favorecido una espiral de sectarismo y radicalismo. Lo importante ya no importa. Déficit, paro, pensiones, descuartizamiento territorial, proceso de feudalización del Estado bajo los partidos, etc. Se hace de lo secundario, hasta de lo trivial, toros, rótulos de calles, estatuas del Caudillo, diferenciaciones, identidades y discriminaciones –siempre positivas, como si lo pudieran ser-, lo importante. Facilitando a los medios de comunicación, que están al quite, la política como espectáculo, sin fundamento, como «reality show», sin aparentes consecuencias en la vida del ciudadano cuando éste apaga el receptor. Como si las decisiones de los políticos no acabaran teniendo consecuencias trágicas en ellos. Así, la emotividad y el sentimiento, junto a la frivolidad, se apoderan de la racionalidad que toda democracia debe potenciar, en un momento de perturbación social por los escándalos promovidos por los partidos. Sentimiento y emotividad que permite fabulaciones políticas, más bien mágicas, cargadas de falsedades o medias verdades, lo que no importa, pues si la promesa es bella y apasionante no importa. Además, bastante nos han robado los que nos gobiernan como para no creer las fábulas de los nuevos profetas. Sobre todo, cuando parte de ellas venían avaladas por un centenario partido de obreros como el PSOE.
Socialdemocracia.
Interesante la discusión sobre la socialdemocracia, si eso sirve para educar un poco, siempre y cuando los comunicadores pierdan el tiempo en leer sobre el tema. ¿Es Podemos socialdemócrata? Evidentemente no. No porque no tenga determinados aspectos reivindicativos de la socialdemocracia, ni porque se haya unido al nostálgico comunismo español, sino porque Podemos es revolucionario y la socialdemocracia desde la revolución rusa, y oficialmente desde la ruptura socialdemócrata, entre la II y la III Internacional, es reformista. Desde entonces el foso se hizo infranqueable. Incluso, la polémica entre los que se sienten los auténticos depositarios del emblema y los recién llegados, recuerda demasiado los enfrentamientos entre ellos durante la República y la Guerra Civil como para no volver a rememorar la falta de madurez política, que les llevara al enfrentamiento armado, y a la conclusión pública de que con ellos no se podía ni creer ni en las más hermosas promesas.
Si la ruptura entre socialdemocracia y otras concepciones izquierdistas revolucionarias, incluida la comunista fue tan profunda, ¿cómo es posible la amalgama que permite a Iglesias a hablar de su fórmula como socialdemócrata, llevando en su coalición a comunistas y nacionalistas? Sencillo, porque tras la aportación de Zapatero dividiendo nuestro espacio político en buenos y malos, y la puesta en crisis del papel de la Transición – y qué es esta democracia para los izquierdistas sino la continuidad del franquismo-, aquel viejo hermanamiento de todos contra Franco se reprodujo bajo la gran comunidad antisistema que nos trae Podemos. Efecto de unión del radicalismo izquierdista que pone en crisis todo el sistema y que la prudencia política de los partidos – que si tenían memoria histórica de lo que pasó con la República- supo impedir a la muerte del dictador. Aquellos partidos débiles y recién construidos tenían algo fundamental para evitar el enfrentamiento por encima de cualquier fobia: querían la democracia. Iglesias ha sabido llevar a su provecho la tensión guerra civilista que el PSOE inició. Hoy tiene detrás de sí un enorme ejército de votos propiciado por el discurso de otros.
Podemos no es socialdemócrata, recuerda demasiado a ETA-Batasuna en su planteamiento ideológico-propagandístico. No es de extrañar que toda la política, no sólo la catalana, se esté batasunizando en España. Teniendo aquellos un fundamento esencial en el nacionalismo, fueron adoptando otras ideologías de forma sincrética y oportunista a lo largo de su recorrido, desde el comunismo, el pensamiento libertario, al socialismo. Ideologías utilizadas allá dónde, o el momento, conviniese, con tal de reforzar lo fundamental, el proyecto secesionista, que si era sincero tenía que ser violento, pues a la secesión no se llega democráticamente. Normalmente el sincretismo suele ser útil para la acumulación de fuerzas necesarias en un momento histórico cara a alcanzar el poder, es decir, los cielos. Es el caso de Podemos, ni siquiera es un movimiento comunista, es un conglomerado antisistema que engloba desde nacionalismos periféricos a libertarios multicolores. Ese conglomerado es fundamentalmente libertario y mantendrá en su seno las más estrambóticas contradicciones mientras lo importante, coincidiendo con el PSOE, sea arrojar a la derecha. Una vez alcanzado el objetivo sólo una dictadura hace posible durante un tiempo el mantenimiento de tan multicolor horda.
Interesante la experiencia de las CUP en Cataluña. Si fuerzas otrora moderadas, como CiU, se lanzan hacia la ruptura, y para ello necesitan aliados aún más rupturistas, no se sorprendan de que se vean arrastrados al caos político, caos que todo anarquismo ha considerado como condición previa revolucionaria. Interesante experiencia porque nos puede acercar al comportamiento de Podemos, al caos más absoluto tras una alianza de fuerzas tan dispares, un programa económicamente bárbaro, en formato consumista, y un sentimiento solidario con los sistemas políticos más calamitosos que padece hoy la humanidad. Estamos acostumbrados a vivir sin cabeza, sin racionalidad en la política, estos últimos cuarenta años han sido la excepción, no es de extrañar opciones suicidas asumidas por la mayoría del electorado. CiU se suicida yendo a un gobierno con el apoyo de los antisistema, y Sánchez creyó que Podemos le iba a apoyar cuando, era de manual, el primer escalón de Podemos hacia la Moncloa implicaba liquidar al PSOE.
El problema de fondo: con el PSOE cae el sistema.
La irrupción de Podemos con un mensaje de ruptura superando a un PSOE cuyo reto inmediato es evitar su desaparición a corto plazo, la desaparición de CiU barrida en la espiral secesionista que quiso encabezar, un PNV no mayoritario en Euskadi superado por el radicalismo antisistema de Podemos-HB, y un PP en convulsión interna y alejado de cualquier posibilidad de mayoría absoluta, nos muestran un panorama de crisis, no sólo de dichos partidos, sino del propio sistema político del que fueron sus promotores tras la dictadura.
Mientras el PP sostiene un papel moderador ante la derecha, que ha supuesto que el populismo no haya aparecido en ese espacio, no se puede decir lo mismo del papel fracasado del resto de los partidos mencionados. El PNV, que se lanzó a la aventura radical de la secesión con Ibarretxe abandonando las reglas del juego creadas durante la Transición, hoy se ve superado por las formaciones antisistema, y finalmente será arrastrado, quebrando la moderación de Urkullu, a sumarse a una movilización por la secesión. CiU, formación de singular importancia en el proceso democrático, bisagra clave para la gobernabilidad con sus apoyos en Madrid a derecha e izquierda, ha renunciado a ese papel de encuentro y moderación intentando acaudillar un movimiento secesionista, perdiendo su lugar en el tablero de la convivencia política española. Y finalmente, el PSOE, pieza fundamental para evitar el radicalismo en la izquierda y recoger en su seno las diferentes familias antifranquistas hasta que se amoldasen a la democracia parlamentaria, no sólo dejó de ejecutar ese papel, si no que favoreció la quiebra del sistema en un ataque total a la derecha blandiendo elementos discursivos que hoy son el centro del populismo alternativo.
Además de la indignación popular potenciada por las consecuencias de una profunda crisis económica, incrementada ésta por la inacabable sucesión de delitos de corrupción que la élite política protagoniza, hay que sumar la irresponsabilidad de los partidos gestores de la democracia española que llegados a un punto en su desarrollo optaron por salirse de juego con tal de garantizarse su supervivencia. No la consiguieron, hoy su supervivencia está en entredicho y el sistema está profundamente quebrado. Se partió, en palabras de Zapatero, de la segura fortaleza del sistema, que no podía correr ningún riesgo de quiebra, para acabar descubriendo que la realidad actual es contraria a ese bello deseo: el sistema se rompe y el fracaso del PSOE es su fatal síntoma.
Vino Podemos, y se apoderó de todo el discurso izquierdista del PSOE, de la fobia al PP, de la memoria de buenos y malos y de la Guerra Civil desenterrada por Zapatero, del acercamiento al mundo de ETA propiciado por el anterior y Eguiguren, de una actitud flexible ante el secesionismo catalán propiciada por el PSC, y, entonces barrió, y llegó el castañetear de dientes y la desolación. Era la crónica de un final anunciado. Si jugamos a izquierdistas aparece Podemos. Si jugamos a la secesión en Cataluña aparecen las CUP.
Ante esta realidad tenemos varias opciones, la conservadora, la que van a esgrimir las jerarquías de los partidos quitando importancia al fracaso de los propios partidos y a negar la profunda crisis del sistema, con lo que nos encaminaremos al modelo griego. O iniciamos un proceso de encuentro y reconstrucción de la política, incluyendo la refundación de los partidos constitucionales, para dar a la vez el paso adelante en las reformas políticas, incluida la constitucional, que vuelva a dar estabilidad al sistema y garantías a la democracia. Es posible que a los actuales gestores les parezca inabordable, pero eso ya eso hizo hace cuarenta años, porque existía mucho deseo de convivencia y el sectarismo partidista aún no había anegado la política.
viñeta: Dávila2011
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