Consulta a las bases y populismo: la trampa de la democracia directa (II)

En el anterior artículo sobre democracia directa (http://kosmos-polis.com/relaciones-internacionales/opinion-relaciones/item/300-referendum-y-populismo-la-trampa-de-la-democracia-directa), me centré en el recurso al referéndum en los casos griego y catalán, en el presente análisis trataré de otro instrumento en manos del populismo para legitimar «democráticamente» lo que no es más que una nueva trampa al servicio del aparato del partido. La consulta a las bases suele ser un elemento que democratiza a la organización o sistema que la lleva a cabo, como se puede comprobar en la actualidad con las primarias norteamericanas, donde son los propios simpatizantes de los partidos quienes eligen a sus candidatos, evitando así los males del dedazo que tan bien conocemos en nuestro país.
Cuanta mayor sea la participación en la consulta mayor será el nivel de legitimación alcanzado, y cuanta menos presión se ejerza sobre las bases acerca de lo consultado, mayor será la libertad de éstas para decidir su voto. Es por ello que la consulta a las bases es un instrumento idóneo cuando se trata de decidir sobre aspectos organizativos, como la elección de candidatos, pero no tanto cuando trata de cuestiones programáticas o ideológicas, donde los márgenes de manipulación son mayores.
El caso de la consulta a las bases realizada por Podemos en abril de 2016 es paradigmático al respecto, no sólo por mostrar cómo los líderes pueden presionar a las bases en una determinada dirección, sino por la escasa efectividad de dichas consultas cuando dirimen asuntos de base, cuya resolución debería corresponder a la dirección del partido, que para eso lidera y sobre ella debería descansar el peso de las decisiones tomadas.
La consulta que la dirección de Podemos trasladó a sus bases trataba de decidir el apoyo al acuerdo suscrito por otras dos formaciones políticas -PSOE y Ciudadanos-, y planteaba una alternativa al mismo, el famoso «pacto a la valenciana». Pero la consulta ya empezó trucada cuando la dirección del partido «advirtió» de que dimitiría en caso de que la primera opción fuese apoyada por la mayoría de sus simpatizantes. El chantaje es claro y deja en evidencia el escaso talante democrático de los líderes morados, quienes lejos de aceptar el mandato de su sacrosanta mayoría social, tan solo tratan de dirigirla cual rebaño al redil.
Esa «política infantil», propia de todo despotismo, no da verdaderas opciones a las bases, pues o apoyan lo que se les dice o se las abandona, no hay término medio. Y aquí radica la segunda trampa de las consultas a las bases en ocasiones como la presente, al plantear la realidad en términos dicotómicos, o lo tomas o lo dejas, se enmascara la falta de voluntad negociadora de la dirección. Es decir, cuando una formación se planta y no cede, lo mejor que puede hacer para justificar su inmovilismo es recurrir a una consulta como la planteada por Podemos, distrayendo así la atención de lo esencial, que no ha sabido lograr un consenso con el resto de formaciones. Diluye así su responsabilidad entre el conjunto de sus votantes, presentándose como su servidor, cuando en realidad pretende ser su amo.
Se trata de una acusación muy grave, lo sé, pero no la lanzo a la ligera, basta con observar la realidad con atención. La nuestra es una democracia representativa, como la inmensa mayoría de democracias actuales, por dos razones principales, primero porque no todos podemos dedicarnos a la política todo el tiempo, de ahí que deleguemos nuestra responsabilidad en nuestros representantes, quienes sí tienen el deber de tomar decisiones políticas por nosotros, y en segundo lugar, el tamaño territorial y el número de habitantes hacen inviable la democracia directa en nuestro tiempo. Al recurrir a la consulta de bases en casos como el presente, y aquí encontramos la tercera trampa, lo único que intentan sus promotores es legitimar una decisión que, en el fondo, saben que es equivocada, escurriendo el bulto de su responsabilidad y de paso aumentando el control sobre sus votantes.
En una democracia representativa tales decisiones tienen que corresponder a la dirección del partido, que las verá ratificadas o no en las siguientes elecciones, cuando haya pasado el tiempo pertinente para valorar sus consecuencias. Consultando directamente a las bases se las priva del tiempo necesario para una deliberación justa y precisa, más aún bajo el chantaje y la reducción de las opciones. Por todo ello digo que tales consultas lo único que refuerzan es el control de la dirección sobre sus votantes, eso sí, enmascarado bajo el antifaz democrático.
Sumado a todo ello cabría hablar de una cuarta trampa, consistente en presentar como ampliamente democráticas lo que no es más que una movilización efectiva de los simpatizantes más fervientes. En efecto, tras la votación y el anuncio de sus resultados, los líderes de Podemos no podían evitar su satisfacción, habían logrado una participación mayor que en su constitución como partido, y además habían superado ampliamente los datos de participación de una consulta similar efectuada por el Partido Socialista. La dirección se presentaba como mera delegada de sus votantes, no estando capacitada a contradecir su decisión, que ya hemos comprobado que estaba condicionada desde el inicio. Pero, ¿de verdad se trató de un ejercicio democrático tan amplio como lo presentaron? Las cifras no mienten, y en este caso ponen en entredicho una vez más el presunto poder legitimador de tales consultas.
Los datos se pueden interpretar de muchas maneras, pero están ahí, son incontrovertibles, sólo hay que saber y querer entenderlos. La participación total ascendió a unas 149.500 personas, eso sí, en dos días y 14 horas, lo que supone casi el 38% de los casi 394.000 inscritos en el portal de Podemos y prácticamente el 73% de los más de 204.000 simpatizantes activos (esto es, aquellos que han participado en el último año al menos una vez en las consultas del partido). Los votos en contra del pacto Rivera-Sánchez (presentando torticeramente el acuerdo entre dos partidos como un asunto personal) ascendieron a 131.561, mientras que a favor solo estuvieron 17.542, es decir, el No ganó con un 88,23% de los votos.
En cuanto a la segunda pregunta, si se prefería el acuerdo del cambio representado por Podemos y sus confluencias (arrogándose para sí el monopolio de la nueva política) el Sí se hizo con 136.291 votos y el NO con solo 12.184, es decir, un aplastante 91,79% de los votos dio la razón a los líderes del partido. Esas son las cifras manejadas por los promotores de la consulta para legitimar su decisión. Con ello evitaron la triste función representada por la CUP y su consulta sobre el apoyo a un gobierno catalán soberanista, donde sin ambages se produjo una manipulación escandalosa de los votos que propició un inverosímil empate, eso sí, resuelto sin rubor en segunda instancia por la cúpula del partido.
Veamos ahora los datos reales. Si en lugar de tener en cuenta el porcentaje sobre el total de votos emitidos lo tomamos sobre el del número de simpatizantes la cosa empieza a cambiar, pues el apoyo a la dirección, aun siendo considerable, comienza a descender. Así, respecto a la primera pregunta se pasa del 88,23 al 64,49% de apoyo, y en la segunda del 91,79 al 66,81%. Se complica más el asunto si la referencia son los inscritos en el portal de Podemos, pues los datos entonces empiezan a fallar, pues en la primera pregunta se logra solo el apoyo de un 33,39%, y en la segunda del 34,59%, nada que ver ya con el éxito inicial.
De todos modos, los votantes de Podemos son muchos más, en concreto casi 5,2 millones en la últimas elecciones del 20 de diciembre pasado, por lo que en realidad solo el 2,53% de sus últimos votantes rechazó el pacto PSOE-Ciudadanos y solo el 2,62% dijo sí al modelo valenciano. No cabe decir nada si tomamos en cuenta el censo electoral, unos 36,5 millones, entonces las cifras son de risa, pues solo el 0,41% habría participado en la consulta. El 0,41% que necesita la dirección de Podemos para evitar la formación de un gobierno alternativo al PP, eso sí, presentándolo como el respeto a la voluntad popular a favor de un cambio verdadero, que solo ellos representan.
Y no necesitan más porque como no se han cansado de decir, no están de acuerdo con el sistema político que les ha permitido nacer y prosperar hasta límites insospechados por ellos mismos. Podemos, o sus líderes más destacados (los que van quedando purga tras purga) no creen en la democracia representativa, en realidad no creen en democracia alguna salvo la dirigida, al modo jacobino o bolchevique, donde la dirección marca la pauta y el pueblo le sigue ciegamente, eso sí, consultado de vez en cuando para no perder las formas, la «política espectáculo» es así. De ahí que se presente como un éxito que solo el 2,87% de sus votantes participen en su consulta, para ellos solo cuentan quienes se adhieren a sus tesis, el resto es pueblo enemigo a no tener en cuenta, al que habrá que someter para que por fin vean la realidad bajo el único prisma verdadero, el del oráculo podemita.
Hasta el momento habíamos tenido partidos que nos han engañado y estafado, ahora ya tenemos uno que intenta dominarnos, nada extraño, dada nuestra dudosa capacidad para elegir buenos políticos. Los anteriores eran toscos en sus formas, como vemos con los casos de corrupción que afloran en los juzgados de toda España o con la falta de respeto con que Marino Rajoy ha tratado al resto de partidos sustentado en una ilusoria mayoría absoluta (al respecto es ilustrativo que dijera a la señora Rosa Díez en sede parlamentaria que nunca la escuchaba, al líder popular nunca se le pasó por la cabeza que Díez hablaba por el más de millón de españolas y españoles que votaron a UPyD, como nunca se le ha pasado por la cabeza gobernar para el conjunto de españoles, ni siquiera para los más de diez millones que dieron su confianza al PP en 2011). Podemos es un partido arcaico en sus principios, pero moderno en sus formas, y utiliza la sutileza democrática para esconder sus verdaderas intenciones (el que quiera conocerlas que eche un vistazo al funcionamiento interno del partido). La consulta a las bases, junto al referéndum, es una trampa que usan y usarán para embellecer sus acciones.
La democracia representativa tiene sus inconvenientes, por supuesto, pero tratar de atajarla recurriendo a una presunta democracia directa no ha de engañarnos. El pueblo decide en cada elección, el tiempo que media entre una y otra sirve para juzgar el desempeño de sus representantes. Se sobreentiende que uno da su voto a la formación con la que está de acuerdo en sus principios básicos y pone su confianza en unos líderes que prometen cumplirlos con la mayor eficacia posible. Obligar a decidir a los votantes sobre algo que compete a las direcciones y encima bajo la presión de la urgencia y el chantaje de la dimisión no es un ejercicio de democracia, sino de simulación democrática que subvierte los principios de nuestro régimen representativo, pues ¿si los líderes son incapaces de afrontar las consecuencias de sus decisiones, descargando su responsabilidad sobre sus votantes, para qué sirven los partidos políticos?
  • Podemos
  • democracia directa
  • referendum
  • democracia representativa
  • Partido Popular
  • Rajoy

    Acerca de Pedro Ramos Josa

    Doctor en Paz y Seguridad Internacional por el Instituto General Gutiérrez Mellado Licenciado en Ciencias Políticas por la UNED.Temas principales de investigación: historia y política de Estados Unidos, la debilidad Estatal, ideologías políticas