Spotlight

Spotlight
Durante mi estancia en Cambridge (Massachusetts, USA) entre 1998-2000, vinculado al Real Colegio Complutense en la Universidad de Harvard, un sacerdote amigo mío, bien informado de la parroquia de St. Patrick, me aseguró repetidamente que el cardenal-arzobispo de Boston, entonces un todopoderoso príncipe en la Iglesia Católica de los Estados Unidos, graduado precisamente de Harvard, como varios presidentes (los Adams, Hayes, los Roosevelt, Kennedy…posteriormente Bush Jr. y Obama), era un seguro candidato a ocupar la Sede de San Pedro en un futuro no muy lejano.
Si no hubiera sido por un pequeño grupo de periodistas de investigación pertenecientes a The Boston Globe, quizás tendríamos hoy como primer papa norteamericano de la historia al entonces cardenal-arzobispo Bernard Law. Sin embargo, y como consecuencia de tales investigaciones de 2002, Law es hoy un fugitivo de la justicia americana escondido en el Vaticano por voluntad y decisión del Papa Juan Pablo II, confirmadas y mantenidas por sus sucesores, Benito y Francisco.
La recién estrenada película norteamericana Spotlight (escrita y dirigida por Thomas McCarthy, 2015) es la historia, sobria y magistralmente desarrollada, sobre el penoso episodio de la pederastia en la Iglesia Católica en Boston -un episodio más de una larga serie nacional e internacional- que ha conmocionado a los católicos y cristianos de diferentes denominaciones en todo el mundo. A diferencia de otras películas que tratan tangencialmente el problema para centrarse más en otros objetivos cinematográficos e interpretativos (por ejemplo, la británica/irlandesa Calvary o la chilena El Club), Spotlight tiene un mérito inmenso como película en clave documental rigurosamente histórica.
Los investigadores de The Boston Globe, aparte de revelar la lista de casi un centenar de sacerdotes pederastas (solo uno de ellos llegó a abusar de 130 menores), subrayaban que todo el problema era sistémico, institucional, ya que la responsabilidad moral y criminal residía en última instancia en las propias autoridades eclesiásticas católicas, desde las propias archidiócesis hasta el mismo Vaticano, que se prestaron al encubrimiento de los hechos.
En vez del primer papa estadounidense que me anunciaba mi amigo de Boston nos ha tocado un papa argentino, «el primer jesuita» y primer hispanoamericano de la historia, cuyas decisiones primeras en cuanto a canonización de nuevos santos han sido, como se sabe, los anteriores papas Juan XXIII (el «bueno») y Juan Pablo II (el «santo súbito»). Lo que mucha gente no sabe es que ambos pontífices fueron responsables del riguroso silencio y encubrimiento impuesto en la Iglesia acerca de los casos de pederastia, pedofilia, y otros abusos sexuales por parte de los sacerdotes y religiosos de la misma (sobre los casos de religiosas la información de que disponemos es prácticamente nula, y los psiquiatras expertos en el tema dicen que es un fenómeno más raro y menos frecuente).
El Papa Juan dictó el documento secreto o confidencial «Crimine Solicitacionis» (1962), y el Papa Juan Pablo la «Carta a los obispos de Irlanda» (1997), en los que se prohibía, incluso bajo amenaza de excomunión, que los miembros de la institución católica informaran a las autoridades policiales o judiciales de los casos de pedofilia y pederastia dentro de la Iglesia, obligando por tanto a un absoluto silencio y al encubrimiento criminal sobre los mismos.
Resulta irónico (y me imagino que desagradable) para el primer jesuita Papa Francisco que los grandes escándalos de pederastia en el Vaticano, al menos desde el siglo XX, se hicieran notables precisamente con el caso de un primer jesuita célebre: Pietro Tacchi- Venturi, S. J., general de los jesuitas italianos (y temporalmente general «en funciones» de toda la Compañía, durante el exilio político del titular, Wlodimir Ledochowski), también famoso historiador de la Compañía de Jesús, notorio antisemita al que los nazis llamaban burlonamente el «Rasputín de Mussolini».
Como ha investigado el historiador de la Brown University David I. Kertzer (The Pope and Mussolini, Random House, New York, 2014), Tacchi-Venturi, aparte de ser «confidente» político y consejero religioso del líder del Fascismo, fue un mediador importante de la Secretaría de Estado vaticana en la consecución de los Pactos Lateranenses entre la Santa Sede y el Estado italiano en 1929, que pusieron fin a la «Cuestión Romana». Menos conocido es que el ilustre jesuita era un pederasta, conducta desviada secreta que a punto estuvo de costarle la vida porque el menor que era su víctima intentó asesinarle en su propio despacho. La prensa mundial (incluido The New York Times) presentó el incidente como un atentado político de inspiración anti-fascista. Kertzer revela, con pruebas, lo que realmente fue, y que al menos otros dos importantes cardenales de la Curia en ese momento también practicaban la pederastia, naturalmente a espaldas de -a mi juicio gran pontífice e intelectual- Achille Ratti (el Papa Pío XI), pero los hechos eran perfectamente conocidos y documentados en los archivos por los servicios secretos y policiales de Mussolini.
Sospecho que gran parte de estos escándalos fueron ocultados, como decía, a espaldas de los papas (al menos, en mi opinión, de Pío XI, Pío XII y más tarde Juan Pablo I), por cierta connivencia y pactos de silencio entre los pederastas y los homosexuales en el Vaticano y en otros ambientes de la Iglesia. Por ejemplo, el cardenal Montini, posteriormente Papa Pablo VI, era homosexual, y sus affairs con el espía británico Hugh Montgomery o con el actor italiano Paolo Carlini eran comentados y documentados por los servicios secretos de varios gobiernos, lo que sin duda lastró su pontificado –como insinúa el historiador británico Stephen Dorrill, experto en asuntos de inteligencia y contra-inteligencia- en una medida que todavía hoy desconocemos: Montgomery estaba vinculado, a través de su hermano también homosexual, con el grupo de espías británicos de Cambridge al servicio de la NKVD/KGB.
Todo este asunto repugnante de la pederastia, con el agravante de una infamia institucional vaticana difícil de creer -debo admitirlo- me indigna personalmente ya que el sacerdote que me casó y que bautizó a mis dos hijos, resultó ser un homosexual y pederasta (no son cosas incompatibles, como intentan propagar los defensores progres de los gays, entre los que se encuentra, al parecer, el propio papa Francisco), al final denunciado públicamente, tras décadas de encubrimiento por la autoridades eclesiásticas de la archidiócesis de St. Paul-Minneapolis (Minnesota, USA), donde también se dieron y se ocultaron durante las últimas décadas un alto número de abusos sexuales de menores. Concretamente, solo en la diócesis de Winona, se ha publicado una lista de al menos 14 sacerdotes entre los que se encuentra la persona en que mi familia, ingenuamente, confió para oficiar bodas y bautizos (Jean Hoppensperger, «Winona Priests´ Abuse Detailed», Star-Tribune, St. Paul-Minneapolis, October 8, 2014).
A través de un investigador privado (y víctima de monjes pederastas), Patrick Merker, nos hemos informado también de un número elevado de casos en la Abadía benedictina de St. John en Collegeville, Minnesota, cercana a nuestra residencia familiar (Abadía vinculada a una escuela preparatoria, High School y al prestigioso campus universitario católico St. John´s University- College of St. Benedict), donde al parecer siguen refugiados algunos de los presuntos criminales.
El mencionado investigador, que publica la página de internet www.behindthepinecurtain.com , ha denunciado a más de 260 casos, en los que involucra a más de 60 miembros de la comunidad. Las últimas denuncias han sido informadas por el periodista antes mencionado, Jean Hoppensperger (Star-Tribune, St. Paul-Minneapolis, November 24, 2015), que asimismo destaca, en algunos casos, la práctica de pederastia combinada con relaciones homosexuales entre adultos. El problema solo en los Estados Unidos, como ha aireado la prensa, investigadores privados y, finalmente, las comisiones de investigación de la propia Iglesia, ha alcanzado las proporciones de una verdadera pandemia.
Hace más de veinte años, leyendo una obra sobre los grandes filósofos políticos, me resultó extraña la tesis de Leo Strauss y sus discípulos sobre Friedrich Nietzsche, en el sentido de que valoraban positivamente su individualismo anti-estatista y anti-socialista (y desde luego su anti-antisemitismo), pero le señalaban como responsable del inicio de una tendencia atea (o, al menos, anti-eclesiástica y anti-clerical) en el seno de las derechas y de los sectores conservadores del siglo XX. Por desgracia, escándalos como el que denuncia Spotlight, contribuyen en efecto al distanciamiento progresivo de los católicos conservadores de su propia Iglesia.
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    Acerca de Joaquin Martinez de la Rosa

    Analista político e investigador en St. John´s  on the Missisippi Foundation for Cultural Studies, Minnesota, USA