EL BOOMERANG DE ARTUR MAS

EL BOOMERANG DE ARTUR MAS
Las elecciones catalanas del 27-S han supuesto un boomerang para el Presidente de la Generalidad. Sus objetivos eran dos: conseguir los votos que le permitieran formar gobierno con mayoría absoluta y hacer un recuento plebiscitario de los mismos para mostrar a una sociedad que apoyaba mayoritariamente la secesión.
Con una participación del 77,46%, casi 10 puntos por encima de las elecciones de 2012, la plataforma de Juntos por el Sí (JpS), con 62 escaños, necesita de la Candidatura de Unidad Popular (CUP) para alcanzar la mayoría absoluta. Por otro lado, el recuento de votos arroja una mayoría del 52,2% para los que apoyan la unidad, frente al 47,7% que obtienen los independentistas.
El planteamiento de la convocatoria era torticero, pues falseaba la razón de ser de las elecciones, derivándolas como he señalado más arriba hacia un plebiscito. Esto ha sido percibido por el electorado y causa determinante, a mi modo de ver, de una participación inusual en unas elecciones autonómicas.
El primer objetivo de JpS no se ha alcanzado. La necesidad de contar con la CUP para formar un gobierno estable presenta unos problemas profundos, pues esta candidatura defiende unos planteamientos ideológicos de izquierdismo revolucionario, nada compatibles con Convergencia y poco con ERC. No obstante, a pesar de todo lo que les separa les une la necesidad imperiosa de formar gobierno para evitar unas nuevas elecciones, que a ninguno de los tres les interesa. Por ello, la hipótesis más probable es que terminen alcanzando un acuerdo, rebajando la CUP sus planteamientos iniciales. Así Mas podría convertirse en un Kérenski a la española.
El segundo objetivo, que en realidad era el primero en orden de importancia, constituyó un fracaso inesperado con arreglo a las últimas encuestas que se manejaban en la Generalidad. Tanto que los líderes de JpS, una vez realizado el recuento, enardecían a sus incondicionales diciéndoles: «hemos ganado en votos y en escaños». Esta euforia contrastaba con la actitud realista mostrada por el líder de la CUP, quien reconocía sin ambages que el plebiscito no se había ganado.
El falso plebiscito se había vuelto contra los que lo organizaron. El hecho objetivo es que, hoy por hoy, una mayoría de catalanes opta por seguir como parte integrante de la nación española. También es un hecho objetivo la fractura social alentada desde la Generalidad con todos los resortes del poder. Este último aspecto es el que da un mayor valor a la movilización y resistencia de la ciudadanía, al no aceptar los planteamientos secesionistas. En definitiva, las cifras 52, 2 contra 47,7 por ciento hablan por si solas, sobre todo cuando el proceso ha circulado por unos cauces que no eran legales ni imparciales.
La nula autocrítica generada desde el independentismo, una vez conocidos los resultados, es muy llamativa. Cabe imaginar como habrían sido los comentarios si las cifras hubieran sido a la inversa. Parece que para los secesionistas es secundario que más de la mitad de la población esté en contra. Pero ya se sabe que en estas aspiraciones la democracia es una simple herramienta, se utiliza si beneficia y se soslaya cuando no es favorable.
La hoja de ruta propiciada por JpS ha sido factible gracias a la actitud incompetente e incomprensible del gobierno de la nación. La secesión de una parte del territorio no puede negociarse, tampoco poner como interlocutor principal al ministro de Relaciones Exteriores en un debate absurdo y errático. El gobierno no tiene la capacidad de hacerlo, semejante asunto compete a todos los españoles. La independencia se conquista pero no se negocia. Rajoy y sus ministros han intentado comprar con dinero o con un trato de privilegio ante la ley a los nacionalistas. Hoy tienen una mayor responsabilidad, pues el pueblo soberano se ha manifestado con sus votos, la defensa de los catalanes que se sienten también españoles.
La separación de Cataluña afectaría seriamente a todos los españoles y a toda Europa, por eso hay que poner todos los medios a nuestro alcance para que no se produzca. En España se abriría un proceso de disgregación que nos haría volver administrativamente a los tiempos del cantonalismo o a la Edad Media. En Europa diferentes comunidades, cada una con sus singularidades, podrían hacer resucitar la aspiración separatista. Hace unos días, Ángela Merkel afirmaba: «el nacionalismo es la guerra». Nuestro continente que trató de escapar, después de la II GM, de su destino atávico durante centurias: el enfrentamiento originado por la ambición del espacio y la hegemonía de unos pueblos sobre otros. No puede contemplar con tranquilidad el resurgir de un modelo que tantas vidas y trabajo costó erradicar. Los europeos son también parte concernida en el proceso abierto y sin duda intervendrán si se ven obligados a ello para garantizar su propia seguridad.
Un modelo de economía planificada comunista no es la solución a nuestros problemas. Resucitar el marxismo soviético, cuya «validez» quedó más que demostrada en la URSS y aún hoy en países como Cuba o Venezuela, es un ejercicio que no lleva a ninguna parte. La erradicación de la corrupción, el control estatal sobre el capitalismo salvaje y la cooperación entre comunidades políticas diferentes en un marco de solidaridad y ayuda mutua, sí es el camino que es preciso recuperar en el plazo más corto posible tanto en España como en Europa.
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    Acerca de Diego Camacho

    Coronel de Infantería, diplomado en Operaciones Especiales. Licenciado en Políticas y profesor de Relaciones Internacionales.