“Dirty Little Secret” (¿el fascismo-leninismo?)

“Dirty Little Secret” (¿el fascismo-leninismo?)
Convencionalmente Lenin se ha asociado a Marx, y la síntesis ideológica implícita en la expresión «marxismo-leninismo» es constitutiva en la génesis del comunismo contemporáneo. Sin embargo, la evolución real del leninismo en Rusia e internacionalmente después de la Revolución soviética de 1917 se compadece mejor, por paradójico que pueda parecer, con el fascismo como concepto genérico. Sería irónico (y para algunos casi blasfemo) que Lenin resultara ser el auténtico padre o inspirador del fascismo del siglo XX. Las únicas exégesis plausibles del leninismo han sido las de Trotsky y la de Stalin. La primera fracasó políticamente, y como muy pronto detectó el filósofo cristiano Nicolai Berdiaiev (en su confrontación dialéctica a partir de 1921 con los leninistas y la Cheka), el Stalinismo es algo muy parecido al Fascismo.
En 1918, tras la amarga experiencia de Brest-Litovsk, Lenin postula los conceptos de «capitalismo de Estado» y «socialismo en un solo país», conceptos posteriormente desarrollados por Stalin y que, a mi juicio, marcan la ruptura mental e ideológica con el comunismo para converger en lo que conoceremos en su estructural media aritmética como fascismo genérico y paradigmático. A finales de los años veinte Stalin y los leninistas de la Komintern se meterían en un terreno arriesgado al proponer la teoría crítica del «socialfascismo»: en La revolución traicionada (1936) Trotsky constata que Fascismo y Stalinismo son fenómenos similares, simétricos; en Los orígenes del comunismo en Rusia (1937) Berdiaiev define al Comunismo y al Fascismo como formas totalitarias de Estado. Lo propio harán a partir de 1939 – tras el indigno Pacto Ribbentrop-Molotov, en realidad de Hitler con Stalin- los ex comunistas norteamericanos Max Eastman y James Burnham en relación a la convergencia Nazismo/Comunismo. Para comprender estos procesos resulta absolutamente imprescindible volver a la obra hoy casi olvidada de Sir John W. Wheeler-Bennett, Brest-Litovsk. The Forgotten Peace. March 1918 (London, 1938), y saber leer entre líneas las consecuencias de dicho tratado para el comunismo y las relaciones internacionales.
El fascismo genérico es anterior al Fascismo de Mussolini, aunque ciertamente el término naciera en Italia a finales del siglo XIX. Fue un movimiento heterogéneo de corte populista agrario, similar al populismo ruso (Narodnaia Volia) que será el suelo nutricio del futuro bolchevismo leninista, como ha destacado sobre todo el gran historiador de la universidad de Harvard, Richard Pipes, en su obra estándar (The Russian Revolution, Knopf, Ne York, 1990, pp. 341-ss.). Este prestigioso historiador subraya el carácter «contrarrevolucionario» y anti-democrático del leninismo en el propio contexto de la Revolución rusa, de manera similar al fascismo en Italia. No por casualidad hacia 1911-1914 el propio Lenin vería similitudes entre el socialismo bolchevique y el socialismo mussoliniano. La Gran Guerra, no obstante, marcará una ruptura política estratégica entre el Comunismo y el Fascismo (ruptura de Antonio Gramsci con su antes admirado Mussolini), pero las concomitancias ideológicas y prácticas persistirán y volverán a reaparecer durante los años veinte, tras la llegada al poder de Lenin (1917-18) y de Mussolini (1922), especialmente con el establecimiento de la NEP (1921) y los inicios del Stalinismo («el periodo más ambiguo e hipócrita de la historia soviética», escribirá Boris Pasternak en la conclusión de Doctor Zhivago).
El término fascismo viene de «fascio», traducción italiana de la palabra latina «fascis» (haz de leña o haz de líctores en la simbología de la República y del Imperio romanos) con la connotación de «liga» o «unión». Los Fasci Siciliani dei Lavoratori (Ligas Sicilianas de Trabajadores) se fundaron en Sicilia entre 1889 y 1894. Eran organizaciones populistas de socialismo agrario, en un número aproximado de 170 asociaciones federadas, con más de 300.000 miembros. Los Fasci fueron el núcleo original del Partito dei Lavoratori Italiani (PLI), más tarde Partito Socialista Italiano (PSI), miembro de la Segunda Internacional, aceptando la ideología marxista. Paralelamente, una corriente del populismo ruso, bajo el liderazgo de Plejanov, también aceptará el marxismo, y en 1898 junto a Lenin y otros se funda el Partido Socialdemócrata Obrero de Rusia, también integrado en la Segunda Internacional. A principios del siglo XX se escindirá, como es sabido, en dos facciones: los bolcheviques y los mencheviques en perpetua rivalidad y competencia, aunque la ruptura definitiva entre ambos no se producirá hasta 1914. Mussolini, tras su elección para la dirección del PSI en el congreso de Reggio-Emilia (1911), también provocará la escisión entre las dos facciones del socialismo italiano: los revolucionarios al estilo bolchevique (liderados por el propio Mussolini, suscitando por ello los elogios de Lenin en el Pravda del exilio) y los reformistas al estilo menchevique.

El análisis de los Fasci sicilianos en 1893-94 por Luigi Pirandello, I Vecchi e i Giovani (1913), nos recuerda en el título a la novela de Ivan Turgenev, Padres e Hijos (1861) que retrataba a los nihilistas y populistas en Rusia, admirados y emulados por Lenin y sus hermanos (uno de ellos, Alexander, sería ejecutado por terrorista, lo que motivó quizás la inclinación del joven Ulianov hacia el marxismo).
En el caso del populismo fascista, como en el populismo ruso original, subyacía una idea del cristianismo revolucionario y socialista (recuérdese a L. Tolstoi, al que Lenin dedicó varios ensayos), con advocación a la «Justicia Social», concepto que tiene sus orígenes –como ha investigado con gran rigor Friedrich Hayek- en Luigi Taparelli-d´Anzeglio y las doctrinas del sacerdote católico Antonio Rosmini-Serbati, autor del tratado La Constitutione secondo la Giustizia Sociale (1848). Concepto heredado después por los Fabianos británicos, La Iglesia Católica (y las protestantes), el Fascismo, el Falangismo, el Franquismo, el Salazarismo, el Peronismo, el Castrismo, el Chavismo, y prácticamente todos las dictaduras progresistas o reaccionarias (véase: F. A. Hayek, Law, Legislation and Liberty. Vol. 2: The Mirage of Social Justice, Chicago, 1976, páginas 62-106). Asimismo no han sido inmunes al virus «social-justiciero» algunos liberales desde John Stuart Mill hasta John Rawls, los demócratas cristianos, los socialistas y comunistas de todos los pelajes (incluidos los de Podemos), ciertos Papas como Francisco, los Jesuitas y la Teología de la Liberación, demócratas americanos actuales como Barak Obama, Hillary Clinton, Bernie Sanders, Elizabethh Warren, etc.
Este «Dirty Little Secret» que ahora anuncio pero que proyecto desarrollar en un futuro ensayo, está en la base de lo que algunos autores venimos denominando el fascismo progresista (véanse: J. Goldberg, Liberal Fascism, New York, 2009; M. Pastor, «El fascismo progresista. Reflexiones sobre la obra de Jonah Goldberg», La Ilustración Liberal, 2010; J. Martínez de la Rosa, «Del Gran Gatsby al Gran Hermano», kosmos-polis, 2013; y M. Pastor, «El fascismo progresista: el caso de las hermanas Mitford», kosmos-polis, 2014) que, si somos capaces de quitarnos las anteojeras ideológicas, identificaremos en todo un abanico de partidos y sistemas políticos contemporáneos, a izquierda y a derecha. El significado originario de fascismo como liga o unión aquí se traduce en unanimidad con vocación totalitaria. Nunca se ha hecho más evidente el tópico de que los extremos se tocan (leninismo y fascismo), encontrando un denominador común en un Estatismo con fuertes pulsiones colectivistas, y con la filosofía legitimadora –según Hayek, al que subscribo- de una presunta y falaz Justicia Social (Toda justicia es social o no es justicia, por tanto no necesita adjetivos equívocos o tendenciosos).
El maestro Stanley G. Payne, que mantiene que el fascismo es la ideología más original del siglo XX (un nacionalismo radical y autoritario/totalitario, intuyendo que ha impregnado casi todos los sistemas políticos no liberales) en su último libro con Jesús Palacios (Franco. Una biografía personal y política, Espasa, Madrid, 2014, p.649) ponen un ejemplo concreto: el franquismo anticipó el modelo chino, lo cual no significa en absoluto que la ideología franquista tuviera algo que ver con el comunismo leninista de Mao y sus herederos.

Mi tesis es que el concepto de fascismo genérico invalida la pretensión de los progresistas y extremistas de izquierdas que han utilizado el término «fascista/fascismo» como un insulto contra las derechas y contra sus competidores en las izquierdas (por ejemplo, los estalinistas contra los trotskistas, el POUM, los «socialfascistas», los «anarcofascistas», los «liberalfascistas», etc.). Casi habría que decir, parafraseando como se ha dicho en distintos momentos del pasado («Ahora todos somos keynesianos» –según Richard Nixon en 1972- o «Ahora todos somos socialistas» –según el semanario Newsweek en 2009, tras el triunfo de Barack Obama) con una gota de sarcasmo y mucha ironía: «Ahora todos somos (algo) fascistas». Un pequeño y feo secreto.
Se puede admitir la excepción del auténtico liberalismo (no contaminado por las simpatías abortistas y «social-justicieras» de John Stuart Mill, y el excesivo estatismo de los fabianos, los jesuitas, los demócratas norteamericanos, y economistas como Paul Krugman, o Thomas Piketty) que algunos nuevos partidos en nuestro país como Ciudadanos y Vox tratan de pergeñar (con dificultad y a veces con algunas contradicciones), sobre premisas compatibles con un Estado Social Mínimo (Welfare State Redux). Un liberalismo también conservador, fiel al libre mercado y al imperio de la ley, compatible con la filantropía y la caridad, que deben protagonizar –al contrario de lo que propone el Papa Francisco en Evangelii Gaudium, de resonancias peronistas y en contradicción con la doctrina tradicional de la Iglesia acerca de la «subsidiariedad del Estado»- preeminentemente los ciudadanos, es decir, las asociaciones libres y voluntarias de la sociedad civil. En suma, la única alternativa eficaz a «los sofistas de todos los partidos» (según Marcel Mauss, en 1924) o a «los socialistas de todos los partidos» (según Friedrich Hayek, en 1944).

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    Acerca de Joaquin Martinez de la Rosa

    Analista político e investigador en St. John´s  on the Missisippi Foundation for Cultural Studies, Minnesota, USA