ESPAÑA EN EL SUROESTE DE LOS EEUU: DE CABEZA DE VACA A JUAN DE OÑATE (II)

ESPAÑA EN EL SUROESTE DE LOS EEUU: DE CABEZA DE VACA A JUAN DE OÑATE (II)
Como ya hemos señalado en el artículo anterior, 1583 es el año en el que Felipe II, de España y I de Portugal, emite una Real Cédula por la que concede el preciado y anhelado bien de la nobleza de la Hidalguía a todos los que se establecieran al Norte del río Grande así como a sus descendientes.

El Camino Real de Tierra Adentro
El virrey hizo entrega a Juan de Oñate el asiento con las detalladas instrucciones para su expedición, entre las que se encontraba la de descubrir y poblar las nuevas tierras siempre «con toda paz, amistad y cristiandad», nombrándole gobernador de este territorio, que sería llamado Nuevo México y que tendría carácter hereditario, por lo que pasaría a su muerte a manos de su hijo. Luego Oñate iría solicitando socorros para la organización de la expedición.
El propio virrey suministraría a la expedición las municiones, pólvora y los cañones que necesitaban, mientras que el resto del material de guerra sería financiado en su mayor parte por el propio Oñate, que empeñaría con ello la fortuna familiar. Estaba obligado a reclutar a 200 hombres totalmente equipados a su costa, cinco sacerdotes y, como se trataba de colonizar y poblar los nuevos territorios, también acompañarían a la expedición mujeres y niños, y cerca de 8.000 cabezas de ganados entre las que se contaban, 3000 ovejas, 1000 cabras, 1000 carneros y 1000 vacas además de 150 caballos y 150 potros.
Esta expedición, como la de Coronado, también tuvo sus incursiones por mar de la mano de Sebastián Vizcaíno (1548-1628), navegante español, nacido en 1448 en Extremadura y muerto en Nueva España en 1628. Tras varias expediciones por el Pacífico partió al mando de una expedición organizada por el virrey Luis de Velasco, cuyo fin era la exploración de la costa norteamericana, en busca del estrecho de Anián, que por el norte ofreciera un paso del Pacífico al Atlántico, y de puertos de descanso para las naves que venían de Filipinas. En 1596 descubrió la Baja California como Nueva Andalucía. En 1602 dirigió una segunda expedición, en la que participaron fray Antonio de la Ascensión, Toribio Gómez de Corbán, Gaspar de Alarcón y Jerónimo Martín de Palacios, recorriendo la costa de la Alta California hasta el cabo de Mendocino y descubriendo la bahía de Monterrey.

Mapa con la situación de Acoma y dibujada con la línea de trazos la ruta que ya en 1605 seguiría Oñate para alcanzar el Golfo de California, con la esperanza de abrir una nueva ruta por mar que le comunicará con Nueva España, aunque los territorios que tenía que atravesar eran muy peligrosos y no disponía de hombres para establecer una ruta segura hasta allí
Estas expediciones, tanto terrestres como marítimas, eran de una gran dureza y se hacían necesarias unas muy buenas condiciones físicas y gran capacidad de sacrificio y de resistencia para afrontarlas. En su mayoría se reclutó personal procedente de la península de todas las regiones de España, viajando en ella familias cuyos cabezas eran veteranos de las guerras de Flandes, y así lo podemos ver en las descripciones físicas que ofrece Gaspar de Villagrá en el listado de expedicionarios cuando pormenoriza los rasgos físicos de los alistados entre los que se incluían las cicatrices en cara y cuerpo, o ausencia de dedos.
Juan de Oñate, hijo de Cristóbal de Oñate fundador de Zacatecas, descubridor y dueño de las mayores minas de plata del momento, se había casado con la princesa Isabel de Tolosa Cortés Moctezuma, hija de Juanes Tolosa, cofundador de Zacatecas con su padre, y de Leonor Cortés de Moctezuma, hermanastra de Martín Cortés, hijo de Hernán Cortés. Don Juan de Oñate era criollo, o sea nacido en la Ciudad de México de padres peninsulares. Su esposa Isabel, era nieta como se ha dicho de Hernán Cortés y biznieta de Moctezuma, así el mismo Oñate simboliza en su familia la principal riqueza de la Hispanidad, el mestizaje, por tantos denostado.
El capitán Gaspar Pérez de Villagrá es la gran figura a reivindicar para el orgullo hispano y para la historia de los Estados Unidos de Norteamérica, como el primer europeo y hombre de leyes que actuó en labores de justicia en los territorios de esa nación, el primer juez de los EEUU. Villagrá había estudiado leyes y ejerció como procurador de justicia de la expedición y como notario de la misma, era un hombre de letras que sin duda soñaba con la gloria literaria, por eso emprendería una obra singular: la redacción de un monumental poema épico sobre la conquista de Nuevo México por Oñate, donde relata detalladamente la expedición, constituyendo esta obra la primera obra literaria íntegramente dedicada a los actuales Estados Unidos de América, y por la que se tienen las primeras noticias de sus tierras y sus pobladores. Allí se describe por primera vez a los búfalos o bisontes (cíbolos) y el encuentro de un europeo con un tornado, relatando el propio Villagrá cómo tuvo que asirse a una roca para no ser arrancado con su armadura y salir volando por los aires como una espiga de trigo.
A pesar de la detallada preparación, la partida de la expedición se complicó por motivos ajenos a la misma cuando Luis de Velasco, virrey de Nueva España en aquel momento y valedor de Juan de Oñate, fue nombrado en 1595 virrey del Perú, siendo relevado en el cargo por Gaspar de Zúñiga y Acevedo (1560-1606), quien tenía en mente a otro hombre para liderar la expedición, que no era otro que su amigo Pedro Ponce de León, aunque afortunadamente éste no contaba con los recursos económicos exigidos para acometer los gastos de organización de la expedición.
Oñate siguió adelante con sus planes pero sufrió una guerra psicológica de desgaste. Cuando en enero de 1597 lo tenía todo preparado para partir desde el asentamiento más norteño de Nueva España, la población de Santa Bárbara, en el actual estado mexicano de Chihuahua, Gaspar de Zúñiga, que no mantenía ninguna simpatía personal con Oñate y estaba dispuesto a poner todas las trabas posibles para torpedear la expedición, aún ignorando las instrucciones del propio Felipe II, que ya había ordenado el inicio de la expedición, envió una nueva inspección de la expedición, que terminaría, como no podía ser de otra manera, con un resultado positivo, pese a ordenar otra nueva inspección, señalando la prohibición expresa de que no se iniciase nada sin obtener su permiso.
Con todas estas visitas de inspección, claramente innecesarias, lo único que pretendía Zúñiga era sembrar el desánimo y descontento entre los expedicionarios y sus familias, algunos de los cuales abandonaron ante tal dilación. Por otra parte Oñate sólo tenía 120 soldados, cuando el asiento firmado estipulaba que debía armar a su costa a 200 hombres, por lo que el visitador enviado por el virrey Zúñiga, Juan Frías de Salazar, le impidió a Oñate a iniciar su marcha, argumentando como disculpa incumplimiento del contrato. Con todas estas trabas oficiales, la expedición sufrió un nuevo retraso hasta 1598, pero finalmente el 26 de enero de 1598 Frías, sin nuevos pretextos para retrasar la partida de la expedición, autorizó finalmente la expedición, y Oñate partió de Santa Bárbara en dirección a la frontera del norte. La columna era impresionante, digna de que algún cineasta reflejara en un film esta epopeya, con más de siete mil cabezas de ganado, con sus 120 soldados acompañados de sus familias, esposas e hijos de todas las edades, en una cadena de 83 carros tirados por bueyes, a la que se incorporarían en el mes de marzo dos sacerdotes y ocho monjes franciscanos, que serían los responsables de la atención espiritual de la expedición y de la evangelización de los nuevos territorios. En esa expedición se dibujaba un microcosmos de España pues sus miembros eran originarios de las cuatro esquinas del territorio peninsular y de Canarias, hecho que queda patente en los nombres y topónimos que han quedado en Nuevo México.
Oñate organizó la columna enviando una vanguardia para seguridad y reconocer los pasos complicados. Esa avanzadilla del cuerpo principal expedicionario estaba formada por diecisiete hombres bajo el mando de su sobrino Vicente de Zaldívar, con el cometido de explorar el itinerario y reconocer tanto los puntos de paso obligado como los lugares más adecuados para detenerse, así como prevenir cualquier emboscada de partidas de nativos nómadas. Aquellos valientes expedicionarios se internaban en un territorio habitado por diferentes pueblos con lenguas también diferentes, como los indios hopi, los tewas o tanos, zuñis, o los apaches entre otras muchas como los comanches o los navajos.La Semana Santa de 1598 la pasaron junto a un río al que dieron el nombre de Jueves Santo, tal y como relata Villagrá, describiendo los oficios religiosos incluso la autolaceración de Oñate. Después reanudaron su camino, que les llevaría hasta una nueva corriente fluvial que les interrumpía el paso hacia hacia el norte: el Río de las Conchas, y para atravesarlo Oñate ordenó desmontar veinticuatro ruedas de las carretas, atarlas y cubrirlas con troncos para formar un puente y de esta manera el resto de carretas y el ganado lo pudieran atravesar. Pensemos que este proceso con todo el personal e impedimenta además del ganado, les llevó nada más y nada menos que una semana.
Por fin el 20 de abril de 1598 llegaron a las orillas del Río Grande o Bravo del Norte, que con un recorrido de 3034 kilómetros, recorre los actuales estados norteamericanos de Colorado, Nuevo México y Texas, para luego internarse en México recorriendo Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, para desembocar en el Golfo de México. Es en este punto clave, el hoy conocido como Paso del Norte, donde se encontraba la expedición de Oñate, que tendrá que hacer frente a varios ataques de tribus nómadas, hasta que una vez totalmente atravesado el río en los primeros días de mayo, junto a las ciudades fronterizas de Ciudad Juárez en México y El Paso en los Estados Unidos, Oñate ordenó levantar junto a la orilla una capilla, donde tres semanas después ya estaba lista para celebrar una misa de acción de gracias en la que agradecen a Dios la fortuna de haber cruzado a la nueva tierra sin problemas.
En el texto de Gaspar de Villagrá encontramos la fórmula de la toma de posesión, en nombre de Felipe II, que fallecería ese mismo año y que fue empleada aquel histórico día 30 de abril de 1598:
«En el nombre de la Santísima Trinidad y de la individua unidad eterna, deidad y majestad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y una sola esencia y un solo Dios verdadero…. Quiero que sepan, los que ahora son o por tiempo fueren: como yo, don Juan de Oñate, Gobernador, y Capitán General, y Adelantado de la Nuevo México y de sus Reinos y Provincias… en cuyo sólido fundamento estribo para tomar la sobredicha posesión de estos Reinos y Provincias en el sobredicho nombre del Rey Felipe II».
Así nació y sería recordado el Primer Día de Acción de Gracias español en el suroeste de los Estados Unidos. En su largo documento Oñate hace descansar su derecho como representante de Felipe II en la bula del Papa Alejandro VI de 1497, que daba poder a los reyes de España de colonizar y evangelizar el Nuevo Mundo. Como nos dice Ch.F. Lummis en «Los Exploradores del Siglo XVI», «sorprende por el número la proporción de hombres educados en colegios que había entre los exploradores; la inteligencia y el heroísmo corrían parejas en los comienzos de la colonización del Nuevo Mundo».
Después, reorganizó y puso en marcha la columna para retomar el itinerario seguido junto al curso del Río Bravo, hasta separarse del mismo y adentrarse en una peligrosa zona desértica conocida como la Jornada del Muerto, en la que a lo largo de unos 120 kilómetros no existía ni el menor rastro de cursos fluviales ni pozos para abastecerse de agua. Por fortuna, en los límites del desierto se encontraron con un grupo de indios pueblo, que con gran hospitalidad les prestaron ayuda, ofreciéndoles agua y alimentos. Por tal motivo Oñate llamó a aquel pueblo Socorro.
Una vez recuperadas las fuerzas, la columna reinició la marcha, llegando hasta otro asentamiento de otra parcialidad de indios pueblo, los Oh-Ke, que los recibieron sin hostilidad. Allí será donde Oñate decidirá establecer su primer asentamiento en un lugar al que dará el nombre de San Juan de los Caballeros, en honor del santo patrón de Oñate, llamando a la nueva fundación San Gabriel. Hasta entonces, 18 de agosto de 1598, la expedición ya había recorrido 1000 kilómetros desde que partiera de Santa Bárbara el 26 de enero de 1598, decidiendo invernar allí para no sufrir incursiones de los nómadas apaches.
Tras la toma de posesión y la primera fundación en Nuevo México aquel fue un durísimo primer invierno para los recién llegados a un territorio hostil, árido y lo que era peor, a más de mil kilómetros de la población española más cercana. Realmente las dificultades no habían hecho más que empezar.
El 8 de septiembre de 1598, fiesta del nacimiento de la Virgen María, fue señalado para la dedicación de una pobre y humilde capilla y para dar gracias a Dios que les había ayudado a llegar a su destino con vida y salud y sin grandes contratiempos. Fray Alonso Martínez, superior de los franciscanos, celebró la misa, y Fray Cristóbal Salazar predicó el sermón. El culto católico hacía sentirse en casa a los colonos y les daba ánimo para seguir adelante. Esta Acción de Gracias fue la primera realizada en los actuales territorios de los Estados Unidos de América y cuya hermoso celebración concluyó con la representación de la obra teatral Moros y Cristianos, que el capitán Marcos Farfán de los Godos había vuelto a escribir y a montar.
La obra se representó en el campamento españo con el beneplácito de todos. Era una obrita sencilla, escrita en versos pobres, pero que revelaban todo el entusiasmo de la Fe de los hispanos. Fue la primera obra de teatro escrita y representada en los Estados Unidos. Villagrá no hace referencia de los detalles de la comida de aquel día, pero sin duda se sacrificaron muchos corderos y becerros y todos disfrutaron en paz de aquel día de descanso.
Es muy posible que los indios del vecino pueblo de Ohke asistieran admirados a aquella celebración, pues los hispanos les estaban sumamente agradecidos por su hospitalidad, hasta el punto de dar el nombre «de los Caballeros» a su fundación, a fín de recordar la nobleza de la bienvenida cordial de los indígenas. Insisto en que aquella fue el primer «Día de Acción de Gracias» (Thanksgiving) que se celebró en lo que es hoy el territorio del suroeste de los Estados Unidos de América; veintitrés años antes de que los «Peregrinos» de Plymouth Rock celebraran su «Thansksgiving Day».
Según pasaban las semanas fueron percibiendo los recién llegados que aquella tierra no era tan rica y fértil como soñaban, sino un lugar árido y rodeado de gentes hostiles, por lo que cundió el desánimo entre muchos de aquellos hombres que habían acompañado a Oñate al verse defraudados por el panorama en el que no veían futuro para sus familias, por lo que tomaron la decisión de abandonar el nuevo asentamiento y regresar a Nueva España.
Un total de 45 hombres con sus familias querían abandonar el proyecto, decisión que ponía en peligro al resto de la expedición, así como al cumplimiento de los objetivos de asentamiento y poblamiento, por lo que al surgir este conato de rebelión Oñate decidió cortarla de raíz reprimiendo con severidad el levantamiento. Para ello acusó a los cabecillas de desertores, lo que llevaba consigo una inmediata condena a muerte. Ante esta drástica situación uno de los franciscanos, fray Alonso Martinez, intercedió por ellos, solucionándose el conato de rebelión sin que se produjera ninguna muerte, aunque en aquel momento cuatro de sus hombres ya habían desertado y abandonado el campamento.
Oñate designó a su hombre de leyes por ser además de su entera confianza, Gaspar Pérez de Villagrá (1555-1620), para que persiguiera a los desertores, dado que no podía permitirse el lujo de dejarlos sin castigo para que el mal ejemplo no cundiera entre las filas de nuevos colonos. Tras varios días de persecución Villagrá conseguiría atrapar a dos de ellos antes de que cruzaran Río Bravo y entraran en el territorio de Nueva España, donde Oñate no tenía ya jurisdicción. Serían juzgados por Oñate, declarados culpables por deserción, condenados a muerte y ejecutados.Pero Oñate era consciente de que tenía que ofrecer algo mejor a sus camaradas de de expedición que aquel asentamiento en una región árida y sin ningún aliciente para quedarse allí y prosperar, por lo que llevaría a cabo nuevas exploraciones por la región, enviando de nuevo a su sobrino Vicente de Zaldívar al madnod e esa misión, que se dirigió hacia el este, penetrando en el territorio que hoy conocemos con el nombre de Texas, donde tendría su primer encuentro con las enormes manadas de búfalos a los que los españoles dieron el nombre de cíbolos.
Cazaron algunos de ellos y comprobaron que eran indómitos y no podían domesticarse para ser utilizados como ganado. Finalmente la expedición regresó a San Gabriel sin haber alcanzado uno de sus principales objetivos: llegar hasta el Atlántico. Realmente desconocían la inmensidad continental que separaba el norte de Nueva España de las costas norteamericanas del Atlántico.
La búsqueda de un itinerario hacia el norte de la Florida seguía siendo una preocupación, ya que desde 1565 ya lo había intentado Juan Pardo, enviado por Pedro Menéndez de Avilés, desde Santa Elena en la Florida, y que llegó a sobrepasar únicamente la cadena montañosa de los Apalaches. La finalidad de encontrar este itinerario obedecía al deseo de librar las rutas marítimas que partían desde Veracruz a España a través del Caribe infestado de piratas y corsarios. En Nueva España también se interesaba por el posible itinerario para socorrer a La Florida.
Una vez realizada una incursión hacia el este fue enviada otra partida de exploración hacia el oeste para tratar de llegar al Pacífico, pero igualmente desconocían la auténtica extensión de aquellos territorios y por ello regresaron de nuevo sin alcanzar la costa. A pesar de todo Juan de Oñate persistió en su empeño y con su sobrino Zaldívar volvería de nuevo a la carga para dirigirse hacia el oeste y alcanzar finalmente las costas del Pacífico, para lo cual deberían de atravesar territorios de las diferentes tribus desconocidas para ellos que ya hemos mencionado: apaches, comanches, navajos, hopi y los indios pueblo.

A la izquierda tenemos un mosquetero y a la derecha un arcabucero. El mosquete era una evolución del arcabuz que duplicaba el alcance de sus disparos hasta alcanzar los cien metros de distancia, aunque no solía dispararse a más de 25 metros de distancia para que alcanzara su máxima efectividad. Se mantendría en uso desde el siglo XVI hasta el siglo XIX, mientras que el arcabuz desaparecería ya en el siglo XVIII. Estas armas junto con el uso de los caballos era la base de la superioridad militar de los españoles sobre los indios. Serían los caballos españoles abandonados en Norteamérica, los llamados mustang, los que luego formarían grandes manadas de caballos salvajes en las llanuras norteamericanas y durante el siglo XVII los indios comenzaron a domarlos hasta convertirse en grandes jinetes y a los caballos en toda una forma de vida (Ilustración de Dioniosio A.Cueto)
En búsqueda del ansiado itinerario terrestre entre Nueva España y la Florida, en concreto hacia Santa Elena, que evitara el encajonamiento de salida del Caribe en el que acechaban piratas y corsarios.

En este periplo se encontraron con la mítica Acoma, descrita por Fray Marcos de Niza, quedando maravillados por su imponente situación en un roquedo aislado, aunque no vieron las riquezas de las que hablara Fray Marcos. Los pobladores, sorprendidos por la presencia de aquellos extraños hombres con extraña vestimenta metálica, les trataron con hospitalidad. Casi sesenta años después del aquel primer encuentro, los españoles regresaban a aquel mismo lugar.Juan de Oñate volvió a enviar a su sobrino Juan de Zaldívar, en quien tenía depositada la máxima confianza, con 50 hombres como vanguardia de la exploración, a qula que siguió Oñate después con el resto de expedicionarios. El 27 de octubre de 1598 contemplaron cómo se alzaba ante ellos, cual castillo medieval, la inexpugnable roca de Acoma.

Sobre esta imagen de la expedición de Tristán de Luna nos hacemos idea de la importancia de su exploración para conocer parte del recorrido que debía cubrir el itinerario desde Zacatecas a Santa Elena.
Inicialmente pareció que eran bien recibidos, pues los caciques descendieron hasta donde se encontraban los españoles para darles la bienvenida, aunque aquellos indios queres, pertenecientes a los indios pueblo, recelaban de aquellos hombres blancos de extraños atuendos y armas, por lo que decidieron que la mejor forma de librarse de ellos era matar a su jefe. Les invitaron a subir a la ciudad para visitarla aunque, en realidad, les conducían a una emboscada. Acompañado de diez de sus hombres, Oñate siguió a los indios por aquellos senderos sobre el abismo y donde un paso en falso podía suponer la muerte, mientras contemplaban las casas distribuidas a lo largo del macizo rocoso, con sus terrazas y albercas donde almacenaban el agua de lluvia. Hubo un momento en el que Oñate desconfió y se negó a proseguir, los nativos quizá porque no habían entrado del todo en la zona de emboscada, no actuaron y les dejaron marchar.

Oñate prosiguió camino, mientras que Juan de Zaldívar, cumpliendo las órdenes de Oñate después de haber ejecutado su misión de exploración por la zona, había regresado a San Gabriel para recoger víveres, y seguidamente siguió los pasos de Oñate para llegar con treinta hombres el 4 de diciembre de 1598 a Acoma. Los indios actuaron de la misma forma, bajaron a recibirles y les invitaron a visitar la ciudad y Zaldívar, confiado al saber que a Oñate no le había pasado nada, accedió acompañándoles con 16 de sus soldados, dejando el resto debajo de la peña al cuidado de los caballos.

Diploma de la Corbata de Isabel la Católica concedida por Juan Carlos I a los expedicionarios que siguieron a Don Juan de Oñate, con motivo del 400º aniversario de la fundación de Nuevo México (1598-1998).
Una vez que se encontraron en la población y separados unos de otros, los nativos reaccionaron como un solo hombre contra ellos comenzando a arrojarles piedras, palos, y a atacarles con cuchillos y mazas. Los soldados se encontraron unos a otros gritando y abriéndose paso a golpes entre la masa de atacantes.
Muchos de ellos fueron cayendo, incluido Zaldívar, dos oficiales, seis soldados y dos indios. Los cinco supervivientes lucharon codo con codo cubriéndose las espaldas unos a otros, formaron un círculo rodeados de enemigos y sufriendo una incesante lluvia de piedras y flechas que les venían de todas direcciones. Finalmente quedaron arrinconados al borde del precipicio y ante una situación desesperada optaron por saltar al vacío desde una altura de 40 metros, falleciendo uno de ellos. Cuando los soldados que esperaban abajo vieron la escena entendieron que algo muy grave estaba sucediendo, por lo que acudieron en su ayuda. Al marcharse tenían claro que una revuelta estaba a punto de estallar, lo cual suponía que menos de 200 españoles tendría que enfrentarse a más de 30.000 indios.
Una parte del grupo se dirigió en busca de Oñate, mientras que otros fueron hasta San Gabriel para avisar a los colonos, y un tercer grupo recorrió la región en busca de los misioneros que vivían aislados del asentamiento. Se procedió a reunir a todos los españoles dispersos en San Gabriel. Oñate se percató de inmediato que la única forma de evitar la rebelión de todas las tribus pueblo era adelantarse a ellos y adoptar alguna medida ejemplar para dar un escarmiento a la ciudad de Acoma, pero era un objetivo se tornaba complicado por dos cuestiones:

Desde lejos el asentamiento de Acoma impresionó profundamente a los 70 españoles que bajo el mando de Vicente de Zaldívar llegaron hasta el lugar en enero de 1599 para enfrentarse a una ciudad habitada por un millar de indios que desde la seguridad de su inexpugnable asentamiento desafiaban a los españoles con sus cuerpos pintados de negro. Aún hoy asombra a cualquier visitante cómo con sólo esas decenas de hombres pudo tomar aquella ciudad y con ello salvar la presencia española en Nuevo México , aunque la actuación de Oñate tuviera como premio el destierro y la imposibilidad del regreso
La primera era que en la ciudad había más de 300 hombres, lo que superaba en número a todas las fuerzas de Oñate, y a ello se unía la dificultad de acceso a la población, lo que los nativos era fácil era organizar su defensa protegidos por la altura y la estrechez de los caminos que llevaban hasta a la cima. El dilema debió de existir en la cabeza de Oñate quedando patente que si no actuaban de forma enérgica serían expulsados y la presencia española en Nuevo México estaba condenada a desaparecer.
El 12 de enero un reducido grupo de setenta hombres, dirigido por el hermano de Vicente de Zaldívar, partía de San Gabriel con dirección a Acoma, donde llegaron el 21 de enero, siendo recibidos por los indios en son de guerra con su cuerpo y caras pintadas. Zaldívar,, siguiendo el ritual establecido en las Leyes de Indias conminó a los habitantes indígenas a que se rindieran para ser juzgados. Si así lo hacían Acoma no sufriría daño alguno y los soldados se retirarían. Por supuesto, la oferta fue rechazada entre gritos amenazantes y desafiantes de los indios, que no podían sentir temor de la pequeña fuerza de soldados españoles.
La columna acampó a los pies de la roca, y al despuntar el 22 de enero de 1599 un grupo de doce hombres comenzó a trepar por las rocas por el lugar menos probable por el que los nativos podrían esperar un ataque. Llevaban sus armaduras y equipo cubierto con telas para no hacer ruido y oculto , una auténtica encamisada.A la vez, otro grupo desarrollaba acciones de distracción mediante disparos de arcabuceros y mosqueteros que permitieron a los escaladores alcanzar un pequeño saliente rocoso separado de la plataforma en la que se enclava la población. En ese punto montaron un cañón desde el cual dispararon un primer proyectil que mediante tiro directo destrozó una de las viviendas de adobe.

Inscripción realizada por Juan de Oñate en el Monumento Nacional del Morro, en Nuevo México, realizado por Juan de Oñate en 1605 en su viaje de exploración hasta las orillas del Pacífico. Este monumento es un gran promontorio de arenisca y piedra que tiene un gran charco de agua en su base, como una especie de oasis y donde muchos viajeros han dejado su huella firmando o dejando un mensaje. Parece que la primera tribu que lo habitó fueron los anasazi, pero cuando llegaron los españoles ya estaba deshabitado. En la inscripción de Oñate, la más antigua de las que conserva este monumento, podemos leer «paso por aquí don juan oñate del descubrimiento de la mar del sur a 16 de abril de 1605» y junto a él las firmas de P. Joseph de la Candelaria.
Mientras tanto, en la base de la roca los hombres se afanaban por cortar ramas gruesas para subirlas al amparo de la noche adonde se encontraban sus camaradas, y una vez allí construir con los troncos un puente para cruzar desde el pequeño roquedo a la ciudad. Al amanecer del 23 de enero, los atacantes empezaron a cruzar a la ciudad, pero la mala suerte quiso que uno de los soldados cortase una de las cuerdas que sostenía la pasarela y esta calló, dejando a la unidad separada en dos grupos sin posibilidad de apoyo mutuo. En ese momento Villagrá dio un gran salto para salvar la distancia que separaba el farallón de la meseta donde se desarrollaban los combates y pudo alcanzar la cuerda que había sido cortada para poder tender de nuevo la pasarela por la que cruzaron el resto de los soldados. Así se entabló un combate total que se alargaría durante horas, en el que unas decenas de soldados españoles se enfrentaban cuerpo a cuerpo, casa por casa, calle por calle, a cientos de indios enfurecidos y sorprendidos.
Los soldados españoles avanzaban conminando a los nativos a rendirse a cambio de la libertad si se convertían en súbditos del rey de España. Propuesta que fue rechazada por tres veces prosiguiendo los combates. Con el cañón instalado en el farallón disparaban contra los muros de adobe que se derrumbaban o incluso ardían pasto de las llamas. Los combates duraron hasta la tarde del 24 de enero, cuando muchos indios, de forma numantina y viéndolo todo perdido, decidieron arrojarse al vacío antes que ser tomados prisioneros. Así lo recoge Villagrá en su texto con respeto y gloria a la lucha honorable de los nativos. Y cuando casi todos los guerreros indios habían muerto y los españoles se hallaban al borde del agotamiento, un grupo de ancianos se dirigió a los españoles para rendir la ciudad y que en clara minoría habían logrado conquistarla.
Tal como auguraba Oñate, al conocerse la noticia de la rendición entre el resto de tribus pueblo, otras tantas tribus nativas renunciaron a sus planes de rebelión, considerando que los españoles debían estar protegidos de los dioses, o unos poderosos hechiceros, pues de otra forma no era posible comprender la toma del peñol de Acoma. Como consecuencia de esta acción fueron acudiendo a San Gabriel representantes de los diferentes grupos nativos para presentar sus respetos y vasallaje.
Aunque los españoles sufrieron únicamente dos bajas el gran problema no era otro que la falta de hombres, por lo que remitió una carta al virrey a la vez que envió a Villagrá, el héroe de Acoma, en labores de reclutamiento. Si Oñate no hubiera tomado ninguna medida ante la muerte del grupo de españoles que fueron asesinados en Acoma, el hecho se habría sabido de inmediato en todos los rincones del territorio y aquel grupo incipiente de colonos que no superaba los ciento cincuenta habrían sido masacrados finalizando de un plumazo la presencia española al norte del río Grande.
En la carta dirigida por Oñate al virrey de Nueva España se ofrecía una imagen idealizada de Nuevo México, lejos de la dura realidad de los colonos que allí permanecían, pues esperaba obtener nuevas voluntades y conseguir la venida de nuevas familias, que era lo más imprescindible. En septiembre de 1600 Villagrá partió desde Santa Bárbara acompañado por 73 nuevos colonos-soldados acompañados de sus familias, que alcanzarían sin contratiempos San Gabriel en diciembre de 1600.
Allí se enfrentarían con la cruda realidad muy diferente a la idealizada que se les había dibujado por Gaspar de Villagrá. Engrosada la fuerza, Oñate procedió a reanudar las exploraciones y de esta manera envió a Vicente de Zaldívar hacia el oeste, en un nuevo intento para llegar hasta la costa de California, mientras él se dirigía con otros 75 hombres y más de 700 cabezas de ganado hacia el este hasta llegar a las llanuras de Kansas, pero la tierra era pobre y además de la continua situación de desasosiego a causa de la presencia contante de grupos de apaches nómadas que les acosaban continuamente.
Una vez de regreso en el campamento de San Gabriel en noviembre de 1601, Oñate se encontró con que la situación estaba muy deteriorada y al borde de una abierta rebelión, pues parte de los colonos se sentían engañados y su deseo era el de regresar hacia el sur, a Nueva España, como ya había sucedido tres años antes. Muchos de ellos tomaron la decisión de desertar y regresaron a Nueva España, donde el virrey no pudo hacer otra cosa que comprender los motivos de su actuación, al haberles ocultado Oñate la dura realidad y las condiciones extremas de vida, más bien de supervivencia, que tendrían que afrontar por lo que fueron exculpados por el virrey.
Oñate juzgó como única y mejor salida la posibilidad de dejar de depender del virrey de Nueva España por lo que escribió al Consejo de Indias solicitando convertir Nuevo México en un nuevo virreinato que dependiera directamente de la Corona. Oñate se comprometía a levantar y mantener por su cuenta a 100 soldados si la Corona mantenía a otros 300 hombres, sin embargo, el Consejo de Indias demoró la respuesta hasta recibir el informe detallado de la situación proveniente del virrey, por lo que se abrió un período de espera de tres años.
Mientras tanto Oñate llevó a cabo una nueva expedición hacia el oeste, y en esta ocasión alcanzó el objetivo de llegar a la costa del Océano Pacífico, siguiendo el curso del río Colorado hasta el Golfo de California, pero en su regreso a San Gabriel se encontró con la sorpresa de que el virrey había enviado una veintena de soldados y de que el virrey había cursado su propio informe al Consejo de Indias. La situación se demoró otros tres años hasta 1607, en el que el Consejo de Indias tomó por fin la decisión de destituir a Juan de Oñate, nombrando como gobernador interino a Juan Martinez de Montoya, uno de los colonos. Oñate insistió una y otra vez en las cláusulas del asiento firmado con él por el que el cargo de gobernador y capitán general tenía que haber sido trasladado a su propio hijo Cristóbal.
Juan de Oñate, cumpliendo las órdenes del virrey, abandonó San Gabriel junto a un pequeño grupo de hombres para dirigirse a Nueva España.

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    Acerca de Jose Antonio Crespo-Frances

    Coronel de Infantería, actualmente en situación de reserva. Dedicado a la investigación histórica y en especial a rescatar del olvido a los Españoles Olvidados desde su sección radiofónica junto a Luis del Pino y produciendo artículo y libros sobre el tema, especialmente sobre la acción española en América. Ha recibido por sus trabajos las encomiendas del Mérito Civil, de Isabel la Católica y de Alfonso X el Sabio, entre otras recompensas nacionales y extranjeras.