2015, el año electoral en España. Análisis desde el otro lado del espejo

2015, el año electoral en España. Análisis desde el otro lado del espejo
1. Antes de andarLa respuesta de los andaluces a la llamada electoral del domingo 22 de marzo de 2015 ha sido analizada desde su perspectiva más inmediata por tirios y troyanos. Se ha pretendido averiguar las causas de tales o cuales fenómenos como la irrupción de «Podemos» y de «Ciudadanos», el bajón del Partido Comunista mal disfrazado de «Izquierda Unida» o la salida por escotillón de «Unión, Progreso y Democracia». (En un aparte escénico, perdóneme el lector e intente comprender mi alergia a los acrónimos, que pavimentan la tersa prosa de los cronistas, pues muy amante de caldos y sopas, la que menos me gusta es la de letras). Sigamos: Se han hecho cábalas sobre la gobernabilidad de esta región de «nuestra España «donde nací, partiendo de la base implícita de que nadie desea -quizá alguien sí- a río revuelto unos comicios nulos y una repetición de la convocatoria, como ocurrió en Madrid hace unos años con motivo del «tamayazo», la deserción de dos diputados socialistas.
Esas preocupaciones, inquietudes y ensayos de prospección de un futuro inmediato son razonables, y forman parte de la dinámica política de todos los días. El sábado se hizo para el hombre. La visión de lo por venir durante tan singular año que aquí comparto contigo, lector incógnito, no tiene secreto alguno. No es sino el resultado de identificar el ADN, el mensaje genético de los distintos competidores por debajo del barroquismo retórico, hoja de parra de las ideologías, sobre todo de las que se dicen nuevas y a continuación casar a cada uno con su pareja.
2. Evaporación del interés general y condensación del interés partidarioLos resultados del escrutinio importan a los actores de esta «performance» o representación en términos de adquisición de poder, porque marcan la proximidad o lejanía de éste. Sin embargo, al espectador que previsiblemente disfrutará o padecerá los efectos de la voluntad popular expresada en las urnas, puede interesarle más una mirada sosegada y profunda con un cierto distanciamiento que le ayude a levantar el velo de un futuro no tan inmediato. En este trance, ese ciudadano curioso, contemplando como si fuera una película la historia del mundo occidental – Europa y América – desde el último tercio del siglo XVIII hasta nuestros días, descubre la paradoja de que la espina dorsal del sistema democrático, su instrumento que no su esencia, se ha convertido en su más grave debilidad interna. Efectivamente, en los tiempos heroicos de la guerra «caliente» contra el nacionalsocialismo, y luego en la «fría» contra el comunismo soviético, los dos monstruos totalitarios del siglo XX, el cine bélico o el de espías, cargados de propaganda, cuyo destinatario era un público de espíritu sencillo, reducía la democracia a un sintagma simple: «elecciones libres».
Una papeleta cayendo en la urna, un hombre un voto. El coro de las voces sin nombre de todos, su grandeza.
Pues bien, esa expresión ingenua de la «voluntad general» concebida como un diálogo directo entre el ciudadano y la constitución, sin intermediarios, se planteará gradualmente, pero a velocidad uniformemente acelerada, con una mirada estrábica. La acción de gobierno que transforma los deseos en realidad, solo resulta factible mediante la ocupación previa del poder. Prevalece entonces la lucha por acceder a él, la confrontación comienza a sentirse desde la dialéctica protonazi «amigo / enemigo», y al final lo prometido no es deuda. Aparece el oportunismo disfrazado de pragmatismo y se hace verdad la cínica observación de quien fuera alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván «el viejo profesor»: los programas políticos están hechos para no cumplirse. El instrumento se adueña de la partitura y, traducida la metáfora musical al lenguaje político, desaparece la finalidad última y trascendente de tanto esfuerzo: la satisfacción del interés general, y se hace ilusoria la «persecución de la felicidad» de todos, como proclamaba y sigue proclamando la Constitución norteamericana de 1787, todavía vigente y que importó fugazmente a España «la Pepa», la Constitución gaditana de 1812. En consecuencia, será bueno lo que sirva para ganar. Cuanto pueda restar votos, a la papelera. Que gane nuestro equipo aunque no lo merezca, con trampas cuando lo exija el guión o comprando al árbitro si necesario fuere.
3. El bipartidismo se la juega.Así rezaba la portada de ABC del pasado 22 de febrero. Pues bien, en nuestra vigente Ley Electoral, versión apenas maquillada de la originaria que se promulgó en la primavera del año 1977, el alfa es la «prima» o premio que concede a los dos primeros partidos, solo a ellos, y su omega, la cláusula del 5% de votos, mínimo para obtener representación parlamentaria, evitando así la excesiva fragmentación en grupúsculos. El artilugio, instrumentado con la conocida «regla d’Hondt», un matemático tan extravagante como el autor de «Alicia en el País de las Maravillas», tenía una doble finalidad: conseguir que todas las voces merecedoras de ser oídas estuvieran presentes en el hemiciclo de las Cortes, preservando a la vez la estabilidad en la gobernanza del país y para ello, dicho por lo claro, restaurar el «bipartidismo», que no significa sin embargo el monopolio de dos partidos únicos en el ruedo político, sino que prevalezcan los dos más votados alternándose en el ejercicio del poder o coaligándose.
En España fue la columna vertebral de la Restauración canovista, que dio cincuenta años de paz (1876-1923), después de un siglo de violencia permanente. Se hizo a imagen y semejanza del Reino Unido, donde se alternaban los partidos conservador y liberal, sustituido en 1923 por el laborista. Es también –republicanos y demócratas – el que pastorea el mapa político de los Estados Unidos, la primera potencia del mundo. En la República Federal de Alemania se ha producido, por obra de su Ley Fundamental, «una fortísima concentración del sistema de partidos» en cuatro de ellos, impidiendo con la cláusula del 5%» el asiento en los escaños de 19 minúsculos grupos. La proliferación de pequeños partidos durante la IV República Francesa, nacida de la derrota del Tercer Reich en la II Guerra Mundial, llevó a un periodo de inestabilidad permanente, solo paliada por la solidez de la administración y sus grandes cuerpos de funcionarios, con una crisis de gobierno tras otra, que daba el poder a un partidito bisagra. En mi recuerdo personal resuena todavía un nombre, Georges Bidault. Con esta situación acabó el general De Gaulle en 1959, imponiendo un mecanismo electoral mayoritario pero en dos fases: en la primera, la distribución de las papeletas destaca por sí misma a los dos partidos más votados, que en la segunda ronda son los únicos que pueden competir, salvo en las presidenciales, donde se admite un tercero si ha obtenido más de 12,5% del censo.
No puede ocultarse que el bipartidismo, aun cuando sea incompleto, lleva en sí mismo un gérmen de corrupción, la tendencia a la degradación del sistema en una oligarquía que, más allá de la alternancia o rotación en el poder, se convierte en un permanente reparto de éste en detrimento del pluralismo político. Esta es su vertiente negativa, su cara oscura. La positiva y brillante está a la vista por nuestro propia experiencia: una estabilidad institucional nunca conseguida en otras etapas, la seguridad jurídica que ha permitido el desarrollo pleno de las libertades y derechos fundamentales acompañada de un nivel insólito de autogobierno de las regiones y, con ello, una prosperidad económica extraordinaria solo rota por la crisis de 2007, venida de fuera pero agravada por el «zapaterismo» suicida, que se ha logrado remontar con extraordinarios sacrificios.
Este exordio parece pertinente porque se ha venido profetizando su desaparición. El «bipartidismo ha muerto» o al menos está tocado de ala, vociferan algunos después de las elecciones andaluzas. No hay tal. En versos de Zorrilla bien puede contestarse «los muertos que vos matáis, gozan de buena salud». En efecto, cotejemos las cifras dándoles sentido. De la refriega han salido vivas tres formaciones políticas, las que ocupan los dos primero lugares y el último. El Partido Socialista ha obtenido 47 escaños y el Popular 33, con el 35.4 y el 26.7% de votos. Han hecho acto de presencia dos nuevos partidos, «Podemos», claramente antisistema, extramuros del marco constitucional y «Ciudadanos», ambos a notable distancia de los dos primeros, con 15 y 9 puestos, proporcionados por el 14.8 y 9.3 % de sufragios. El Partido Comunista histórico (Izquierda Unida) se ha desplomado: 5 escaños y un 6,9%. Han desaparecido por el sumidero «Unión Progreso y Democracia» y el «Partido Andalucista» (1,9 y 1,5%).
Como puede colegirse por la relación entre escaños adjudicados y porcentajes de votación, los dos veteranos partidos han sido premiados con más asientos con la Asamblea de los que les hubiere correspondido con arreglo a un criterio proporcional estricto, mientras que en los demás casos hay una correspondencia exacta. Conclusión: el sistema implantado en 1977 sigue operante y lo continuará siendo por los siglos de los siglos. No te asustes lector. Sigue leyendo. Quizá un día –no este año, por supuesto– los dos protagonistas actuales sean víctimas de su propia y doble podredumbre, pero el sistema prevalecerá porque quienes a su amparo ganen el poder no desmontarán la escalera por mucho que lo hubieren prometido en la campaña electoral. Una advertencia clara: entre esos sustitutos quizá en un futuro pueda encontrarse «Ciudadanos», pero nunca alcanzará la cima «Podemos». El voto de la indignación, del resentimiento y del rencor; en suma, del «odio lentamente destilado» –lo dijo Azaña- como todo lo negativo es estéril. Nada fecunda. Se agosta en el grito y la rabia, en el castigo y la satisfacción de creer haber perjudicado o herido a quienes ahora nos gobiernan y a quienes se les oponen en el juego democrático. Es pura demagogia, degradación de la democracia.
4. Nadie quiere parecer de derechasUn curioso fenómeno, por otra parte, ha sido el desgaste de una palabra: la «derecha», que había venido sirviendo para rotular uno de los dos sectores de toda sociedad a partir de la quiebra del «antiguo régimen» a caballo de los siglos XVIII y XIX. En síntesis, los realistas y los utópicos, acelerador y freno del desarrollo colectivo, sin los cuales se desbocaría como cualquier vehículo. En estos días acongojados nadie desea parecer de derechas. Ha calado hasta en quienes lo son, la machacona cantinela izquierdista, producto de una autoatribuida «superioridad moral», para la que toda la derecha es «extrema» y se convierte en la «derechona». La derecha de toda la vida siente una irreprimible vergüenza -«pena» diría un mejicano- de autocalificarse así. «Liberal conservador», aunque algo añejo, les suena mejor. Bien es verdad que algo semejante ha ocurrido en la otra orilla ideológica, lo que fuera un timbre de gloria para ellos –»rojo»- resulta ahora injurioso o al menos despectivo. «bandera roja, ejército rojo». La derecha ha sido desarbolada ideológicamente por la ofensiva de toda la izquierda en bloque, pero dirigida por la más extrema. Algo ha contribuido la agredida con su resistencia a recibir instituciones que la sociedad demandaba, como el divorcio por citar un caso paradigmático. Aunque la actitud del cardenal Tarancón fuera en su momento la correcta, negarse a dar una batalla perdida de antemano (como se había demostrado en Italia), muchos se resistieron y hasta hubo algún docto jurista que aconsejó públicamente al Rey Juan Carlos I que negara su sanción a la ley.
Era una aspiración nacida de la ignorancia de Adolfo Suárez, que trajo la democracia sin saber lo que era tal mercancía y de su origen falangista, esos aguerridos muchachos que no eran de izquierdas ni de derechas. Pues bien, este sueño de la razón que fabricó tal monstruo fue interiorizado por el primer presidente constitucional hasta su defenestración, y yo diría que hasta el final de su consciencia. En definitiva, es la explicación plausible del colapso brutal en las elecciones generales de 1982 que dieron el triunfo arrollador al socialismo civilizado, con el renacimiento de la nueva derecha atraída a la senda constitucional por Manuel Fraga.
No deja de resultar sorprendente que esa derecha capaz de abrirse en un gran abanico, evitando o impidiendo hasta ahora en el panorama político español la pervivencia significativa de grupos neofascistas o ultraconservadores, como el movimiento de Le Pen en Francia, no haya sido valorada positivamente por quienes se dicen demócratas de toda la vida. Por definición, la democracia es de todos, no de un sector o de otro, como ocurrió con la siniestra Segunda República que así nos trajo la Guerra Civil. Ese fue el efecto cismático, disgregador y en suma demoledor de la sedicente «memoria histórica» que, dicho en pocas pero expresivas palabras, no es sino la versión marxista-leninista- estalinista de lo sucedido en el mundo durante el siglo XX, una pseudohistoria de hojas recambiables.
5. Vista al frenteEl horizonte tras tantos sondeos y exageraciones televisivas, por otra parte muy burdas, va despejándose a la voz mágica de las normas. La auténtica democracia reside en el voto secreto. No siendo posible la democracia directa en una sociedad tan poblada y compleja como la nuestra, únicamente la representativa, un hombre y su conciencia, a solas, un voto, resulta viable. La democracia deja de serlo cuando se la apellida popular, orgánica o social. La pseudodemocracia de la Puerta del Sol conduce irremisiblemente al despotismo de los más audaces, mejor organizados o más poderosos. En fin, arriesgando el tipo y sin vocación de profeta, he aquí como atisbo el futuro próximo en este año electoral:
El Partido Popular será el más votado en las elecciones generales, aun cuando quizá no alcance casi por seguro la mayoría, y habrá de pactar con «Ciudadanos», salvo que Albert Rivera pierda el sentido de la orientación y llegue a creerse que es socialdemócrata. El pueblo español es más sensato de lo que le creen sus dirigentes, y necesita esta continuidad para consolidar la recuperación de la crisis, no aventuras a ciegas ni mesías o, menos aún, recetas de quienes lo llevaron al borde del abismo.
Por ello creo que el Partido Socialista deberá seguir ocupando a cierta distancia el segundo lugar, a pesar de su marcha errática. Como en otros tiempos, cierto sector sigue intoxicado por su levadura marxista que le llevó a la desintegración en la Guerra Civil y en el exilio, fagocitado por el Partido Comunista. A esta tendencia y a la irresponsabilidad de la pareja Zapatero– Bono, ha de adscribirse el trasvase de los socialistas manchegos a «Podemos». Si una operación así se consolida y se generaliza, el panorama cambiaría con efectos letales. Sin embargo, la exanguinotransfusión puede cortarse a tiempo. Conviene repasar el pasado como aviso a navegantes. La operación ahora emprendida por Zapatero, el Gran Zascandil, prototipo del hombre mediocre, y José Bono, ambiguo siempre, a la vez en el poder y en la oposición, católico a su manera, ambidextro, recuerda en sus líneas generales el generoso regalo de escaños que en febrero de 1936 ofreció Largo Caballero al minúsculo, raquítico e insignificante Partido Comunista, que meses después le desplazaría en plena guerra y se apoderaría de la deshecha Segunda República, instaurando de hecho la Tercera. Ojo al parche, camaradas.
Contemplo en mi particular bola de cristal, venida de la «macumba» y del «candomblé», el crecimiento «in magnibus itineribus» que escribía César, a marchas forzadas de Ciudadanos, otra repentina social-democracia o derecha civilizada en expresión de Pedro Sánchez. Muchos españoles añoran la «izquierda civilizada» de Felipe González, una vez desmarxistizado el partido. Esos mismos y tantos más que padecieron el socialismo montaraz y largocaballerista disolvente de José Luis Rodríguez Zapatero, con su desmadre ideológico y la trayectoria sin rumbo que le ganó ser vetado por su propio partido para la reelección, rezan fervorosamente, incluso los agnósticos, para que Dios no le confunda más. Si el socialismo se desintegrara -no lo creo ni lo deseo – «Ciudadanos» podría sustituirle en el segundo puesto, para lo cual las elecciones municipales al caer pueden servirle para construir una estructura de dimensión nacional pueda catapultarle en las generales de fin de año.
Y «Podemos» …. ¿Qué decir de este «tinglado de la antigua farsa», parafraseando a nuestro Nobel, Jacinto Benavente? En mi opinión, sin destino inevitable, su fatum sería disolverse como un azucarillo, fenómeno pasajero y coyuntural. Quizá merezca otro día más tranquilo dedicarle alguna atención, pero adelanto aquí y ahora que este partido recién creado sobre el papel, pero impulsor en la sombra del 15-M de 2011 en la Puerta del Sol, es comunismo al ciento por ciento, ese comunismo que tuvo medio mundo en sus manos durante ochenta años y fracasó, y que para sobrevivir como régimen en varios países asiáticos se ha visto obligado a pasarse con armas y bagajes al capitalismo, y que por donde pisó – en España también- dejó un rastro sangriento de terror con sus «checas», Paracuellos y Katyn, campos de exterminio y «Archipiélago Gulag». En fin, salvo que sea salvado in extremis por el Obispo don Opas y el Conde don Julián, no se llevará del pueblo español, harto de mesianismos y de paraísos a la vuelta de la esquina, más de un 10% del electorado. Su objetivo inmediato ha sido y es la absorción del Partido Comunista y de las estructuras de «Izquierda Unida», que desaparecerá del mapa y se disolverá en algún grupúsculo «histórico» o «autentico», como les ocurrió a los falangistas.
Para los demás, un respetuoso minuto de silencio. Convergencia y Unión fracasará en su «plebiscito» separatista, si es que al fin lo secunda y no deja a Artur Mas a la intemperie, pero en cualquier hipótesis sufrirá una hemorragia de escaños y es muy probable, casi seguro que pierda la hegemonía, cediendo el testigo a «Ciutadans», destinada a ser la primera o la segunda fuerza en una Cataluña mayoritariamente española. «Esquerra Republicana» el partido de Lluis Companys a quien condenó a 30 años de reclusión por rebelión militar el Tribunal de Garantías Constitucionales de la República, y que ofreció a Francia «su Catalunya» como Protectorado, pasará a la reserva definitiva, absorbida parcialmente por «Podemos» y se encontrará en el «plano astral» con las ánimas del Partido Popular Catalán.
6. Coda finalAquí concluyen mis augurios. Es muy probable que después de publicados, su autor sea detestado por casi todos y todos le vuelvan la espalda como en la plaza de toros vacía queda el orador en «La tournée de Dios,» una gran anticipación de Jardiel Poncela. Pero lo expuesto aquí y ahora es «mi» verdad que «no he de callar», dicha con el pie en el estribo sin catastrofismo alguno, y con la plena confianza en el buen sentido del pueblo español, cuya madurez fue puesta a prueba en innúmeras ocasiones durante estos últimos cuarenta años, difíciles pero esplendidos. El mundo no se acaba por mucho que se esfuerce el ser humano. España, ese glorioso proyecto, protagonista de la Historia, tampoco, a pesar de unos cuantos celtíberos vociferantes. «Dove si grida non é vera scienza», escribió Leonardo da Vinci. Confío en el español que «vive por sus manos» ¿Optimista?. Quizá. Pero los pesimistas, además de ser tediosos y aburridos, no han dado nunca en la diana ni han sido remedio de nada. Si a alguno le disgusta la imagen que ha contemplado en estas páginas recuerde lo que advirtió Francisco de Quevedo: «Arrojar la cara importa / que el espejo no hay por qué». Vale.
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    Acerca de Rafael de Mendizabal Allende

    Académico Numerario de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.Magistrado Emérito del Tribunal Constitucional Juez del Tribunal Europeo de Derechos Humanos