Multiculturalismo, islam y terrorismo

Multiculturalismo, islam y terrorismo
Los recientes atentados perpetrados en Francia por islamistas radicales han desatado un sinfín de declaraciones, análisis y posicionamientos, singularmente por parte de las elites políticas, encaminados a mostrar por un lado, una actitud firme frente al terror y por otro, huir de las generalizaciones que pudieran desembocar en la tan temida islamofobia. De todo este conjunto de declaraciones, una de la más llamativa ha sido la del máximo responsable de la ONU para los derechos humanos que ha asegurado que ni el islam ni el multiculturalismo deben ser culpados del ataque. El alto funcionario para los derechos humanos no ha aclarado en que basa esas afirmaciones pero lo paradójico del personaje y de sus afirmaciones es que se trata de un representante del gobierno de Jordania, un país donde derechos como el de asociación o reunión están fuertemente restringidos, donde persisten desigualdades jurídicas en el trato a las mujeres, discriminaciones legales a las minorías y a los homosexuales así como carencias en la regulación de derechos de la infancia como el del trabajo infantil. Y es que esta es una de las paradojas de organismos como la ONU, donde la mayoría de los estados miembros no son democracias plenas pero eligen representantes para velar por derechos que sus propios estados no contemplan en sus ordenamientos.
Acercarse a una realidad social exige un ejercicio de autocritica que limite en lo posible los prejuicios propios de nuestra particular condición y vivencia (o conveniencia). Se trata de seguir la máxima de Durkheim: estudia los hechos sociales como si fueran cosas. En este caso resulta evidente que el representante del alto organismo está preocupado por un cambio en la situación del islam dentro de occidente. A fin de cuentas, a las poblaciones musulmanas les ha ido bien en los últimos decenios: mientras que las sociedades occidentales han elaborado formulas para acomodar a las minorías, en los estados islámicos o de mayoría islámica, continúan regidos por normas que marginan o excluyen (cuando no persiguen) a las minorías no islámicas. Esto explicaría la preocupación del dignatario jordano por descargar al multiculturalismo de culpas.
El multiculturalismo es una ideología que nació en los años 70-80 en el seno de la izquierda neomarxista que pretendía sustituir la lucha de clases por el conflicto entre las mayorías societales y las minorías. Se fue introduciendo en las políticas públicas de buena parte de los estados occidentales bajo la apariencia «buenista» de pretender el encaje de las minorías en nuestras sociedades aunque el objetivo latente era socavar la fortaleza de las democracias occidentales tras el decaimiento y final derrota de los modelos de socialismo real. El ideario multiculturalista alimentaba el sentimiento de culpa de las sociedades occidentales respecto de su pasado reciente, especialmente en lo referente al pasado colonial en el caso de los europeos y del imperialismo y la discriminación racial en el caso de los norteamericanos. De esta forma el problema y la responsabilidad del encaje se trasladaban de las minorías al sistema. El sistema, es decir la democracia liberal, era pues la responsable de esta dificultad de integración y las minorías sus víctimas. El resultado de estas políticas ha sido el debilitamiento de nuestro modelo político y social mediante su desprestigio. ¿Cómo convencer a un muchacho perteneciente a una minoría que nuestro sistema es el idóneo, cuando a la vez este sistema reconoce su incapacidad diseñando políticas especificas para las minorías, siempre victimizadas? Y para el caso de los jóvenes radicalizados, ¿cómo no dejarse atraer por unas ideas religiosas que le ofrecen un lugar claro y solido en el mundo, una identidad y un sentido de superioridad frente a un modelo siempre cuestionado por los propios occidentales?
Las políticas multiculturalistas pueden no ser las responsables directas de lo sucedido pero si han demostrado su fracaso, algo que tras años de evidencia han comenzado a reconocer algunos líderes como Ángela Merkel, Nicolás Sarkozy o David Cameron. Porque las acciones terroristas del islamismo radical son la punta de iceberg de un problema de mayor envergadura: el del crecimiento de la radicalización islamista. Una radicalización religiosa que no han podido evitar las políticas multiculturalistas ajenas al hecho de que gran parte de las poblaciones islámicas asentadas en occidente abrazan las herramientas de la modernidad pero no sus valores. Y es que uno de los errores del multiculturalismo ha sido el de no diferenciar entre los diversos tipos de minorías como si todas fueran iguales, como si todas tuvieran los mismo problemas de encaje, cuando en la práctica ha sido la minoría islámica la que ha mostrado las mayores dificultades. El otro gran error ha sido el de observar la religión islámica desde una perspectiva secular que impide comprender su verdadera sustancia.

Todavía hay políticos y medios de comunicación que llevados por la corrección política aseguran que el terrorismo islámico no tiene nada que ver con el islam, opinando sobre la esencia de esta fe como improbables expertos teólogos. Podríamos afirmar que se trata de una interpretación desviada del islam pero no que no tenga nada que ver con la religión islámica. Si acudimos a la comparación con una realidad violenta que hemos padecido y conocemos bien, el terrorismo vasco, podríamos decir que este tiene su raíz en la interpretación xenófoba y radical del nacionalismo vasco, podríamos también decir que es una interpretación equivocada, pero no que no tiene nada que ver con la reivindicación identitaria vasca y con el proceso de cosificación de aquellos que no cumplen los estándares étnicos (los famosos ocho apellidos) o la aceptación de la superioridad vasca. Y al igual que el nacionalismo vasco («religión política» según la definición de Antonio Elorza) tiene como enemigos a los españoles en primer lugar y a los no nacionalistas en segundo, en el terrorismo islamista los enemigos son los infieles y los no adeptos (los no radicalizados). Tampoco debemos olvidar que para que un movimiento violento subsista debe poseer una base social que lo apoye de forma directa o indirecta (por medio de la justificación o la indiferencia).
Las dificultades de encaje de las minorías islámicas en las sociedades occidentales no suponen la imposibilidad de una convivencia pacífica (de hecho la mayor parte de los musulmanes europeos conviven o coexisten con sus conciudadanos) pero debemos ser conscientes de que estas dificultades existen y que en parte surgen por el carácter totalizador del islam así como por las grandes diferencias en la práctica e importancia de la religión para sus fieles. Mientras que la religión sigue constituyendo un elemento fundamental en la vida de los musulmanes, los cristianos se encuentran inmersos en un fuerte proceso de secularización (la tercera oleada a la que se refiere Pérez-Agote) para los que la religión constituye algo secundario e incluso residual. Una dinámica que queda patente en el impulso de las administraciones españolas y de algunos grupos de presión por reducir la presencia de la religión católica en el ámbito escolar a la vez que se impulsa la enseñanza de la religión islámica en la educación primaria. Si no tenemos en cuenta estas grandes diferencias, si persistimos en observar al islam desde nuestro enfoque secular, no llegaremos a entender porque esta religión está retornando a las esencias, porqué se está radicalizando en un movimiento de alcance global que busca la eliminación de cualquier corriente moderada o no sumisa a las versiones más extremas del islam (días después de la matanza de Paris, los islamistas de Boko Haram asesinaron a 2000 personas en Nigeria) y porque también se produce esta radicalización en el seno de nuestras sociedades, en unas poblaciones islámicas a las que considerábamos a salvo de este proceso gracias al supuesto bálsamo del bienestar económico y social.

Así que cuando queramos conocer y comprender por qué jóvenes nacidos y socializados en nuestras sociedades europeas se radicalizan, se convierten en combatientes y marchan a países que les son ajenos cultural y políticamente y acabar con la vida de otras personas con las que jamás han tenido relación para posteriormente retornar y asesinar a sus connacionales, deberíamos hacer un esfuerzo y aparcar los prejuicios y la perniciosa corrección política.
(La versión corta publicada en El Faro de Ceuta)

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    Acerca de Carlos Rontomé

    Doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, España.Profesor de Sociología y Ciencias Políticas en la Universidad de Granada y en la UNED en Ceuta.Ex Funcionario del Ministerio de Defensa en España.