Tras el infame 23-F y con el felipismo instalado en el poder en España, más que consolidación de la democracia se producirá la consolidación de la partitocracia. El Partido Popular con los gobiernos de Aznar y de Rajoy no cambiará esencialmente la situación (típica de «los sofistas de todos los partidos», según la expresión de Marcel Mauss en 1924; o de «los socialistas de todos los partidos», según la de Friedrich Hayek en 1944), que se puede resumir en dos palabras: partitocracia y corrupción. Estos son los precedentes a partir de los cuales podemos entender Podemos, es decir, este nuevo populismo que no es otra cosa que el retorno del viejo nihilismo en una forma que podríamos diagnosticar, parafraseando al viejo zorro Lenin, como la enfermedad infantil del izquierdismo.
Antes de publicar sus dos folletos (en 1918 y en 1920) sobre el izquierdismo como enfermedad infantil del comunismo, el líder bolchevique había abordado extensamente la crítica ideológica del populismo ruso (en el ensayo Quiénes son los amigos del pueblo…, 1894, y en varios artículos sobre Tolstoi, 1908-1911), en sus propias palabras un fenómeno ideológico elusivo sobre «el gran mar del pueblo, agitado hasta lo más profundo, con todas sus debilidades y toda su fuerza», muy bien historiado y analizado por algunos autores (Berlin, Venturi, Walicki, Ionescu & Gellner…), y que ha tenido una influencia evidente en los viejos populismos europeos (por ejemplo en España, aún por investigar con mayor profundidad, aunque José Álvarez Junco ha hecho algunas aportaciones interesantes: en los diversos socialismos, anarquismos y sindicalismos agrarios, e incluso en el anarco-sindicalismo de la CNT), así como en los nuevos populismos hispanoamericanos (desde el zapatismo mejicano y el aprismo peruano hasta el peronismo argentino, el castrismo cubano en sus orígenes, y el chavismo venezolano). Es una amplísima temática que está por explorar e investigar con una adecuada metodología histórica comparada.
Antes de descubrir el marxismo Lenin había sentido cierta fascinación por el populismo radical y violento, hasta el punto que –en cierta forma también como homenaje- se inspiró en el título de la novela de Chernichevski (Qué hacer, 1863) para el de su primer libro genuinamente leninista (y en cierto modo elitista, curiosa y paradójicamente en sintonía con la crítica coetánea de algunos populistas como Mijailovski y Machajski, del liberal Ostrogorski, y asimismo las teorías sociológicas de Mosca, Costa, Pareto, Michels, etc.): la teoría de la organización del partido de vanguardia (Qué hacer, 1902), que supone el acta de nacimiento del bolchevismo o comunismo del siglo XX. Lenin, como él mismo había practicado, pensaba que el populismo era la fase de infancia ultraizquierdista e inmadura del socialismo, pero desde 1918, especialmente tras la amarga experiencia de Brest-Litovsk, diagnosticó enérgicamente que el izquierdismo era la enfermedad infantil del comunismo. Irónicamente y jugando con las palabras hoy probablemente diagnosticaría que este nuevo populismo -otra vuelta de tuerca- es la enfermedad infantil del izquierdismo.
En un intento de explicación del fenómeno Podemos, el profesor Antonio Elorza («La ola», El País, 16 de Junio de 2014) apuntaba: «En la Facultad de Políticas de la Complutense existe una larga tradición de izquierdas, vigente desde la lucha democrática antifranquista, con lógicos altibajos. Será en 2008 cuando los grupos de estudiantes izquierdistas cobren mayor cohesión (…) por presencia activa de docentes. La influencia doctrinal de Juan Carlos Monedero, ya asesor de Chávez e impulsor del llamado socialismo del siglo XXI, es muy probable a la luz de desarrollos posteriores y de su propia teorización del contrapoder». Puntualicemos al profesor Elorza, veterano docente en la citada Facultad de Políticas: la larga tradición de izquierdas en la lucha antifranquista de «democrática» no tenía nada. Mayoritariamente era comunista (pro-soviética, trotskista, maoísta o castrista) con grupos afines radicales (FLP) o ácratas. El propio Elorza formaba parte de esa vanguardia profesoral, sin militancia conocida pero muy próximo al comunismo soviético, junto a Juan Trías y Enrique Curiel (PCE), Jesús Ibáñez, Mari-Carmen Iglesias y José Álvarez Junco (FLP), Ramón Cotarelo (comunismo y FLP, al final oscilando en inteligente borderline entre la acracia y la socialdemocracia), Julián Santamaría (incorporado oportunamente al PSOE tras la muerte de Franco), y muchos otros política o intelectualmente menos importantes. El caso más llamativo es el de la profesora Iglesias (no relación con Pablo Iglesias), que de ultra-radical de izquierdas en los sesenta, los setenta, y principios de los ochenta, se convertirá hacia la mitad de éstos en tutora de la Infanta Cristina y profesora del Príncipe Felipe, siendo ascendida por tal motivo a las Reales Academias de Historia y de la Lengua, para culminar tan peculiar carrera con su ennoblecimiento reciente por el Rey Juan Carlos como Condesa de Gisbert. Elorza y algunos otros (me incluyo a mí mismo, ya desde posiciones liberal-conservadoras) hemos sido profesores del núcleo duro de Podemos: Juan Carlos Monedero, Ariel Jerez, Carolina Bescansa, Pablo Iglesias… Pero debería destacar como los profesores más influyentes en ellos, ideológica y personalmente, a Ramón Cotarelo (en Monedero e Iglesias), y a Julián Santamaría (en Monedero y Bescansa).
Escribe el profesor Elorza que «si bien la elaboración doctrinal de Monedero e Iglesias, por debajo de la verborrea, es bien escasa y se limita a vestir de mil maneras el «pobres contra ricos», la lucha entre la igualdad y el capitalismo, con sus asistentes políticos («la casta», copia de Grillo), el proyecto despliega su modernidad al percibir el papel fundamental de la comunicación.» De acuerdo, pero hay que reconocer que gran responsabilidad por la verborrea e indigencia doctrinal de estos antiguos estudiantes la tienen sus antiguos profesores izquierdistas. Las posiciones privilegiadas en los medios de comunicación (el propio profesor Elorza, como prolífico autor de libros, articulista en nómina de El País, y frecuente tertuliano –con o sin fichas- en debates de radio y televisión, debería saberlo), incluso con elaboraciones doctrinales sofisticadas, no aseguran ningún éxito político automático cuando chocan con la dura realidad de la vida. Pero en la democracia demoscópica de masas que vivimos, correspondiente a la enloquecida era de las redes sociales, sin duda son una ventaja e instrumento eficaz para los demagogos.
Lenin no ahorró las críticas a populistas e izquierdistas, con los consabidos calificativos de «pequeñoburgueses», «aliados de la reacción», «intelectualillos izquierdistas…Narcisos enamorados de sí mismos», etc., presos de «arrebato infantil», «blandiendo espadas de cartón», incapaces de comprender el socialismo en un solo país y el necesario capitalismo de Estado (ambos conceptos empleados ya por él en 1918, en su primer folleto sobre la enfermedad izquierdista en el comunismo). Sabemos a dónde condujo tal crítica: apología de los organizadores, ingenieros, directores de empresa, técnicos especialistas… en suma, exaltación de los managers, «contabilidad y control» (expresiones empleadas en su segundo folleto sobre el mismo tema en 1920), que ya prefiguran la NEP, la sombra siniestra de Kronstadt y el inicio del estalinismo. Toda las críticas o reservas escépticas respecto al populismo izquierdista con la verborrea sobre conciencia versus espontaneidad, vanguardia, organización, y la tediosa «correlación de fuerzas», se adivina en los argumentos sofistas de los intelectuales del neo-marxismo-leninismo, como Antonio Elorza en el ámbito académico, o Alberto Garzón en el político. Se repite la historia del gran fracaso de Lenin. Pero (Marx dixit) en el primer caso fue una tragedia y en el segundo una farsa. ¿Acaso no se han enterado unos y otros que ya se cayó el Muro? Me consta que al menos Juan Carlos Monedero sí, porque me trajo una pequeña pieza del mismo como recuerdo de su estancia como estudiante graduado en Berlín.
El gran historiador del populismo ruso Franco Venturi, en el capítulo final de su extensa y erudita obra relata cómo el movimiento desemboca en el nihilismo. En este síndrome que nuestro Juan Donoso Cortés vislumbró una década antes de que lo popularizara Iván Turgenev en su famosa novela Padres e Hijos (1862) y medio siglo antes de que desesperadamente lo analizara Nietzsche (véase el ensayo de mi colega Joaquín Martínez de la Rosa, «Padres e Hijos. Un ensayo sobre el amor, la política y el nihilismo», kosmos-polis, Diciembre 2013) está la clave de muchos problemas de nuestra civilización y la explicación de fenómenos políticos como Podemos.
Este caso español es un síntoma de un fenómeno más general en Occidente, tras el hundimiento del sistema soviético y la crisis terminal del comunismo. Aunque Samuel P. Huntington definió muy bien el escenario mundial post-Guerra Fría -a diferencia de las visiones excesivamente optimistas de Francis Fukuyama con su tesis del «Fin de la Historia»- como de conflictos o «Choque de Civilizaciones», dentro de nuestra propia civilización occidental demócrata-liberal tenemos incubado un particular conflicto entre los partidarios del sistema –en crisis por la partitocracia y la corrupción- y los populismos anti-sistema, ideologías sincréticas y de combinación variable de anarquismo, comunismo e incluso «fascismo rojo» (Habermas), unidos por un denominador común estatista, anti-capitalista y nihilista. No olvidemos que uno de los primeros y más profundos análisis de la ideología nazi, el de Hermann Rauschning, tenía por título La Revolución del Nihilismo (1939).
Hemos conocido un movimiento similar, también denominado Podemos vinculado al chavismo venezolano, inspirador y patrocinador de nuestros jóvenes lideres españoles (Monedero, Bescansa, Iglesias…), pero no debemos olvidar el propio movimiento desencadenado por Barack Obama en Estados Unidos a partir de las elecciones de 2008, con el lema «Yes, We Can» («Sí, Podemos»), como corriente populista alternativa anti-Establishment, dentro del propio partido demócrata, que desplazó a la candidata oficial durante las elecciones primarias, Hillary Clinton, gracias a los conflictos internos entre el moderado clan Clinton y el más izquierdista clan Kennedy (éste avalando a Obama y su grupo radical The New Party, abiertamente socialista y multi-culturalista, apoyado en una constelación de «organizaciones comunitarias» del área metropolitana de Chicago). El caso americano demuestra que incluso el candidato más izquierdista de su historia tiene posibilidad de alcanzar el poder aprovechando la crisis y fragmentación de las fuerzas progresistas (y con soportes políticos excéntricos y de resentimiento como el de los Kennedy o del financiero George Soros). En todo caso, el fenómeno Obama también demuestra la facilidad con que un político anti-sistema se transforma rápidamente en miembro de la «casta» o Establishment.
La universalidad del fenómeno populista también lo ilustra, mutatis mutandis, el problema palestino, donde –como apunta agudamente Florentino Portero- se está produciendo una especie de guerra civil entre la corriente radical-terrorista Hamas y la Autoridad Palestina: Hamas ataca a Israel para humillar al Establishment AP. Lo singular en este caso es que el nihilismo ha sido sustituido por el fundamentalismo islamista de los Hermanos Musulmanes y otros grupos yihadistas.
Pero hay otras modalidades del populismo contemporáneo que han evitado caer en el nihilismo y su secuela terrorista, como el Frente Nacional francés y el Tea Party americano, sobre los que hay una gran confusión entre los analistas. El FN es estatista, crítico de la partitocracia y euroescéptico (por cierto, como Podemos), y su electorado es principalmente la clase trabajadora y la pequeña burguesía, por tanto es básicamente un populismo de izquierdas, por mucho que le repugne la idea a nuestros analistas progresistas. El TP es individualista, liberal-conservador e incluso libertario anti-estatista, además de profundamente americano, aunque también anti-Establishment partitocrático. Por mi experiencia entre los dos mundos puedo afirmar que es un fenómeno –con muy pocas excepciones- absolutamente incomprensible para la mentalidad política de los europeos. Otros ejemplos de populismos democráticos y razonables son los que en nuestro país postulan Ciudadanos (centro-izquierda) y Vox (centro-derecha), como alternativas a la partitocracia y la corrupción bipartidista.
Esperemos que, de alguna manera, Podemos concentre también su atención en la lucha contra la partitocracia y la corrupción, deje de lado las fantasías neo-marxistas-leninistas de acabar con el capitalismo o el «imperialismo» y, renunciado al nihilismo y a la violencia, se inspire en otras estrategias de lucha democrática acordes con el imperio de la ley y los derechos fundamentales de los ciudadanos. Teniendo en cuenta que el retorno del nihilismo en nuestra época ha adoptado nuevas formas como el laicismo o secularismo anti-religioso, el relativismo moral, y el multi-culturalismo anti-occidental, que muy pocos populismos (excepcionalmente, el Tea Party y Vox) han sabido evitar.
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