El mundo padece un coronavirus social (To+©2020)

No es coronavirus todo lo que infecta, ni oro todo lo que reluce

Octubre de 2020, han transcurrido diez meses desde que la Comisión Municipal de Salud de Wuhan (provincia de Hubei, China) notificó el 31 de diciembre de 2019 un agrupamiento de casos de neumonía con inicio de síntomas el 8 de diciembre de ese mismo año. El 7 de enero de 2020, las autoridades chinas identificaron al agente del brote como un nuevo tipo de virus denominado SARS-CoV-2, causante de la tristemente conocida enfermedad COVID-19 (Acrónimo del inglés coronavirus disease 2019). Desde entonces y con rostro demudado los ciudadanos del mundo observan cómo este microorganismo está transformando sus vidas, hasta el punto de hacer temblar las aparentemente sólidas estructuras sociales, económicas y políticas; mucho más endebles en realidad de lo que parecían ser.

El tamaño promedio de los virus que azotan a la humanidad desde los albores de nuestra era, tienen una dimensión del 0,000015 mm (notación científica), lo que ratifica la teoría de que “no hay enemigo pequeño”. Se tratan de organismos submicroscópicos, es decir, que para visualizarlos hay que utilizar microscopios electrónicos de transmisión y barrido. Son capaces de enfermar a las personas hasta matarlas o dejarlas mal heridas de por vida, encarcelan a millones de personas en sus casas, paralizan la economía de los países hasta sumir en la ruina y la pobreza a personas que hasta su aparición vivían encapsuladas en una burbuja de relativo bienestar.

En los últimos 1855 años se estima que las plagas producidas por virus y bacterias han matado a cerca de cuatrocientos millones de personas en el mundo, un promedio de doscientas quince mil anuales:

Peste Antonina (a. 165 a 180) 5 millones; Plaga de Justiniano (a. 735 al 737) 40 millones; Epidemia de viruela japonesa (a. 735 al 737) 1 millón; Peste negra (a. 1347 a 1351) 200 millones; Viruela (a. 1520) 56 millones; Grandes pestes del S. XVII 1600) 3 millones; Grandes pestes del S. XVIII 1700) 600.000; Cólera (a. 1817 al 1923) 1 millón; La tercera peste (a. 1855) 12 millones; Fiebre amarilla (a. 1800) 150.000; Gripe rusa (a. 1889 y 1890) 1 millón; Gripe española (a. 1918 y 1919) 45 millones; Gripe asiática (a. 1957 y 1958) 1,1 millones; Gripe de Hong Kong (a. 1968 a 1970) 1 millón; VIH/SIDA (a. 1981 hasta la actualidad) 30 millones; SARS (a. 2002 y 2003) 770.000; Gripe porcina (a. 2009 y 2010) 200.000; Mers (2012) 850.000 y Ébola (a. 2014 al 2016) 11.300.[1]

La COVID-19 es una enfermedad que dista mucho de ser la más destructiva hasta la fecha, tan solo 1,1 millones de personas entre marzo de 2019 y octubre de 2020 (OMS); sin embargo, sus consecuencias están siendo devastadoras en las economías mundiales y en la configuración del mapa social y político de un mundo hiperconectado para bien y para mal en todos los sentidos.

La instrumentalización política del SARS-CoV-2 es una de las consecuencias que está pandemia nos está dejando. Convertir este acontecimiento vírico en un instrumento de carácter bélico y social es la prioridad de los oportunistas, que han visto en esta pandemia la mejor ocasión para manipular a las masas de crédulos impenitentes con sus virus nada orgánicos: la desinformación y su principal derivada, la confusión, fuente de la que mana el miedo, tan rentable para unos y oneroso para otros. Mucho se ha escrito sobre el miedo y una de sus peores consecuencias, la ira. Florence Scovel, artista y escritora originaria de Nueva Jersey (1871-1941), se refirió así a este sentimiento tan humano, habitualmente, estratégicamente provocado: “La ira altera la visión, envenena la sangre: es la causa de enfermedades y de decisiones que conducen al desastre”.

En la misma línea de pensamiento, pero de más reciente factura, fue el pensamiento expresado por el emblemático maestro Yoda a su aprendiz Anakin Skywalker en la primera entrega de la saga “Star Wars”: “El miedo es el camino hacia el Lado Oscuro, el miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio y el odio lleva al sufrimiento”.

Asusta observar la iniquidad con la que cada día se representa en el ágora política el espectáculo protagonizado por quienes se empeñan en sembrar el caos para obtener rédito político. Se equivocan quienes piensan que a pandemia revuelta habrá ganancia para los confabuladores. A ellos se enfrentan células sociales ideológicamente independientes, que protagonizan la resistencia tan necesaria para frenar los impulsos totalitarios de quienes pretenden imponer sus modelos de poder. En el ámbito de la virología equivaldría al caso de los linfocitos T al reconocer a una célula infectada a través de los MHC (Major Histocompatibility Complex) y la destruyen con sus mecanismos de citotoxicidad. Los linfocitos T generan una señal de alerta de infección que se transmite a todo el cuerpo posibilitando la eliminación de los virus.

Esto viene al caso para advertir sobre el hecho de que no siembran el caos aquellos que defienden abiertamente y con firmeza la libertad, la independencia y la convivencia (pensadores y políticos “T”), sino quienes intentan destruirla de manera solapada, ocultándose en células manipuladoras cargadas de innobles intenciones.

Es muy popular el conocido pasaje de la Biblia en el que Cristo advierte a sus discípulos sobre los falsos profetas dotados de buena oratoria y aviesas intenciones: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros vestidos de ovejas, pero que por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis” [2]

No se puede vender un futuro de pretendido bienestar y paz social provocando el caos para beneficio propio, especialmente, si se hace desde la falsedad y el cinismo que algunos están exhibiendo en el escenario de esta desgraciada circunstancia provocada por la primera gran pandemia del siglo XXI.

De igual forma que los virus no pueden replicarse por sí solos y necesitan infectar células para prosperar, algunas fuerzas políticas están intentando colonizar ideológicamente grupos de células, con el fin de crear tejidos sociales y sistemas de gobierno a favor de sus intereses. Conviene recordar que los virus suelen dañar gravemente o matar a las células huésped cuando comienzan a multiplicarse. En el caso del SARS-CoV-2, un grupo de científicos de la UCSF (Universidad de California en San Francisco), ha descubierto que cuando el coronavirus coloniza las células humanas surgen de ellas tentáculos o filopodias cargados de partículas virales que los ayudan a extenderse por todo el cuerpo.

Si observamos la historia, especialmente la primera mitad del Siglo XX, tanto en Oriente como en Occidente, determinados sistemas de gobierno altamente infecciosos actuaron como letales virus que asolaron “células” sociales colonizándolas hasta provocar la muerte de millones de seres humanos. Represión, guerras fratricidas, enfermedades y hambrunas, en definitiva, ruina y miseria, consecuencias habituales tras la acción de ciertas fuerzas investidas de “sociales” o populares (más bien populistas), lideradas por narcisistas iluminados que quisieron poner el mundo a sus pies y acabaron sucumbiendo a su vanagloria, lamentablemente, demasiado tarde para muchas de sus víctimas.

Actualmente, se observan este tipo de tendencias en varios países. Se trata de movimientos enfocados a desestabilizar y generar adicción hacia líderes disfrazados de cordura y moderación al servicio del pueblo, aunque su verdadera intencionalidad sea servirse de él. Su modus operandi es adueñarse de las mayorías parlamentarias para forzar cambios radicales utilizando los mecanismos de las confiadas democracias, donde una buena parte de los ciudadanos viven sumidos en un buenismo letal, entendido este como la forma de actuar con buenas intenciones basadas en la ingenuidad y el sentimentalismo. El objetivo principal de esta peligrosa especie de “líderes”, habitualmente personas inmaduras y mediocres con graves taras psicológicas, es adueñarse del poder usando los mecanismos de la democracia. Una vez logrado, y sin que los ciudadanos adormecidos por la perversa verborrea buenista puedan darse cuenta y reaccionar, convierten democracias en dictaduras tras haberse hecho con el control de los Estados.

Como en el caso de las células infectadas por el SARS-CoV-2, también existen células sociales con espículas infecciosas recubiertas de glicoproteínas. Estas favorecen la conformación de la membrana lipídica que se fusiona con la membrana de la célula huésped a través de las proteínas de fusión. El virus, oculto en cápsulas denominadas endosomas o fagosomas, se introduce en las células para reproducirse, ya que por sí solos tienen muy limitada su capacidad de replicación.

Dejo a la imaginación y buen criterio de los lectores encontrar la similitud entre virus políticos y orgánicos, entre células orgánicas y sociales, entre espículas infecciosas y espículas políticas; también, entre endosomas o cápsulas biológicas y cápsulas sociales. Según el color ideológico y la capacidad crítica de quienes reflexionen sobre esta singular metáfora, los virus serán de un color determinado, las células pertenecerán a uno u otro colectivo social, las espículas tendrán diferentes nombres y apellidos. De igual forma se intuirá quiénes son las membranas de fusión que permiten infectar la célula y qué endosomas han usado para penetrarla. Esta como otras metáforas son un interesante ejercicio para la reflexión y el análisis, padres de toda conclusión. Las personas de mente científica pensarán en el “modelo bio-psico-social” que ayuda a comprender los factores biológicos, psicológicos y sociales que afectan a la salud.

Personalmente, la metáfora descrita me sitúa en la «teoría del todo» fundamentado en el principio de causalidad (causa y efecto), y en el milenario axioma hermético de correspondencia citado en el Kybalion: “Como es arriba, es abajo; como es abajo, es arriba”, principio universal que nos recuerda la dualidad del ser humano como ser físico y espiritual. Cuando el primero se antepone al segundo los procesos destructivos se aceleran. La ambición material se basa en la insaciabilidad y esta se alimenta de la vacuidad intelectual y cultural, construyendo universos de involución profundamente corrosivos para individuos y colectivos.

Hay que ser muy cautos y actuar con extrema prudencia frente a las ideologías. Ningún virus político y social, siempre inducido, será espontáneo e inocente y nunca debería condicionar la libertad de pensamiento de los seres humanos, diseñados para evolucionar desde su libre albedrio en el espacio religioso, ético, psicológico, jurídico y científico. Las ideologías, como conjunto o sistema de ideas y creencias, siempre condicionadas por las emociones individuales o colectivas, determinan nuestra capacidad de análisis e interpretación; por ello, es necesario ser muy prudentes, mantenerse alerta y potenciar el pensamiento crítico para distinguir los virus que se acercan con ánimo de conquista, por ende, de sometimiento. Dudar es sano, aboca a la reflexión y permite elaborar diagnósticos esclarecedores que nos alejan del fanatismo. El conocido escritor y filósofo francés de la Ilustración, Voltaire, describió magistralmente los efectos del fanatismo, especialmente su irreversibilidad: “Cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro la enfermedad es casi incurable”.

Es mejor prevenir que curar, porque cuando el fanatismo se apodera de una persona, arraiga y es muy difícil de extraer. Albert Einstein decía al respecto que “es más fácil romper el átomo que el prejuicio”. La historia nos dice que también en esta cuestión el científico bávaro estaba en lo correcto.

Estemos atentos y sometamos al más imparcial juicio crítico los mensajes que desde los diversos oráculos de pretendida sabiduría se nos hacen llegar. Miles de impactos comunicacionales, muchos de ellos subliminales, nos bombardean a diario para captarnos, apoderarse de nuestra voluntad y convertirnos en evangelizadores de una u otra ideología. A menudo aceptamos aquello que queremos escuchar y rechazamos lo que no comprendemos o no encaja en nuestros parámetros ideológicos preconcebidos. Mantengámonos alerta y con espíritu crítico para distinguir entre la manipulación y la información documentada y objetiva. El discernimiento es una cualidad propia de los seres humanos. Diferenciar lo auténtico de lo falso en función del conocimiento adquirido y de nuestra propia experiencia, junto a la observación de los acontecimientos acaecidos a lo largo de la historia de la humanidad, debería salvarnos del pernicioso virus de la manipulación. Es nuestra obligación formarnos e informarnos para tener criterio; es decir, poder discernir entre lo auténtico y lo falso, ser capaces de adoptar una postura coherente y emitir juicios de valor sobre una cuestión determinada con el necesario fundamento que legitime nuestras posiciones ideológicas.


[1] Recopilación OMS y Enciclopedia británica. Infobae. Marzo 2020.

[2] Mateo 7:15-16

Acerca de Tomás González Caballero

Profesional y empresario en el sector de consultoría y operaciones. Cuenta con más 35 años de experiencia en marketing estratégico, comunicación corporativa y Branding, siendo esta última disciplina en la que tiene mayor especialización. Es Máster Brand en Identidad Estrategia y Gestión de Marcas, y Máster DirCom Internacional. Cuenta con gran experiencia como consultor en comunicación corporativa y relaciones institucionales. Articulista y conferenciante sobre Branding y comunicación corporativa. Profesor de Branding y Comunicación corporativa en el Máster “Protocolo y Organización de Eventos”, en el Centro Superior de Estudios de Gestión de la UCM. Asesor externo del “Grado de Marketing e investigación de Mercados” de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Valladolid. Socio-Fundador de Veratya Estrategias Corporativas.