Si la obra de Molina Cano está en la línea de la escuela conservadora-derechista de los intérpretes de Schmitt, la de Kervégan pertenece a la progresista-izquierdista, cuyos orígenes remotos están posiblemente en otro ex alumno suyo, Walter Benjamin, o, más próximos en el tiempo, en Jürgen Habermas. Siempre he creído que el caso de Habermas–que en cierta ocasión calificó a Schmitt despectivamente como «discípulo bastardo de Max Weber»- merece ser investigado, porque sospecho que su famosa tesis doctoral sobre la estructura de la publicidad política estuvo inspirada (algunos se atreverían a decir que plagiada) en algunos escritos y la monografía schmittiana de los años veinte sobre la crisis del parlamentarismo.
De todas formas me parece adecuado diferenciar dos corrientes críticas de Schmitt en el seno del pensamiento progresista: la más perversa y equívoca que representarían los habermasianos y marxistas de distinto pelaje, y otra más original, profunda y sofisticada que representan algunos autores de la anglo-americana New Left. Pienso, por ejemplo, en la excelente obra de Gopal Balakrishnan (The Enemy. An Intellectual Portrait of Carl Schmitt, Verso, London-New York, 2000) y en la revista neoyorquina Telos (fundada por Paul y Marie Piccone, editada en la actualidad por Russell A. Berman) que se ha convertido en las últimas décadas en un auténtico seminario exegético de los textos de Carl Schmitt. Sin ir más atrás, en los números recientes, por ejemplo 157, 160, 161 y 165, correspondientes a los años 2011-2012-2013, han aparecido interesantes ensayos sobre el pensador alemán de Jakob Norberg, Ulrike Kistner, Jeffrey Bussolini, Emily Zakin (157, Winter 2011), de Robert C. Miner, Qi Zheng, Kyle Gingerich Hiebert (160, Fall 2012), de David Pan, Andrea Salvatore (161, Winter 2012), y de Joseph Díaz (165, Winter 2013).
No disponemos en esta sección de espacio para abarcar y comentar con cierta sistematicidad las múltiples y multiplicables críticas de autores progresistas tan diversos, con enfoques realmente originales e insospechados. No obstante, dejamos constancia del fenómeno indudablemente sorprendente del interés y la relevancia para la intelectualidad de izquierdas que han tenido las ideas de un escritor político «maldito» (en cuanto sospechoso de colaborar con Hitler) y que nunca ocultó sus convicciones conservadoras y específicamente católicas en una época y ambiente culturales predominantemente protestantes, secularistas y nihilistas, como la Alemania de Weimar y bajo el totalitarismo nazi.
Molina Cano analiza con rigor la influencia que Schmitt tuvo en España y, aparte de sus lógicos discípulos fascistas o franquistas, menciona también a algunos profesores universitarios de signo liberal progresista e incluso socialista, como Carlos Ollero, Antonio Truyol, Enrique Tierno Galván y Raúl Morodo, que si bien no pueden ser considerados discípulos, desarrollaron una fluída relación intelectual con el alemán. Casualmente todos los nombrados fueron profesores míos y soy testigo del sincero reconocimiento académico y personal que le tributaron en algún momento. Lo he relatado en un artículo poco citado que publiqué precisamente con motivo del fallecimiento de Carl Schmitt («Enigma y seducción en el caso Schmitt», El País, Madrid, 24 de octubre de 1985). Sin falsas modestias, me cito a mí mismo porque los obituarios sobre Carl Schmitt en la prensa española fueron prácticamente inexistentes, incluso entre sus presuntos discípulos de la derecha y la extrema derecha. Claro que ya no estábamos en el franquismo y la transición política española, tras el infame 23-F, había iniciado su fase felipista con un partido socialista en el poder donde muchos ex falangistas y ex franquistas habían encontrado oportuno cobijo como refugium pecatorum. Me atrevo a
decir, incluso, que algunos intelectuales progresistas que más tarde seguirán repitiendo los tópicos sobre el oportunismo de Schmitt ante la llegada del nazismo al poder practicaron el mismo oportunismo, a la inversa (particularmente en el ámbito universitario) con la llegada de la democracia y el triunfo de la alternancia socialista en España, tratando de borrar su pasado político más o menos inconfesable, practicando simbólicamente técnicas «tragadocumentos» como literalmente hiciera Habermas en memorable ocasión relatada por Joachim Fest. Asimismo se produjeron frecuentes episodios de desmemoria. Personalmente fui testigo incrédulo, durante una conversación con Juan J. Linz en la Universidad de Yale durante los noventa, en la que el prestigioso politólogo me aseguró desconocer que las relaciones de sus maestros Javier Conde y Manuel Fraga Iribarne con Carl Schmitt, y la de éste con Donoso Cortés, fueran relevantes intelectualmente para la definición de (y diferenciación entre) Autoritarismo y Totalitarismo en la política y ciencia política contemporáneas de Europa y de España. Precisamente el profesor Fraga, siendo ministro de Franco, había autorizado una edición limitada del famoso ensayo de Linz, Un régimen autoritario: España. Y más recientemente, en su etapa ya consagrada, el mismo Linz publicaría una obra con el título Totalitarian and Authoritarian Regimes (Boulder, Co., 2000).
Y a propósito de los intelectuales y la universidad, es anecdótica pero significativa la referencia que en la correspondencia que el autor incorpora al libro, en este caso entre Schmitt y Jesús Fueyo, salga a relucir el nombre de Raúl Morodo con motivo de unas oposiciones a cátedra de Derecho Político. En un gesto de generosidad, liberalismo y en definitiva bondad personal alejada de cualquier sectarismo, Schmitt se interesó en apoyar la candidatura del joven universitario español, demócrata y anti-franquista vinculado al grupo de Tierno Galván. Fueyo, por el contrario, respondió al maestro alemán descalificando al interesado de una manera un tanto prepotente, alegando razones ideológicas y políticas con un estilo que, independientemente de la erudición y barroquismo intelectual que le caracterizaban, nunca pudo disimular su verdadera vocación fascista. Molina Cano debería ser más cuidadoso y preciso en conceptuar a éste y otros intelectuales admiradores y divulgadores de Schmitt, tanto procedentes de la Falange como del catolicismo ultramontano del Opus Dei, que a mi juicio falsificaron y manipularon sistemáticamente en su particular interés el pensamiento político y constitucional del gran teórico alemán.
El libro de Kervégan, que es una actualización y ampliación de ensayos suyos publicados en 1993 y 1996, es correcto en su exposición, aunque nada original dentro de la cada día más extensa literatura schmittiana de izquierdas, que al fin de cuentas no sabe muy bien qué hacer con Carl Schmitt, como se refleja en el título de este autor (me permito sugerirle una respuesta sencilla: leerle sin prejuicios o anteojeras ideológicas). En el texto se repiten las incongruencias y ambivalencias conceptuales, con una terminología y léxico barrocos en la tradición de Habermas y otros autores posmodernos. Nada que ver con la claridad y contundencia pragmática de otros autores izquierdistas como José Aricó o el mencionado Gopal Balakrishnan. Cuando publiqué el obituario de Schmitt en 1985,
conocía ya –creo sinceramente que fuí el primero en España- la excelente biografía que había publicado pocos años antes Joseph W. Bendersky (Carl Schmitt: Theorist for the Reich, Princeton University Press, 1983) que, a mi juicio, sigue siendo un referente imprescindible para contextualizar su evolución política e intelectual. En España hoy, en esto coincido con Molina Cano, un joven autor con una sólida formación jurídica y politológica, Carmelo Jiménez Segado, ha publicado un libro que supone un punto de inflexión, un antes y un después, en los estudios españoles sobre el pensador que nos ocupa: Contrarrevolución o resistencia. La teoría política de Carl Schmitt, 1888-1985 (Tecnos, Madrid, 2009).
El núcleo espiritual y moral de Schmitt, como para nuestro Donoso Cortés, fue el catolicismo romano, aunque no se sirvió de él para desarrollar una teoría «catolicista» al estilo del nacionalismo integral de Maurras, ni, pese a sus vínculos familiares con el Zentrum, una democracia cristiana servil de la –en sus palabras- «burocracia de célibes» del Vaticano. Él se definió siempre «católico de raza», por tradición, histórica y culturalmente, en la línea política, intelectual y resistente que lo fueron Donoso Cortés o diversos y muy diferentes católicos alemanes coetáneos suyos o más jóvenes bajo el nazismo (Brüning, Papen,Canaris, Fest, Ratzinger…).No obstante, como ha apuntado Oliver Beaud (1997), existen concomitancias políticas con Maurras que merecen ser exploradas, más allá del aparente y contradictorio colaboracionismo con los nazis: una sensibilidad literaria poco común con las corrientes modernistas; un nacional-catolicismo de raíces donosianas (en Maurras a través de su maestro Louis Veuillot, éste a su vez discípulo y editor de las pimeras obras completas –en francés, en París- del español); una empatía con el franquismo (Maurras visita a Franco en Burgos en 1938, Schmitt visitará multitud de veces la España de Franco y establecerá relaciones oficiales y personales con la intelectualidad franquista); ciertos problemas con el Vaticano que en ambos casos llevaron a la excomunión, aunque al final de sus respectivas vidas fueron resueltos –como ocurriera con Maquiavelo- en una cristiana reconciliación con la Iglesia. Un dato, anecdótico pero significativo: en 1933, tras la llegada de Hitler al poder, Leo Strauss, que se encontraba en Francia, decide no regresar a Alemania y le pide a Schmitt una carta de recomendación para Maurras.
Schmitt siempre fue consciente, como los grandes fundadores de la teoría política moderna (Maquiavelo, Bodino y Hobbes), de la permanente tensión dialéctica entre las formas políticas y el catolicismo romano. Y en última instancia, el Estado, su razón, poder y soberanía, en el contrato de protección-lealtad que establece bajo las diversas formas políticas con los súbditos/ciudadanos, es la garantía de las libertades individuales, la igualdad ante la ley, la paz y el progreso, siendo asimismo la única institución histórica que puede conjurar –si asume la voluntad, responsabilidad y decisión (con genuina auctoritas) de distinguir entre el amigo del enemigo- los peligros de la guerra civil nacional e internacional. La teoría constitucional decisionista de Schmitt no será más que una extensión de estas premisas que, dentro del marco o espectro plural de las filosofías
liberal-conservadoras (trascendiendo los episodios históricos y circunstanciales en que los pueblos recurren por necesidad a dictaduras autoritarias y los individuos se adaptan a ellas en fórmulas variables y humanamente comprensibles de oportunismo, impostura, simulación o picaresca –como apuntó el propio Schmitt- por puro instinto de supervivencia, o de patriotismo para evitar el exilio de la patria), se puede resumir así: ningún sistema constitucional debe legitimar y tolerar las fuerzas políticas que buscan su destrucción.
Frente a los viejos y nuevos totalitarismos, bien como radicalismos utópicos, bien como voluntarismos populistas, en sus múltiples y aberrantes combinaciones demagógicas («yes, we can», «podemos», frente popular, frente amplio, unión de izquierdas, o cualquier convocatoria «cívica» oportunista ), Schmitt siempre insistió, matizando a Hobbes («auctoritas, non veritas, facit legem»), en la distinción entre auctoritas y potestas – especialmente en sus obras previas a la Catástrofe: Teoría de la Constitución (1928), La Defensa de la Constitución (1929) y Legalidad y Legitimidad (1932)- advirtiendo en ésta última del peligro de las legitimidades plebiscitarias y las «ficciones de un funcionalismo mayoritario, que permanece neutral ante los valores y ante la verdad. Entonces la verdad se vengará.» Ante la revolución nihilista totalitaria, Schmitt propone el sentido común y la claridad moral: aparte de la excepción de las dictaduras comisorias o autoritarias, otra modalidad, tradicional, legal y legítima, de die Banalität des Gutes.
- Carl Schmitt