Aunque la profesora Navarro Salazar sigue suscribiendo la tesis de las «profundas convicciones republicanas» (p. XXXVIII) de Maquiavelo, Corrado Vivanti –editor asimismo de la edición estándar de las obras completas del florentino- parece que las cuestiona firmemente, algo que sin duda va a levantar ampollas entre muchos especialistas. La misma autora reproduce un epigrama en el que nuestro personaje ridiculiza al confaloniero vitalicio de la República, Pedro Soderini, y al que según casi todos los historiadores Maquiavelo había servido fielmente: «La noche que murió Pier Soderini a la boca del infierno llegó el alma/ Gritó Plutón: ¿Qué infierno?, alma atontada/ al limbo vete con los demás niños» (p. 252). Puede que fuera un simple gesto maquiavélico cara al nuevo poder anti-republicano en la Florencia de los Medici. Pero en otro momento de la introducción Navarro Salazar, siguiendo a F. Bausi (Machiavelli, 2005), reconoce que «en relación con su faceta de inamovible republicano, el florentino demostró en ocasiones su disposición para modificar su republicanismo adecuando sus propias convicciones a las exigencias siempre diferentes de la historia, hechos que aportan nueva luz sobre el hombre y sus escritos» (p. LXXIV).Realismo, oportunismo y pragmatismo liberal-burgués parecen ser las características esenciales de este experimentado secretario, estratega y diplomático del mini-Estado, sometido durante su tiempo al acoso permanente de las tropas francesas, españolas, suizas y alemanas. Su teoría del Estado integrador de los pueblos de Italia, «para liberarla de los bárbaros», como es sabido, no tendrá éxito concreto hasta el siglo XIX con el Rissorgimento, pero lo convirtió en uno de los profetas del nacionalismo italiano, que inspiró también a otras naciones europeas. La secularización del pensamiento político que la obra de Maquiavelo representa, junto a otros intelectuales de su tiempo, le lleva a inventar un léxico nuevo (Stato, virtú, fortuna, necessità…) cuestionando la moral cristiana en función de la conveniencia o razón del Estado (Ragione di Stato… expresión que él no emplea, pero conceptualmente implícita en su pensamiento), y que le conducirá inevitablemente al enfrentamiento con la Iglesia. Toda su obra será condenada e incluida en el Index de obras prohibidas en las naciones católicas. Los autores jesuitas constituyen la vanguardia papista en la guerra anti-maquiavélica, pero surgirán también autores protestantes que se incorporarán a este frente: el cardenal Reginald Pole, los obispos Ambrosius Politi y Jeronimo Osorio, los padres Rivadeneyra y Claudio Clemente… Jean Bodin, Thomas Hobbes, los monarcómacos hugonotes, Innocent Gentillet y Federico el Grande… Una excepción, quizás, en su moderación y espíritu de tolerancia, la representa Erasmus de Rotterdam, que publica pocos años después su Educación del Príncipe Cristiano (1516), y más adelante –pese al ritual recurrente de condenar retóricamente a Maquiavelo, apropiándose calladamente del método maquiavélico- en Diego Saavedra Fajardo, Empresas Políticas. Idea de un Príncipe Cristiano (1640). Otro jesuita español famoso, Baltasar Gracián, condenará expresamente la maquiavélica «Razón, no de Estado, sino razón de establo», pero discretamente postulará la buena, católica Razón de Estado.
En España, por tanto, somos herederos de una rica y centenaria tradición de estudios maquiavelistas, que se inicia con los tratadistas católicos y tacitistas de la Contrarreforma y del Barroco (aparte de nuestro pariente portugués, el obispo Jerónimo Osorio, están los escritos de Pedro de Rivadeneyra, Claudio Clemente, Baltasar Gracián, Diego Saavedra Fajardo, Baltasar Álamos Barrientos, etc. , tradición que llega hasta nosotros con autores académicos y universitarios expertos en el maquiavelismo y sobre todo en el anti- maquiavelismo, como Fernández de Velasco, César Silió, Javier Conde, Gonzalo Fernández de la Mora, Angel Ferrari, Enrique Tierno Galván, José Antonio Maravall, Luis Díez del Corral, Manuel Fraga Iribarne, Francisco Murillo, Jordi Solé-Tura, etc., continuada por otros más jóvenes como Manuel F. Escalante, M. A. Granada, H. Puigdoménech, Rafael del Águila, Benigno Pendás, Eloy García, y la mencionada María Teresa Navarro Salazar, entre los más importantes).Como subrayarían acertadamente dos colegas míos, lamentablemente ya desaparecidos, la realidad política es maquiavélica (Rafael del Águila) y el propio antimaquiavelismo, históricamente, ha sido también maquiavélico (Francisco Murillo). Pero es que el maquiavelismo ha provocado incluso, retóricamente, juicios anacrónicos como el célebre que registra el historiador de las ideas políticas George H. Sabine, al calificar el pensamiento de Maquivelo como «jesuítico»… cuando la simple realidad histórica es que han sido los jesuitas (cuya sociedad se funda mucho después de la muerte del florentino) quienes adoptaron en gran medida los métodos maquiavélicos.Es una lástima que nuestros especialistas españoles en el pensamiento político de Maquiavelo no hayan aprovechado el momento de la celebración del quinto centenario de El Príncipe para ofrecernos una obra colectiva, contrastando las múltiples y multiplicables interpretaciones para el lector de hoy. De mi época de estudiante graduado en los Estados Unidos recuerdo la magnífica colección de readings bajo el título Problems in European Civilization, que se encontraban fácilmente en las librerías de segunda mano, y todavía conservo un excelente ejemplar editado por Lamar Jensen, Machiavelli. Cynic, Patriot, or Political Scientist (D.C. Heath and Company, Boston, 1960). Resulta inevitable sospechar que el simple título debió inspirar, aunque no lo cita, a Rafael del Águila cuando en un agudo y sin duda interesante ensayo sobre el florentino escribe: «Nos conformaremos, por tanto, con describir someramente tres tipos interpretativos que a grandes rasgos podríamos denominar: Maquiavelo como cínico, Maquiavelo como patriota y Maquiavelo como científico de la política.» («Maquiavelo y la teoría política renacentista», en Fernando Vallespín, ed., Historia de la Teoría Política, vol.2, Alianza Ed., Madrid, 1990, p.90).Aunque en las últimas décadas han predominado las interpretaciones «posmodernas» de Maquiavelo (Pocock, Skinner, Price, De Grazia, Hulling Ginzburg, Macek, etc., y sus numerosos imitadores), incluso las que apuntan a nuestro personaje como un adelantado del movimiento gay (Viroli), a mi juicio merece la pena aligerar un poco la retórica barroca e incomprensible a veces de tales narrativas y volver a los enfoques más clásicos de
los analistas de nuestro tiempo, los grandes maestros del pensamiento político moderno y contemporáneo con los pies en la realidad histórica y política, que nos han transmitido una imagen coherente y duradera del florentino: Friedrich Meinecke, Federico Chabod, Francesco Ercole, Leo Strauss, Felix Gilbert, Augustin Renaudet, Harvey Mansfield, y el menos citado en Europa, James Burnham. Asimismo nos conviene seguir vinculados a la sólida, erudita y gran tradición de sus biógrafos italianos, jalonada por autores como P. Villari, O. Tommasini, R. Ridolfi, L. Russo, G. Sasso, M. Viroli, y recientemente F. Bausi y C. Vivanti.Sin entrar en los contenidos concretos -polémica y ampliamente debatidos durante cinco siglos- de la obra El Príncipe, lo que me interesa principalmente hoy, en su quinto centenario, es subrayar el mero hecho de que su escritura y posterior publicación, más que cualquier otro escrito suyo, incluidos los importantísimos Discorsi, supuso la génesis de ese fenómeno histórico-político, intelectual e ideológico, que hoy identificamos como maquiavelismo. El tópico ha dado lugar a una amplia literatura histórico-política iniciada por Giovanni Botero (Della Ragione di Stato, 1589) y continuada por Ludovico Settala (Ragione di Stato, 1627) y Juan Blázquez Mayoralgo (Perfecta Razón de Estado, 1646), que ya en la época contemporánea sería acotado académica e historiográficamente, entre otros, por J. Ferrari (Histoire de la Raison dÉtat, 1860), E. Meyer (Der Machiavellismus, 1918), F. Meinecke (Die Idee der Staatsräson, 1924), J. Burnham (The Machiavellians. Defenders of Freedom, 1943) y Carl J. Friedrich (Constitutional Reason of State, 1957). En concreto, la obra de Meinecke suscitó admiración general en los medios académicos y críticas elogiosas por autores tan importantes como Benedetto Croce, Carl Schmitt, M. Menzel,C. J. Friedrich, L. Díez del Corral, Werner Stark, etc. Éste último será editor y autor de una introducción a la última traducción al inglés de la obra del alemán, con textos adicionales y el nuevo título de Machiavellism: The Doctrine of Raison D´Etat and its place in Modern History (1997). La de Burnham, menos divulgada en Europa, conectada con su anterior tesis «maquiavélica» sobre la revolución de los managers, tendrá un gran impacto en la intelectualidad norteamericana, de izquierdas y de derechas (Sidney Hook, Dwight Macdonald, John MacCormac, Reinhold Niebuhr, Philip Wheelreight, John Chamberlain, W. F. Buckley, Joseph Sobran, etc., e incluso en los británicos George Orwell, Arnold Toynbee y Brian Crozier). En su libro no solo analiza el pensamiento y teoría política de Maquiavelo en contraste con las filosofías medievales, sino que desarrolla, como el título indica, las doctrinas sociológicas y politológicas de los maquiavelistas contemporáneos (Mosca, Pareto, Michels…), que le permitirán replantear sobre supuestos elitistas una teoría crítica de la democracia.Maquiavelo con su libro El Príncipe representa una de las primeras y sin duda la más notable expresión del desplazamiento de una concepción religiosa del mundo, que había dominado todo el pensamiento clásico y medieval que culminaría en el pensamiento político cristiano de Occidente y la síntesis tomista, por una nueva concepción
individualista del mundo que no solo caracterizaría al Renacimiento sino que marcó el inicio de la Modernidad que se desplegará ininterrumpidamente hasta nuestros días.
- Príncipe