Se acaba de publicar “¿Qué es el sensacionismo?. Ensayo sobre la sociedad de nuestro tiempo, arte y cultura”, (Vitruvio, Madrid, enero 2021).
En este artículo se profundiza en la dimensión sociológica del fenómeno: el sensacionismo aporta un nuevo Zeitgeist. Aquel tendría varias dimensiones: literaria, sociológica, filosófica, artística, cultural e intelectual. Se persigue, así, tener una denominación apta para expresar nuestro tiempo, en la línea de aportaciones intelectuales que ensayan un vocablo para designar analíticamente el espíritu del tiempo que vivimos.
Primeramente las “sensaciones” se convierten en medida de otras cosas, así de la moral misma, que sigue la guía de la sensación personal, lejos de seguir un código trascendente u objetivo al individuo. Es correcto “lo que apetece” al sujeto, e incorrecto lo contrario. Si algo cansa, se cambia. Este gran progreso no se ha conseguido gracias a propuesta filosófica amoral alguna; el mérito se debe a la propia evolución de los derechos sociales.
La política se mueve también a través de sensaciones en el votante, así actúa. El mundo es vulgar, pero suma y suma hasta que, en su conjunto, es aceptable estadísticamente. El nuevo punto de interés es la sensación individual como parte de un colectivo. El mundo de las sensaciones también se ha popularizado (podría decirse “democratizado”, o masificado). No hay más que escribir “estética” o “belleza” en google y observar qué sale: por mayoría, peluquerías o cosméticos. En realidad, aunque haya de todo, el Zeitgeist está en quien disfruta del modelo, esto es, el representante de la colectividad. Pero la colectividad también te puede decapitar, en su búsqueda de sensaciones-circo-tv. La justicia también se mueve por sensaciones y el papel de los abogados no es sino este: crear sensaciones en sus escritos. En un mundo legal, donde es abrumadora la cantidad de leyes, hay preceptos para todo. El quid es entonces eso otro. Los gobernantes gobiernan el mundo siguiendo este mismo método sensacionista. No hay tiempo para profundizar en programas. Buscando sensaciones, algo más fácil que tener que pensar, es como se consigue el gobierno. Los gobernantes las buscan para sus votos. Más que populismo, incluso, lo que hay es puro sensacionismo para bien o para mal. Todo esto, tan sabido, es un reflejo del sensacionismo, como una de sus vertientes. En esto, la política se aproxima a la poesía, en cuanto a método, no en sus efectos.
Una vez se desarrolla el modelo de forma consecuente con los postulados que propugnaron los fundadores del orden social basado en los valores del colectivo (allá por el siglo XVIII), afloran sus bondades y sus desventajas; se observa la realidad una vez que el colectivo marca el diseño social. El sensacionismo es sociológicamente un hedonismo popular de andar por casa, a priori carente de interés si no fuera porque el colectivo social pasa a ser el único agente o tema de interés.
Cualquier alternativa sería indeseable. La cultura real es un reflejo de esto mismo. Hay salas de conciertos junto a cultura popular, aquellas existen pero momificadas, porque en el mundo de las sensaciones quedan desvirtuadas. Un libro hoy día es un reflejo del mundo popular, si es un libro. Para dejar de serlo. Porque se ha convertido antes en algo similar a una marca de dentífrico. Al mismo tiempo, hay sobreabundancia de todo, también de información. Y por eso nada se conoce, porque hay demasiado. El sensacionismo es lo real, algo masificado que convierte todo en nada y nada (la suma de nada) en todo. Y, sin embargo, el sensacionismo, como clave general, nos iguala pero también es lo único ya que nos diferencia, la diferencia o nivel de las sensaciones individuales experimentadas. No se busca lo trascendente sino lo popular, a salvo de la cultura subvencionada y carente de especial sentido, sobre todo social. Tiene sentido ser parte del colectivo o ser representante del mismo; otras inquietudes quedan desencajadas o conducen a la soledad. Hay más ventajas que desventajas.
No hay guías, lo que hay son muestras. Uno es muestra del colectivo. En definitiva, también la sensación, algo propio de minorías, místicos o gente así, se ha democratizado. Ahora las sensaciones más genuinas se observan mejor en una “agencia de viajes” que en una “sala de conciertos”, aunque haya de todo, porque “haber de todo” es otra de las claves de la sociedad sensacionista.
Explicamos, así, las motivaciones y forma de ser de los individuos para bien y para mal, la búsqueda de sensaciones o el deseo de su experimentación. Pero también se convierte en medida de otras cosas. Y encaja perfectamente con la cultura de masas, los valores del colectivo, los propios principios rectores del orden político y social y económico. El quid es la experimentación de sensaciones: se viaja, se quieren conocer sitios, ver museos, acudir a estadios deportivos, a conciertos pop, practicar deportes, salir por las noches, acudir a espectáculos de masas…. La propia tecnología, y el mundo de la pantalla, ayudan al desarrollo del fenómeno. Si es necesario, se pasa de una visita a un monasterio por la mañana a un espectáculo erótico por la tarde, porque todo sirve al mismo efecto, tener una sensación, una vivencia.
Algunos pensadores actuales publican ensayos de impacto y hablan de depresión como ratio de nuestro tiempo, pero en realidad no es éste el quid de nuestra época. La depresión es una exageración o excepción de algo más general, el sensacionismo.
El mundo de la sensación consigue explicar el aburrimiento. Eso sí, en el propio trabajo, se genera un “aburrimiento rentable”, no hay alternativa mejor al aburrimiento, es rentable. Pero el mundo de la sensación es lo que al mismo tiempo nos saca del aburrimiento. Nadie tiene tiempo para estudiar mucho. Sin embargo, se estudia todo el tiempo. La sensación es lo “adecuado” a lo que hay. Un vivir ordinario que crea imágenes televisivas de que todo pudo haber sido extraordinario. Surge así el “fomo” o “fear of missing out”: la sensación de que te estás perdiendo algo mejor. Y la sensación-castigo de que todo es ordinario.
Igual que en otros momentos se habló de renacimiento, barroco, romanticismo, etc., la época actual sería sensacionista, más allá del manido postmodernismo. El sensacionismo se adecua al espíritu de nuestro tiempo. A diferencia de por ejemplo el romanticismo, las pasiones se revelan excesivas. Aquel se adecua al deseo de tener experiencias pero midiendo o asegurando el riesgo. La esperanza de vida lleva a apostar por la vida, dosificando los grados de intensidad de las sensaciones. La sensación no es pasión; es algo más controlado, es placer atenuado o dosificado. Entre todos, para todos. La sensación casa con un criterio de rentabilidad y con otro de medir los posibles riesgos. Es algo adaptado a un sentir masivo; la sensación vale en tanto en cuanto participa de las sensaciones del colectivo.
Nos ajustamos así, sociológicamente hablando, a la soberanía popular y a los principios rectores de la sociedad de nuestro tiempo. En la sociedad sensacionista no hay más criterio que uno mismo, un individuo tan individuo… que al final se queda solo.
El sensacionismo, algo consustancial a la persona desde siempre, se manifiesta más claramente cuando el “individuo” pasa a ser la nueva ratio social, fruto de una dilatada evolución histórica. Por supuesto, el colectivo y no el filósofo pasa a ser el narrador de aquello que interesa; o que define lo que no interesa, o las posibles preocupaciones relevantes, sin necesidad de un pensador o relator externo que cuente los pretendidos “problemas de la humanidad” (pero que solo aquel tiene). El hombre de nuestro tiempo es un hombre de la calle, y de oficina, que vota y que consume.
Es la nueva filosofía, adaptada al nivel de lo que hay, una suma de individuos con especial formación media (gracias precisamente a los logros de principios rectores del orden social, que provocan este avance). Desde hace muchas décadas el analfabetismo está erradicado. La cultura real es un reflejo de lo existente, el mundo popular. Otras posibles formas (filosóficas o artísticas) existen no siendo el “Geist” de nuestro tiempo; se mantienen por herencia del pasado y su prestigio histórico. Si se quiere explicar la adaptación del pensamiento a la soberanía popular, con todas sus consecuencias, esto es el sensacionismo.
Es un fenómeno coherente con el hecho de la expresión del “mundo como una gran oficina”; la “oficina” es una metáfora; es el lugar emblemático del ciudadano de hoy. El sensacionismo explica estas sensaciones de oficina como sensaciones del personaje, típicas del presente, al mismo tiempo que también aporta la forma de superar las sensaciones que provoca esa posible identificación de la realidad con una gran oficina. El interés pasa a estar en experimentar esas otras sensaciones que nos liberan de la identificación referida del mundo igual a oficina como sensación más presente. Merece la pena incidir, en este contexto, en que las cosas o hechos empiezan a significar menos que las sensaciones que podemos tener: obsérvese que una descripción o relato de los hechos empieza a significar menos que contar la sensación que nos ha provocado algo. Tenemos poco que contar desde este punto de vista. Puede tener mayor interés contar las sensaciones causadas por los hechos o sucesos mismos.
La impresión que algo causa, decide. Este es el nuevo poder, el de la suma de impresiones. En esto, impresión y sensación es lo mismo. Esto de la sensación, clave de nuestro tiempo, también es algo que siempre existió y se dio. Es sinónimo de la vida misma. Pero hoy se convierte en espíritu de nuestro tiempo.