La canícula veraniega nos está dejando un septiembre cargado de nubarrones políticos y una nostalgia memorable. A finales de agosto falleció Alfonso Osorio. Me enorgullece haber trabajado junto a él en los albores de la democracia y haber cultivado su amistad hasta sus últimos días. Abogado del Estado y Coronel Jurídico del Ejército del Aire, Osorio nos deja lecciones de lealtad y honestidad política inigualables. Nombrado vicepresidente del primer gobierno de la democracia por Adolfo Suárez, se mantuvo coherente con unos principios arraigados en una clara ideología y de una altura intelectual sin parangón. Profundo conocedor de la historia de España, tuvo ocasión de exponer los peligros que se avecinaban cuando Fernando Abril Martorell negociaba con Alfonso Guerra la redacción del título VIII de la Constitución bajo la sonrisa meliflua del profesor Clavero Arévalo. Fui testigo, y así lo he afirmado en foros y conferencias con Osorio presente, de la firmeza que expuso en el antedespacho de Suárez sobre la deslealtad histórica del nacionalismo vasco y catalán. Y de los episodios sangrientos que en ocasiones extremas cubrieron los distintos golpes contra el Estado español, y, en fechas más recientes, con Maciá y Companys.
Por todo ello, y para evitar interpretaciones posteriores, insistió que el título VIII debiera quedar cerrado dejando muy claras las competencias intransferibles del Estado español y las competencias de todas las autonomías y, singularmente, las referidas a País Vasco y Cataluña, de tal modo que no pudieran quedar al albedrío de ningún gobierno o parlamento autonómico. Dejó muy claro que la continuidad de la incipiente democracia española dependía en buena parte de ello. Como no logró que se tomaran en cuenta estas precauciones, dimitió y se marchó del Gobierno.
Con Osorio fallecido aquí estamos como estamos. Más cerca de que sus advertencias cumplan una fatalidad histórica en la que los muy ‘capaces’ Abril Martorell y Alfonso Guerra no habían reparado. Clavero Arévalo puede que sí, pero le importaba lo suyo y logró con el café para todos. Tenemos un presidente de Gobierno reciente y un presidente de la Generalidad, también reciente, pero el desafío continúa con señas alarmantes hacia una Cataluña independiente en forma de república. Y no hay otro tema a tratar con el Gobierno de España. El desacato a los tribunales de Justicia españoles se hace manifiesto, la afrenta al Jefe del Estado es una realidad y la flagrante vulneración de la Constitución y las Leyes son la inspiración permanente del Gobierno de la Generalidad. El golpe contra el Estado español que comenzó el 1 de octubre de 2017, ahora es ya casi imparable. Políticos de la Generalidad preparan un enfrentamiento civil, tras una nueva Diada dirigida sectariamente a esa parte de la población que enmarcan en una hipotética república catalana. Un Conseller fugado de España llama a la insurrección y admite que no habrá República en Cataluña “sin lucha, sangre y muertos”, y que deben estar preparados para ello. El propio presidente Torra avisa al presidente del Gobierno de que no admitirá una sentencia del Tribunal Supremo sobre los políticos catalanes presos que no sea absolutoria, y añade que llamará a la desobediencia y que en caso de condena a alguno de ellos abrirá las cárceles para que salgan libres y aclamados por el pueblo. En este escenario de escalada golpista, cuando el Ministerio de Interior refuerza con más de 6.000 agentes de policía y guardia civil la seguridad en las calle de Cataluña para los días que se avecinan disturbios, la Ministra Meritxell Batet dice estar muy contenta porque ve actitudes muy positivas en las políticas de acercamiento con Torra emprendidas por Pedro Sánchez. Mayor imbecilidad no se ha escuchado en 40 años de democracia.
Con personajes semejantes en la actividad pública será difícil que la democracia española pueda sobrevivir a su actual deriva hacia el totalitarismo excluyente, el radicalismo y resentimiento tan furioso como tóxico. Y es cierto, la imbecilidad no estuvo contemplada por aquellos voluntariosos ‘Padres de la Patria’ que echaron a rodar este sistema de libertades en 1.978. Ni el egoísmo, la deslealtad y el racismo excluyente ni el ultra nacionalismo populista y supremacista. En suma, fueron unos ingenuos sin la recomendable experiencia histórica y con demasiadas prisas. Preservar la democracia es un legado valioso y obligación de todos. Desenmascarar a los falsarios y traidores es otra obligación en nombre de la sociedad y de las libertades para no destruir, otra vez , nuestros mejores designios.
La actual política, salvo excepciones honrosas, ha degenerado hacia extremos nunca imaginados, y ha quedado reducida a un deporte donde compiten los enemigos del Estado y los golpistas declarados, crecidos en sus soflamas incendiarias y entregados a una permanente cacería del disidente. Baste contemplar las repetidas marchas de las antorchas por las calles entre alegres canciones, himnos y consignas. Hombres y mujeres, mayores y niños en ambiente familiar daban protagonismo a un episodio esencialmente nazi en toda su pureza. El mismo tono y vigor que mostraron el 29 de octubre de 1.922 aquellos hombres y mujeres, mayores y niños, que en ambiente familiar animaron la Marcha sobre Roma y que escenificó el poderío del fascismo italiano y dio paso a la toma del poder de Benito Musolini que acabó con la democracia en Italia.
Aquellos alegres fascistas italianos no podrían imagina, tal vez, lo que vendría después. ¿Podrán imaginar las huestes de Puigdemont y Torra lo que tras sus antorchas, himnos y proclamas podría venir después?.