La prensa internacional ha encontrado el mote adecuado para el presidente de los Estados Unidos. Mientras desde la Casa Blanca propone considerar terroristas a los ciudadanos que cuestionen las elecciones de 2020, en Afganistán se rinde ante auténticos terroristas, los Talibanes.
La historia se repite. Escuchando a Joke Biden tras la toma de Kabul por los Talibanes se lo comenté a mi hijo. Pocas horas más tarde, un político demócrata ya retirado, el ex secretario de Defensa y ex director de la CIA Leon Panetta, asimismo lo comentaba en la cadena CNN. Y en la misma noche, Rob O´Neill, el ejecutor de Osama Bin Laden, también coincidió con la comparación en la cadena FOX: En 1961, poco después de robar las elecciones a Richard Nixon, John F. Kennedy decidió no dar apoyo aéreo a los rebeldes demócratas cubanos en Bahía de Cochinos, lo que facilitó la consolidación de los comunistas en la isla caribeña. En 2021, menos de un año después de robar las elecciones a Donald Trump, Joke Biden ha tenido también su momento Bahía de Cochinos en Afganistán.
No hace mucho publiqué un artículo sobre la decadencia del Partido Demócrata desde Kennedy hasta Biden. Lamento destacar que ambos son precisamente los únicos presidentes americanos católicos de ancestros irlandeses, que la historia recordará por su grave incompetencia en la política exterior, aparte de otras cuestiones, como sus comportamientos inmorales desde el punto de vista de su propia Iglesia (comportamientos adúlteros, machistas, y en el caso de Biden, abortistas).
Volviendo al caso Afganistán. El momento Bahía de Cochinos de Joke Biden ha consistido en retirarle al apoyo aéreo y la inteligencia al régimen legítimo afgano, facilitando el asalto de los Talibanes, que sin fuerzas aéreas no habrían podido ocupar tan fácilmente la capital afgana.
Kennedy al menos reconoció su responsabilidad. El cobarde Biden solo ha culpado a otros: por supuesto a Trump, a los presidentes anteriores, y a las fuerzas afganas (que en los últimos años han luchado valientemente con el sacrificio de más de 50.000 muertes).
No comparto los análisis dramáticos pesimistas y en algunos casos apocalípticos que los medios internacionales (también los españoles, incluido Libertad Digital) están haciendo sobre los acontecimientos como una especie de “fin de la Historia”, definitiva “decadencia de Occidente” y “fin de la hegemonía estadounidense”.
Lo que sí queda demostrado es la incapacidad de la administración Biden, último eslabón de la corrupción del Establishment que denunció Trump: responsabilidades de los gobiernos de la familia Bush, de Clinton y de Obama-Biden, de los “neocons” (Bill Kristol y compañía, John Bolton, la familia Cheney, etc.) y de los actuales RINO (Republicans In Name Only). Y sí, también, de una cúpula militar incompetente (de la que no se libró el propio Trump), más preocupada por imponer la “Teoría Racial Crítica” y otras formas de corrección política en las fuerzas armadas que en diseñar correctas estrategias y ganar las guerras.
Hay una oportunidad a la vuelta de la esquina: las elecciones intermedias de 2022, en las que la memoria en la opinión pública del Tea Party y del Trumpismo puede movilizar y recuperar una mayoría en el Congreso suficiente para iniciar un “impeachment” serio y justificado, no como los “fake”que padeció Trump, para poner fin a esta pesadilla o broma de presidente que es Biden (aparte de la caída de Kabul hay otras y poderosas razones constitucionales).
No es posible aceptar la derrota de Occidente por la debilidad/ineptitud de Biden y de la OTAN, y que el siglo VII se imponga al siglo XXI en Afganistán y en todo Oriente Medio.
China, Rusia e Irán, por ese orden de importancia, están expectantes. La dictadura comunista de Pekín ya está amenazando a Taiwán.