¿Reencarnación de Fu Manchú armado con el “kung flu” (broma del presidente Trump)? Se trata de un enemigo muy visible con un arma “invisible” creada en un laboratorio militar, según la epidemióloga china Li-Meng Yan, huída y refugiada en los Estados Unidos. Las maquinarias propagandistas de la política internacional se han vuelto a activar intensificando los tonos políticamente incorrectos en los coloreados epítetos de los discursos y eslóganes críticos racial-identitarios: “supremacía blanca”, “black lives matter”, “nuevo peligro amarillo”… La realidad probablemente es más simple: se trata de un episodio más en la vieja y nunca superada o superable Guerra Fría Global entre capitalismo y comunismo.
El marxismo-leninismo tuvo con el Estalinismo la expresión adecuada para el nacionalismo chovinista ruso. El Maoísmo lo sería para el nacionalismo étnico chino. Ahora el “Pensamiento Xi Jinping” representa algo nuevo: el marxismo-leninismo en la era de la globalización y del comunismo fake para “billonarios” (en el órgano supremo del Partido Comunista de China, el Congreso Nacional del Pueblo, actualmente hay más de 100 miembros que son “billonarios” –en el sentido americano de poseer al menos mil millones de dólares- según los investigadores Daniel Blumenthal y Nicholas Eberstadt en su artículo “China Unquarantined”, National Review, June 22, 2020).
El comunista disidente chino –expulsado del Partido y “desaparecido”- Ren Zhiquiang sostiene que Xi Jinping es un “clown” con ínfulas imperiales, lo que le acercaría a la imagen o idea de un moderno Fu Manchú, ese personaje o payaso siniestro y tiránico, de ficción y esencialmente kitsch,con pretensiones de dominación mundial. El novelista Milan Kundera ya advirtió que la estética kitsch es característica del totalitarismo comunista, como una especie de estación de tránsito entre el ser y el olvido, un delirio ideológico narcotizante que trata de suprimir todo lo que en el mundo real le resulta inaceptable.
Por ejemplo, el espectáculo kitsch de la China comunista de Xi Jinping lo podemos comprobar si tenemos la paciencia de contemplar, aunque solo sean unos minutos, la plúmbea y cursi televisión oficial ofrecida al mundo, la CGTN, con imágenes de un país de fantasía, sin conflictos ni pobreza, y con sus presentadores asexuados de ambos sexos o los portavoces oficiales del gobierno, todos ellos muy serios y formalitos con cara de no haber roto nunca un plato, como si los problemas del mundo no fueran con ellos.
El colmo del infantilismo y la cursilería kitsch lo vimos durante la visita de Xi Jinping a España, cuando la embajada china exigió la prohibición de exhibir imágenes del oso Winnie-the-Pooh en las calles de Madrid. Asimismo en la censura y presión a las productoras de Hollywood para evitar que en las películas haya personajes chinos malos, o burlas sobre “Kato” (expresión satírica inspirada en el sirviente del inspector Clouseau), como en la escena de la pelea del actor Brad Pitt con el personaje Bruce Lee en la película “Erase una vez en Hollywood” de Tarantino, motivo por el que ha sido prohibida en China.
Yendo a cuestiones más graves, el “Pensamiento Xi Jinping” ha inspirado la nueva oleada represiva en la China post-maoista como no se conocía desde la infame Revolución Cultural: campos de concentración para más de un millón de varones de la etnia musulmana Uighur (las hembras han sido retenidas en sus casas y en muchos casos obligadas a unirse o “casarse” con chinos étnicos). La represión religiosa no se ha limitado al islamismo, sino que también se ha intensificado contra el cristianismo y otras creencias. La nota kitsch en tal dramática situación la ponen informaciones de que en las iglesias católicas o en la casas privadas se obliga a sustituir las imágenes de Jesús y de la Virgen María por retratos de Xi Jinping (sobre la represión de la comunidad cristiana, que en la próxima década se estima será la más grande del mundo, véase el artículo de Nina Shea, “The Attempted Shutdown of China´s Christians”, National Review, August 10, 2020).
Las mentiras que rodean al origen y la asesina expansión pandémica del covid-19 (más de veinte millones de infectados y cerca de un millón de muertes hasta la fecha, solo fuera de China, según la Johns Hopkins University), han deteriorado profunda e irreversiblemente el prestigio internacional que China había conseguido en las últimas décadas, poniendo de relieve la tremenda corrupción del régimen comunista, contaminando también a múltiples actores políticos, analistas en los medios de comunicación y empresas económicas occidentales que han jugado un activo y equívoco papel en la apología y el “apaciguamiento” de este emporio/imperio maléfico, enemigo existencial del mundo libre.
Paralelamente, la crisis y represión en Hong Kong y las recurrentes tensiones con Taiwan (república democrática-liberal china cada vez más prestigiada en el mundo) y otros países en el mar del Sur de China suponen el final definitivo del que fuera muy conveniente, pragmático y publicitado eslogan legitimador de la nueva China, tras la miseria y fracaso trágicos de la Era Mao, “Un país, dos sistemas”. Están todavía por evaluar las consecuencias negativas en el orden mundial –aspectos comerciales, económicos y políticos del sistema y mentalidad de la globalización- afectando no solo a China sino a todas las naciones del planeta, aunque a mi juicio resulta evidente que estamos ya inmersos en una nueva fase de la nunca conclusa Guerra Fría Global.
Con una Europa convaleciente o anestesiada, ante un candidato presidencial americano –según fuentes de inteligencia- preferido (y presuntamente corrompido) por China como Joe Biden, el liderazgo mundial de Trump debe revalorizarse. Asimismo las últimas sanciones personales del régimen comunista señalan con precisión al valiente quinteto de senadores republicanos americanos, de cuyas críticas de China debemos fiarnos: Tom Cotton, Ted Cruz, Marco Rubio, Josh Hawley, y Pat Toomey.
Una pequeña y quizás pueril compensación añadida: Mao Tse-tung minusvaloró y despreció al imperialismo americano calificándolo como un “tigre de papel”. Ahora los americanos -y en todo el mundo libre- se toman la revancha riéndose del emperador chino Xi Jinping al que comparan con un “osito de Walt Disney”.