Aunque las elecciones Primarias oficialmente no comienzan hasta Febrero de 2020 (en Iowa y New Hampshire), nos encontramos ya inmersos en un proceso de, llamémoslo así, Primeras Primarias.
Hace años un politólogo empleó la misma expresión para referirse a las donaciones económicas obtenidas y acumuladas por los candidatos para sus respectivas campañas, previas al inicio de las Primarias propiamente dichas, como un índice significativo de la popularidad y potenciales posibilidades de los mismos. Hoy ese índice, aunque importante, ha sido desplazado por los debates televisados y las sucesivas encuestas. El partido Demócrata ha celebrado ya tres en 2019, y está previsto que tengan lugar al menos otros seis en 2020, antes de la Convención (13-16 de Julio, en Milwaukee, Wisconsin) en que los 4.535 delegados elegidos y designados en las Primarias voten la “nomination” del candidato presidencial definitivo.
Como es sabido, históricamente las Primarias han sido un sistema democrático de elección de candidatos (no solo a la Presidencia y Vice-Presidencia, sino al Congreso –Senado y Cámara de Representantes-, Gobernadores y legislaturas estatales, y para todos los cargos elegibles), dentro de cada partido, para contrarrestar a la oligarquía y el caciquismo, al partidismo y la partitocracia, practicadas inicialmente en los Estados de Minnesota y Wisconsin que se irán extendiendo progresivamente al resto de los Estados a lo largo del siglo XX.
Lo más espectacular cada cuatro años es la competición de los candidatos a la Presidencia, pero debemos tener en mente que se trata de un gigantesco y admirable proceso de democracia interna de los partidos –abierta en muchos casos a la participación de los votantes simpatizantes- que también se practica cada dos años para el Congreso federal (aproximadamente un 1/3 del Senado y la totalidad de la Cámara de Representantes, algunos Gobiernos y la totalidad de las legislaturas estatales, etc.).
Lo llamativo este año cara a las elecciones en 2020 ha sido la competición de más de una veintena de candidatos a la Presidencia dentro del partido Demócrata, en tres debates hasta ahora, en que las posibilidades según las encuestas se van reduciendo a menos de una decena. El partido Republicano de momento no ha celebrado ningún debate ya que los dos o tres candidatos que se han postulado frente a Donald Trump no presentan una creíble y plausible rivalidad alternativa. Por ejemplo el caso de Bill Weld, ex gobernador de Massachusetts, es delirante y parece más bien un submarino de los Demócratas, insinuando la pena de muerte para Trump por traición, a propósito del “escándalo” de Ucrania (otro ex gobernador del mismo Estado -hoy senador de Utah y destacado vocero de la corriente “NeverTrump”- el patético y recurrente perdedor Mitt Romney ha desperdiciado la oportunidad de estar callado).
En los debates del partido Demócrata se ha puesto de manifiesto que la mayoría de los candidatos presentan un sesgo socialista o socialdemócrata. Entre los destacados en las encuestas la excepción la representaba hasta ahora el ex vicepresidente Joe Biden, progresista pero no socialista, que ha liderado al resto con un 30 por ciento, según la última gran consulta tras el tercer debate en Houston (Texas). Pero eso significaba que una mayoría del 70 por ciento, repartida entre Sanders, Warren, Buttigieg, Harris, Booker, O´Rourke, Castro y otros del pelotón socialista, le rechazaban.
Como he venido sosteniendo en los últimos años, el bipartidismo USA (tradicionalmente pro-capitalista con un partido liberal y otro conservador) se ha transformado en un sistema ideológicamente similar a los europeos: un partido pro-capitalista (el Republicano) y un partido anti-capitalista (el Demócrata), aunque la mayoría de los ciudadanos, los electores y la propia cultura política americana, siguen siendo liberales y favorables a la economía de mercado.
El escándalo de Ucrania ha sido un revulsivo que ha radicalizado a los Demócratas a favor del “impeachment” contra Trump, pero al mismo tiempo la destruido el liderazgo moderado de Biden, al ponerse en evidencia la corrupción de su propia familia (su hijo y su hermano, no solo en el caso de Ucrania sino también en China).
Paradójicamente todo ello puede favorecer a Trump. En el asunto de la polémica conversación con el presidente ucraniano Zelensky no se ha encontrado el “quid pro quo” que pudiera motivar un “impeachment”, aparte de que en el Senado –mayoritariamente republicano, y con la única excepción del envidiosillo Romney- no hay voluntad de votar la imputación y la condena del presidente.
El desplazamiento de Biden a un segundo puesto por la presunta corrupción relacionada con su hijo, como ya reflejan las encuestas, dan de momento el liderazgo de la candidatura Demócrata a la senadora Elizabeth Warren, con un nítido perfil socialista o socialdemócrata, y en un tercer lugar aparece el veterano (y avejentado) senador Bernie Sanders. Más distantes, Kamala Harris, Pete Buttigieg, Cory Booker, Beto O´Rourke, etc. Esto también favorece a Trump, pues en la campaña final tras las Convenciones de los partidos en el verano de 2020 se enfrentaría a un candidato Demócrata excesivamente izquierdista para el gusto de la inmensa mayoría de los americanos.
La obsesión anti-Trump de los Demócratas está conduciéndoles a su propia derrota. Es algo próximo a la histeria general que observamos también en los Republicanos RINO (“Republican In Name Only”), en la corriente “NeverTrump”, y prácticamente en todos los progres, liberales y conservadores tradicionales (marcadamente los democristianos), con la totalidad de los aparatos mediáticos, en todo el mundo y particularmente en España.
La imagen insufriblemente cursi, mendaz y amanerada, con pretensiones de superioridad moral, del congresista demócrata Adam Schiff, presidente del Comité de Inteligencia, verdadero obseso contra el presidente americano, tiene un valor simbólico y representa muy bien a los múltiples críticos españoles (especialmente en el ámbito del Establishment progre y de los partidos del centro-derecha) también afectados, al parecer, por la epidemia mundial del “Trump Derangement Syndrome”.
Recientes revelaciones sobre la compañía ucraniana Burisma, con el hijo de Biden y un protegido de Romney de consejeros, la caracterizan como una especie de “Abengoa” del Establishment bipartidista americano.