Escribo esto en los últimos días de 2018, pasando las vacaciones navideñas junto a un lago en una aldea del Norte de Minnesota, cercana y parecida a la pequeña ciudad de Fergus Falls, población ésta hoy económicamente diversificada pero con larga tradición agraria, de granjeros con aficiones a la pesca en los lagos y a la caza mayor (en mi familia americana algunos de mis cuñados y sobrinos también las practican).
Menciono Fergus Falls porque hace pocos días estalló un escándalo periodístico de la revista alemana Der Spiegel, estandarte europeo de la socialdemocracia, y del socialismo/ progresismo, con un reportaje típicamente Fake News de Claas Relotius, conocido y galardonado periodista socialista, que relataba la existencia de milicias pro-Trump bajo el disfraz de grupos de cazadores en la citada localidad. Resulta que todo era una invención, una gran mentira, y los habitantes de Fergus Fall se han sentido lógicamente indignados. Quizás sea el último servicio propagandístico de Relotius para el SPD antes de ir a parar ambos, como se merecen, al basurero de la Historia.
El escándalo del Der Spiegel nos remite al conocido síndrome NeverTrump. Nuestro embajador en Washington DC ante el NT-Establishment, Javier Rupérez (espero que mi buen amigo acepte la broma), insinúa en Facebook un parecido de Donald Trump con… Pedro Sánchez (!!!). Siento decirlo, pero es el tipo de análisis político más inoportuno e improcedente, que no ayuda nada a comprender la confusa y grave situación mundial y española en que nos estamos moviendo.
Tras el precedente en España de los “Obamitas” (“liberales” variopintos como Garrigues Walker, Segurado, Moragas, Savater, Rivera, Pedro Jota, etc.) y de los “Hilarios” -partidarios de Hillary Clinton frente a Trump- (otra vez Garrigues Walker, Segurado, Moragas… y asimismo Esperanza Aguirre, Javier Maroto, González Terón, González Pons, García Margallo, Javier Rupérez, el inevitable Pedro Jota, Eduardo Inda, Antonio Jiménez, Carlos Alberto Montaner, etc.), gran parte de las derechas españolas inclinarán sus simpatías inevitablemente hacia el NeverTrump.
William F. Buckley Jr. y L. Brent Bozell en su polémico pero fundamental y documentado libro McCarthy and His Enemies (1954), proponían muy sensatamente distinguir entre el hombre, el senador McCarthy (con una personalidad cuestionable para muchos liberales), y el ismo, el Macartismo, movimiento popular lógicamente sensible a los crímenes del comunismo y al peligro real de su infiltración en la sociedad americana durante la Guerra Fría.
De manera similar el analista político del Wall Street Journal Gerald F.Seib, durante la campaña presidencial de 2016 propuso distinguir entre Trump y el Trumpismo. Los posibles defectos de la personalidad del candidato no deberían cegarnos sobre la importancia objetiva del movimiento popular anti-élites y anti-Establishment que generó.
He señalado en artículos anteriores que el Trumpismo tiene como precedentes inmediatos las campañas presidenciales de Pat Buchanan (en 1992, 1996, y 2000) y de Newt Gingrich (en 2012), y entre uno y otro el movimiento populista Tea Party, con sus estrellas rutilantes Sarah Palin y Michele Bachmann. Pat Buchanan, ex consejero de los presidentes Nixon, Ford y Reagan, fue quien inventó los conceptos claves de “Silent Majority” (en 1968) y de “Culture War” (en 1992), asumidos por el Tea Party y por el Trumpismo (véanse los análisis de Elizabeth Price Foley en 2012, Laura Ingraham en 2017, Salena Zito & Brad Todd en 2018, y finalmente de Steve Hilton, Positive Populism, New York 2018).
Hilton ha verbalizado y documentado lo que yo intuí en 2016 como “populismo positivo”: defensa de los valores constitucionales enunciados en la Declaración de Independencia (“la Vida, la Libertad, y la búsqueda de la Felicidad”), la religión, la propiedad privada, la libre empresa, el mercado libre y la libre competencia. Los valores patrióticos y la Unión Nacional frente a los peligros exteriores (“MAGA” y “America First”), incluyendo factores como las fronteras porosas y la inmigración ilegal que ponen en riesgo la soberanía nacional.
Un especial significado del populismo positivo del Trumpismo lo tiene la protesta social transversal contra la corrupción económica y política de los partidos del Establishment, lo que Adam Smith, George Washington y los Federalistas ya denunciaron como “espíritu de partido” y de “facción”, que hoy popularmente conocemos como partitocracia y partidismo/partiditis (respectivamente, las estructuras objetivas y subjetivas, sectarias, que sustentan la corrupción).
Los europeos no entienden bien el estilo empresarial de Trump al aplicar un método de “ajuste fino” o cambios permanentes a su equipo en la Administración (contra el Estado Administrativo y el “Deep State”). En el momento presente, a punto de iniciarse el Nuevo Año, ha concluido en la Casa Blanca la fase “directorio militar” inicial (con los generales Flynn, McMaster, Kelly, Mattis) y se mantiene el grupo simpatizante del “Tea Party” (Mike Pompeo, Kellyanne Conway, Rick Perry, Ben Carson…), depurado y liberado de los representantes del Establishment (Reince Priebus, Rex Tillerson) y de algunos ideólogos radicales (Steve Bannon).
Además de la conocida e importante influencia de las iglesias evangélicas, no ha sido desdeñable el “factor católico” en el Trumpismo: Pat Buchanan, Newt Gingrich y Callista Gingrich (embajadora de EEUU en el Vaticano), los periodistas Steve Bannon, Laura Ingraham, y Sean Hannity, el vicepresidente Mike Pence, los nuevos jueces en la Corte Suprema Neil Gorsgush y Brett Kavanaugh, los jefes de gabinete del presidente, el general John Kelly y ahora Michael Mulvany…
A propósito del fenómeno Trump/Trumpismo, relataré una experiencia personal: en la Facultad de Ciencias Políticas de Madrid, frente a la defensa que Jorge Verstrynge hizo del populismo de Podemos y del Frente Nacional francés, yo postulé un populismo alternativo, positivo, del Tea Party y del Trumpismo (en una entrevista para La Razón, en Marzo de 2016, aventuré que era muy posible un triunfo de Trump). También valoraron positivamente la candidatura de Trump en los medios españoles -merecen ser nombrados-, apenas “cuatro gatos”: Carlos Esteban, Antonio Camuñas, Rafael Bardají… y pocos más, principalmente en el Grupo Intereconomía y en Vox.
Precisamente Vox es hoy el objetivo de la propaganda insultante, “cordones sanitarios” y Fake News -como lo viene siendo el Trumpismo-, por parte de “progres” y “liberales” del PP, Ciudadanos y desechos socialistas europeos como Manuel Valls. Quizás haya que habilitar también en España, como proponía humorísticamente Rob Long en Estados Unidos para los anti-Trumpistas (National Review, October 29, 2018), servicios y terapias especiales en las clínicas mentales para tratar los síndromes de “ansiedad progre y desórdenes relacionados” como nuestro castizo “NuncaVox”.