Hace ahora un año fue tomando cuerpo el hecho de que el Cesid tuvo mucho que ver en la conducción del golpe. El general Javier Calderón, entonces en la dirección general del «nido de las perdices», hizo un tímido intento para desmentir su implicación y la del servicio de inteligencia en la inspiración, génesis y desarrollo de la asonada. En febrero de 1981, Calderón era teniente coronel y secretario general del Cesid; el número dos, si bien ejercía de número uno de facto, al ocupar interinamente la dirección del centro el coronel Narciso Carreras.
El argumento principal del general Calderón para desechar toda contaminación, era que en su momento ya se abrió una «investigación interna» a fin de esclarecer la dudas sobre la actuación de diversos espías en el día de autos. Aquella investigación de encargo y teledirigida se cerró autoexculpando de pleno a los sospechosos.Ha pasado a la historia con el nombre de Informe Jáudenes.
Los hechos son inmutables. Las opiniones pueden ser contumaces.En el 23 F se da un antes y un después que señala en unívoca dirección al vértice del servicio secreto. Hoy sabemos con certeza que el teniente coronel Tejero estuvo siempre vigilado desde noviembre de 1978, tras la fallida intentona de la Operación Galaxia. Agentes de La Casa intervinieron sus comunicaciones y controlaron sus reuniones con García Carrés, Pedro Más Oliver (ayudante de Milans) y con numerosos capitanes de la Guardia Civil. También vigilaron y fotografiaron las reuniones de la calle General Cabrera.
El 23 F se urdió para forzar un Gobierno de concentración presidido por el general Alfonso Armada. El diseño de aquel plan se basaba en la Operación De Gaulle, un estudio de Estado Mayor elaborado por dos capitanes que habían estado en el Cesid. El general Armada fue escogido en la primavera de 1980 por su estrecha vinculación con el Rey, sus amplios contactos políticos, un hombre de consenso, y por ser bien aceptado por los capitanes generales y jefes del Ejército. Armada ha reconocido que «un grupo de Cortina y amigos suyos creen que soy la solución. He pasado mucho tiempo en la Casa del Rey y eso les da garantías»… Y añade: «El Cesid me presionaba mucho, querían que influyera en el Rey para que cambiara la situación. Yo tenía muchos contactos en el Cesid».
Precisamente uno de esos contactos fue quien le previno para que fuera discreto en sus conversaciones telefónicas. El vicepresidente Gutiérrez Mellado había ordenado que le pincharan el teléfono.Y desde el servicio no sólo le pusieron en guardia, sino que intervinieron la línea de un hijo suyo, que tenía niños de corta edad. Las cintas recogían conversaciones que hablaban de papillas, potitos y dodotis.
Unos meses antes, Antonio Cortina, hermano de José Luis y presidente de Aseprosa, una especie de apéndice del Cesid, había tanteado a Jorge Verstrynge, secretario general de Alianza Popular, acerca de la disponibilidad del partido de Fraga para prestarse a un golpe de Estado similar al que la OAS del general Salan organizó en Rue d’Isly, de la capital argelina.En octubre de 1980, García Almenta pidió voluntarios, «taraos como yo», para un servicio especial. Así se creó la SEA (Sección Especial de Agentes) con su base en la calle de Felipe IV, a unos 300 metros del Congreso de los Diputados. Este grupo, uno de los secretos mejor guardados del Cesid, será el encargado de dar cobertura y facilitar a Tejero el asalto al Parlamento.A finales de año, la central de inteligencia ya sabía que Tejero había comprado autobuses y anoraks como ropa de camuflaje.
Cortina había invitado al coronel San Martín a formar parte del staff del general Armada, asegurándole que contaba con decenas de socialistas dispuestos a colaborar para que saliera adelante el inminente Gabinete Armada. Y había conectado al líder socialista Enrique Múgica con el entonces gobernador militar de Lérida.
El 16 de febrero, Gómez Iglesias decidió apuntarse al Curso de Tráfico en el Parque de Automovilismo. Iglesias, que ya tenía un intenso contacto con Tejero, sabe que ahí se reclutará la fuerza asaltante. Su objetivo era apoyarle anulando las reservas y dudas que se presentasen. Como la del coronel Manchado. Por el novedoso testimonio del capitán Gil Sánchez Valiente, sabemos que durante una cena que tuvo lugar el miércoles 18 en casa de Gómez Iglesias, a la que asistieron Tejero, Muñecas y Sánchez Valiente, el anfitrión citó los nombres de los generales Armada y Milans como cabezas de la operación. De madrugada, Iglesias condujo a Tejero a entrevistarse con el comandante José Luis Cortina, su jefe en el Cesid. Será Cortina quien le diga a Tejero que tenía que asaltar el Congreso el lunes 23 y quien, entre los muchos detalles que le dio, ebrio de locuacidad, terminará implicando al Rey al hablar de decretos y firmas. Dos días después le puso ante Armada.
Es del Cesid de donde salió una nota confidencial y secreta a la Capitanía de Valencia, muy pocos días antes del golpe, que hablaba de asaltos a cuarteles e instalaciones militares por parte de organizaciones y grupos de izquierda. Naturalmente, la nota era una pura invención, pero ayudará a preparar las unidades sin despertar sospecha o extrañeza alguna. El comandante José Luis Cortina, en nombre del Cesid, advirtió al jefe de la antena de la CIA en Madrid, al embajador norteamericano Terence Todman, al nuncio del Vaticano y a la Conferencia Episcopal de la operación que se iba desarrollar. La pusilánime e indiferente reacción posterior de todos ellos corrobora que estaban sobre aviso.La mañana del 23 los agentes de SEA, Monge, Moya y Sales, retiran del Cesid varios vehículos con placa falsa, equipos de transmisión y radioteléfonos. La orden que les ha dado el capitán García Almenta, segundo jefe de la Aome (Agrupación Operativa de Misiones Especiales), la joya del Cesid, es la de coordinar la llegada de las diferentes columnas de asaltantes hasta el Congreso. El fracaso del golpe llevará a Cortina y a Almenta a inventarse sobre la marcha la inexistente Operación Mister.
En la madrugada del día 24 el capitán del Cesid Diego Camacho, que ha entrado en el Congreso con el capitán Josito Armada, informa a sus superiores, Carreras y Calderón, de que el jefe de la rebelión es el general Armada. Los días siguientes, Calderón y Cortina, respectivamente, se dedicarán a negar toda implicación de Armada y a exculpar al Cesid: «El golpe nos pilló de improviso. En todo momento hemos actuado correctamente».
Las filtraciones de algunos de los agentes implicados ponen en guardia a otros que piden que se esclarezca la actuación de la Agrupación de Cortina en el golpe de Estado. Calderón impone un manto de silencio, niega a Camacho cualquier complicidad de Cortina «Eso es imposible, Diego, es como si me dices que mi mujer me pone los cuernos» y le ofrece, a cambio de su silencio, ser jefe de operaciones; en tanto que Cortina y Almenta se dedican a borrar todas las huellas y a presionar, amenazar y chantajear al subteniente Juan Rando Parra, que ha conocido de primera mano confidencias muy comprometedoras.
Mes y medio después del 23 F, ante la imposibilidad de sellar la boca de quienes quieren claridad y el riesgo de que se filtre al exterior el escándalo, el coronel Carreras ordena a Calderón la apertura de un informe. Se conocerá con el nombre de Informe Jáudenes, por encargarse al teniente coronel Juan Jáudenes Jordano, jefe de la División de Interior. Pero en ningún caso se tratará de una investigación, sino de una información de carácter no judicial, que se limitará a recoger los diferentes testimonios, a hacer una valoración simplista y lineal y a cerrar de un carpetazo el asunto exculpando a todos los agentes de cualquier contaminación con el golpe de Estado.
Pese a ello, las declaraciones y contradicciones de varios agentes tienen tal carga en sí mismas, que resulta inexplicable que el juez especial de la causa, José María García Escudero, se limitara a leer el Informe Jáudenes y a devolverlo al Cesid. García Escudero no sólo no abrió una línea de investigación sobre la actuación de agentes sospechosos, sino que hurtó el informe a las defensas de los procesados.
El fantasma de la prevaricación debió rondar sobre su conciencia cuando en su libro de memorias confesó que con Cortina e Iglesias «entró en la causa una nebulosa de contornos y contenidos inciertos, como era la participación de hombres del Cesid en la operación…En la más halagüeña de las hipótesis para el Cesid, la actuación de esta organización en la prevención del 23 F fue cualquier cosa menos brillante, pero había motivos para sospechar que al menos algunos de sus hombres habían hecho algo más grave que no enterarse».
El Informe Jáudenes se conoce en su verdadera extensión y literalidad gracias a la desclasificación que hizo el tribunal militar que juzgó al coronel Perote, por el asunto de los famosos papeles.El Cesid, en una de las últimas maniobras de Calderón como director general, filtró otro Informe Jáudenes convenientemente manipulado y retocado. Lo importante en este último no es que el estilo de la redacción sea diferente o que se hayan suprimido o añadido palabras, sino que se han mutilado párrafos significativos. Especialmente uno del tenor siguiente: «Piensa [Cortina] que no se debe armar alboroto con el tema, que las preguntas sean indirectas, que trascienda al menor número de personas posibles y que la solución no se pueda correlacionar con los hechos y comentarios». Es decir, que el principal agente cuestionado le estaba marcando al instructor las pautas a seguir.
Estos son los hechos. El golpe de Estado del 23 F ya no puede tener otro objeto que el debate y el análisis histórico. Una de las primeras decisiones del general Javier Calderón en su vuelta a la dirección del Cesid en 1996, fue cebarse sobre los agentes que quisieron aclarar la responsabilidad de quienes se implicaron en la intentona golpista. Y otra, fue rehabilitar a los que se vieron salpicados por ella. Brindis y copas en Navidad y encargos profesionales.
Calderón salió de la dirección del servicio de inteligencia hace poco más de medio año. Su responsabilidad en aquellos hechos puede juzgarse de muchas maneras. Y una principal es por su comportamiento.Antes y después del 23 F. Con todo, su empeño por encubrir y exculpar a quien estaba metido en el golpe de hoz y coz es palmario.Quizá no haya querido otra cosa que seguir a rajatabla el consejo de Maquiavelo sobre el buen o mal uso del delito político: «Se puede definir como buen uso (si es que es lícito hablar bien del mal) el delito circunstancial, cometido en un momento determinado por necesidad de mantener el poder, pero que después no se repite, sino que se convierte en el instrumento de mayor utilidad para los súbditos».(El Mundo 23.02.2002)
- 23 F
- Informe Jáudenes