En 2004, un arquetípico insider de la política norteamericana, el demócrata y católico Joseph A. Califano, publicó sus memorias (Inside. A Public and Private Life), en las que por primera vez se harían unas revelaciones extraordinarias que iban a condicionar todas las investigaciones posteriores sobre el magnicidio en Dallas.
En 1963 Califano ostentaba oficialmente el cargo de General Counsel del Departamento de Defensa, regentado por Robert McNamara, con Cyrus Vance como secretario del Ejército. Oficiosamente, Vance y Califano supervisaban las actividades de una «guerra secreta» con Cuba a través del Interdepartamental Cuban Coordinating Committee (ICCC), creado por el presidente Kennedy -obsérvese: después de la dramática crisis de los misiles (Octubre de 1962)- , el 8 de Enero de 1963 (2). Recuérdese también que los tres políticos, McNamara, Vance y Califano seguirán teniendo un papel destacado en las sucesivas administraciones demócratas de Johnson y de Carter (en ésta, con McNamara ya retirado, Vance será secretario de Estado y Califano secretario de Salud y Educación). Especialmente Califano, abogado de la Harvard Law School, durante la administración Johnson será el consejero aúlico, confidente y factotum del presidente, es decir, que tendrá información privilegiada y supersecreta sobre el asesinato de JFK, información que en gran medida todavía hoy desconocemos.
Como nos explica claramente en el capítulo décimotercero de sus memorias (titulado Getting Fidel), el director ejecutivo real del ICCC, con la anuencia del presidente, era su hermano, el Attorney General (secretario de Justicia) Robert F. Kennedy, que no solo dirigía el FBI, sino también de facto la CIA y la nueva Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA), creada por JFK-McNamara en 1961 : «As Robert Kennedy pressed for tougher actions, I thought: he is obsessed with Castro; he is pursuing a total war with Castro» (3). Retengámos la expresión : ¡»total war» ! Nunca antes un funcionario de tan alto nivel y responsabilidad real de poder había dicho esto. Las insinuaciones de las «guerras secretas» de los Kennedys contra Castro se debían principalmente a periodistas e investigadores, e incluso en la mayor parte de los casos las conspiraciones se atribuían a la CIA, a espaldas del presidente y de su hermano. Califano aclara que todo se hacía con el consentimiento, la iniciativa y la presión de ambos. Más aún: la CIA había sido desplazada a un papel secundario; el auténtico protagonismo lo ejercían ahora las fuerzas armadas, coordinadas por la DIA y supervisadas por Robert Kennedy, Cyrus Vance y Joseph Califano -con su ayudante militar, el entonces joven coronel Alexander Haig- desde el ICCC (eclipsando incluso al secretario Robert McNamara) en lo que realmente era un plan de golpe de Estado con eventual intervención militar norteamericana para derrocar y -pese a las objeciones de conciencia de Califano- asesinar a Fidel Castro.
En su testimonio Califano añade: «Years later, when I was on his White House staff, Lyndon Johnson told me, ‘Kennedy tried to kill Castro, but Castro got Kennedy first’. Though Johnson had set up the Warren Commission, he never accepted its conclusion that Oswald was a loner. I have come to share LBJ’s view. With the step-up in covert activities and outright attempts on Castro’s life –and with the assassination of Diem on November 1, 1963- the Cuban leader had reason to conclude that Kennedy brothers were seeking an opportunity to kill him.» (4) De esta manera Califano también confirma –y dada su alta posición hay que pensar que la información es fiable- la responsabilidad directa de JFK en el asesinato del presidente de Vietnam del Sur, asunto que siempre había quedado en un supuesto de dudosa demostración.
Cree Califano que la razón por la que la moral de Robert Kennedy quedó quebrantada por el remordimiento, la mala conciencia y posible depresión, tras la muerte de su hermano, es precisamente por su sentimiento de culpa. El presidente Johnson inmediatamente canceló todas las operaciones secretas contra Cuba, contribuyendo a encubrir y proteger la responsabilidad de los hermanos Kennedy. Esta es también la razón, sostienen Waldron y Hartmann, de por qué todas las investigaciones sobre el asesinato del presidente americano, hasta 2004 con las revelaciones de Califano, terminarían en vía muerta.
El «Plan para un Golpe en Cuba» (PGC) elaborado por Cyrus Vance para el ICCC o, como lo llaman Waldron y Hartmann en su primera obra, el «C-Day» que iba a tener lugar el primer día de Diciembre de 1963 (5), consisitía en un golpe de palacio dirigido por una personalidad del círculo más próximo a Fidel Castro, un conocido héroe de la Revolución, cuya misión inmediata era establecer un gobierno provisional con representantes de un amplio abanico de fuerzas políticas anti-castristas, con el visto bueno de los Kennedy. El golpe implicaba, con toda probabilidad, la eliminación física de los hermanos Castro y, como apoyo, una invasión de fuerzas armadas norteamericanas (de ahí la expresión C-Day empleada por los autores). Estos conocían ya la identidad del líder del golpe, pero no la revelarán hasta 2006 (en la edición paperback del libro) y en la segunda obra que publican sobre el tema en 2008 (6): se trata del general Juan Almeida Bosque (1927-2009), comandante de la Revolución, el único mulato en la expedición del Granma y entre los dirigentes de la guerrilla en Sierra Maestra. Extrañamente, hasta su muerte el 11 de septiembre de 2009, a los ochenta y dos años, siguió figurando como la tercera autoridad del régimen, en cuanto Vicepresidente del Consejo de Estado y general de las Fuerzas Armadas, después de Fidel y de Raúl Castro. Sus últimas apariciones públicas, después de que su nombre apareciera en las obras mencionadas -en 2006 y 2008- fueron en 2008 y 2009 (existen sendas fotos), a lado del ya presidente Raúl Castro, tras la retirada oficial de su hermano. En los obituarios oficiales cubanos con motivo de su muerte, o el que se publicaría en el diario El País de Madrid (12 de septiembre de 2009), por supuesto, no se hace ninguna referencia a su implicación en el PGC de 1963. Sospechamos que la continuidad de Almeida en el escaparate de autoridades del régimen fue un montaje de impostura orquestado cara la opinión pública internacional para mantener las apariencias de que la Cuba de los Castro no tuvo nada que ver, en última instancia, con la muerte del presidente Kennedy.
Ex cursus:Un testimonio circunstancial ignorado.En el otoño de 1996 asistí en Grand Rapids (Michigan) a un selecto mítin republicano de la campaña presidencial, en apoyo del candidato del partido, el senador Robert Dole. Le acompañaban los ex presidentes Gerald Ford y George H. Bush, así como la familia Romney, por su conocido arraigo en aquel Estado. Solo faltaba John McCain para ver reunidos allí a todos los candidatos perdedores del Establishment GOP desde 1976 (la victoria de Bush en 1988 en realidad fue la tercera de Reagan). Un profesor republicano y conservador de Hope College, donde yo disfrutaba un sabático, me había conseguido una invitación para tan exclusivo evento. Le pedí que me presentara a Ford, ya que era el único superviviente de la famosa Comisión Warren, al que quería hacerle una entrevista sobre el asesinato del presidente Kennedy, y por qué la Comisión Warren no había querido investigar el testimonio inquietante de una mujer mejicana, la escritora Elena Garro.Como debí suponer, no era el momento y declinó la petición.
Venía interesándome por el asunto del magnicidio de Dallas como una especie de hobby intelectual histórico-político-policial, nunca como obsesión, leyendo todo lo que caía en mis manos sobre la materia, visionando películas (JFK de Oliver Stone y otras de serie B) y multitud de documentales. Incluso llegué a publicar un artículo con motivo de trigésimo aniversario («El enigma JFK», El Siglo, Madrid, 22 de Noviembre de 1993) en el que insinuaba algunas hipótesis que luego he visto confirmadas.
Durante el verano de 1992 en Middlebury College (Vermont, USA), tuve la oportunidad de charlar largamente con Octavio Paz, recién galardonado con el Premio Nobel de Literatura, que asistía al campus (donde yo era profesor visitante en la Escuela Española) para recibir el Doctorado Honoris Causa de aquel centro universitario. Iniciativa de mi amigo, el director Frank Casa, a la que yo también había contribuido, organizando algunos actos de la visita y de la ceremonia. Me conocía Paz de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo de Santander desde el verano de 1981, y por dos artículos que había publicado sobre él: «Ortega y Octavio Paz» (Revista de Occidente, 72, Madrid, 1987) y «Octavio Paz, ensayista político» (Debate Abierto, 6, Madrid, 1991).
En 1989 yo había leído la reedición del libro de Anthony Summers (Conspiracy, publicado originalmente por McGraw-Hill en 1980) sobre el asesinato de Kennedy en el que mencionaba a Elena Garro, primera esposa de Octavio Paz, de la que estaba divorciado desde principios de los sesenta. Durante su visita a Middlebury en 1992 el escritor mejicano iba acompañado de María José, su segunda esposa, y con discreción en un momento en que ella no estaba presente, le pregunté a Paz sobre el testimonio de Elena Garro, tal como aparecía en el libro de Summers. La respuesta escueta del escritor fue: que lo que alegaba su ex esposa parecía cierto, y que él estaba convencido de: 1. Que el asesino era Oswald, pero que probablemente no era el único, y 2. Que seguramente se trataba de una operación cubana.
Tanto Octavio Paz como Elena Garro han desaparecido (ambos morirían en 1998, con pocos meses de diferencia, él en Abril y ella en Agosto), pero su hija Elena Paz Garro todavía vive en Cuernavaca y ha sido entrevistada por los autores del documental Rendezvous with Dallas (2006), «prohibido» en Estados Unidos, de Wilfried Huismann y Gus Russo, así como para la obra de éste y Stephen Molton, Brothers in Arms (2008), que comento más adelante (en el momento de redactar este ensayo no he podido consultar la obra de W. Huismann, publicada originalmente en alemán en 2007, Claves secretas del asesinato de Kennedy, Robinbook, Barcelona, 2010, aunque supongo que su punto de vista coincide básicamente con la investigación de Russo y Molton).
En el libro de Anthony Summers aparece la primera referencia a Elena Garro, en una caracterización a mi juicio sesgada, en el «Cast of Main Characters»: «Garro, Elena: Mexican right-wing writer with reported connections to American Embassy, made inflammatory allegations about an Oswald relationship with Cuban Embassy staff»(7). Cuando Elena Garro hizo tales alegaciones «inflamatorias» era más bien una escritora izquierdista de conocidas conexiones con la embajada de Cuba y de claras simpatías castristas hasta el momento del asesinato de Kennedy. Después, marginalmente, en la Nota 90 (correspondiente a la página 364 del texto), escribe el autor: «The Assassinations Committee (1978) also considered another allegation that Oswald had compromising links with staff of the Cuban Embassy. In 1964, after the publication of the Warren Report, a Mexican woman called Elena Garro came forward with an allegation that Oswald and two companions had atended a party at the home of relative Sylvia Duran, the secretary from the Cuban consulate. U.S. intelligence agencies failed to investigate this allegation thoroughly when it was made (…) The Garro episode should now be thoroughly investigated anew, with a keen interest in learning Garro´s reason for spreading the anti-Castro allegation (…) Taken together with other allegations which falsely linked Oswald to the Cubans (…), the Garro case is disturbing (…)» (8). Lo que parece realmente «disturbing» es que para Summers lo importante en el «Garro episode» o «Garro case» sea insinuar y subrayar que Elena Garro era «una anti-comunista profesional» o una «agente de propaganda» al servicio de la inteligencia estadounidense. Russo y Molton nos recuerdan que el matrimonio Paz había tenido una conocida relación de amistad personal con los líderes revolucionarios cubanos, especialmente con Fidel Castro y el Che Guevara (9). Ciertamente en 1963 Octavio Paz y Elena Garro estaban ya divorciados, y aunque, como dirá su hija Elena Paz Garro -que en 2008 todavía vivía en Cuernavaca y se consideraba ideológicamente una comunista-, distanciada de su padre, al que definió como «Enemigo Número Uno de Fidel Castro «(10), en 1963 su madre y ella todavía simpatizaban con el castrismo y frecuentaban los parties de las izquierdas en la Ciudad de Méjico, Distrito Federal.
Precisamente en uno de esos parties, en Septiembre de 1963, Elena Garro y Elena Paz Garro fueron testigos directos de la presencia de Lee Harvey Oswald en la capital mejicana, invitado y rodeado por empleados y funcionarios de la embajada de Cuba. La fiesta en cuestión tuvo lugar en el domicilio de Rubén Durán, cuñado de Silvia Tirado de Durán. Estaban presentes asimismo, aparte de Elena Garro y su hija, Horacio Durán –esposo de Silvia-, el escritor mejicano Emilio Carballido y varios cubanos, entre los que se encontraban el cónsul Eusebio Azcúe y un mulato pelirrojo (identificado por Russo y Molton como el agente de inteligencia cubana Carlos Morales) y el mismísimo Oswald acompañado de «dos gringos», invitados por Silvia Tirado de Durán. Aunque ciudadana mejicana, Silvia era empleada de la embajada de Cuba, y al parecer tuvo una relación íntima con Oswald en esos días, según contaría Elena Garro a la CIA un año después, información al parecer confirmada también por un topo de la agencia, el español Luis Alberu, dentro de la propia legación cubana y amigo de Silvia (11). Es posible –se trata de una inferencia mía a partir de las investigaciones de Russo y Molton- que los «dos gringos» en realidad fueran agentes de la inteligencia cubana (uno de ellos el misterioso mulato pelirrojo, ya que otros testimonios circunstanciales certifican que se comunicaba con Oswald en un fluído inglés, pues el estadounidense no hablaba español).
In Situ:Una investigación casi definitiva.
Al inicio del siglo XXI, el libro de Joseph J. Trento, The Secret History of the CIA (Random House, New York, 2001), aparte de muchas otras cosas, nos proporcionaba el marco político general más plausible para una explicación de los múltiples enigmas y misterios que rodean al asesinato de Kennedy. Posteriormente irían apareciendo los trabajos de autores antes mencionados (Waldron & Hartmann, Bugliosi, Pacepa, Huismann,Talbot, Morley, Russo & Molton, Latell) que han aportado valiosas informaciones complementarias, aunque ya con anterioridad, Gus Russo había anticipado algunas hipótesis en su libro Live by the Sword. The Secret War Against Castro and the Death of JFK (Bancroft, New York, 1998).
En los últimos meses, a medida que nos acercábamos al cincuenta aniversario del magnicidio de Dallas, se han publicado varias obras que han tratado de lavar la imagen del presidente Kennedy (12) en sus días finales de vida, especialmente a partir de la prematura muerte de su hijo recién nacido Patrick, en Agosto de 1963. Por ejemplo, las obras de Bill O’Reilly y Martin Dugan (Killing Kennedy. The End of Camelot, H. Holt, New York, 2012) y la de Thurston Clarke (JFK’s Last Hundred Days, Penguin Press, New York, 2013), que junto a otras como la de Peter Savodnik, desde la perspectiva del asesino (The Interpoler: Lee Harvey Oswald Inside the Soviet Union, Basic Books, New York, 2013, y su recientísimo artículo «Oswald, the disappointed revolutionary», The Wall Street Journal, New York, October 5-6, 2013), tienen como denominador común ignorar la importantísima, detallada y, a mi juicio, casi definitiva investigación sobre el asesinato de Russo y Molton, mencionada anteriormente. De manera sospechosa ese tipo de publicaciones siguen contribuyendo al encubrimiento o cover-up oficial de la conspiración iniciado por el propio presidente Jonhson, con el beneplácito del entonces todavía secretario de Justicia Robert F. Kennedy y la colaboración de la Comisión Warren, inmediatamente después del magnicidio.
El libro de Gus Russo y Stephen Molton (Brothers in Arms. The Kennedys, the Castros, and the Politics of Murder, Bloomsbury, New York, 2008) tras las importantes revelaciones de John Barron en 1996 y de Joseph J. Trento en 2001, en mi opinión, presenta el análisis y la explicación más completos y sistemáticos del caso. Los autores han investigado e identificado los principales actores y motivaciones del drama, tanto por parte de la administración Kennedy como del lado cubano y soviético, atando o desechando cabos sueltos de investigaciones precedentes.
En este ensayo voy a referirme específicamente a la escena mejicana (Ciudad de Méjico, D. F.), con su específico dramatis personae, donde se desarrolla la acción inmediatamente previa al final y el posterior epílogo de la tragedia, porque significativamente son los dos momentos que, según estos autores -o yo lo veo así-, nos proporcionan las claves explicativas más sólidas y congruentes acerca del histórico acontecimiento que representa el magnicidio en Dallas, aunque lógicamente serán los historiadores del futuro quienes relaten y documenten todas las implicaciones y ramificaciones del caso (13).
El mismo año de la publicación del libro de Russo y Molton apareció también la biografía de Winston Scott, jefe de la CIA en Méjico durante los años de Kennedy y Johnson, de Jefferson Morley (14). Aunque desde 1975 conocíamos su posición por las revelaciones del libro de Philip Agee, Inside the Company. CIA Diary (15), la obra de Morley nos proporciona información más extensa y elaborada sobre su actuación antes y después del asesinato de Kennedy y asimismo sobre la red de agentes colaboradores LI-TEMPO entre la clase dirigente mejicana que Winston Scott – al que algunos consideraban «el segundo hombre más poderoso de Méjico»- reclutó y controló personalmente en esos años. Especialmente, el presidente Adolfo López Mateos (LI-TEMPO-2), el secretario de Gobernación Gustavo Díaz Ordaz (LI-TEMPO-8, posteriormente presidente), el subsecretario de Gobernación Luis Echeverría (LI-TEMPO-14, posteriormente secretario de Gobernación y más tarde también presidente), y asimismo, según Russo y Molton, el director federal de seguridad, Fernando Gutiérrez Barrios (LI-TEMPO-4, posteriormente gobernador de Veracruz y finalmente secretario de Gobernación y brevemente senador antes de morir en el año 2000) (16). Del último escribirán los mismos autores, refiriéndose a los días inmediatamente posteriores al asesinato de Kennedy: «In the dark chaos of the Mexican nights, it is no exaggeration to say that the fate of the world lies briefly in the hands of Fernando Gutiérrez Barrios.»(17) Veremos por qué.
Elena Garro, cuenta Morley, compartía su vivienda con June Cobb (antigua admiradora y colaboradora de Fidel Castro que en aquel momento, tras experimentar un desencanto político, trabajaba para la red de Win Scott en Méjico), y ambas tenían asimismo amistad con Janet Leddy, esposa del jefe de la CIA, sin que Elena conociera el trabajo clandestino de June para la agencia norteamericana, ni por supuesto la posición en ella del marido de Janet. El día después del asesinato del presidente Kennedy, cuando la foto de Oswald apareció en todos los periódicos, Elena Garro contó a June Cobb la historia del party celebrado semanas antes en la capital mejicana, al que había asistido el presunto asesino, revelando también a sus amigas estadounidenses June y Janet que Oswald y Silvia Tirado de Durán habían tenido un affair. Recordemos que el party se había celebrado en la casa de Rubén Durán, hermano del esposo de Silvia, Horacio Durán. Casualmente los hermanos Durán eran primos de Elena Garro. Esta información le llegaría a Win Scott no solo por June Cobb y por su esposa Janet, sino también por Luis Alberu, amigo y confidente de Silvia dentro del consulado cubano y, sin que ella lo sospechara, topo de la CIA (18).
Desde el Informe de la Comisión Warren (1964) impulsado por el presidente Johnson, pasando por la obra de Gerald Posner, Case Closed: Lee Harvey Oswald and the Assassination of JFK (1993), hasta el documental JFK: The Lost Bullet (2011) de un equipo de historiadores encabezado por Max Holland, se ha consolidado una línea oficial y oficiosa que mantiene la tesis de que Lee Harvey Oswald había actuado en solitario, es decir, que no existió una conspiración. Aunque también han abundado tesis contrarias, algunas muy disparatadas, a mi juicio Russo y Molton (junto a Huismann) han desmontado eficazmente, con pruebas y testimonios, la doctrina del asesino loco y solitario. Oswald podría ser hasta cierto punto un loco («nut»), pero también era un hombre de paja («patsy») convenientemente manipulado.La locura o estupidez ideológica del asesino está fuera de dudas, y la propia viuda del presidente lo admitió, como ha subrayado el profesor Siegel: «Jackie Kennedy was distraught at the nature of Oswald´s political identity. Her husband, she said, didn´t even have the satisfaction of being killed for civil rights… It had to be some silly little communist. It even robs his death of meaning.» (19). La cuestión clave estaba en demostrar cómo la locura ideológica del asesino podía ser instrumentalizada. La investigación de Russo y Molton nos ofrece las respuestas más plausibles en apoyo de la tesis de la conspiración.
A partir de las investigaciones precedentes de John Barron y de Joseph J. Trento, los autores investigarán el escenario mejicano y obtendrán los testimonios encadenados, directos e indirectos que irán integrando coherentemente, de los principales protagonistas de la presunta conspiración: los agentes, ex agentes y colaboradores de la inteligencia cubana Fabián Escalante, Rolando Cubeda, Carlos Morales, el embajador Joaquín Armas, el cónsul Eusebio Azcúe, Luisa Calderón, Vladimir Rodríguez Lahera, Gilberto Nolasco Alvarado Ugarte, Antulio Ramírez Ortiz, «Oscar Marino», «Antonio», «Reynoso», etc., así como los testigos circunstanciales Silvia Tirado de Durán, Horacio y Rubén Durán, Elena Garro, Elena Paz Garro, Emilio Carballido, Manuel Calvillo, Oscar Contreras, etc. Completarán el cuadro los testimonios, asimismo directos o indirectos, de los agentes de la inteligencia estadounidense (CIA, FBI y colaboradores) Winston Scott, Alan White, David Atlee Phillips, Luis Alberu, June Cobb, Jack Childs, Laurence Keenan, Marty Underwood, Joseph Califano, Fernando Gutiérrez Barrios y la cúpula de la red LI-TEMPO, culminando en el Comandante en Jefe y primer oficial de la inteligencia nacional: el presidente Johnson.
Para decirlo claramente, en Méjico D. F. se fraguan los últimos detalles de la conspiración, con motivo de la visita de Oswald en Septiembre de 1963, y en la misma ciudad, que inmediatamente después del magnicidio será la vía de escape de los conspiradores, se borran –o se intentan borrar- las huellas de la misma conspiración en1964.Examinemos la cronología de las investigaciones. En 1996, John Barron publica su impresionante obra Operation Solo. The FBI´s Man in the Kremlin (que propiamente agrupaba a tres personas: Morris Childs, su esposa Eva Childs y su hermano Jack Childs, miembros destacados del partido comunista de los Estados Unidos con acceso a los dirigentes del Kremlin desde los años cincuenta hasta los ochenta, pero que en realidad eran agentes del FBI). En Mayo de 1964, Jack Childs visita Cuba y es recibido por Fidel Castro, que entre otras confidencias, le dice: «Do you think Oswald killed President Kennedy? (…) He could not have been in it alone. I´m sure of that. It was at least two o three men who did it; most likely three (…) Oswald was involved. Our people in Mexico gave us the details in a full report. He stormed into the embassy, demanded a visa, and when it was refused him, he headed out saying «I´m going to kill Kennedy for this». What is your government doing to catch the other assassins? Yes, it took about three people.» Efectivamente fueron otros dos o tres hombres, aparte de Oswald, los que participaron en la acción de Dallas, según indica Joseph J Trento en A Secret History of the CIA (2001): los agentes Gilberto Policarpo y Miguel Casas, junto a un tercero cuyo nombre no menciona. Lo harán Russo y Molton, a partir de las investigaciones de W. Huismann y Marty Underwood. Se trata de Fabián Escalante, actualmente uno de los dirigentes de la inteligencia cubana y al parecer «experto» en el caso (20).Marty Underwood no era un periodista. Su investigación es especial porque, como en el caso de Joseph Califano, era un hombre de la confianza personal del presidente Johnson para cuestiones internacionales y de seguridad, sin estar subordinado a las burocracias de las agencias federales. Russo y Molton son los primeros investigadores en incorporar algunos descubrimientos obtenidos por Underwood durante sus discretos viajes a Méjico para entrevistarse con su amigo Win Scott, tras el asesinato de Kennedy. La información que Underwood proporciona a Russo y Molton, contrastada con la de ex agentes de la inteligencia cubana desertores y residentes en Estados Unidos o Méjico (Antulio Ramírez, «Oscar Marino» y otros, además de «Nikolai», una fuente dentro del FSB de Rusia, sucesora en 1995 del KGB) les permiten ir atando cabos e identificar los papeles centrales de la trama.Ronaldo Cubela Secades (nacido en 1933), médico de profesión, uno de los jóvenes comandantes de la revolución cubana, después miembro de la DGI y, al parecer, de la confianza muy personal de Raúl Castro, será el reclutador – en territorio de Estados Unidos o de Méjico, no se sabe- de Oswald, cuando éste regresa de su exilio en la Unión Soviética. Posterior o simultáneamente Cubela será protagonista de una gran impostura: deserta del castrismo y se ofrece como colaborar de la CIA, que lo recluta el 13 de Julio de 1962, con el cryptonym AM-LASH (también referido como AM-Tralla), proponiéndole incluso participar en una conspiración para asesinar a Fidel Castro, en relación con el plan general PGC relatado al principio. Se sospecha que Cubela pudo comunicarse directamente (en persona o por teléfono) con Robert F. Kennedy, y en todo caso se entrevista con Desmond FitzGerald, uno de los jefes de la CIA de la confianza de los hermanos Kennedy. Curiosamente el día del asesinato del presidente, Cubela se encontraba en Paris reunido con agentes del grupo de operaciones de FitzGerald. ¡Qué paradójico que el cubano reclutado por la CIA, en teoría para asesinar a Castro, resulte haber sido el reclutador del estadounidense que asesine en la práctica a Kennedy!Los testimonios obtenidos por la CIA de Rolando Cubela, en el sentido de que Fidel Castro tenía información puntual de todos los agentes cubanos, incluido Oswald, en las operaciones contra los hermanos Kennendy, contrastados con los del periodista francés Jean Daniel y del informador del FBI Jack Childs (ambos tras entrevistarse con el dictador cubano, el primero el mismo 22 de Noviembre de 1963, el segundo en Mayo de 1964), así como los testimonios coetáneos controlados por Win Scott de ex agentes cubanos en Méjico, D. F., Vladimir Rodríguez Lahera y Gilberto Nolasco Alvarado Ugarte (éste interrogado concretamente por Alan White y David Atlee Phillips), y otros indirectos y circunstanciales (Elena Garro, Silvia Tirado, Luis Alberu, etc.), le permitieron al director de la CIA John McCone informar al presidente Johnson – con la confirmación desde la Ciudad de Méjico del embajador Thomas Mann y de Win Scott- de la altísima probabilidad de la involucración de Cuba, con Oswald, en el magnicidio (23). Johnson completaría la información con las investigaciones in situ del agente especial del FBI Laurence Keenan y del investigador privado del presidente, Marty Underwood, desplazados a la capital mejicana. Inmediatamente, el senador Richard Russell le aconseja al presidente que no haga pública la relación Oswald-Cuba, diciéndole: «Si lo haces, es la Tercera Guerra Mundial.» (24) Johnson ordena seguidamente cancelar el PGC, y a principios de Diciembre de 1963 Joe Califano es encargado de convocar a los dirigentes anti-castristas cubanos, conocidos como los «Amigos de Roberto» (por Robert Kennedy) para anunciarles la cancelación de todos los planes de hostigamiento e intervención en Cuba (25).A partir de este momento, comienza la operación de encubrimiento dictada por el propio presidente Johnson, paralelamente al encargo del Jefe de la Corte Suprema Earl Warren para que presida la Comisión de investigación, algo que resultaba claramente anti-constitucional, ya que una comisión del poder ejecutivo no podía ser presidida por un miembro del poder judicial. Warren aceptará, entre lágrimas, por la presión de Johnson, cuando éste comparte con el juez la inteligencia obtenida, principalmente a través de Gilberto Nolasco Alvarado Ugarte (cuyas revelaciones son obtenidas por la CIA en Méjico a partir de las denuncias de Elena Garro), de la implicación de Oswald, Cuba…y posiblemente la Unión Soviética. Como precisan los autores: «Hacia mediados de Diciembre (1963) todos los principales actores – los Estados Unidos, la Unión Soviética, Cuba y Méjico- coinciden conjuntamente en construir un global cover-up.» (26).El presidente Johnson encarga al director del FBI J. Edgar Hoover, que a través del agente especial en Méjico Laurence Keenan, ordene al embajador Thomas Mann y a Win Scott que se a su vez se encarguen de borrar todas las huellas. Estos contactan con el nuevo presidente Gustavo Díaz Ordaz –que se comunica y sintoniza directamente con Johnson- quien a su vez ordena a su hombre de confianza y «tapado» presidencial y futuro presidente, Luis Echeverría, en aquel momento todopoderoso ministro o secretario de Gobernación, que controla todo el aparato policial, de seguridad y de espionaje mejicano a través de su subordinado Fernando Gutiérrez Barrios (éste con buenas relaciones personales con los hermanos Castro), y al que encarga la ejecución de todas las operaciones para borrar la pista cubana, deteniendo, interrogando y chantajeando a múltiples testigos circunstanciales de la presencia de Oswald en la Ciudad de Méjico y sus contactos con los agentes cubanos y soviéticos. Parafraseando a los autores citados, sería más exacto decir que en aquellas oscuras jornadas el destino del mundo estuvo en manos de Luis Echeverría y Fernando Gutiérrez Barrios.
La magna operación de encubrimiento, por razones obvias con la anuencia y satisfación de Cuba y la URSS, planeada e iniciada por parte norteamericana con la decisión del presidente Johnson – y que Russo y Molton consideran por ello «his finest hour», al conjurar y evitar el peligro de una confrontación con la Unión Soviética de consecuencias impredecibles-será continuada por todos los presidentes posteriores, republicanos y demócratas: Richard Nixon, Gerald Ford, James Carter, Ronald Reagan, George H. Bush, William Clinton, George W. Bush y Barack H. Obama. Asimismo han colaborado en tal encubrimiento la Comisión Warren encabezada por el presidente de la Corte Suprema, el Departamento de Justicia, el FBI, la CIA y todas las demás agencias que integran la comunidad de inteligencia, así como la propia familia del difunto JFK, encabezada por su viuda Jacqueline y por los sucesivos jefes del clan, sus hermanos los senadores Robert y Edward Kennedy (aunque en 1999 un hijo de éste, el congresista Patrick Kennedy admitió públicamente la responsabilidad directa de los Castro), y en la actualidad la propia hija del presidente, la embajadora Caroline Kennedy. Quizás, al fin y al cabo, todos estaban de acuerdo con el viejo y cínico refrán: muerto el perro se acabó la rabia.
La muerte del presidente, sin embargo, no acabó con la rabia de una cultura del asesinato –aunque había ya precedentes de magnicidios políticos (presidentes Lincoln, Garfield, McKinley, gobernador Huey Long, y atentados contra Teddy y Franklin Roosevelt)- que impregnó y se consolidó en la política americana en los años sesenta y posteriores (Medgar Evers, Malcolm X, Martin Luther King, Robert Kennedy, George Lincoln Rockwell, Fred Hampton, George Jackson, Harvey Milk, George Moscone… y atentados contra el gobernador George Wallace y los presidentes Ford y Reagan), además de una larga lista de asesinatos y muertes misteriosas de alguna manera relacionados con los Kennedy en la escena nacional (Marilyn Monroe, Lee H. Oswald, Jack Ruby, Mary Pinchot Meyer, Sam Giancana, Johnny Rosselli, Lisa Howard, Hale Boggs…), e internacional (Lumunba, Diem, Trujillo, Che Guevara…).
Pocos meses después del magnicidio de Dallas se producirá el golpe palaciego que desplaza a Nikita Kruschov, ejecutado por el sector duro del Politburó soviético (Breznev, Suslov, Podgorny, Andropov, Furtseva…) como una ramificación de efecto retardado de las tensiones producidas por el enfrentamiento entre las dos superpotencias con motivo de la crisis de los misiles en Cuba en 1962 que, lamentablemente, interrumpió una incipiente y genuina coexistencia pacífica, prolongando por tres décadas más la Guerra Fría (21).
Para concluir una pequeña información, anecdótica pero de cierto interés: en alguna ciudad de provincias, en España, discretamente reside (o residía hasta hace pocos años) el personaje más enigmático de toda esta historia, al que Russo y Molton llaman «el Zelig de la Guerra Fría» (22). Un hombre de unos ochenta años, alto, calvo, con gafas y acento caribeño, vistiendo una guayabera cuando el tiempo lo permite, que aparenta ser un exiliado político de la Cuba de los Castro. Según los investigadores este hombre, bisexual y agente doble (o triple) en su pasado, guarda en su persona el secreto sobre la verdadera autoría del asesinato del presidente Kennedy. Puede que use un alias, pero su verdadero nombre es Rolando Cubela Secades.
*Manuel Pastor: director del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Complutense, ex director del Real Colegio Complutense en la Universidad de Harvard, y presidente del Instituto de investigación Conde de Floridablanca.
Notas
(1) L. Waldron & T. Hartmann, Ultimate Sacrifice. John and Robert Kennedy, the Plan for a Coup in Cuba, and the Murder of JFK, Carroll & Graf, New York, 2005, p. 3 (la mayoría de los documentos no serán desclasificados hasta 2017); Mark Strauss ha señalado que algunos documentos sobre JFK no serán desclasificados hasta 2040, en «The Future of History», Smithsonian, July-August 2010, p. 98(2) J. Califano, Inside. A Public and Private Life, PublicAffairs, New York, 2004, p. 116(3) Califano, p. 121. El FBI, dentro del Departamento de Justicia, seguía siendo dirigido por el veterano J. Edgar Hoover. La CIA la dirigía nominalmente John McCone, y la recién creada DIA el general Joseph Carroll, hombre de absoluta confianza del presidente. Es notable y curioso que, además de los hermanos Kennedy, también McNamara, McCone, Carroll, Califano y su ayudante, el entonces joven coronel Alexander Haig, fueran católicos en un Establishment tradicionalmente WASP.(4) Califano, p. 126(5) Waldrom & Hartmann (2005), pp. 2 y 4(6) L. Waldrom & T. Hartmann, Legacy of Secrecy.The Long Shadow of the JFK Assassination, Counterpoint, Berkeley, CA, 2008(7) A. Summers, Conspiracy (1980), Paragon House, New York, 1989, p. xxvii(8) Summers, pp. 600-601(9) Russo & Molton, p. 20; D.Talbot, Brothers. The Hidden History of the Kennedy Years, The Free Press, New York, 2007, p. 301(10) Russo & Molton, p. 315(11) Summers, p. 601; Russo & Molton, pp. 315-316.(12) Véase una evaluación crítica de la bibliografía más reciente sobre JFK en M. Pastor, «John F. Kennedy» (Cuadernos de Pensamiento Político, 36, Madrid, Diciembre 2012). En España, con motivo del cincuentenario, sigue predominando la literatura periodística, anecdótica y hagiográfica, por ejemplo, Ángel Montero Lara, JFK. 50 años de mentiras, Poe Books, El Casar, Guadalajara, 2013, y el número especial de Magazine-El Mundo, Kennedy. 50 años de misterio (Madrid, 20 de Octubre de 2013).(13) Una adecuada orientación historiográfica, teniendo en cuenta por fin las investigaciones más significativas sobre «The Missing Dimension», el factor I-C-I (Inteligencia-Contra-Inteligencia), son las obras de Christopher Andrew, For the President´s Eyes Only, HarperCollins, New York, 1995; de John Barron, Operation Solo, Regnery, Washington DC, 1996; de Aleksander Fursenko & Timothy Naftali, One Hell Of A Gamble: The Secret History of the Cuban Missile Crisis. Khrushchev, Castro & Kennedy 1958-1964, Norton, New York, 1997; de Joseph J. Trento, The Secret History of the CIA, Random House, New York, 2001; de Robert Dallek, An Unfinished Life: John F. Kennedy, 1917-1963, Little, Brown and Company, Boston, 2003; de James Piereson, Camelot and the Cultural Revolution: How the Assassination of John F. Kennedy Shattered American Liberalism, Encounter, New York, 2007; de Alan Brinkley, John F. Kennedy, H. Holt, New York, 2012; y de Robert A. Caro, The Years of Lyndon Johnson: The Passage of Power, Knopf, New York, 2012.(14) J. Morley, Our Man in Mexico. Winston Scott and the Hidden History of the CIA, University Press of Kansas, Lawrence, KS, 2008.(15) P. Agee, Inside the Company. CIA Diary, Penguin Books, Harmondsworth, Middlesex, UK, 1975, p. 621.(16) Morley, pp. 92-94 y 210; Agee, pp. 606, 607 y 614. Russo & Molton, p. 376. Estos últimos autores indican otra numeración del Cryptonym en la red de colaboradores de la CIA: López Mateos (LI-TEMPO-1), Díaz Ordaz (LI-TEMPO-2), Echeverría (LI-TEMPO-8), e incluyen al español, antes mencionado, empleado en la legación cubana Luis Alberu (LI-TEMPO-3), y al jefe de la policía secreta y de la inteligencia Fernando Gutiérrez Barrios (LI-TEMPO-4), quienes por su numeración inferimos que eran muy importantes.(17) Russo & Molton, p. 380.(18) Morley, pp. 240-241 y 337. Russo & Molton, p. 316.(19) Fred Siegel, «The True Politics of the Paranoid Style» (review de la obra de James Piereson, citada en la nota 13), The Wall Street Journal, July 12, 2007, p. B10.(20) Barron, p. 113; Trento, pp. 376-377; este autor se basa en la investigación de Henry Hurt, Reasonable Doubt. An Investigation into the Assassination of John F. Kennedy, Holt, Rinehart and Winston, New York, 1985, pp. 420-423. Russo & Molton, pp. 140-ss. Fabián Escalante (nacido en 1940), siempre bajo la dirección de Raúl Castro («the Master Spy») y los directores históricos de la inteligencia en la Cuba castrista, Manuel Piñeiro (DGI) y Ramiro Valdés (G2), será entrevistado por W. Huismann y sus declaraciones recogidas por Russo y Molton. Parece que en 1959-61, junto con otros cubanos, coincidió con Oswald en Minsk (Bielorrusia), donde estudiaban en una escuela especial de la KGB. Hay una foto conocida de Oswald en Minsk con un «Alfred from Cuba», publicada en 1985 por Hurt y en 2008 por Russo y Molton, que según algunos el tal «Alfredo» tiene un cierto parecido con un Escalante joven. Como «experto» es autor de la obra JFK: The Cuba Files (2006), cuyo objeto es más bien la desinformación sobre el caso.(21) Este asunto está ampliamente tratado en las obras citadas de A. Fursenko & T. Naftali, pp. 339-ss., y de J. Trento, pp. 324-ss. Algún día los historiadores o biógrafos nos ofrecerán una investigación sobre la bella y poderosísima Yekaterina Furtseva, primera y única mujer en el Politburó de la URSS, ex amante de Kruschov, y al parecer la que manejó los hilos políticos y el control del aparato de inteligencia-seguridad en estos meses, entre el asesinato de Kennedy y el derrocamiento de Kruschov.(22) Russo & Molton, p. 297.(23) Russo & Molton, pp. 16,189, 366-367, 375-376.(24) Russo & Molton, p. 367.(25) Russo & Molton, pp.374-375.(26) Russo & Molton, pp. 381 384-ss.
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