El año 2014 es el punto de no retorno del conflicto de Ucrania, el momento en el que EEUU decide poner todas las cartas sobre la mesa con el objetivo de desestabilizar toda la región para debilitar e impedir la reconstrucción de Rusia como potencia mundial. Desde el año 2010, Ucrania contaba con un presidente democráticamente elegido, Viktor Yanukovich, originario de la zona del Este, el Donbas, de origen y lengua mayoritaria rusa (la Novorossiya). Yanukovich estaba negociando un acuerdo comercial con la UE, pero al mismo tiempo con Rusia. Las condiciones económicas que ofrecieron los rusos fueron muy superiores a las comunitarias y cerró un acuerdo con ellos sin renunciar a seguir negociando para conseguir otro con la UE. Pero estos se negaron en redondo si no rompía con Moscú, despreciando la soberanía ucraniana y su inveterada relación con Rusia.
Desde ese momento empezó a gestarse lo que se ha conocido, eufemísticamente, como la revolución de color de la Plaza de Maidan. Durante seis meses, se produjeron en la Plaza de Maidan de Kiev unas protestas llamadas por la prensa occidental “espontáneas” para que dimitiera Yanukovich con la excusa de no haber cerrado el acuerdo con la UE. Las manifestaciones se recrudecieron y desembocaron en los luctuosos sucesos del 20 de Febrero de 2014, en el que alrededor de 20 francotiradores acabaron con la vida de más 70 personas entre los manifestantes de la abarrotada plaza de Maidan, provocando el posterior derrocamiento del presidente Yanukovich, que tuvo que huir del país dos días después.
La mal llamada revolución de Maidan fue un golpe de Estado en toda la regla, ejecutado por las milicias ucranianas neonazis Azov, por los partidos neonazis ucranianos Sector Derecha y Svodoba, y organizado por la CIA, por organizaciones del ámbito de George Soros, por la vicepresidencia de Joe Biden y el Departamento de Estado norteamericano. Una “operación encubierta” de las que tanto ha prodigado la CIA para imponer gobiernos títeres de los EEUU, en este caso enemigo de Rusia.
Muchos testigos identificaron que los disparos de los francotiradores provenían de edificios que estaban controlados por los sectores neonazis de la protesta, pero nunca se ha podido averiguar porque el gobierno golpista que violentamente desplazó (nunca más tristemente dicho) a Yanukovich nunca investigó la masacre de la Plaza de Maidan, lo cual es lógico porque sería investigarse a sí mismo (en este artículo se hace uno de los relatos más completos de la tragedia y sus antecedentes).
Las “espontáneas” protestas de Maidan, por supuesto, no fueron tales. Detrás de ellas se encontraba el perejil de todas las salsas de las “revoluciones de color” del este de Europa, George Soros, por medio de sus ONGs dedicadas a cambiar el rumbo de las naciones, si no a destruirlas, como intentó con su financiación del independentismo catalán en el golpe de estado frustrado de los separatistas en 2017. Sería prolijo enumerar las múltiples obras de “beneficencia” de este filántropo, uno de los principales sujetos agentes del Globalismo para cambiar y torcer el curso natural de las cosas, las personas y los pueblos. En lo que atañe a nuestro trabajo, Soros creó la International Renaissance Foundation (IRF) que, según su Informe Anual de 2015, destinó 181 millones de $ desde 1990 a Ucrania. Por supuesto, en el Informe no se dice de verdad a qué se dedicaron tan ingentes cantidades, que en gran parte fueron destinadas a desestabilizar Ucrania para apartarla de sus lazos rusos, tanto en la Revolución Naranja de 2004, por la que consiguieron anular las elecciones que había ganado Yanukovich, como en las protestas de la plaza de Maidan de 2013-2014, que lo echaron de nuevo, solo que a tiros.
El propio Soros, en su discurso triunfal a la IRF en 2015, con el nuevo régimen golpista en el poder, hizo una reconocimiento implícito de su participación en la venida de lo que llamó con jactancia la “Nueva Ucrania”, manifestando que él “había estado íntimamente involucrado con el país desde el comienzo de la independencia” en 1990. ¡Y tan íntimamente! Como confesó cínicamente en el mismo discurso, “la Nueva Ucrania surgió después de muchos años de activismo (sic) que la Fundación apoyó, y fue finalmente traída al mundo por los heroicos defensores de Maidan, que estuvieron dispuestos a sacrificar sus vidas por un futuro mejor para su país”.
Pero Soros no estaba solo en esa labor de zapa y destrucción. Era un elemento más, muy importante desde luego, de la política de desestabilización de los EEUU, dirigida en la sombra por la CIA y a plena luz del día por la Secretaría de Estado (Ministerio de AAEE) y el Senado. Así, el senador John McCain, el candidato presidencial republicano en las elecciones de 2008 que ganó Barak Obama, sin ningún tipo de rubor se dirigió a las masas hacinadas en el Plaza de Maidan rodeado en la tribuna por los dirigentes de los partidos neonazis Sector Derecho y Svodoba (ver video), los responsables directos del “sacrificio” pocos días después de los “heroicos defensores de Maidan”, por utilizar las palabras de Soros.
Y lo que es más, la numero 3 de la Secretaria de Estado de EEUU, Victoria Nuland, la responsable de la política exterior estadounidense en Europa del Este, acompañada del embajador de EEUU en Ucrania, Geoffrey Pyatt, en diversas ocasiones se paseó por la Plaza de Maidan para mostrar su apoyo y el de su país a los manifestantes en contra de su gobierno legítimo, en un acto provocador de clara injerencia política (verla aquí con el embajador repartiendo sándwiches entre los manifestantes…).
Pero si hubiera todavía alguna duda, la prueba inequívoca y definitiva de la participación estelar yanqui en el Golpe de Estado de Maidan la tenemos por una filtración que se hizo de la conversación mantenida por Victoria Nuland y el embajador Pyatt, 15 días antes de la masacre, en la que con la más descarnada crudeza la Nuland le va diciendo al embajador quienes van a ser los gobernantes que van a sustituir a Yanukovich, y en concreto nombra a Arseny Yatsenuk (“Yats es el hombre…”), que sería primer ministro después del Golpe, como vaticinó Victoria. La Nuland se hizo también famosa en esa filtración por la opinión que le merecía una dubitativa y reticente UE, dando una lección magistral de lo que entiende por diplomaCIA la número 3 de la Secretaría de Estado norteamericana: Fuck the EU: “que se j**a la UE” (aquí puedes oír el impresionante audio filtrado de Nuland con el embajador Pyatt, un documento único que no necesita más explicaciones).
Ese Golpe de Estado, perpetrado bajo el mando, control y supervisión de los EEUU, fue el comienzo, y no ningún otro posterior, de la Guerra por poderes (Proxy war) de EEUU contra Rusia; un Golpe destinado a provocar la guerra civil entre dos comunidades que hasta entonces habían vivido en una inestable aunque relativa armonía. Para que no hubiera duda de las intenciones guerra-civilistas del gobierno golpista, con “Yats”, el hombre de Victoria Nuland ya como primer ministro, la primera medida que tomó fue derogar las leyes que equiparaban las dos lenguas, eliminando el ruso como lengua cooficial de Ucrania.
La primera reacción fue la intervención de Rusia para salvaguardar sus intereses en la península de Crimea. El parlamento de Crimea promovió un referéndum para declarar la independencia o incorporarse a la Federación Rusa, ganando esta ultima opción de la reunificación con el 96% de los votos. Rusia se anexionó la península donde se encontraba su base naval en el Mar Negro, en Sebastopol. Es perfectamente comprensible que Rusia no iba a poner en peligro perder su más importante base naval que le daba acceso al Mediterráneo, y la voluntad de la población de Crimea, por mucho que la comunidad internacional (occidental) no lo haya admitido, es lo suficientemente elocuente y descriptiva del carácter genuinamente ruso de la península, que, no olvidemos, fue un regalo conmemorativo que en 1954 le hizo Krushev a Ucrania.
Como hito terrorífico de la brutal represión nacionalista ucraniana que se desencadenó contra la comunidad rusa fue la Masacre de Odessa, el 2 de mayo de 2014, cuando los manifestantes que defendían los derechos de los rusoparlantes fueron acorralados por las milicias neonazis Azov y Sector Derecho y forzados a refugiarse en la Casa de los Sindicatos, que fue incendiada con cócteles molotov mientras impedían que los bomberos acudieran en su ayuda. A los que intentaron escapar de las llamas las milicias neonazis los remataron a palos. 31 personas murieron incinerados dentro del edificio y 15 más fuera de él. En total 46 víctimas de etnia rusa. Todo esto ha sido prácticamente ignorado por los grandes medios de comunicación de masas occidentales.
La reacción no se hizo esperar en las regiones de la “Nueva Rusia” que entendieron perfectamente el futuro que les esperaba después del golpe de Estado perpetrado por las fuerzas ucranianas rusofóbicas neonazis (Azov, Sector Derecha, Svodoba…). Las regiones (Oblast) del este, Donestk y Lugansk realizaron igualmente dos referéndums para declararse repúblicas independientes, que ganaron con el 89 y el 96% de votos favorables, respectivamente, lo cual provocó el ataque directo del Ejército de Ucrania a estas repúblicas y la guerra civil. Rusia no reconoció la independencia de estas repúblicas, cuando estaba en unas condiciones mucho más ventajosas que ocho años después para hacerlo, lo cual contradice el pretendido afán “expansionista” que siempre le han achacado los que nos han hecho otra cosa que expansionarse y cercar a Rusia por tres de sus cuatro costados.
El mundo occidental, absolutamente manipulado por la “rusofobia” anglosajona, pone en duda estos referéndums a pesar de sus elocuentes cifras. Sin embargo, debería tener en cuenta un hecho irrefutable: en todas las elecciones que se realizaron desde 1991 hasta el Golpe de Estado de Maidan, con dos presidencias nacionalistas ucranianas (Timoshenko) y dos pro-rusas (Yanukovich), el electorado a nivel nacional se dividió en un 50/50 % de los votos entre las dos comunidades, y dentro de cada una el resultado fue, en todas las elecciones, del 80 % a favor de su etnia respectiva (ver interesante artículo del que fue Director de la Oficina presupuestaria de Ronald Reagan, David Stockman). Este hecho no solo ampara esos resultados sino que refleja que la partición de Ucrania debería haberse realizado entonces por medios pacíficos, como ocurrió anteriormente con Chequia y Eslovaquia con el beneplácito de la comunidad internacional.
Pero no era esto lo que pretendía EEUU y el gobierno títere que implantó, confiados en poder aplastar a la comunidad rusa con el despliegue del ejército ucraniano -y de las milicias neonazis- contra toda la zona del Donbas. Sin embargo, la resistencia de Lugansk y Donestk, con el ejercito de esas repúblicas en su mismo bando -y la ayuda encubierta de Rusia-, puso bien claro al Gobierno golpista de Arseny Yatsenuk (el candidato elegido 15 días antes del Golpe por Victoria Nuland: “Yats es el hombre”)que no iban a conseguir sus objetivos de doblegar a la comunidad rusa, que cosechó sucesivas victorias en toda la zona del Donbas.
Como consecuencia de ese empate bélico se abrieron negociaciones para lograr poner fin a la guerra civil entre ambas comunidades, fracasando la primera (Minsk I) y lográndose finalmente un Acuerdo en 2015 (Minsk II). Dicho Acuerdo estaba firmado por las dos partes contendientes: el gobierno de Ucrania -reconocido al día siguiente del Golpe por los EEUU y sus aliados- y las regiones de Lugansk y Donestk. Como garantes del Acuerdo firmaron también Vladimir Putin, Angela Merkel y François Hollande. En dicho Acuerdo, entre otras cosas, se contemplaba la reforma de la Constitución para otorgar una amplia autonomía a las provincias (oblasst) de la Novorossiya y reconocer a la comunidad rusoparlante todos sus derechos, entro otros los lingüísticos, amenazados por el Gobierno golpista de Maidan (los Acuerdos, a propuesta rusa, fueron avalados por la Resolución 2202 del Consejo de Seguridad de la ONU).
Pero nada de esto se llevó a cabo. Todo lo contrario. El gobierno de Ucrania, teledirigido por los EEUU, incumplió totalmente los acuerdos que solo sirvieron para poner un parche momentáneo en la escalada de Ucrania contra la comunidad rusa. La Constitución no se tocó y la guerra civil en el Donbás continuó provocando hasta 2021 más de 14.000 muertos, la mayoría civiles, 30.000 heridos. 1,4 millones de desplazados y 3,4 millones de personas necesitadas de ayuda humanitaria (ver aquí), algo que los medios de comunicación y los gobiernos occidentales se han cuidado mucho de silenciar, como si nunca hubiera ocurrido nada antes de la invasión rusa de Febrero de 2022.
A esas alturas de la guerra civil, previas a la invasión, debemos hacernos las siguientes preguntas: ¿Había de verdad una voluntad por parte del gobierno Ucrania -nacido luctuosamente en Maidan- y de los países occidentales que lo apoyaban, había, decíamos, una voluntad sincera de buscar una solución al inveterado conflicto? Si no es así, ¿qué es lo que se pretendía?
La respuesta a la primera pregunta es clara: no había ninguna voluntad de resolverlo sino todo lo contrario. El reconocimiento explícito de que esto fue así nos lo han dado, precisamente, los dos líderes occidentales que firmaron como garantes de su cumplimiento el Acuerdo de Minsk II, Angela Merkel y François Hollande. La canciller alemana manifestó a Die Zeit a finales de 2022 que “el acuerdo de Minsk fue un intento de ganar tiempo para Ucrania. Y ese país usó ese tiempo para volverse más fuerte, como se puede ver hoy”. El presidente francés corroboró poco después que ese Acuerdo-trampa había sido una maniobra de Occidente para engañar a Rusia y ganar tiempo para armar al régimen ucraniano (ver aquí).
El cinismo de estos mandatarios solo lo supera la responsabilidad que han contraído, ante Europa y el resto del mundo, por el trágico desenvolvimiento posterior del conflicto ruso-ucraniano. Estamos hablando de Francia y Alemania, dos países que tienen en común el haber invadido -infructuosamente- a Rusia y el haber sido los principales protagonistas de las dos guerras mundiales del siglo XX en suelo europeo. Dos países que en vez de sacar lecciones de la historia y tratar de evitar por todos los medios que esa mecha letal prendiera fuego de nuevo en el solar europeo, han servido exclusivamente de comparsas en esta trágica farsa, como obedientes monaguillos del autentico oficiante de esta macabra representación: los EEUU de América.
El hecho es que eso es exactamente lo que ocurrió. EEUU se dedico en esos ocho años previos a la guerra de 2022 a entrenar y armar hasta los dientes a Ucrania, convirtiéndola de hecho en la primera nación militar europea, muy por encima de Inglaterra, Francia y Alemania. El objetivo era claro: devastar la comunidad ruso parlante de Ucrania para provocar la intervención de Rusia en auxilio de sus compatriotas, algo que, en la ilusoria -pero criminal- mente de los neocons que dominan la política exterior americana desde hace 30 años, supondría el colapso de Rusia, la desaparición de Putin de la esfera internacional y el posible desmembramiento de la Federación rusa, que quedaría, como en la década ominosa de Yeltsin, a merced de los tentáculos del Gran Hegemón. Puro Mackinder y Brzezinsky en acción.
A continuación, veremos que todo lo que siguió haciendo EEUU, en la estela del expansionismo de la OTAN, ha ido inequívocamente en ese sentido.
En Marzo de 2018, con la guerra civil activa, la OTAN decidió traspasar la principal línea roja rusa y otorgó a Ucrania el estatus de país candidato para la adhesión a la Alianza. En Febrero de 2019, con el presidente nacionalista electo después del Golpe de Estado de Maidan, Poroshenko, se modificó la Constitución de Ucrania proponiendo su plena adhesión a la UE y a la OTAN.
Estos dos acontecimientos, instigados ambos por EEUU, fueron la mayor provocación y el punto de no retorno que desembocaría en la invasión rusa del Donbás en 2022. Recordamos al lector todas las advertencias que hicieron las personalidades y politólogos más influyentes e importantes de EEUU (Mackennan, Mearsmeimer…) sobre la expansión del OTAN, y en concreto sobre la invitación en 2008 hecha por Bush Jr. para que se incorporaran Ucrania y Georgia (Kissinger, Burns…).
En las elecciones de 2019 salió a la palestra un nuevo actor -nunca mejor dicho-, Volodimir Zelenski. La corrupción del país con Poroshenko habían quemado totalmente al usufructuario del Golpe de Maidan y EEUU decidió reemplazarlo con un golpe de imagen que tendría gran alcance internacional, sustituyendo a un títere por un comediante. No vamos a entrar ahora en la figura del controvertido mandatario, elevado en loor de santidad en los altares del progresismo mundial, para lo que necesitaríamos más espacio del que disponemos. Vamos a centrarnos escuetamente en lo que hizo.
Zelenski basó toda su campaña electoral en dar término a la guerra civil del Donbas, en restañar las heridas de las dos comunidades llevando a cabo las reformas necesarias contempladas e incumplidas de los Acuerdos de Minsk, lo cual le acreditó para conseguir un apoyo masivo del país como ningún presidente anterior obtuvo: el 73% de los votos. Sin embargo, una vez en el poder hizo todo lo contrario, sobre todo en 2021, siguiendo los dictados del nuevo presidente de los EEUU, Joe Biden, que colocó, ¡cómo no!, a la pirómana de Maidan, Victoria –Fuck the EU– Nuland, como número dos del Departamento de Estado, para terminar lo que ya inició en 2014. Los ataques indiscriminados del Gobierno a las provincias rusas del Este se recrudecieron, lo cual motivó que Rusia desplegara admonitoriamente 100.000 efectivos de su ejército en la frontera con Ucrania.
Al mismo tiempo, todo el año 2021, fue un festival de declaraciones y reuniones a favor de la entrada de Ucrania en la OTAN, la principal “línea roja” infranqueable para la seguridad de la Federación rusa, como ya hemos expuesto ampliamente en estos artículos. Zelenski, en concreto, llevando más allá la amenaza declaró en Abril de 2021 que los representantes de la Alianza en la reunión del G7 le habían confirmado que “Ucrania sería miembro de la OTAN”.
Todo esto no hacía más que precipitar lo que estaba por venir, lo que los EEUU estaban provocando desde que se cayó el Muro de Berlín y decidió convertirse en la única potencia unipolar indiscutible del planeta. ¿Nos imaginamos lo que hubiera hecho EEUU si, p.ej., Méjico firmara un tratado de adhesión militar con la Federación rusa e instalara en las fronteras de EEUU misiles capaces de alcanzar las principales ciudades americanas en cuestión de minutos? ¿Hemos de traer a colación la crisis de los misiles de Cuba en 1962? ¿Sirve para algo la historia y el sentido común?
Desgraciadamente para los neocons norteamericanos (o si se prefiere los “globalistas”) nada de esto tiene vigencia ni es capaz de moderar su “fatal arrogancia”, algo que comparten con la Izquierda y el progresismo mundial, para quien el filosofo liberal Friedrich von Hayek acuñó el término, arrogancia que en los momentos que vivimos puede resultar no ya fatal, sino letal.
Prueba de esto lo tenemos en el tratamiento que dieron los mandatarios occidentales a los sucesivos intentos de Vladimir Putin de buscar una salida negociada que diera satisfacción a las necesidades de seguridad de todas las partes implicadas y así evitar el inminente conflicto. La última intentona del mandatario ruso fue en otoño de 2021 en la que ofreció a los EEUU y a la OTAN abrir una vía de diálogo en la que se le dieran “garantías” de que la Alianza no se iba ampliar con la incorporación de Ucrania.
La respuesta de la OTAN y EEUU fue tal cual: que Rusia no tenía vela en ese entierro, que eso era un asunto de la OTAN y Ucrania. ¿Nos imaginamos qué hubiera pasado si Krushev hubiera respondido al ultimátum que le dio Kennedy para retirar los misiles de Cuba diciéndole: mind your own business (ocúpate de tus asuntos)?
Era muy fácil haber evitado la guerra de Ucrania. Bastaba con haber atendido las razonables pretensiones rusas de mantener la neutralidad de la antigua república soviética. La OTAN, es decir, EEUU, lo sabía perfectamente. Es alarmantemente reveladora la declaración que hizo el Secretario General de la OTAN a finales de 2023, Jens Stoltenberg, con motivo de la ultima incorporación a la OTAN, Finlandia, que traducimos por su importancia:
- “El presidente Putin declaró en el otoño de 2021, y de hecho mandó un preacuerdo que querían que lo firmara la OTAN, para que no se ampliara más la OTAN. Por supuesto, no firmamos eso.
- Ocurrió lo contrario. Él quería que firmásemos esa promesa, no ampliar nuca más la OTAN… Por eso fue a la guerra, para prevenir que no hubiera más OTAN cerca de sus fronteras… Ha obtenido todo lo contrario. Ha obtenido una mayor presencia de la OTAN en la parte oriental de la Alianza, y también ha visto que Finlandia ya se ha incorporado a la Alianza y que Suecia será pronto miembro de pleno derecho”
No se puede ser más prepotente, además de temerario, diciéndole a la nación con mayor arsenal nuclear del mundo: “que no quieres una taza, pues ahora tienes dos…” Pero esta declaración tan “inoportuna” (me imagino que los mandatarios de la OTAN no estarían muy contentos con ser “delatados” por su principal representante) pone en evidencia las verdades del conflicto de Ucrania ocultadas por los gobiernos y Medios de Comunicación occidentales, a saber:
1.- Rusia no quería la guerra, ni quería invadir Ucrania. Solo quería la seguridad de sus fronteras (curioso el lapsus del “limitado” Soltenberg, diciendo que lo que había conseguido Putin fue una “mayor presencia” de la OTAN en la “parte oriental de la Alianza”, que para buen entendedor solo puede significar Ucrania. Es decir, que reconoce el evidente carácter de “guerra por poderes” (proxy war) en Ucrania: La OTAN inteligencia y armamentos, Ucrania los muertos, a los que, por cierto, en su declaración Stoltenberg no tuvo la decencia de nombrar ni lamentar, e iban más de 500.000…)
2.- A la OTAN (EEUU), no solo le traía sin cuidado la seguridad rusa, sino que, plenamente sabedora de sus “líneas rojas”, las traspasó durante treinta años para provocar la guerra.
3.- A la OTAN (EEUU) tampoco le importaba Ucrania un ápice, a la que llevó a la guerra -y la devastación- consciente de que era muy fácil haberla evitado. Pero Ucrania era un mero instrumento par hacerle la guerra a Rusía, “hasta el ultimo ucraniano”, con el objeto de descomponerla y poder saquearla mejor.
A esto es a lo que nuestros mandatarios de la OTAN, UE y EEUU llaman con un extremo cinismo una guerra “no provocada” (unprovoked):
- 30 años de expansión de la Alianza hacia el Este incumpliendo sus promesas (“ni una pulgada hacia el este…”), cercando y acorralando a Rusia con armamento nuclear.
- 2 golpes de Estado por parte de EEUU en antiguas repúblicas soviéticas, infructuoso en Georgia (Osetia del Sur) y exitoso en Ucrania (Plaza de Maidan, 2014), desposeyendo al presidente electo de etnia rusa.
- 8 años de guerra civil en Ucrania (2014-2022), con todo el apoyo logístico y armamentístico de EEUU al gobierno golpista ucraniano (más de 14.000 muertos…) contra la etnia rusa de la Novorossiya.
- Boicot a los Acuerdos de Minsk que buscaban la paz en Ucrania, como reconocieron Merkel y Hollande.
- Boicot a las propuestas rusas para encontrar un equilibrio de seguridad definitivo en Europa (Putin 2021)
- Y, por último, lo más importante: los Acuerdos de la OTAN para incorporar Ucrania a la Alianza (2018), con la petición expresa y urgente de Zelenski (Abril de 2021), la principal línea roja de Rusia (equivalente a que Cuba y la URSS hubieran rechazado el ultimátum de Kennedy en 1962 en la crisis de los misiles).
No hay, probablemente, un cúmulo de provocaciones más fragrantes que las que acabamos de enumerar, que perseguían dos objetivos, por inducción: en primer lugar forzar la intervención de Rusia en ayuda de sus compatriotas del este y sur de Ucrania y, en segundo, que esta intervención se produjera previa a la hipotética incorporación de Ucrania en la OTAN.
Esto último puede parecer paradójico, pero no lo es en absoluto. EEUU y la OTAN podían haber promovido la incorporación ipso facto de Ucrania en la Alianza, pero lo único que hacían era prometer, amagar y no dar. Y esto es así porque sabían que con Ucrania dentro, la intervención rusa en la Novorosiya (Nueva Rusia)supondría el tener que aplicarse el artículo 5 del Tratado y todos los países de la Alianza tendrían que acudir en ayuda de Ucrania y declarar la guerra a Rusia, esto es, la III Guerra Mundial.
Sin embargo, las provocaciones, que culminaron con la intensificación de los bombardeos del gobierno ucraniano en el Donbás en el mes previo a la invasión rusa, se intensificaron porque los neocons al mando en EEUU (hoy representados por Biden, Blinken, Sullivan y Victoria Nuland) estaban convencidos, en su “fatal arrogancia”, de que Rusia y Putin no podrían sobrevivir ni a la guerra económica que se les avecinaba, ni al malestar que el desfile de muertos por la guerra con Ucrania infligiría en la opinión publica rusa, en la oposición política y en los magnates rusos prooccidentales, que forzarían la caída de Putin.
Cuando por fin ocurrió la más que descontada -por provocada- invasión rusa del este de Ucrania, la reacción de los EEUU y la UE, preparada y esperada, fue inmediata y contundente: la guerra económica total. Nunca se ha llevado a cabo una batería de sanciones económicas más implacable como la puesta en ejecución contra la Federación rusa (ver aquí), incluidas la desconexión del sistema internacional de pagos SWIFT y la congelación (sustracción) de sus reservas de divisas en el extranjero, 640.000 millones de $, medida esta última que ni siquiera los aliados pusieron en práctica contra la Alemania nazi.
El ministro de Finanzas francés, Bruno Le Maire, expresó mejor que nadie el objetivo del descomunal ataque: “Vamos a provocar el colapso de la economía rusa”, continuación del famoso juego de palabras de Biden: Ruble is rubble (el rublo es basura), cuando el dólar se revaluó de 70 a 145 rublos en menos de un mes. Pero estaba claro, el objetivo último era provocar la desestabilización del país y la caída del presidente Putin, el verdadero obstáculo a las pretensiones hegemónicas de los EEUU en la línea marcada por Mackinder y Brzezinski. Al presidente Biden, con su proverbial ingenuidad, propia de la infancia y la senilidad, se le escapó imprudentemente su verdadero propósito: “Putin no puede permanecer en el poder”, incendio al que tuvieron que acudir raudos los bomberos de la Casa Blanca (ver aquí). Otros políticos de los EEUU, como el belicista cabeza de los “neocons” en el Senado de los EEUU, Lindsay Graham, más crudamente se preguntaba si no habría un Brutus en Rusia que asesinara a Putin…
En esa línea de derrocar a Putin y el colapso de la Federación rusa se desarrolló también toda la estrategia militar de la guerra de Ucrania dirigida por los EEUU y la OTAN. Esto quedó patente al mes y medio de comenzar las hostilidades, en la primavera de 2022, cuando Rusia había ocupado la mayor parte de la Novorossiya y amenazaba con un destacamento la entrada en Kiev. Fue en ese momento cuando se iniciaron las negociaciones de paz en Turquía entre Ucrania y Rusia, las cuales prosperaron llegándose al acuerdo de que Ucrania se mantendría neutral, renunciando a entrar en la OTAN, y Rusia conservaría Crimea pero se replegaría respetando las fronteras ucranianas previas al 23 de Febrero de 2022, implementándose la amplia autonomía de las regiones rusas del este y sur de Ucrania contempladas en los Acuerdos de Minsk. Es decir, que se llegaría al final de la guerra, a poco de empezada, llevando a cabo las lógicas medidas por las que Rusia no la habría jamás comenzado.
Este acuerdo, ya alcanzado, hubiera evitado no sólo los cientos de miles de soldados muertos (más de 500.000 ucranianos y alrededor de 100.000 rusos desde que empezó la guerra) y más de un millón de heridos, sino además la soberanía e integridad de un país que, con todas las salvedades históricas ya referidas, era preferible que se mantuviera unido a su devastación.
Pero EEUU no estaba dispuesto a dejar soltar su presa, y en sus planes entraba todo menos la paz. La historia es bien conocida. Al poco de llegarse al acuerdo, en Abril de 2022, Boris Johnson, uno de los personajes más deleznables de esta tragedia, se presentó sin previo aviso en Kiev y le puso a Zelenski las cartas sobre la mesa indicándole que con Rusia no se negociaba, que a Rusia se la combatía y que si Ucrania abandonaba el campo de batalla, entonces EEUU y la OTAN abandonarían a Ucrania.
Todo está esta ampliamente documentado y demostrado, pero la confirmación definitiva en todos sus extremos la dio hace poco David Arakhamia, el jefe de la delegación ucraniana de paz en Estambul, como recoge la poco sospechosa revista Newsweek (después de dos años de las conversaciones de paz, la prensa europea: Die Welt, Le Figaro…, por fin las ha reconocido, como relata en este post Arnaud Bertrand).
El mensaje que le estaba transmitiendo Boris a Volodomir era inequívoco: ¡¡¡Guerra a Rusia sin cuartel hasta el último ucraniano!!! Y Zelenski, el presidente que fue elegido porque iba a resolver la guerra civil de los nacionalistas neonazis ucranianos contra los rusos del Donbas, siguió obedientemente las consignas de sus amos y decidió sacrificar a su ejército y a su país en una “guerra de atrición”, confiando en que con la ingente ayuda militar estadounidense y de la Alianza iba a doblegar a la primera potencia nuclear y segunda potencia militar del planeta.
Pocas personas más corruptas moral y venalmente que este comediante, que también vino a salvar a su país de la corrupción y la oligarquía, pero que fue lo suficientemente precavido de ocultar las sociedades off-shore que abrió con sus socios oligarcas desde 2012 en paraísos fiscales, como salió a la luz con los Papeles de Pandora, lo cual no ha impedido que Occidente soslaye esta minucia y sea recibido en todos los cenáculos del poder occidental como el gran campeón de la democracia y la libertad, regando a su país con cientos de miles de millones de dólares que se han ido desviando por los sumideros de la gran Cloaca ucraniana, de la que Zelenski es uno de sus más destacados beneficiarios.
Más de 200.000 millones de dólares en ayuda militar se han destinado en estos dos años para la guerra en Ucrania, 107.000 solo de los EEUU, más de todo el presupuesto militar de los países europeos de la OTAN, y aproximadamente el 20% del presupuesto militar anual de los EEUU. Una guerra por poderes (proxy war) en toda regla, en la que todo el armamento, la logística y la inteligencia la proporcionan EEUU y la OTAN, y la mano de obra, esto es, los muertos, Ucrania. El ya referido senador estadounidense, y portavoz de la línea dura de los “neocons”, Lindsay Graham, lo expresó con su crudeza acostumbrada y excepcional cinismo cuando le dijo a Zelenski que “los rusos están muriendo, es el mejor dinero que hemos podido gastar”, sin nombrar lo fundamental: a los cero muertos estadounidenses y los cientos de miles de soldados ucranianos masacrados en una “guerra de atrición” que no puede ganar.
¿Y qué es lo ha conseguido Occidente en su guerra sin cuartel, económica y militar, contra la Federación rusa? Nada. El rublo resultó no ser basura (Biden: ruble is rubble) y volvió en apenas un mes a los niveles anteriores al inicio de las sanciones. La economía no se derrumbó sino que el mismo año 2022, según datos del Banco Mundial, superó a Alemania y se convirtió en el quinto país más rico del mundo en Paridad de Poder Adquisitivo (PPA). Y esto ocurrió por dos razones que no quisieron ver, cegados por su hubris, los líderes del mundo “libre”: la primera, que Rusia no es cualquier de los países del tercer mundo contra los que EEUU ha aplicado sanciones por no plegarse a lo que llaman el Rules based International Order (Orden Internacional basado en Normas), lo que no es otra cosa que la discrecional Ley del Imperio. No, Rusia es el país con diferencia más rico en recursos del planeta, lo cual le da un margen de maniobra inmenso con el que no contaron los “estrategas” occidentales.
En segundo lugar, excepto los países la órbita occidental (satélites alrededor de los EEUU), apenas ningún país del resto del mundo ha secundado efectivamente las sanciones. Al revés, lo que ha conseguido EEUU con su progresivo acoso a Rusia en estos tres últimos decenios es lo que tanto temía el gran estratega del dominio mundial de los EEUU, Brzezinski, y que había que evitar por todos los medios: que Rusia se aliara con China, algo que hoy es casi total en los dominios económico y militar. Y no sólo eso. Rusia se ha convertido junto a China en el país que está liderando el nuevo bloque económico de países emergentes alrededor del grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) en el que se van a incorporar Arabia Saudí, Irán, Argentina (ahora con Milei lo ha rechazado), Emiratos Árabes Unidos (EAU), Egipto y Etiopía.
¿Cómo es esto posible, que países sunníes como Arabia Saudí y EAU, aliados de los EEUU y secularmente enfrentados a Irán, decidan rebajar sus hostilidades con los chiitas y acuerden compartir el mismo foro económico que está desarrollando instituciones financieras que van a limitar la hegemonía del dólar y la economía estadounidense (Arabia Saudí ya ha aceptado cobrar petróleo en yuanes…)? Claramente por dos motivos. En primer lugar, porque no se fían de los EEUU y de sus aliados, de su prepotencia, de su discrecionalidad y falta de respeto a las normas internacionales y, especialmente, a la propiedad privada, de la que se reputan adalides y ardientes defensores. Si han congelado y dispuesto (para financiar a Ucrania…), es decir, robado, los más de 600.000 millones de divisas rusas depositadas en bancos occidentales, ¿qué no podrán hacer con cualquier otro país que no obedezca su “Orden Internacional basado en Normas” (cuando las barbas del vecino…)? Ni siquiera en la II Guerra Mundial congelaron los países aliados los depósitos bancarios de la Alemania nazi.
En segundo lugar, porque la alternativa “multipolar” al unilateralismo del mundo occidental es percibido cada vez más por el resto del mundo como una realidad no solo deseada sino que no tiene vuelta atrás.
En definitiva, el tiro, como vulgarmente se dice, le ha salido a EEUU por la culata. Pero, ¿y qué decir de sus aliados, de los países que más deberían velar por las consecuencias que el conflicto podría acarrearles, tanto en el orden económico como en el de su seguridad? En este caso, el tiro se lo han dado directamente en el pie, especialmente Alemania, el motor de la UE que se ha quedado sin fuelle y al borde de la recesión, arrastrando con ella a todos los países europeos.
Aunque en realidad, el tiro no ha sido auto infligido, sino que se lo ha dado su “protector”, EEUU, demostrándose la plena vigencia del aforismo atribuido al cínico, pero sagaz, Henry Kissinger, que advertía que “ser enemigo de los EEUU podía ser peligroso. Sin embargo, ser amigo podría resultar fatal (léase letal)”.
Esto ha quedado más que demostrado con la voladura de los gasoductos Nord Stream I y II que abastecían a Alemania y al centro de Europa, el atentado de terrorismo industrial más importante que jamás se haya perpetrado en la historia. Puede que todavía haya gente con la candidez suficiente como para tragarse las aldabas de que fueron los propios rusos los que decidieron volar sus gasoductos -como dieron a entender en un principio todos los Medios occidentales-, cuando si quisieran chantajear a los países europeos les bastaba con cerrar la llave y cortarles el suministro. Quien no se lo tragó sino algo mucho peor fue sin duda el canciller Olaf Scholz, cuando en la rueda de prensa conjunta con Joe Biden -previa al estallido de la guerra- escuchó sumisamente al presidente de los EEUU asegurar que si Rusia invadía Ucrania “pondrían fin a los gasoductos”. Un periodista le preguntó que cómo podrían hacerlo si Alemania estaba a cargo del proyecto, a lo que Biden respondió: “Se lo prometo: Seremos capaces de hacerlo”. Lo cual no impidió, cuando se ejecutó, que el cobarde canciller alemán mirara para otro lado, o se preste, como hace ahora, a la intoxicación interesada para desviar el foco de atención de que fueron los ucranianos los que lo volaron (el célebre periodista Seymour Hersch, dos veces galardonado con el Pulitzer, relató cómo realizaron los EEUU con total precisión la voladura de los gasoductos).
Estos son los grandes estadistas que gobiernan y “defienden” los intereses europeos, como la Merkel y Holande con los acuerdos de Minsk, que hubieran traído la paz a la región y por ende a Europa. Meros lacayos, o correas de transmisión si se prefiere, de la política de EEUU que solo tiene una finalidad: expansionar y consolidar su hegemonía en el mundo, aun a costa de la seguridad de sus propios aliados (Kissinger dixit).
Para resumir, desde el punto de vista económico, en la guerra de Ucrania ha habido un gran perdedor: la Unión Europea, que ya no dispone del gas ruso (aparte de otras materias primas), fundamental para el desarrollo de la industria alemana y centroeuropea, y que no ha tenido más remedio que importar el gas licuado de EEUU, de tres a cinco veces más caro que el ruso, lo cual está provocando la deslocalización (hacia EEUU…) de gran parte de la industria alemana y el poner a toda Europa a las puertas de la recesión. Alemania, el motor de la UE, según datos de la Comisión, tendrá un crecimiento del PIB en 2024 de escasamente in 0,1%…
Al ganador huelga nombrarlo, aunque como hemos visto no todos sus objetivos se están cumpliendo pues Rusia sigue ahí sin desmoronarse y con Putin al frente, además de haber ampliado su territorio con casi las cuatro antiguas regiones (oblasts) de la Novorossiya, en una guerra todavía inconclusa y en clara escalada, una guerra cada vez con más peligro de convertirse en la IIIGM, de lo cual hablaremos en el próximo capítulo.