Mi intención con el titular del presente artículo no es en modo alguno emular al famosísimo escritor francés Emilio Zola, ni alcanzar como él la notoriedad pública que obtuvo con la publicación de su famoso artículo en el diario francés l´Aurore a finales del siglo XIX, denunciando las manipulaciones del sistema, en este caso judicial, las omisiones voluntarias durante el proceso al capitán Dreyfuss, pero sobre todo la cobardía de los miembros de un tribunal que, por un corporativismo fanático y cómplice del poder político, dictaron una sentencia absolutoria a sabiendas de que vulneraban los más elementales principios jurídicos que debían ajustarse al enjuiciamiento de los hechos.
Mi exclamación en este caso, lo es ante todo como un arrebato de indignación, de exasperación, de rabia inconsolable, por ver cómo después de dos años de confrontación armada internacional en Ucrania, unos gobernantes inconscientes, alguno ya manifiestamente senil, con la complicidad de una clase política ignorante e inculta, y de unos medios de comunicación corrompidos, siguen obstinados en mantener un conflicto que está desangrando un país, arruinándolo para muchas décadas, privando a las generaciones futuras de la posibilidad de vivir en paz y armonía.
Sí, en mi humilde persona yo acuso a toda esa cuadrilla de élites políticas, de personajes infames, arrogantes, mentirosos e hipócritas, de ser en un caso los autores y en otros los cómplices del exterminio de una población, generando y alimentando el enfrentamiento entre hermanos de cultura, historia, fe, y en muchos casos de sangre.
Si buscamos un paralelismo con los motivos que inspiraron la denuncia de Zola, los encontraremos con facilidad. Un Occidente exonerado de toda culpabilidad, un tribunal formado por una clase dirigente y política fanática, unos peritos, en este caso los medios de comunicación, generando un relato mentiroso y fraudulento y con un único culpable en su presidente Putin y en extenso Rusia.
A estas alturas del conflicto a nadie se le escapa, con un mínimo de sentido común y por poco que se haya informado más allá de los órganos de propaganda en que se han convertido los medios de comunicación occidentales, cuáles fueron los motivos reales del origen de este enfrentamiento, quienes son sus protagonistas principales y cuál va a ser el previsible desenlace. Desde un principio se ha establecido una verdad única, y es que Rusia es culpable y es el enemigo de Occidente y de sus valores. Nada más incierto.
Lo que inicialmente se percibió como una agresión a un país soberano, motivando inmediatamente una oleada de indignación en una sociedad complaciente, amorfa y en parte sodomizada por la cultura woke, originó sin paliativos una condena sumarísima del designado agresor. El fallo no admitía controversia ni apelación: Rusia era culpable y la condena debía aplicarse inmediatamente y con el máximo rigor. Nadie puso en duda la honorabilidad y legitimidad del tribunal sentenciador, y mucho menos la manipulación de pruebas sobre las que se había basado el dictamen. Los medios de comunicación empujados por un fervoroso deseo de justicia, facilitaron una sentencia en su condición de guardianes de la verdad.
Si somos mínimamente honrados intelectualmente y nos alejamos de la versión oficial publicada por la gran mayoría de medios occidentales y de las emociones, esta guerra es un conflicto fundamentalmente entre Estados Unidos y Rusia. El objetivo principal de los Estados Unidos desde el final de la guerra fría ha sido debilitar a Rusia y provocar finalmente su colapso evitando su acercamiento con China, verdadero enemigo de los Estados Unidos, y con la Unión Europea, y de paso debilitar hasta someter a la economía europea y principalmente a la economía alemana. En este escenario el resto de Occidente se ha convertido en el comparsa perfecto, y el decorado lo pone Ucrania que aporta una población que se desangra día a día a la que se le ha mentido desde el principio asegurándole una victoria sobre Rusia y un apoyo incondicional para su logro.
Si nos atenemos al rigor conceptual de lo que supone una agresión, esto es un ataque armado de una nación a otra sin declaración previa, no podemos negar que Rusia enviando a sus tropas a territorio ucraniano se convertía en agresor. Sin embargo, si analizamos la realidad de los hechos en el tiempo y no la propaganda con la que nos han bombardeado, y siguen, podemos llegar a un resultado distinto.
Rusia se vio obligada a reaccionar ante las continuas embestidas provocadas por Occidente que ponían en peligro su integridad y supervivencia. La progresiva ampliación de la estructura de la OTAN en países cada vez más cercanos a sus fronteras, con la instalación de bases con sistemas lanzadores de misiles antibalísticos (para defensa) pero que también podían integrar misiles con carga nuclear, el rearme y adiestramiento del ejercito ucraniano por parte de los asesores americanos, británicos y canadienses, el incumplimiento reiterado por parte de las autoridades ucranianas de los acuerdos de Minsk, la violación constante de esos acuerdos mediante el bombardeo continuo de las poblaciones del Donbass, causando más de 14.000 muertos en 8 años entre la población civil, todo ello suponía una amenaza para Rusia. No olvidemos que Ucrania incorporó en su legislación leyes, hoy vigentes, que contemplan la invasión militar del Donbass hasta Crimea, implementando leyes discriminatorias para toda su población rusófona. Si Rusia no hubiese reaccionado adelantándose a los ucranianos, ese espacio habría sido ocupado por la OTAN y estaría perdida.
Nadie recuerda ya los intentos de Putin por acercarse a Europa y de su colaboración con los Estados Unidos contra el terrorismo islamista, buscando cooperar incluso en el ámbito militar con la OTAN. El ofrecimiento era sincero, Rusia buscaba colaborar para conseguir un espacio seguro común que le permitiera impulsar su desarrollo interno.
La ampliación de la Unión Europea, instada desde Washington y Londres incorporando de facto a todos esos nuevos países bajo el paraguas de la OTAN por imperativo de los Tratados Internacionales por los que sometían su defensa a esta estructura, y lo más grave y pernicioso, sin que se consultara a su población si querían integrase y si aceptaban la presencia en su territorio de soldados otanescos, generó en Rusia la desconfianza y rechazo por los métodos empleados.
La ampliación de la OTAN a países limítrofes de Rusia no fue la gota que colmó el vaso y la paciencia de Putin y su gobierno, sino la instalación de misiles estratégicos con posibilidad de cargas nucleares en esos territorios y concretamente en Rumanía, mintiendo descaradamente sobre un posible ataque iraní, que anulaba la capacidad de respuesta rusa a un posible ataque nuclear por parte de los americanos. Desde entonces, la implantación de bases americanas y de misiones militares de la OTAN no han hecho más que incrementarse, y España no se quedó atrás enviando aviones y tanques a los Países Bálticos desde 2012 con el gobierno de Rajoy. Los gobiernos sucesivos no han modificado en nada su política, incluso la han intensificado con más despliegues de efectivos y material.
A partir de ese momento, Putin entendió perfectamente cuales eran las verdaderas intenciones de los Estados Unidos, y así lo denunció en su famoso discurso de Múnich en noviembre de 2007. Rusia no iba a aceptar ser un instrumento más en la política hegemónica de dominación del mundo de Estados Unidos, y empezó a buscar otro tipo de alianzas, a desarrollar su arsenal militar en hibernación desde los tiempos de la URSS con los misiles hipersónicos, y oponerse en todos aquellos escenarios en los que se intentaba desestabilizarla.
Las primeras líneas rojas traspasadas fueron la invasión provocada por Georgia en el 2008 de los territorios de Osetia, y a continuación el golpe de Estado en Ucrania iniciado en diciembre de 2013 con la llegada al poder de un gobierno ilegitimo surgido de la revuelta del Maidan, en el que se incorporaron unos grupos minoritarios neonazis con escasa representación popular pero protegidos por las elites estadounidenses del estado profundo; algunas de las cuales de ascendencia ucraniana, emigradas en algunos casos por su colaboración con la Alemania nazi al finalizar la II Guerra Mundial o participes del régimen nazi. Victoria Nuland, Anthony Blinken, Chrystia Freeland, son algunos de los ejemplos.
La incorporación de Crimea a Rusia decidida mayoritariamente por referéndum de su población en desacuerdo con la política segregacionista de Kiev y la revuelta de los habitantes rusófonos del Donbass contra la imposición de medidas coercitivas enviando destacamentos paramilitares neonazis para su aplicación, iniciaron el conflicto que hoy sigue vigente. El conflicto en Ucrania no se inició el 24 de febrero de 2022, sino mucho antes, más bien en el 2014.
Entre medias los famosos acuerdos de Minsk, que sirvieron exclusivamente para ganar tiempo y rearmar al Ejército ucraniano como reconocieron el presidente francés Hollande y la canciller del gobierno alemán Merkel con total desfachatez y sin remordimiento alguno. Ambos se rieron de los rusos en toda su cara. Pero contaban con la complicidad de sus clases políticas que durante todo ese tiempo se guardó mucho de pedirles explicaciones por vía parlamentaria del cumplimiento de los citados acuerdos. Ningún remordimiento por generar una catástrofe como a la que estamos asistiendo y, sin embargo, son los mayores culpables.
Iniciado el conflicto abierto, ningún dirigente occidental, ni al principio ni a lo largo de estos dos años, ha hecho algo por intentar llegar a un acuerdo de paz. Todo lo contrario, el discurso ha sido siempre el mismo pero cada vez más agresivo y fanático. Nadie pidió la paz, y se impidieron las negociaciones entre rusos y ucranianos que hubieran evitado esta tragedia.
Lo más preocupante en este momento es la deriva que está teniendo este conflicto para Europa. Mientras que los jefes de gobierno de Inglaterra, Alemania, y Francia firman tratados de ayuda mutua en caso de agresión con Ucrania, lo hacen a espaldas de sus parlamentos y de sus ciudadanos, a los que no se ha consultado si están dispuestos a sacrificar a sus militares, Rusia sigue su ofensiva en el frente y ya ha avisado que en el caso de que intervinieran militares de algunos de esos países no descartaría una guerra nuclear táctica.
No es la primera vez que avisa, ya lo hicieron antes, y la respuesta siempre ha sido la misma, arrogancia y burla. Una de las características de los rusos es su determinación. Dicen lo que hacen y hacen lo que dicen. Quiero creer que habrá militares, diplomáticos, y algún que otro político que sea consciente de la situación tan grave a la que estamos llegando y que en algún momento se pronuncien alto y claro para parar esta escalada.
Se ha obligado a los ucranianos a luchar engañándolos con una victoria fácil, rápida y un apoyo incondicional con material bélico y descomunales ayudas financieras. Se les ha engañado diciendo que la economía de Rusia no aguantaría las sanciones y se desmoronaría, que tenía un ejército zarrapastroso y con un material arcaico que no aguantaría la primera embestida de su ejército instruido por especialistas curtidos en las últimas guerras, que se les facilitaría el armamento más puntero tecnológicamente, y por supuesto que gozarían de crédito sin límites.
Dos años después la realidad de los hechos es otra, y pese a todo se sigue con el relato imbuido de fanatismo y se intenta ocultar la verdad, fomentando la propaganda y censurando las voces discordantes. Occidente en lo económico ha sobrepasado ya el monto del Plan Marshall. ¿Acaso hemos visto algún arrepentimiento en los dirigentes y políticos occidentales, o intención de rectificar y buscar de una vez por todas la paz? Rusia, en voz de su presidente Putin ya se ha manifestado una vez más de que están dispuestos a negociar para parar este conflicto.
Para Occidente Rusia no podía ganar esta guerra y Ucrania tenía que resistir hasta el último ucraniano. La desfachatez por no decir otra cosa ha llegado al punto de que algunos políticos han manifestado que ven esta guerra como una inversión. Y ciertamente lo es. Lo es para todos los buitres del conglomerado financiero angloamericano, para el complejo de la industria militar estadounidense, para las grandes multinacionales petroleras. ¿Y Europa? ¿Y para Ucrania? ¿Y España qué gana en este conflicto?
Rusia intentó antes del conflicto en numerosas ocasiones llegar a acuerdos con Occidente, y lo único que obtuvo fue desprecios y embustes. La soberbia y la arrogancia de los Occidentales ha sido su hoja de ruta en todos estos años, inconscientes de su declive absoluto como civilización y entidad económica, frente al desarrollo de nuevas naciones como China, la India o los países del Continente Africano. El antropólogo y pensador Emmanuel Todd lo explica muy bien en su último ensayo La défaite de l´Occident. Afirma en él que Occidente no deja de mirarse el ombligo creyéndose todavía en una posición de fuerza en la que puede imponer su ideología liberticida, cuando la realidad es que está agonizando. Carece de superioridad moral, industrial, militar algo que perciben el resto de países del mundo.
Toda esta rusofobia instigada por los dirigentes occidentales y su decrépita y perversa clase política no se habría mantenido sin la colaboración entusiasta del gremio periodístico subvencionado y obediente al amo al que obedece sin rechistar temeroso de perder sus dádivas y prerrogativas.
Un gremio que desconoce la honradez, la rectitud, la imparcialidad, la objetividad, que es irresponsable en sus manifestaciones, que no tiene reparo alguno en mentir descaradamente falsificando la verdad de los hechos o tergiversándolos. Un grupo de presión que, salvo honrosas excepciones, no se dedica a informar sino a difundir propaganda institucional y sectaria, dirigido y amparado por el sistema al que sirven.
La guerra contra Rusia se ha trasladado también a esos medios de comunicación pretendiendo aislar a Rusia, pero una vez más la realidad es tozuda, y es cierto que la ha perdido en el continente europeo, pero no porque haya perdido todas las batallas, sino porque no ha podido ni tan siquiera librarlas al estar el conjunto de los medios de comunicación censurados. Sin embargo, se han exagerado de forma desmesurada los supuestos éxitos ucranianos, con descaradas mentiras en muchas ocasiones. El presidente Putin lo recordaba recientemente en la entrevista que le hizo Tucker Carlson; no hay quién pueda con la propaganda occidental.
Y de otro lado, la férrea censura impuesta en Occidente a los medios de comunicación rusos, al bloquear sus antenas, prohibiendo sus emisiones y órganos de difusión, les ha privado de la posibilidad de trasladar opiniones e informaciones distintas, y sin duda contradictorias.
Se ha censurado la posibilidad de debates contradictorios, obstaculizando opiniones distintas al discurso oficial, bien impidiendo su acceso a los medios de comunicación generalistas o descalificando y desautorizando, llegando en algunos casos a ofender, a todos aquellos que mantienen una opinión contraria a la soflama dominante. Muchos profesionales de los medios se han visto obligados a callar y autocensurarse por miedo a perder su puesto de trabajo. Otros intelectuales han sido condenados al ostracismo por su posicionamiento, a veces tan sólo neutral en esta confrontación, y cuando no ridiculizados por sus congéneres.
Para poder acceder a una información distinta a la ofrecida por los medios generalistas hemos tenido que recurrir a Internet y a las redes sociales, y aún así algunas plataformas hasta fechas recientes censuraban cualquier comentario contrario al discurso de la Verdad Única. El acceso a través de los teléfonos móviles a diversas plataformas audiovisuales y a las redes sociales ha permitido hasta hoy eludir en muchos casos la censura y poder acceder a una información más plural, lo que inquieta en gran medida a los poderes políticos occidentales. Es un fenómeno generalizado difícil de contrarrestar, pero al que ya han declarado la guerra.
La reciente aprobación por Bruselas de una disposición que integra un conjunto de reglas y mecanismos con el objeto de promover teóricamente el pluralismo informativo en los países de la UE, y supuestamente para luchar contra la injerencia política y la libertad de los medios de comunicación, no es ni más ni menos que una ley de censura en contra de la independencia de los medios de comunicación. Un paso más en la Europa de los valores y los derechos en la Unión Europea, y supondrá la autocensura de los medios de comunicación y redes sociales para evitar ser sancionados o cuando menos ser puramente eliminados.
Ya lo anunció en su discurso en Davos la presidente de la Comisión Europea, Úrsula van der Leyen (conocida en muchos círculos por von der Brujen), al afirmar que “era necesario restablecer la confianza luchando contra la desinformación”. Que en román paladino no es ni más ni menos que luchar contra la verdad, la pluralidad de la información y contra los que se atreven a publicarla. De hecho, su postulación para la reelección en el cargo incorpora como medida primordial regular el control de la información.
Sin embargo, esta situación no se ha dado en el resto del mundo, donde la libertad de expresión y el debate han tenido su espacio, y los medios de información y comunicación han podido seguir ejerciendo libremente su profesión, los medios de comunicación rusos no se han visto censurados, por lo que la opinión pública ha tenido la posibilidad de tener una visión de conjunto más objetiva y hacerse su propio juicio sobre la situación real.
Afortunadamente, y pese a que han sido principalmente los angloamericanos los causantes de la situación de confrontación que estamos viviendo, también hay que reconocerle a la sociedad norteamericana y a sus medios de comunicación, que ha prevalecido uno de los derechos sacrosantos recogido en su Constitución como es la libertad de prensa y de expresión, por lo que se han podido ver discrepancias e incluso oposición a la línea política oficial seguida por el gobierno de Biden respecto al conflicto de Ucrania e informaciones más neutrales sobre la acción e influencia de la política exterior rusa. La reciente entrevista al presidente del influyente periodista mundial Tucker Carlson a Putin es una prueba de que todavía, al otro lado del Océano, hay quién se atreve a desafiar al Sistema y nos da cierta esperanza.
Jefes de Estado arrogantes, hipócritas y sumisos al poder extranjero y concretamente a los Estados Unidos, políticos incapaces y corruptos legislando a espaldas de sus sociedades, periodistas oportunistas y arribistas con tal de permanecer apoltronados en sus empleos, son todos ellos responsables directos o cómplices de mantener un enfrentamiento sangriento en el que los muertos ya se cuentan por centenares de miles. Y lo serían también de llevarnos a una guerra que supondría el fin de la Humanidad, y no exagero.
Por ello, yo les acuso de todas esas muertes y de las que pudieran originarse, con la certeza de que, como yo, lo harán muchos más, y con la esperanza de que esa exclamación de tantos consiga detener esta cruenta guerra.
Busquemos la Paz.